De la misma forma, siempre recordaré su nombre. Se lo pregunté antes de bajarme del coche. Se llamaba Sherif Shenuda.
La apariencia de este joven, el tipo de sus zapatos, la marca de sus gafas, todo esto lo hacía diferenciarse de la mayoría de los taxistas. De la misma forma, su coche era de una marca distinta a las de todos los demás taxis en los que había montado. Por lo general, los taxis son un tipo de coche determinado de tracción trasera, y entre los más típicos, se encuentran el Shahin, el Lada, el Fiat —1.400 y 1.500— y el Peugeot 504. Respecto a los nuevos taxis que entraron en el mercado con la aparición, a mediados de los noventa, del pago a plazos, los más comunes son el Skoda, el Suzuki Swift, al que todos llaman Suzuki
Zift
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, y el Hyundai.
Y este coche, al igual que su conductor, era distinto.
—¿De qué marca es este coche?
—Es un Toyota Cressida.
—No hay muchos.
—Hay muchos en el Golfo. Es un coche un poco caro: un dos litros, con aire acondicionado y cierre centralizado. Hasta el casete es original, mire lo que pone: Toyota.
—Sí, es un buen coche. Lo mejor es que es amplio. ¿Eres taxista desde hace mucho tiempo?
—No, no soy taxista —dijo con mucha seguridad—. Soy licenciado en Comercio y ahora estoy haciendo el máster. Trabajo como contable en una empresa farmacéutica, pero por las tardes cojo el taxi para aumentar mis ingresos.
—¿Por? ¿Es que estás casado?
—Me casé pronto; el matrimonio es ley de Dios. Tuve hijos pronto y ya sabe que
la hacienda y los hijos varones son el ornato de la vida de acá
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y claro, con mi sueldo no nos llega.
—Si no es indiscreción, ¿cuánto ganas? —le pregunté con curiosidad.
—Gano cuatrocientas cincuenta libras al mes, un buen sueldo. Algunos de mis compañeros ganan trescientas cincuenta. Soy un buen contable pero no llego a fin de mes. Hice una hoja de Excel con los gastos de casa y me salió un puzzle que ni Bill Gates puede solucionar. Pago ciento veinte libras de alquiler, más unas treinta de luz, gas y portero. Me quedan trescientas y con los precios de hoy en día vamos con el agua al cuello. Necesito treinta libras diarias para mí, mi mujer y mis dos hijos, Islam y Soha, incluyendo la comida, el transporte, la ropa y los imprevistos que le salen a uno todos los meses sin saber de dónde; vamos, que el resto del sueldo se va en diez días. Y no quiero contarle cómo se resiente mi sueldo con la leche, pero es que los niños tienen que tomarla. Su madre, después de dos embarazos, tiene una gran deficiencia de calcio y el médico le ha dicho que tiene que tomar leche. ¿Se puede imaginar que me gasto cien libras al mes en leche? El litro sale a tres libras con veinticinco. Claro que usted puede decirme que la leche es para los ricos y tiene toda la razón, pero yo no sé por qué mi señora insiste y me dice que, tanto ella como los niños, tienen que beber leche a diario. Para ella lo primero es la leche, el resto viene después.
Y siguió con la exhaustiva explicación:
—Pero no es sólo la leche, todo se ha puesto imposible: las judías han subido a tres libras el kilo; el litro de aceite subvencionado a tres libras y media, y no me refiero al aceite de maíz y esas cosas, que el litro cuesta seis libras. Vamos, que es imposible que a nadie en Egipto le baste con su sueldo. Los sueldos oscilan entre trescientas libras y seiscientas, no pasan de ahí y eso no es suficiente. ¿Qué solución hay? O robar, o aceptar sobornos, o trabajar todo el día. Yo trabajo de ocho de la mañana a cuatro de la tarde en la empresa y después salgo a coger el taxi desde las cinco hasta la una de la mañana. Tardo como una hora en llegar en transporte público desde la empresa hasta donde está el dueño del taxi. Me voy a casa hacia las dos de la mañana, ceno y me acuesto. Gracias a Dios, no necesito pedir a nadie. De momento, todo va bien y en unos años me aumentarán el sueldo. Luego, cuando acabe el máster, cobraré más. Al principio a los jóvenes nos toca tragar, pero después a descansar.
