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Authors: Frank Thompson

Símbolos de vida (14 page)

BOOK: Símbolos de vida
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"Puede que termine matándome",
pensó Jeff,
"pero al menos moriré por algo que puedo comprender".

"Jeff..."

Ahí estaba otra vez. Más cercano. Tanto, que se tensó, esperando que alguna criatura gótica surgiera de entre las sombras y le sorbiera la sangre.

No, eso tampoco tenía sentido. ¿Por qué iba a elaborar toda esa serie de pistas? ¿Sólo para atraer a Jeff Hadley hasta un lugar remoto y matarlo? No. Fuera lo que fuese, se trataba de algo personal.

Casi sin voluntad propia, Jeff siguió las voces y se adentró en la oscuridad.

"Dios mío, ¿ cómo puede ser tan profunda ",
pensó,
"Cuando entré aquí, la cueva sólo parecía tener tres metros de anchura, pero llevo caminando diez minutos y todavía sigo lejos del final".

Echó un vistazo a la pared. El fantasmal mural seguía enfocado, pero todo lo que le rodeaba parecía sumergido en un torbellino, como el aceite en aquellas lámparas de lava de los años 70. Gradualmente, con el horror aumentando más deprisa a cada segundo, vio que los remolinos estaban vivos, que cada vez se parecían más a las siniestras criaturas sombrías que aparecían en sus pesadillas. Sus susurros y gruñidos eran los únicos sonidos que reverberaban en la gruta, y podía oírlos mucho mejor de lo que veía a las criaturas. Más que verlas, sentía sus movimientos. Pero se estaban acercando a él. Y, entonces, volvió a escuchar la voz...

"Jeff...".

...Y supo, contra toda lógica, que Savanah era una de las sombras.

Miró a su alrededor frenéticamente, intentando pensar en alguna forma de protegerse, de defenderse. Estaban por todas partes, nunca vistas, pero moviéndose y acercándose constantemente. Ni siquiera entonces pudo distinguir si eran humanas. Jeff supuso, dado que eran los últimos momentos de su vida, que nunca llegaría a estar seguro.

De repente, se encontró repentinamente sujeto por detrás y gritó. Fue un grito primitivo de puro terror animal, e intentó desesperadamente desprenderse del potente abrazo que lo aprisionaba.

—¡Soy yo! ¡Soy yo! —dijo una voz familiar.

El corazón de Jeff seguía latiendo enloquecidamente, pero miró hacia atrás y vio que era Michael. Le había pasado los brazos alrededor del pecho y tiraba de él, intentando que retrocediera hacia la salida.

Jeff no podía ni hablar. Michael lo contemplaba con una mezcla de preocupación y temor. Quedaba claro que pensaba que se había vuelto loco.

—Tenemos que largarnos de aquí, tío —le urgió Michael—. ¡Vamos, muévete!

—Necesito descubrir... —insistió tozudamente Jeff, agitando la cabeza.

—¡Lo que necesitas es salir de este lugar! —cortó el otro, volviendo a tirar de él.

Jeff se dio cuenta de que las criaturas ya los rodeaban a los dos. De nuevo intentó soltarse desesperadamente; quizás entre los dos pudieran pelear y escapar con vida, pero Michael lo tenía bien sujeto, urgiéndole, rogándole que saliera al exterior con él.

De repente, lanzando un gruñido gutural, una de las cosas saltó hacia delante y agarró a Michael. Después, otra hizo lo mismo. Y otra. Y otra más. Jeff fue bruscamente lanzado al suelo y Michael arrastrado sobre él, con los tacones de sus zapatos pateando la nariz y la boca del pintor.

Dentro del difuso remolino de demonios, Michael gritaba de terror. Más allá de ellos, Jeff pudo ver que el suelo estaba teñido de manchas de sangre y que esperaban siete largos y afilados cuchillos. Se abalanzó hacia delante, pero no pudo atravesar la multitud de sombras. Era como nadar a través de un líquido espeso, lleno de corrientes y contracorrientes.

