Simulacron 3 (15 page)

Read Simulacron 3 Online

Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Simulacron 3
9.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Del mismo modo que nosotros tenemos a Hastson haciendo las veces de Unidad de Contacto.

—Exacto. Y te darás cuenta más tarde o más temprano de que la investigación a fondo del mundo de Phil Hastson dará la medida exacta de la validez de tus sospechas.

Inmediatamente me di cuenta de lo que me sugería. La
Suprema Realidad
, tenía que tener una unidad especial ID aquí, para vigilar el desarrollo de los acontecimientos que no podían de otro modo llegar a su atención más que llevando a cabo una verificación periódica. Si podía averiguar quién era la Unidad de Contacto podría llegar a resultados finales sorprendentes.

¿Pero y qué? ¿Tendría que dejarlo seguir operando a su modo? ¿Le tendría que dejar que diera sus informes, y además darle a entender lo que sabia? Comprendí inmediatamente que el engañarle sería muy difícil. Desde el primer momento en que le identificara no me quedaría más remedio que matarle, para poder protegerme a mí mismo.

—Así que —dijo Collingsworth con cierto énfasis— ya puedes ir en busca de tu Unidad de Contacto. Te deseo una buena cacería, hijo.

—Pero tal vez no sea nadie.

—Desde luego. Pero sin embargo, si es que hay, que existe tal persona, será alguien próxima a ti, ¿no es así? ¿Por qué? Porque todas las cosas que dices haber experimentado no han ocurrido a nadie más que a ti.

Podría ser una de entre muchas personas. ¿Siskin? ¿Dorothy Ford? ¡Ella estaba allí mismo cuando Lynch desapareció! Y en todos cuantos momentos las cosas habían alcanzado un cierto nivel crítico, ella había estado rondando cerca de mí! ¿Chuck Whitney? ¿Y por qué no? ¿No había admitido él mismo que no había nadie más que él cerca del modulador cuando la carga estalló? ¿O tal vez Marcus Heath que estaba destinado a suplirme en REIN? ¿O incluso Wayne Hastson? Ambos habían aparecido en el momento oportuno en que la Suprema Realidad cambió forzosamente necesitar a alguien que me vigilara a conciencia.

¿Jinx? Por supuesto que no. Era evidente que a ella la habían sometido a la misma vigilancia que a

.

¿Pero y Avery Collingsworth? Al mirarle de un modo un tanto suspicaz, debió interpretar mis pensamientos.

¿Era sincero? ¿Había previsto mis reacciones paranoides? ¿O trataba solamente de alimentar algún propósito indescifrable? ¿Me estaría él llevando sin yo darme cuenta, poco a poco, hacia el terreno que más le convenía?

—Incluso usted— repetí profundamente.

Dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo ante el marco.

—No hay que decir, que toda la investigación que quieras hacer tendrá que llevarse a cabo dentro de la mayor normalidad y secreto. No puedes ir acusando a la gente de ser una Unidad de Contacto. Porque si lo haces, no tardarás mucho en desaparecer, ¿correcto?

No respondí nada, pero me quedé mirando fijamente mientras cerraba la puerta tras de sí. Por el momento, podía considerarme inmune, al menos hasta que se decidiera realizar una nueva verificación de acoplamiento sobre mi... en el caso de que no atrajera su atención antes.

Fuera, me sorprendió la ligera brisa de la noche, mientras me dirigía por entre los grupos de manifestantes hacia la explanada de aparcamiento.

Mientras me acercaba a una de las filas de coches, iban pensando en los inútiles valores humanos, en sus vicios en sus problemas, en sus ambiciones, en sus esperanzas. En Siskin, adueñándose del mundo, sin saber que era tan tenue, tan vano, como el aire que le rodeaba. En la Asociación de Encuestadores, declarándose en enemigos mortales con el simulador de Siskin, sin darse cuenta de que no disfrutaban de un mayor grado de ser físico, que las unidades reaccionales en la máquina.

