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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

Simulacron 3 (26 page)

BOOK: Simulacron 3
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Se detuvo de repente al darse cuenta de lo que acababa de decir. Podía haber cubierto su desliz añadiendo: «y el partido y míster Siskin no tienen conexión alguna».

Pero no lo hizo. El pánico cundió sobre él. Y retrocediendo para ocultarse en el interior del edificio no hizo más que ayudar mis argumentos.

Eso solo hubiera podido ser suficiente. Pero Dorothy apareció también. Cogió el amplificador y habló tranquilamente.

—Lo que decía Douglas Hall, es verdad. Yo soy la secretaria particular de mister Siskin. Y puedo demostrar cuanto se pueda decir.

Suspiré por el alivio que me produjeron sus palabras, y vi a la multitud que corría hacia el edificio. Pero no pude contener un grito de angustia, mientras el operador, disgustado seguramente por mi éxito, lanzaba una descarga terrible de acoplamiento sobre mí.

Jinx exclamó:

—¡Te ha atacado!

Sobrecogido, asentí.

De pronto oí el ruido de un disparo que se había producido por encima del lugar que ocupábamos. Al caer vi a un policía, que me disparaba desde lo alto de una superestructura.

Extendí el brazo para empujar a Jinx hacia otra parte, pero la mano se hundió en el vacío. Se había ido. Por fin, había vuelto a su propio mundo.

Su desaparición produjo tal sensación que rompió el cordón de la policía, pero sólo duró un momento. Después dispararon otra vez sobre mí, alcanzándome en el pecho.

El tercero me dio de lleno en el abdomen. Y el cuarto me atravesó la mejilla.

La sangre afloraba a mis heridas, y yo noté cómo me hundía en un abismo.

Cuando volví en si, noté bajo mi cuerpo algo que me pareció cuero, y la presión de algo que me oprimía la cabeza.

Pensativo, Permanecí inmóvil. No sentía ningún dolor, ni el malestar propio de mis heridas recientes. Contra lo que unos momentos antes había sido todo dolor, y sensaciones horribles, ahora no notaba más que paz y relajamiento.

Entonces, pude comprobar que no sentía dolor alguno, ¡porque no tenía heridas!

Confundido, abrí los ojos, y me encontré en una habitación que era totalmente extraña para mí.

Aunque la habitación no la había visto nunca hasta aquel momento, reconocí la naturaleza simuelectrónica de algunos de los aparatos que había en ella.

Miré hacia un lado, y vi un sillón muy parecido al que yo había usado para llevar a cabo los acoplamientos con las unidades reaccionales del simulador de Fuller. Me levanté, me quité el casco y me quedé observándolo todo a mí alrededor.

Había otro sillón al lado del mío. Y en su superficie de cuero, se apreciaban todavía las huellas de alguien que lo había ocupado recientemente... y durante bastante tiempo, a juzgar por lo bien que tenía marcada la silueta de quien lo había ocupado.

—¡Doug!

Miré rápidamente hacia todas partes, buscando el lugar de dónde procedía la voz de Jinx.

—¡Quédate ahí! ¡No te muevas! —me susurró—. ¡Vuelve a ponerte el casco!

Su voz procedía de la izquierda, de detrás de un cuadro de mandos.

Rápidamente empezó a conectar y desconectar aparatos.

En vista de lo apremiante de sus palabras, me volví a acostar sobre el sillón.

Oí que alguien entraba en la habitación. Después una voz recia de hombre, dijo:

—¿Estás desprogramando?

—No —respondió Jinx—. No tenemos que hacerlo. Hall encontró un medio mejor para evitarlo. Estamos suspendiendo las operaciones hasta que podamos programar algunas modificaciones básicas.

—¡Eso está bien! —exclamó el hombre—. El consejo se alegrará de oír tal cosa. Se acercó a mí: —¿Y Hall?

—Está descansando. La última sesión ha sido muy dura.

—Dile que sigo pensando que debería tomarse unas vacaciones antes de que empiece de nuevo sus actividades con el simulador.

Oí ruido de pasos que se alejaban.

Y me puse a pensar en aquel día en mi despacho cuando Phil Ashton había venido hasta mí con los rasgos y la apariencia de Chuck Whitney. ¡Al igual que Ashton, yo también había cruzado la barrera simuelectrónica entre dos mundos! ¿Pero cómo?

La puerta se cerró y alcé la vista para ver a Jinx junto a mí.

Hizo una mueca mientras se inclinaba sobre mí, y me quitaba el casco.

