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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

Simulacron 3 (22 page)

BOOK: Simulacron 3
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—Sí, Doug —dijo ella—. Yo te las paralicé para que no pudieras escapar de mi lado.

Entonces vi la culata del diminuto revólver que asomaba todavía en su bolso.

—Lo sé todo —chillé casi—. ¡No eres una de los nuestros! ¡Ni tan siquiera eres una unidad ID!

En su rostro no apareció el menor atisbo de sorpresa.

—Es verdad —dijo pausadamente—. Y ahora sé, estoy enterada de todo cuanto tú sabes. Pero no era así hace una hora, cuando estábamos en la cabaña. Por eso me retiré hacia el bosque. Tenía que averiguar hasta qué extremo estabas al corriente de las cosas, si sabías mucho o poco de la verdad, o hasta qué punto él te había dejado saber.

—¿Él? ¿Quién?

—El operador.

—Entonces, ¿hay un operador? ¿Hay un mundo simuelectrónico?.

No contestó.

—Y tú eres..., ¿una proyección? —pregunté.

—Sólo una proyección. —Se sentó.

Creo que me hubiera quedado más tranquilo si me lo hubiera negado. Sin embargo, ella se mostraba cariacontecida, dándome tiempo para que me diera cuenta por completo, de que yo no era más que una Unidad Reaccional.

Se inclinó hacia mí.

—¡Pero estás equivocado, Doug! ¡No estoy tratando de engañarte! Sólo quiero ser útil.

Me llevé la mano a mi mejilla herida, y me miré las piernas paralizadas. Pero ella no interpretó el gesto con la misma intención sarcástica que yo lo había hecho. En lugar de ello dijo:

—Cuando me fui esta mañana, era porque quería saber hasta qué punto tú estabas enterado de todo. Tenía que ver hasta qué extremo sospechabas. Y de esa forma sabría por dónde empezar a explicarte lo que te tenía que decir.

Puso la mano de nuevo sobre mi brazo y yo la aparte:

—Has estado casi completamente equivocado conmigo —continuó defendiéndose. Al principio me sentí desesperada al ver que trabajabas por descubrir una serie de cosas que estaban prohibidas para ti.

—¿El saber prohibido para todas las unidades ID?

—Sí. Hice cuanto estuvo en mi mano para mantenerte alejado. Naturalmente, yo fui quien destruyó las anotaciones en el estudio del doctor Fuller... Sólo físicamente. Pero eso fue un error. Con eso no conseguí más que atraer más tu atención sobre el asunto. En su lugar deberíamos haberte alejado de tales sospechas por medio de una reprogramación simuelectrónica. Pero en aquellos días, estábamos demasiado ocupados, manejando a los encuestadores para que se lanzaran a la huelga.

Recorrió todo el vestíbulo con la mirada:

—Incluso programé a un encuestador para que se acercara a ti en la calle y te hiciera aquella advertencia de que debías desistir de tu empeño.

—¿Y a Collingsworth también? ¿También le hiciste que me hablara de ello?

—No. El operador fue el responsable de esta estrategia.

¿Acaso me querría hacer creer que ella no había tomado parte en el asesinato brutal de Avery?

—¡Oh, Doug! Intenté tantas veces conseguir que te olvidaras de la muerte de Fuller, que te olvidaras de Lynch y de tus sospechas... Pero la noche que me llevaste al restaurante, yo estaba dispuesta a admitirlo todo, a no negarte nada.

—Pero yo te dije aquel día que estaba convencido de que todo eran figuraciones de mi imaginación.

—Sí, ya lo sé. Sólo que no te creí. Pensaba que estabas intentando engañarme. Pero cuando me retiré de la proyección directa a últimas horas de aquella noche, el operador me dijo que había efectuado una investigación sobre ti. Me dijo que estabas completamente convencido de tu enfermedad pseudoparanoia, y que ahora ya podíamos concentrarnos en la destrucción del simulador de Fuller.

—Me di cuenta, al día siguiente cuando hablé contigo por el vídeo, de que habías entrado en mi casa tras de mí, Pero lo disimulé y tú pareciste aceptar la explicación. Al menos no hiciste nada que hiciera creer que sospechabas.

Me revolví sobre mi asiento:

—Y entonces tú te mostrarte enamorada de mí, confiando en que con ello, me mantendrías alejado de la verdadera pista. Pareció luchar consigo misma para intentar demostrarme que no solamente me había estado manejando a su antojo.

Pero en cambio dijo:

—Entonces, cuando te empezaron a ocurrir esas cosas ayer, vi que todo había ido mal. Mi primera intención fue correr hacia donde tú estabas lo antes posible. Pero cuando llegué allí, vi que no había actuado de la forma más aviesa, ya que no había previsto lo difícil que sería hablarte de esto sin saber hasta qué punto sospechabas de todo, y lo que realmente pensabas de mí.