Pero pensé sobre todo, en el Maestro Simuelectrónico en aquel Ser Omnipotente.

Todo era fingido. No había esperanzas para nada.

—¡Doug!

Retrocedí un paso cautelosamente, escrutando hacia el coche de donde había salido aquella voz.

—¡Doug! ¡Soy Jinx!

Entonces me acordé de que ella había insistido en venir a mi encuentro. Me acerqué.

Ella tendió la mano hacía la portezuela de enfrente a la suya y abrió. Las luces del interior del coche se encendieron.

—Da la impresión de que hayas estado metido en juerga más horas de las precisas —bromeo.

Lo cual me recordó que hacía dos días que no había dormido.

—Ha sido una tarde muy intensa —dije subiendo a su lado.

La miré a la cara e inmediatamente quedé impresionado por el cambio que descubrí en ella. Durante los últimos días, me había
imaginado
simplemente que era atractiva.

Pero ahora me daba cuenta de que lo era en verdad. Sin duda sus facciones elegantes había evidenciado los efectos de estar enterada de cosas horribles. Ahora estaba claro que había sido revelado de tal misión. Y en lugar de su expresión turbada había alegría y encanto.

—En ese caso —dijo con una sonrisa que me recordó a la Jinx de los quince años— cancelaremos el plan número uno, y tomaremos otra determinación.

El coche se elevó hacia el cielo, con un movimiento de balanceo tan suave que casi me hizo quedar dormido, mientras que el brillo de las luces de la ciudad se abría a nuestro alrededor.

—Había pensado que podríamos volver a aquel pequeño restaurante —explicó—. Pero ahora no. Lo que necesitas ahora es una velada tranquila en casa.

Yo tenía que actuar con toda naturalidad, según me había sugerido Collingsworth. Si por azar, ellos me tenían bajo vigilancia, tenía que convencerles que yo era todavía una parte de ilusión sin sospecha alguna. En aquel mismo momento, el Mundo Real podría estar estudiándome a través de los ojos de Jinx, y escuchándome a través de sus oídos.

—Me gusta oír eso —accedí— quizás con exagerado entusiasmo—. Dentro de la simplicidad doméstica, la velada podía tener un sabor a cosas venideras.

—¡Eh, míster Hall! —dijo ella alegremente—. ¡Eso parece toda una proposición.

Me acerqué más a ella, le cogí la mano y la acaricié. Si me estaban observando en aquel momento, estaba seguro de que la sospecha sobre mis actos sería lo último que se les ocurriría.

Preparó rápidamente una cena ligera —nada de convencional y muy preparado —y cenamos en la cocina para mayor desprecio de los formulismos.

Sólo una vez durante la comida me quedé concentrado en mis pensamientos. Había una cosa que no llegaba a comprender: ¿Por qué no me habían reorientado ellos en el momento en que vieron que podía llegar a averiguar el «descubrimiento básico» de Fuller? Habían reprogramado meticulosamente a Jinx haciéndole olvidar todo los datos que tuvieran algo que ver con el conocimiento prohibido de algunas cosas. Pero no le habían impedido que estuviera en contacto con la unidad ID que podría hacerla partícipe de una información fatal, y esa unidad era yo.

—Doug, ¿debes estar exhausto, verdad?

Perdí el contacto de mis pensamientos para prestarle atención a ella: —Creo que sí.

Me tomó por la mano, y me condujo al estudio, haciéndome sentar sobre el canapé.

Después me tumbé, apoyando la cabeza sobre su pierna, mientras ella me acariciaba suavemente las sienes.

—Podría cantarte algo dulce —me propuso bromeando.

—Ya lo haces —dije en beneficio de quienquiera que pudiera estar observando y oyendo— cuando me hablas.

