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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

Simulacron 3 (10 page)

BOOK: Simulacron 3
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Un hombre alto, delgado, salió de la cabina de al lado de donde yo había ido a desembocar.

Se acercó a mí, y observé que estaba temblando:

—¿Míster Hall? —preguntó con incertidumbre.

Asentí mientras paseaba la vista por el salón de recepción del hotel a donde habíamos penetrado.

—¿Ocurre algo?

No —dijo de un modo lastimoso—. No ocurre nada que usted pueda apreciar.

—¿De qué se trata, Ashton? —hice mención de cogerle por el brazo pero él lo retiró rápidamente.

Después dijo con palabras que desbordaban de agobio: Imagine que en su mundo, descendiera ante usted un dios y comenzara a hablarle.

Reconocí la humildad y el recogimiento que había en sus palabras. Sin que lo pudiera evitar en esta ocasión le puse una mano sobre el hombro.

—Olvídelo. En este momento no soy más que como usted, un ente inundado de cargas simuelectrónicas.

Se giró de medio lado:

—Dejemos esto. Ya puede volver —irguió la cabeza para mirar en una dirección indefinida.

—No creí que el contacto directo tuviera tantas dificultades.

—¿Pues qué se creía? —me dijo con cierta destemplanza—. ¿Que esto era una excursión?

—Ashton, quisiera que averiguáramos algo. Tal vez podamos relevarle de su trabajo de Unidad de Contacto.

—Pues sáquenme de una vez. Libérenme de esto. No podría continuar, sabiendo lo que sé.

Viendo que estaba empezando a ganarle la confianza, me lancé de lleno sobre el punto que más me interesaba:

—Me gustaría hablar con usted acerca de Cáu Non.

—Ése tuvo suerte, saliéndose de la programación.

—¿Habló usted con él antes de que tratara de suicidarse? Asintió:

—Le estuve vigilando por algún tiempo. Presentí que iba a desmoronarse de un modo u otro.

Le miré fijamente a la cara:

—Phil, ¿no fueron solamente las tormentas y los meteoros lo que pudo más que él, verdad?

Me observó con agudeza:

—¿Cómo lo supo?

—¿Había pues, algo más?

—Sí —dijo hundiéndose de hombros—. Preferí no decir nada. Yo me sentía vindicativo, despechado. Yo quería que Cau Non hubiera reaccionado de otro modo, echándolo todo a rodar. Entonces ustedes hubieran tenido que deshacerlo todo, y volver a empezar de nuevo.

—¿Y qué fue lo que le hizo tomar tal determinación? Dudó unos instantes y respondió:

—Lo sabia todo. No sé de qué modo descubrió lo que era, y la clase de ciudad imaginaria o falsa, y hasta podrida en que vivía. Sabía que él no era más que una parte de un mundo contrahecho y que su realidad no era más que la reflexión de un proceso electrónico.

—¿Y cómo llegó a saber todo eso?

No lo sé.

—¿Habló de alguna otra cosa?

—No. Sólo estaba obsesionado con la idea de que no era nada.

Miré la esfera de mi reloj. Lamenté no haberme concedido más que diez minutos para aquella entrevista.

—Se me ha acabado el tiempo dije encaminándome hacia la cabina videofónica .

Volveré a venir por aquí y ya nos veremos.

—¡No! —gritó Phil Ashton tras de mí—. ¡Por lo que más quiera no lo haga!

Me metí en la cabina y cerré la puerta.

Como todavía me quedaban cuatro o cinco segundos, pasé la vista rápidamente por la sala de recepción. Apenas pude contener un grito de angustia por lo que vi.

Mientras lamentaba infinitamente que no me quedara más remedio que efectuar la retransmisión y volver a mi estado normal, vi la silueta y la imagen, muy familiares para mí de Morton Lynch o mejor dicho, un análogo de Morton Lynch —que atravesaba el salón de recepción.

CAPITULO VII

Me pasé el resto de la tarde pensando en el simulador. Para mí se había convertido en algo terrible y... en un ogro electrónico y que no pensaba más que en si mismo, y lanzándose en cierto modo contra mi mundo, para matar a Fuller y apoderarse de Lynch.

De pronto se me ocurrió pensar, que el Morton Lynch que había visto en el hotel, quizá no fuera más que una unidad reaccional que se le pareciera. A la mañana siguiente, sin embargo, fue cuando me di cuenta de que no había más que un medio de salir de dudas. Habiéndome fijado tal objetivo, me apresuré por llegar al departamento de índices ID.

En el archivo de «Ocupaciones» busqué en el capítulo de «Seguridad». No estaba dado de entrada. Partiendo de la teoría de que la vocación simuelectrónica de Lynch, podría ser equivalente a la suya en la vida real, busqué en el archivo de «Policía». Sin resultado.

Entonces, reconociendo que tal vez la cosa no fuera tan complicada como yo había creído, decidí buscarlo por un medio más directo, o sea, los archivos nominales.

La última entrada efectuada en la L era: «LYNCH, Morton-IDU-7.693.»