»De modo, que en la primera oportunidad que tuve. Oh, no fue fácil, Doug. El operador había estado de una forma casi constante en contacto contigo. Yo tenía que coger un circuito paralelo. Tenía que hacerlo todo con el mayor de los cuidados para que no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

»Pero cuando hice... lo vi todo inmediatamente, lo comprendí todo. No había
soñado...
Oh, Doug, ¡es tan inhumano, tan degenerado!

—¿El operador?

Bajo la cabeza apesadumbrada:

—Yo sabía que él era algo así. Pero no me imaginaba hasta qué extremo. No sabía, que en gran parte, estaba jugando contigo, por el placer sádico que le pudiera proporcionar el juego.

Una vez más volvió a mirar hacia el vestíbulo.

—¿Qué estás buscando?

Se volvió hacía mi para decir:

—A la policía. Puede haberles programado haciéndoles saber que habías vuelto a la ciudad.

Ahora lo vi todo. Comprendí su propósito de tenerme allí sentado hablándome.

Quise apoderarme de su bolso, pero ella apartó la silla.

Me puse en pie, y haciendo un esfuerzo sobrehumano fui hacia ella.

—¡No, no..., Doug! ¡No lo entiendes!

—¡Lo comprendo muy bien! —me dolían terriblemente las piernas porque apenas podían aguantar mi peso—. ¡Lo que intentas es tenerme aquí sujeto, hasta que el operador mande a la policía tras de mí!

—¡No! ¡Eso no es cierto! ¡Tienes que creerme!

Comencé a cercarla, y casi había conseguido que no pudiera escapar.

Sacó el revólver y me paralizó los brazos y el pecho. Accionó el regulador del revólver, y haciendo más débil la intensidad de la descarga me paralizó ligeramente la garganta e incluso una parte de la cabeza.

Quedé erguido, tambaleándome como un borracho, los ojos medio cerrados, y los pensamientos turbios. Guardó el revólver, me cogió por el brazo, teniendo precaución de no tocar el herido, y se lo pasó por el cuello. Me cogió por la cintura y fuimos hacia el ascensor. Un matrimonio, ya mayor, pasó cerca de nosotros, y el hombre sonrió a Jinx, mientras que la mujer nos lanzó una mirada de reprobación. Jinx sonrió a su vez y les dijo: —¡Oh, el recato y los convencionalismos...! En la planta quince, se debatió contra mi peso casi muerto, para llevarme hacia la primera puerta de la izquierda.

Abrió la puerta y entramos.

—Tomé esta habitación poco antes de que te despertaras en el vestíbulo —me explicó—. No creí que sería tan fácil.

Me dejó tumbado sobre la cama, y luego se quedó mirándome. Y yo me pregunté qué habría tras de aquella expresión impasible y tras sus facciones tan atractivas.

¿Triunfo? ¿Piedad? ¿Inseguridad?

Sacó el revólver de nuevo, y apuntó hacia mi cabeza:

—No tenemos que preocuparnos por el operador por ahora. Gracias a Dios tiene que descansar cierto tiempo. Y tú también necesitas descansar.

Y sin temblarle el pulso apretó el gatillo.

CAPÍTULO XVI

Cuando desperté la oscuridad de la habitación, no era más que una débil barrera contra las luces de la ciudad que se filtraban por la ventana. No me moví, con la intención de que ella no se percatara de que había vuelto en mí, hasta que no supiera dónde estaba ella. Imperceptiblemente, moví un brazo, y luego una pierna. No tenía dolor alguno. La verdad es que me había paralizado con mucho cuidado, y por tanto no se produjeron los desagradables efectos de la postparalización.

Noté que algo se movía en la silla que había al lado de la cama. Si pudiera volver la cabeza en aquella dirección, quizá pudiera averiguar dónde estaba el revólver.

Llegué al convencimiento de que había estado dormido, al menos durante diez horas.

Y no había ocurrido nada. La policía de Siskin no había venido. El operador no me había hecho desaparecer. Y lo que era más significativo, Jinx no me había paralizado de una forma mortal, siendo que en la habitación del hotel hubiera sido el modo más fácil de deshacerse de mí.

—¿Estás despierto, verdad? —sus palabras vibraron en la habitación en penumbras.

Me revolví ligeramente y luego me senté.

Ella se levantó, y encendió la luz. Después se acercó a la cama.

—¿Te encuentras mejor ahora?

No respondí.

—Comprendo lo asustado que debes estar —dijo sentándose a mi lado—. Yo también. Por eso precisamente no debíamos trabajar el uno contra el otro.

Recorrí la habitación con la vista.

—El revólver está allí —dijo señalando el brazo de la silla. Después, como para demostrar su sinceridad, fue hacia él, lo cogió y me lo ofreció.

Tal vez, después de haber despertado de mi letargo, me sentía más inclinado a creerle. Pero esta sensación se hacía más tranquilizadora teniendo el arma en mi bolsillo que no en su posesión. Lo cogí.

Se acercó a la ventana, y contempló la noche artificialmente iluminada.