Las cosas tendieron a Michael sobre las manchas de sangre y lo rodearon, recogiendo los cuchillos y enarbolándolos sobre sus cabezas. Los murmullos y los gruñidos aumentaron de volumen. Jeff creyó que sugerían una obscena plegaria a algún dios perverso. Mientras cantaban, la sala empezó a temblar y a cambiar. Parecía un terremoto, pero él supo que sólo era la consecuencia de un ritual innombrable.

Michael luchaba ferozmente contra las criaturas, pero no servía de nada. Miró a su compañero con ojos enloquecidos. Intentaba gritar, pero sólo lograba emitir un sordo gemido. En ese momento, Jeff recordó el sueño en el que las criaturas sacrificaban a la mujer y supo que Michael iba a ser sacrificado, y que él no podría impedirlo.

Fue entonces cuando recordó el talismán. "
¡Por supuesto! ¡Eso también formaba parte del sueño! Debe significar algo".

Sacó el objeto del bolsillo y, sosteniéndolo en la mano, alargó el brazo hacia las sombras, deseando desesperadamente que del talismán fluyera alguna especie de poder mágico. Por un instante se sintió ridículo, como el personaje de una película de Drácula intentando hacer retroceder a la criatura.

Había creído que las criaturas se alejarían del talismán siseando de temor, pero descubrió consternado que no le prestaban la más mínima atención. El talismán no significaba nada.

Tiró el inútil disco de madera al suelo y se aferró al brazo de Michael. Mientras tiraba desesperado para liberarlo, Jeff fue repentinamente consciente de una nueva presencia.

Savanah se encontraba ante él, sosteniendo a un bebé en los brazos.

—¡Savanah! ¡Oh, Dios!

Sus ojos eran tristes. Las veces que Jeff se había imaginado un encuentro semejante. Daba por supuesto que estaría furiosa con él, pero ahora sólo transmitía la impresión de tener el corazón roto.

—Pudimos haberlo sido todo para ti —dijo ella en un idioma que Jeff no había oído jamás y que supo, instintivamente, que no se hablaba en ningún punto del planeta a pesar de que lo comprendía—. Pudimos haberte salvado la vida.

El tumulto que lo rodeaba disminuyó de intensidad. El pintor tuvo la inexplicable sensación de que las criaturas sentían curiosidad por ese momento emocional y que observaban atentamente su desarrollo. De algún modo, con su mente llena de ideas desconcertantes fue consciente de que el extraño temblor de tierra había cesado.

Entonces, centró su atención en Savanah.

—Lo siento, lo siento tanto... —susurró.

—Protege a tu amigo. Llévatelo —susurró ella, señalando la entrada de la cueva.

Las cosas se apartaron de Michael, ahora inconsciente. Jeff avanzó hacia él y las sombras se apartaron, permitiéndole moverse entre ellas. Sabía que tenía que ayudar a Michael, pero su mirada fue nuevamente atraída por Savanah.

—Te quiero —le dijo a la aparición—. Y siempre te querré.

—No te queda tiempo —insistió la chica en su extraño idioma.

Mientras Savanah retrocedía, Jeff empezó a tirar de Michael hacia la entrada. Las demás sombras lo contemplaron con malevolencia, los ojos ardiendo de rabia. Supuso que la chica poseía algún tipo de magia demasiado poderosa para ellos.

Pero se dio cuenta al instante de que se equivocaba.

Jeff había arrastrado a Michael hasta el límite del círculo letal cuando el murmullo alcanzó un volumen enfebrecido y las sombras se abalanzaron sobre ellos al unísono, con las paredes de la cueva temblando nuevamente con violencia. Podía ver a Savanah más allá, con su mirada de profunda tristeza y supo que había empleado todo su poder pero que no había bastado.

La chica recogió el talismán del suelo y lo dejó en manos del bebé. El niño pareció transfigurado con él.