Estaba hablando sobre sus esperanzas en un futuro brillante con tanta seguridad que me dio pena. Espero que el Destino le tienda la mano y se compadezca de él, porque se lo merece.
—¿Qué pasará en la final? ¿Ganaremos nosotros o Costa de Marfil?
—No entiendo mucho de fútbol…, pero ojalá ganemos —exclamó con deseo el taxista.
—¿Es que no has visto los partidos?
—Este campeonato no es para nosotros, es sólo para los ricos; ya no hay nada para nosotros. Para el último partido, la semifinal, mi hijo me suplicó que le comprara una entrada, es un fanático del fútbol. Intenté conseguirle una entrada de tercera, pero imposible. Después nos enteramos de que el chófer de alguien de la Federación de Fútbol las vendía en la reventa. Ha llegado hasta tal punto que cuentan este chiste: «Esto es uno que se encuentra la lámpara de Aladino y le pide al genio una entrada para ver el partido de Egipto. Éste va y le responde: 'No, por el amor de Dios, pide un deseo un poco más fácil'». Intenté conseguirle al crío una entrada en la reventa, pero estaban a doscientas libras. ¿Se puede creer que la de tercera estaba a doscientas libras, la de segunda a trescientas y la de primera a más de quinientas? Es decir, la entrada más barata costaba el sueldo de todo un mes, por eso le digo que hacen el campeonato sólo para los ricos. Es como cuando ponían en las películas «apta para adultos», pero este campeonato es «apto sólo para los muy adultos». ¿Ha visto usted en la televisión a los espectadores? Todos parecen guiris: rubios, ojos azules, blancos de cara, muy guapos todos, muy bien vestidos… ¿Acaso ha visto usted en el estadio a algún pobre? Ni uno. Los jugadores son los únicos que parecen pobres y tienen derecho a entrar en el estadio. Mi hijo no hacía más que llorarme y le dije: «¿De dónde voy a sacar doscientas libras? Tu padre tendría que ser el mismísimo Mubarak para conseguirte una entrada». Por eso estoy un poco saturado de este campeonato. Le voy a decir una cosa: esto antes no pasaba. La mayoría de espectadores siempre habían sido pobres. Las de segunda y tercera estaban reservadas para nosotros, pero se acabó, no tenemos más derecho que el de lamer el polvo sobre el que andan los ricos. Por cierto, que no ocurre sólo con este campeonato: el Mundial sólo se televisa para quien paga. Si no paga, no lo ve. Parece que está prohibido que nosotros podamos ver o asistir a nada. Que lo hagan en países como Arabia Saudí o los Emiratos es lógico, pero aquí, ¿de dónde lo vamos a pagar?
«¡Sitta October, Sitta October, Sitta October!». Gritos que lanzaba al aire para convencer a algún taxista de que se detuviese, pero fue en vano, era inútil. Tenía una cita en la Ciudad de la Producción Mediática a las diez de la noche y mi coche estaba averiado. Imaginaba que encontraría un taxi con facilidad.
Como la paciencia es una virtud, finalmente se detuvo un taxi, que me escudriñó cuidadosamente antes de permitirme subir. Entré.
—¿Qué ocurre? Llevo media hora y nadie se para —pregunté con cierta desesperación.
—Y nadie lo iba a hacer.
—¿Y por qué, si puede saberse?
—Así, de noche, en una zona apartada, especialmente con lo difícil que está Sitta October estos días.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Han ocurrido varios sucesos.
—Que Dios nos proteja.