Me temblaba la mano mientras leía las anotaciones hechas sobre la ficha. La unidad IDU-7.683, había sido programada tres meses antes en el simulador por el mismo doctor Fuller.

De pronto pareció que un tupido velo se corriera para dejar paso a mi memoria, y recordé una serie de cosas que anteriormente parecían no tener significado alguno.

Como si se tratara de un juego, Fuller, había modelado una unidad, rasgo a rasgo, idéntica al auténtico Lynch. Después había tratado aquella semblanza en el simulador.

Me había quedado boquiabierto. Había demostrado, por fin, que en una ocasión había habido un tal Morton Lynch.

¿O tal vez no?

Desesperado, me sumergí por enésima vez en un cúmulo de dudas: ¿No podría ser que la existencia anterior de Lynch no había sido más que un reflejo subconsciente programado para mí en la máquina? ¿No sería que el tal Lynch no había tenido vida real más que para mí?

Terriblemente nervioso, salí del edificio. Atravesé por medio de los grupos de encuestadores, con ánimo de buscar un lugar o una situación que diera solidez a mi personalidad. Mi único deseo era salir de la ciudad y perderme en el silencio de los desolados campos.

Al doblar una esquina, un encuestador me detuvo:

—Estoy haciendo una encuesta acerca de las modas en las ropas y modas masculinas— me anuncio.

Me limité a mirarle de soslayo.

—¿Está usted de acuerdo con la solapa ancha? —empezó.

Pero en cuanto desvió de mí la mirada para ponerla en el papel y el lápiz, empecé a correr por la calle.

—¡Eh, vuelva! —Gritó. ¡Le pondré una multa!

Atravesé la calle, y en una de las esquinas había un vendedor de periódicos automático que voceaba:

—¡Grave conflicto para los Encuestadores! ¡La legislación decidida a prohibir la encuesta pública!

Aun eso —aun el hecho de ver que Siskin había comenzado ya a atar los cabos en contra de la Asociación de Encuestadores— no causó efecto alguno sobre mi.

Al verme parado otro encuestador se acercó a mi. Muy despacio, casi como en un susurro me dijo:

—¡Por lo que más quiera, por su propio bien, Hall, olvide este maldito asunto!

Sorprendido por la advertencia, traté de asirle por un brazo, pero no conseguí más que quedarme con el brazalete de encuestador que ostentaba en el antebrazo, mientras que él desaparecía entre la muchedumbre.

No había
sucedido
tal cosa, me dije a mí mismo a punto de volverme loco. La presencia de aquel encuestador no había sido más que una imaginación mía. Pero mi falta de convicción era incomprensible puesto que yo llevaba el brazalete en el bolsillo.

Un coche aéreo se separó lentamente de entre el tráfago de coches y se acercó al lugar donde me hallaba.

—¡Doug! —me llamó Jinx alegremente—. Precisamente iba a buscarte para ver si querías venir a desayunar conmigo.

Pero cuando se dio cuenta de la palidez de mi rostro añadió:

—¡Pasa Doug! ¡Entra!

Sumiso, entré en el coche, mientras ella maniobraba para meterse en la zona de despegues. Al cabo de unos instantes habíamos dejado tierra.

Ascendimos hasta la altura máxima regulable y Jinx puso en marcha el autosistema de regulación de velocidades y alturas. Nos hallábamos muy alto, por encima de la ciudad.

—¿Y ahora —dijo con resolución —, qué es lo que ocurre? ¿Acaso has tenido una discusión con Siskin?

Abrió el sistema de ventilación y el aire fresco pareció despejar mis pensamientos.

Pero había algunas cosas, algunos pensamientos que rondaban por mi cabeza que me parecían imponderables.

—¿Doug? —ella interrogó mi silencio, mientras que una bocanada de aire azotaba su cabello.

Si de algo estaba seguro, era de que ya no había tiempo ni lugar para intrigas. Lo único que quería saber era si ella había estado fingiendo ante mí, o si no habían sido más que imaginaciones mías.

—Jinx —le dije sin ambages —, ¿qué es lo que me ocultas?

Ella apartó de mí la mirada. Y mis sospechas se reafirmaron.

—Tengo que saberlo —exclamé—. A mí me está ocurriendo algo extraño. Y por nada del mundo querría que tú te vieras envuelta en ello. Se humedecieron sus ojos, y sus labios temblaron casi imperceptiblemente.

—De acuerdo —continué con testarudez—. Te diré varias cosas. Tu padre fue asesinado a consecuencia de una información secreta que poseía. El único hombre que sabía algo de todo ello, desapareció. Se ha atentado dos veces contra mi vida. Vi cómo una carretera desaparecía. Un encuestador, al que nunca en mi vida había visto, se acercó a mi y me dijo que abandonara todo este asunto y que me olvidara de ello.

Se puso a llorar con desconsuelo. Pero yo no me ablandé. Todo cuanto había dicho había producido un efecto en ella. No me cabía la menor duda. Ahora no le quedaba más que admitir, de un modo u otro, que ella formaba parte también de aquella situación.