De pronto me olvidé de todo al mirar fijamente hacia sus ojos, llenos de intensidad y de fulgor. La tomé la cabeza, la incliné sobre mí, y la besé dulce, larga, suavemente, y aquellos momentos fueron una eternidad que me hicieron olvidar las simuelectrónicas, la Suprema Realidad, y un mundo de la nada. Allí tenía entre mis manos algo tangible.

Poco después llegó el sueño. Pero me dormí bajo el temor de que ellos decidieran efectuar nuevas verificaciones sobre mis convicciones, antes de que desenmascarara a su Unidad de Contacto.

CAPÍTULO XI

A la mañana siguiente, cuando estaba a mitad de camino de mi despacho en Reactions, decidí dar media vuelta y conducir mi coche aéreo en otra dirección. El morro del aparato giró totalmente encaminándose hacia la Babel Central.

Me sentía un tanto orgulloso de mí mismo, por no haber atacado a ciegas, como había hecho Cau Non en su mundo contrahecho y falseado. Cuando desperté en el estudio de Jinx, me pregunté si sería capaz de enterrar el descubrimiento de Fuller tan profundamente en mi mente... tanto, que no pudiera ser detectado en ningún acoplamiento.

¿Pero qué otra cosa podía hacer sabiendo lo que sabía? ¿Podía acaso enterrar la cabeza en la arena, y limitarme a aceptar lo que los Altos Poderes hubieran programado en su simulador para mí? Claro que no. Tenía que descubrir a la Unidad de Contacto de este mundo, si es que la había. Y Siskin no era mal punto de partida.

El coche descendió y tuve que esperar para aparcar que otros dos vehículos despegaran de la pista del Babel Central.

Con indiferencia, miré hacia la parte este de la ciudad, y me acordé de la noche en que yendo con Jinx nos vimos sumidos en una horrible e infinita sensación de la nada, siendo a la vez testigos de la creación de medio universo. Me di cuenta entonces de que allí había todavía otra cosa más que no tenía explicación. A menos que...

¡Pues claro! Un mundo simuelectrónico depende del principio Gestalt de su verosimilitud. La presencia de un número suficiente de muestras de una gama sugieren un módulo entero. El todo cognoscitivo es mayor que la suma de sus partes perceptibles.

Aún en el simulador de Fuller existía la posibilidad de una unidad ID pudiera ir a parar a una parte inacabada del «escenario». El averiguar tal cosa, naturalmente, requería una reprogramación de circuitos.

Para suerte mía, la carretera y en los campos de su derredor habían vuelto a su sitio.

¿Pero por qué se habían empeñado en hacerme creer que no ocurría nada, y que todo iba bien desde el primer momento?

El coche aterrizó por fin en un lugar que me debería conducir precisamente hacia el despacho de Siskin. Su recepcionista me miró con ese aire de reverencia que el
establishment
reserva a los desconocidos y me anunció.

Siskin salió en persona a recibirme y tomándome por el brazo me hizo pasar al interior. Tenía un aspecto exuberante, al sentarse sobre la mesa, con las piernas colgando.

—Precisamente le iba a llamar en este momento —me dijo—. No tendrá que disfrazar demasiado la imagen de Siskin cuando la programe en su máquina. ¡He sido aceptado como miembro del partido del Comité Central!

Se sintió un poco desalentado al ver que no me inmutaba lo más mínimo. Pero se recuperó enseguida.

—Y lo que es más, Doug, ¡se especula sobre la posibilidad de que pueda alcanzar de inmediato el puesto de gobernador!

Pensativamente, añadió:

—Pero, naturalmente, no me siento satisfecho con eso. Sesenta y cuatro, ¿sabes? Y no puedo vivir toda la vida. Tengo que moverme más deprisa.

En un momento de decisión precipitada, me acerque para ponerme frente a él.

—De acuerdo, Siskin. Ya se puede quitar la máscara.
¡Lo sé todo!

Sorprendido, se quiso desembarazar de la severidad de mi mirada. Miró de un modo angustiado hacia el intercomunicador, luego hacia el techo, y después a mis ojos de nuevo.