—¡Doug! ¡Ahora estás
aquí arriba
!

Continué mirándola.

—¿No lo ves? —continuo—. Cuando yo no hacía más que preguntarte si él había establecido el contacto, era porque quería tener tiempo de volver.

—Desapareciste —dije— y volviste aquí. Sabías que lo encontrarías acoplado. ¡Y no tuviste más que invertir el circuito para que se produjera el cambio! Jinx asintió:

—Tenía que ser así, cariño. Estaba destruyendo el mundo entero, cuando en realidad lo podía haber salvado fácilmente.

—¿Pero por qué no me dijiste lo que ibas a hacer?

—No podía. De haberlo hecho, lo hubiera sabido él también.

Un tanto preocupado, me levanté. Sin creer en mí mismo, me tocaba el pecho, el abdomen, la mejilla. Parecía imposible que no tuviera herida alguna. No hacía mas que unos instantes, todo era totalmente opuesto. Y al cambiar de personalidad con el otro Hall, él había llegado a posesionarse de las heridas mortales que momentos después le harían exhalar el último suspiro.

Yendo de un lado a otro de la habitación pasé junto a la superficie metálica de uno de los moduladores, y vi mi propio reflejo. Facción por facción era tal como había sido siempre.

Jinx no había exagerado al decirme que los rasgos físicos de Hall el operador y Hall el análogo, eran idénticos.

En la ventana, miré hacia la calle, para encontrarme con las mismas escenas familiares de siempre coches aéreos, gente que corría de un lado a otro, de idéntica constitución física y hasta vestidos de la misma forma que las unidades reaccionales de mi mundo. ¿Pero por qué tenía que haber algo distinto? Mi ciudad análoga, tenía que ser un reflejo exacto de ésta, si es que quería llevar a cabo sus propósitos.

Pero mirando más detenidamente, vi que había una diferencia perceptible. Bastantes personas fumaban tranquilamente por la calle. Aquí no había prohibición treinta y tres.

Me giré hacia Jinx:

—¿Pero podemos salir con bien de esto?

Ella se puso a reír:

—¿Y por qué no? Tú eres Douglas Hall, Él iba a tomar dos meses de vacaciones. Y con el simulador sin funcionar, yo podré marcharme también. Cogeremos las vacaciones juntos.

Animada por la idea, continuó:

—Yo te familiarizaré con todo..., con la gente, con las cosas más sobresalientes de nuestro mundo, con tus costumbres personales pasadas, con nuestra historia, la política, las costumbres. Al cabo de unas semanas desempeñarás el papel de Hall perfectamente.

¡Saldría bien! ¡Lo veía con toda claridad!

—¿Qué hay del mundo de allá abajo?

Jinx sonrió:

—Haremos de él uno nuevo. Tú sabes la cantidad de reformas y modificaciones que hay que hacer. Antes de que perdiera el contacto con él, vi el disgusto tan enorme que le costó a Heath su error. Cuando vuelvas a poner en marcha el simulador, creo que lo encontrarás allí.

—Creo que será difícil convencer a las masas para que no derrumben todo aquello.

Habrá muchas cosas que hacer y muchas reorientaciones que programar.

Me llevó hacia la mesa:

—De momento, vamos a empezar ahora mismo. Vamos a redactar una lista con todas las instrucciones de lo que hay que hacer y se la dejaremos al personal. Ellos se cuidarán de los trabajos preparatorios mientras estamos fuera.

Me senté en la silla de Hall, siendo entonces cuando verdaderamente me di cuenta de que había saltado de la ilusión a la realidad.

Había sido una transición sorprendente, pero pronto me acostumbraría a la idea. De momento tenía a mi favor que siempre había vivido con el convencimiento de que pertenecía a esta existencia material.

Jinx me besó suavemente en la mejilla:

—Te gustará estar aquí, Doug, aunque aquí no se respire la extraña atmósfera de tu mundo. La verdad es que Hall sintió un goce casi romántico cuando programó su simulador. Creo que incluso tuvo un cuidado esmerado a la hora de escoger nombres propios como Mediterráneo, Costa Brava, Pacífico, Himalaya. Se detuvo, como si se disculpara por la monótona comparación de su mundo de absoluta realidad:

—También verás, que nuestra luna no es más que una cuarta parte del tamaño de la vuestra. Pero estoy segura de que te acostumbraras a todas las pequeñas diferencias.

La cogí por la cintura y la estreché entre mis brazos. Yo también estaba seguro.

FIN

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