—¡Oh, Doug! —suplicó—. ¿No puedes olvidarte de todo esto?

¿No era acaso lo mismo que me había propuesto el encuestador?

—¿No comprendes que no puedes continuar así? —me suplicó—. ¿No te das cuenta de lo que te estás haciendo a ti mismo?

¿Qué me estaba haciendo a mí mismo?

Entonces lo comprendí todo. ¡Ella no me había estado ocultando
nada
! En todos aquellos días, lo que yo había estado interpretando como una duplicidad de su personalidad y sus sentimientos, no había sido más que compasión. Jinx, no había hecho más que tratar de mantenerme alejado de mis infundadas sospechas y obsesiones!

Se había dado cuenta de mi comportamiento irracional. Tal vez Collingsworth le había hablado del incidente en el Limpy's. Y sus atenciones y muestras de afecto, no tenían más explicación que, movida por lo que en su juventud había admirado en mí, hoy, ya mujer, quería protegerme de lo que ella consideraba en mí como inestabilidad mental.

—Lo siento, Doug —susurró confundida—. Te bajaré otra vez.

No supe qué decir.

Me pasé la tarde en el Limpy's, fumando un cigarrillo tras otro, hasta que en la boca no tuve otro sabor que el de un trapo quemado, tratando de aliviar tal sabor con un Scotch-asteroíde tras otro.

Cuando empezó a caer la tarde me puse a pasear sin dirección definida, por el corazón casi desierto de la ciudad. De vez en cuando me metía en uno de los transportadores automáticos, sin fijarme siquiera en la dirección que llevaba.

Tal vez fue el fresco de la noche el que me reanimó, haciéndome ver el lugar a donde me había llevado mi vagabundeo indefinido. Cuando llegué a la estación terminal de la plataforma, alcé la vista y me di cuenta de que me hallaba en la zona residencial no lejos de la casa de Avery Collingsworth. ¿Qué mejor destino ante tales circunstancias que la casa de un técnico en psicología?

Como es natural, Avery se sorprendió por la visita.

—Dime, ¿dónde has estado? —fue lo primero que me preguntó—. Estuve buscándote toda la tarde para que me dieras el visto bueno en una nueva composición de unidades reaccionales.

—Tuve que hacer algunas gestiones fuera de la oficina.

Naturalmente, se había dado cuenta de luí aspecto macilento. Pero, con mucha discreción y tacto no dijo nada.

La casa de Collingworth evidencia su estado de solterón. Daba la impresión de que su estudio no hubiera sido puesto en orden en un montón de semanas.

—¿Quieres tomar un trago? —me invitó, tras haberme sentado en un sillón.

—Scotch. Medio.

Me lo sirvió inmediatamente. Sonriendo se pasó la mano por sus cabellos sedosos y blancos:

—Junto con el Scotch te hago la oferta de que te laves si quieres para refrescarte, y una camisa limpia.

Hice una mueca de indiferencia y tomé de un trago el contenido del vaso.

Se sentó junto a mí y me dijo de buenas a primeras: —Ahora me lo puedes contar si quieres.

No sería fácil.

—¿Zenón? ¿Alguien llamado Morton Lynch? ¿Se trata de eso?

Asentí.

—Me alegro de que hayas venido, Doug. Me alegro mucho. Hay algo más que el dibujo aquel y Lynch, ¿verdad?

—Mucho más. Pero no sabría ni cómo explicarlo.

Se recostó en su asiento:

—Me acuerdo de que hace aproximadamente una semana, cuando estábamos en el Limpy's, dije algo acerca de entremezclar la psicología con las simuelectrónicas, y obtener una serie de resultados. Deja que me explique: No se puede meter a la gente en una máquina sin conocer antes la naturaleza básica de ambos. Supón que partimos de este punto.

Así lo hice. Se lo conté todo. Y a través de toda la explicación su expresión no cambió ni un ápice. Cuando terminé se levantó y se puso a pasear.

—Primero —dijo por fin— no tienes porqué autodespreciarte. Debes mirar este asunto desde un punto de vista objetivo. Fuller también tuvo sus problemas. Sí, es cierto, no tan acuciantes como los tuyos en este momento. Pero también es verdad, que en aquellos momentos, él no había llevado el asunto del simulador, a un punto tan avanzado como lo has hecho tú.

—¿A dónde quiere ir a parar con todo esto?

—A que el tipo de trabajo que estás haciendo no puede llegar a culminarse sin que haya consecuencias psicológicas inevitables.

—No lo comprendo.

—Doug, tú eres un dios. Tú posees el control omnipotente sobre toda una ciudad de pseudo-gente... sobre un mundo análogo. En algunas ocasiones tienes que tomar determinaciones que son totalmente contradictorias con tus convicciones morales... como por ejemplo, anular y eliminar una unidad ID. ¿Resultado? Remordimientos de conciencia. De modo, que en esencia, ¿qué es lo que tenemos? Altibajos. Fases de una gran alegría y regocijo, seguidas de descensos a las profundidades del autoreproche.

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