—Hay personas que cogen taxis a Sitta October y en una zona apartada sacan una navaja, les cogen todo lo que tienen, los tiran al suelo y les roban los coches. Hay uno que se resistió hace días y lo apuñalaron.
—¡¿Lo mataron?! —exclamé sorprendido.
—No, no murió, pero le pegaron veinte navajazos en todo el cuerpo: estuvo entre la vida y la muerte. Ha vuelto a nacer. Lo peor es que el coche, que lo acababa de comprar y además no estaba asegurado, se lo llevaron los muy hijos de puta. Lo desguazarán y lo venderán como piezas de recambio.
—¿Y quién te lo ha contado? ¿Ha salido en los periódicos?
—No, no leo el periódico, apenas gano para comer, así que como para comprarlo. Soy de Embaba, y mientras estaba sentado en un café vi a unos taxistas con una hoja en la que estaban escritos estos sucesos. Las estaban repartiendo a todos los taxistas y me dieron varias copias para que se las pasara a los que conozco yo. Por eso le miré con cuidado antes de dejarle subir. Le llevo y acto seguido me doy media vuelta. Desde ese día no me gusta retrasarme más de las diez, el país se ha vuelto inseguro. A las diez a más tardar me vuelvo y me quedo con mi mujer y mis hijos. Le llevo, echo el seguro al coche, me voy corriendo a Embaba y que Dios nos proteja.
La historia me aterrorizó, pero lo que me sorprendió fue el apoyo mutuo de los taxistas y cómo distribuyeron los avisos.
Me bajé en la Ciudad de la Producción Mediática y me vi, por primera vez, mirando para todas partes.
Mi hija May, que ya tiene catorce primaveras, cogió un taxi desde Aguza hasta Nadi El Gezira, una distancia corta en la que no se tarda ni dos minutos. Era la primera vez en su vida que vivía esta aventura, la de ir sola al club. La había animado a ello, pues es miembro de un equipo de atletismo. Corre 100 m., 200 m. y relevos 4 x 100 m., por lo que tiene que ir al club todos los días para entrenar.
El día anterior nos habíamos sentado juntos y habíamos hablado acerca de la necesidad de enfrentarse a la vida y de que aferrarse constantemente a nosotros era una etapa que debía terminar en otra de autodependencia, ganando así confianza en sí misma. Y que no tenía que tener miedo a montar sola en un taxi, ya que el pueblo egipcio es el mejor pueblo del mundo: cuando un taxista ve a una niña pequeña la trata como si fuera su propia hija.
En efecto, al día siguiente mi hija se montó sola en un taxi, cuyo conductor era un hombre ya entrado en los cuarenta. Nada más subir por el puente de Sitta October, se apresuró a preguntarle:
—¿Y tú, las películas porno, las ves en francés o en inglés?
May pensó en cómo podría contestar pero no se le ocurría ninguna respuesta, así que optó por guardar silencio.
—No te asustes… Dime, en serio, ¿en qué idioma ves las películas porno? Quiero decir, ¿te gusta oír los gemidos en inglés o en francés?
La pobre niña se aterrorizó. Desconozco con certeza qué es lo que se le pasó por la cabeza en esos momentos tan terribles. Una vez hubo llegado, dejó el dinero en el asiento y salió huyendo.
Cuando mi hija me contó lo que le había sucedido, recordé una escena de la genial película
Sueños
, de Akira Kurosawa
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, en la que la madre cierra la puerta de la casa en la cara de su hijo y le da un puñal para enfrentarse a la sociedad. Kurosawa plasmó la escena con una belleza cautivadora —y engañosa al mismo tiempo—, mediante flores de intenso resplandor.
Este taxista me abrió los ojos y ahora estoy en la cocina, de pie, afilando la hoja de un cuchillo para entregárselo a mi hija mañana por la mañana.