—¿Que lo
sabe
? —su voz expresaba toda la sorpresa y temor que yo había esperado mostrara la Unidad de Contacto cuando llegara el momento como ahora de revelarlo.

—¿Creyó usted que no llegaría a suponerlo?

—¿Y cómo lo descubrió? ¿Se lo dijo Heath? ¿Dorothy?

—¿También lo saben ellos dos?

—En principio creo que deberían estar al corriente.

Mis dedos se contraían y alargaban incesantemente. Tenía que verificar la identificación. Y después tendría que matarle, antes de que pudiera dar cuenta al Simuelectrónico de la Suprema Realidad de que yo había irrumpido en su camino.

—¿Se refiere usted —inquirí— a que hay tres Unidades de Contacto?

Frunció el ceño: —¿De qué demonios está usted hablando?.

Ya no estaba seguro yo tampoco.

—Es mejor que me lo cuente usted.

—Doug, tenía que hacerlo... por mi propia protección. Debes comprenderlo. Cuando Dorothy me dijo que intentabas traicionarnos a mí y al partido, no tuve más remedio que tomar mis medidas de precaución.

Perdí los nervios y no supe seguir el juego. —No estábamos hablando de lo mismo.

—Y entonces traje a Heath —continuó— por si se ponía usted insoportable y hubiera que darle el relevo. No puede reprocharme el defender mis intereses.

—No. —conseguí decir—.

—Yo no mentía cuando le dije que usted me gustaba. Pero es una mala suerte que no vea las cosas del mismo modo que yo. Aunque no es demasiado tarde. Tal como dije, Heath no significa nada dentro de mi organización. No quiero hacer uso de él.

No sintiendo interés alguno por aquello, me dirigí hacia la puerta, convencido de que el localizar a la Unidad de Contacto no sería tan fácil como había imaginado.

—¿Qué es lo que vas a hacer, hijo? —preguntó viniendo tras de mí—. No hagas ninguna tontería. Tengo mucho poder. Hay muchas riendas pendientes de mi mano. Pero no quiero hacer uso de ellas... al menos contra ti.

Me volví para mirarle. Era más que evidente que él no era la Unidad de Contacto. La ambigüedad de nuestra conversación, había rozado derroteros tan delicados que si se hubiera descubierto en el caso de que fuera él. Además, una unidad de Contacto debería rebosar una frustración infinita. Se sentiría infinitamente atraído a creer en la futilidad de las cosas. Se sentiría más bien retirado, y hasta un tanto filosófico.

¿Siskin, eso? Nunca. Estaba demasiado atraído por las cosas materiales, el valor, la ambición, el poderío.

—Yo no le he abandonado, Doug. Puede rehabilitarse usted mismo. Diga una sola palabra y me desharé de Heath. Incluso despediré a Dorothy. Todo cuanto tiene que hacer es demostrarme que ha cambiado de parecer respecto a mí.

—¿Y cómo? —pregunté superficialmente.

—Yendo conmigo ante mi propio notario-psíquico para realizar una prueba de afirmación completa.

Más por salir del paso que por cualquier otra razón, respondí:

—Pensaré en ello.

Cuando volvía hacia REIN, di una pasada de atención a lo que había ocurrido en el despacho de Siskin. Era obvio que lo que trataba de hacer era ganar tiempo. Me había hecho la promesa de olvidarlo todo, como un medio de desalentarme en mi empeño de hacer públicos sus esquemas políticos.

Other books

Turquoise Girl by Thurlo, David
Where Angels Rest by Kate Brady
The Calum by Xio Axelrod
Stone Castles by Trish Morey
You’re Invited Too by Jen Malone and Gail Nall
Two Strikes by Holley Trent
Buffalo Medicine by Don Coldsmith
Sangre guerrera by Christian Cameron
Midnight Blue-Light Special by Seanan McGuire