—Te dejará tranquilo hasta mañana. El operador me refiero. Puse los pies sobre el suelo, para probar la resistencia de mis piernas. No notaba pesadez alguna. No quedaba la menor huella de haber sido paralizado, ni siquiera a juzgar por el dolor de cabeza que suele seguir siempre a aquel estado.

Se volvió hacia mí:

—¿Tienes hambre?

Asentí.

Fue hacia el mueble-bar y abrió la puerta. De allí sacó una bandeja con comida y la puso en una silla junto a la cama. Di unos bocados y luego dije: Evidentemente, quieres que me convenza de que me estás ayudando. Hizo un gesto con los ojos de desconfianza y respondió:

—Sí. Pero no puedo hacer nada para convencerte.

—¿Quién eres?

—Jinx. Pero no Jinx Fuller. Otra. No importa. Los nombres no importan.

—¿Y qué le ocurrió a Jinx Fuller?

—Nunca existió. No existió hasta hace unas semanas

—Hizo un gesto antes de que pudiera protestar y añadió: —Si, ya lo sé. Se que vas a decirme que la conociste durante muchos años. Pero tal cosa no es más que debida a los efectos de la reprogramación. Mira, ocurrieron dos cosas al mismo tiempo. El doctor Fuller llegó a averiguar la verdadera naturaleza de su mundo. Y, desde allí, nos dimos cuenta de que el simulador del doctor Fuller era una complicación que debía ser eliminada. De modo que decidimos colocar aquí un observador que estuviera siempre a la expectativa de los acontecimientos.

—¿Decidimos? Se refiere a... ¿quién?

Ella alzó los ojos un momento:

—Los ingenieros simuelectrónicos. Y yo fui seleccionada como observador. Por medio de una retroprogramación, creamos la ilusión de que Fuller había tenido una hija.

—¡Pero si la recuerdo cuando era niña!


Todos
—cualquier unidad reaccional la recuerda como una niña. Ése era el único medio de justificar mi presencia aquí.

Comí un poco más.

Miró hacia la ventana y añadió:

—Aún faltan algunas horas hasta el amanecer. Hasta entonces estaremos a salvo.

—¿Por qué?

—Ni aun el operador puede aguantar en su puesto las veinticuatro horas del día. Este mundo es un equivalente en el tiempo al real, al auténtico.

Aunque no llegaba averiguar la razón, ella tenía que estar aquí con algún propósito: o bien para ayudar al operador a destruir el simulador de Fuller, o para llevar a cabo mi propia eliminación. No cabían más posibilidades. Pues yo me imaginaba a mí mismo descendiendo al mundo contrahecho, falseado del simulador de Fuller. Allí, me consideraba a mi mismo como la proyección de una persona real, en contraste con los caracteres puramente análogos que me rodeaban. Y me parecía imposible verme unido en algún modo con las preocupaciones e inquietudes provenientes de los asuntos insignificantes de aquellas subestimadas unidades TD.

—¿Y cuál es tu propósito al estar aquí?

—Quiero estar contigo, cariño.

¿Cariño?
¿Pero tan tonto se creía que era yo? ¿Se creía que iba a convencerme de que una persona
real
podría enamorarse de una unidad reaccional...
una sombra simuelectrónica
?

Aparentemente desmoralizada, se llevó los dedos a los labios:

—¡Oh, Doug! ¡No sabes lo salvaje e inhumano que es el operador!

—Sí que lo sé —dije amargamente.

—No me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que me acoplé contigo ayer.

—Entonces vi con claridad cuanto sucedía. Mira, tiene autoridad absoluta sobre su simulador, y por consiguiente sobre este mundo. Me imagino que se cree un dios. Al menos ha empezado a ver las cosas de esa forma.

Hizo una pausa y se quedó mirando al suelo:

—Al principio creí que era sincero, al tratar de programar la destrucción del simulador de Fuller. Tenía que serlo, porque si la máquina de Fuller llegaba a tener éxito, no habría cabida aquí para nuestro sistema de localización de datos y respuestas, a través de los encuestadores. También era sincero, me imagino respecto al hecho de quitar de en medio humanamente a cualquier unidad reaccional que se diera cuenta de su naturaleza simuelectrónica. Cuando tú le saliste al paso, quiso matarte... rápidamente, clínicamente. Pero sucedió algo. Creo que penso en el gran placer que llegaría a sentir poniéndote tras sus pasos. Y entonces, decidió no deshacerse de ti, al menos tan rápidamente.

La interrumpí para decir como si hablara conmigo mismo:

—Collingsworth dijo que comprendía que los simuelectrónicos pudieran llegar a verse a sí mismos como dioses.

Ella me miró fijamente:

—Y recuerda, cuando Collingsworth te habló había sido programado por el operador para decirlo así.

Comí un poco más y quité la bandeja.

—Hasta ayer no me di cuenta —continuó— de que él podía haber resuelto su problema, en lo que a ti se refiere, en el momento en que hubiera querido, con el solo hecho de reorientarte. Pero no. Se recreaba en el hecho perverso de dejarte acercar cada vez más al secreto de Fuller, para después lanzarte hacia algo parecido a lo que hizo con Collingsworth.

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