La cuestión de los Taxis de la Capital ha preocupado a muchos taxistas y ha provocado diversos debates en torno a este proyecto, que fue propuesto por primera vez durante la primera legislatura de Nazif. El diálogo surgió nuevamente durante su segunda legislatura. Transcurrieron los años sin que el proyecto viera la luz hasta que finalmente lo llamaron Cairo International Taxi, es decir, Taxi de El Cairo Internacional. ¿Qué significa la palabra «internacional» aquí? ¿Y por qué internacional? ¿Y qué es lo internacional? ¿El taxi, o es que El Cairo resulta que se ha internacionalizado? No hay quien lo entienda, pero si alguien lo hiciera, estallaría en su interior una ola de furia, o de lástima, según el ángulo con el que se mirara. El color de los taxis será amarillo, como los de Nueva York, y llevarán escrita la palabra
Cab
, en inglés, para imprimirles ese carácter internacional. Los conductores de los antiguos taxis negros y blancos, «los patitos feos», se preguntan quién cogerá esos taxis y si acaso les afectará este proyecto; mientras tanto, continúan recopilando todos los detalles posibles sobre las tarifas y los preparativos de los taxis amarillos, «los cisnes».
—He oído que ya no hay marcha atrás, que van a sacar los Taxis de la Capital a finales de este mes y que os van a quitar trabajo —le dije al taxista.
—Hablan de este tema como si fuera un proyecto nacional para el país. Se acabó lo de Toshka y se han metido con los Taxis de la Capital. El viejo Nazif no sabe hablar de otra cosa, se ha convertido en su tema favorito: asambleas de ministros, tés, cafés, refrescos, y dicen que acaban agotados; no sé de qué. Dicen que van a sacar al principio ciento cincuenta coches, pero que aumentarán el número hasta mil quinientos. Si en El Cairo, que es la capital, tenemos ochenta mil taxis, esos ni se van a ver. Va a ser como echar un grano de azúcar en el Nilo. Esta historia me recuerda al chiste sobre el presidente libanés que va de visita a China y le pregunta el presidente chino: «'¿Por qué no has traído contigo al pueblo libanés?'. 'Es que ni se les vería', —contestó el de Líbano». Yo, al principio, sí estaba preocupado; pero luego pasaron los meses, los años y el gobierno, como de costumbre, sin hacer nada. Y luego, cuando me enteré de los preparativos y los precios, me di cuenta de que eran simples apariencias. Una cara bonita sin más, como todo en este país: ¡hay que sonreír para salir guapo en la foto! Además, los Taxis de la Capital son exactamente lo mismo que las limusinas de Yihan Al Sadat, que eran sólo para los extranjeros, lo que demuestra que el Gobierno no piensa más que en los turistas y en los ricos; nosotros llevamos a los pobres, de los que el gobierno ni se preocupa. Lo más gracioso de todo es que el proyecto se está retrasando por el tema de la radio. Bueno, me refiero a la frecuencia que pueden usar. Se supone que todos los coches tienen que estar comunicados entre sí. El cliente llama por teléfono, mediante la radio ven qué taxi libre está más cerca y lo llaman para que vaya a la dirección. La policía dejó que el Gobierno hablara de ello como si se tratara de un proyecto nacional. Les dejaron tranquilos hasta que ya estaba todo listo y cuando compraron los coches, les dijeron: «Alto, esa frecuencia es sólo para nosotros y para nadie más». Es como cuando hay uno que te mira mientras estás aparcando el coche y cuando ya has bajado te dice: «Lo siento, aquí no puede dejarlo, dele un poco hacia adelante». Eso es justamente lo que ha pasado. Cuando acabaron el proyecto, cogieron y les dijeron: «No, esto es seguridad nacional, seguridad de mi tía», en cuyo caso «nacional» sería mi abuelo. Entre usted y yo, eso me hizo gracia: ¡la policía a nuestro servicio! A ver si les paran el proyecto. De todas formas, este proyecto tiene dos salidas: o bien se arruinan y quiebra, o bien pondrán los precios por las nubes, en cuyo caso no sé quién se va a montar, si no son los de fuera.