Jeff pasó ambos brazos por debajo de las axilas de Michael y lo arrastró con todas sus fuerzas. La entrada de la gruta parecía a un universo de distancia, pero en pocos segundos llegaron hasta ella y se dejaron caer al exterior, mientras unas garras, o zarpas, o espolones, o lo que fuera, les desgarraban las espaldas.

Al caer frente a la cueva, allí donde había comenzado su aventura, Jeff giró la cabeza para encontrarse con unos ojos brillantes, penetrantes, contemplándolo desde la oscuridad. Aquellas cosas parecían incapaces de cruzar el umbral de la cueva. Más allá de ellas podía ver cómo las paredes seguían temblando violentamente, y escuchó un largo, poderoso y atronador crujido. Entre el rugido del desastre, escuchó sonidos inhumanos: siseos, aullidos apenas susurrados, a la vez casi inaudibles y capaces de destrozar los tímpanos. La cámara se derrumbó sobre sí misma, enterrando el mal que allí habitaba.

Y
a Savanah.

Un torrente de ideas surcó la mente de Jeff en los segundos siguientes, ideas que una hora antes hubiera considerado psicóticas. Con alguna parte de su cerebro que seguía siendo racional y en cierta forma objetiva registró el hecho de que el terrible terremoto sólo había destruido la cámara interior, sin producir una sola sacudida en el terreno en el que ahora se sentaba. El rumor fue apagándose lentamente hasta desaparecer.

Jeff se hubiera sentido desconcertado por un fenómeno tan extraño, pero no tuvo tiempo, la inconsciencia cayó sobre él y se desplomó junto al cuerpo inmóvil de Michael.

—20—

No supo cuánto tiempo permanecieron en el exterior de la cueva, pero Jeff fue el primero en despertar e intentó sentarse. La espalda le ardía de dolor. Intentó tocar la parte trasera de su camiseta y descubrió que estaba hecha jirones. Al mirarse la mano, la vio impregnada de sangre seca. Los brazos de Michael tenían varios cortes superficiales, como causados por unas uñas largas y finas; no obstante, el pecho subía y bajaba con regularidad, y Jeff comprendió con inmenso alivio que estaba vivo.

"No ha sido un sueño",
se dijo a sí mismo.
"No ha sido un sueño".

Y ese pensamiento lo condujo a otro, ambos perturbadores y maravillosos a la vez.

"¡Savanah ha estado realmente ahí! ¡Y me ha hablado!".

Se levantó con esfuerzo y se acercó a la entrada de la cueva. Ya no existía. Revisó los alrededores metódica y dolorosamente. Estuviera donde estuviese, comprendió, ya no existía en el mundo material.

"Claro que no",
pensó Jeff.
"¿Cómo es posible? Savanah estuvo aquí. Me habló".

Oyó un gruñido tras él.
"¡Dios, han vuelto!".
Se dió la vuelta presa del pánico y se dio cuenta de que el causante del ruido había sido Michael.

—¡Eh, ¿estás ahí?! —preguntó, apoyado en el suelo sobre un codo.

—Sí, estoy aquí —respondió Jeff inmediatamente relajado. Se acercó a su compañero y se arrodilló a su lado—. ¿Cómo te sientes?

Michael se frotó la nuca y entonces descubrió con sorpresa los cortes de su brazo:

—Depende. ¿Qué diablos ha pasado?

—¿No recuerdas nada?

—Recuerdo que vine para llevarte de vuelta al campamento —respondió Michael con una mueca de dolor, luchando por sentarse.

—¿Nada más? —insistió él.

—No, nada. ¿Qué ha pasado?

—Todavía estoy intentando averiguarlo —se sinceró, pasándole un brazo por la cintura—. ¿Puedes levantarte?

—Creo que sí. Estoy deseando largarme de aquí.

—Ya somos dos.

Apoyándose el uno en el otro, Jeff condujo a Michael hasta un espeso campo de hierba donde lo depositó con suavidad.

—Por aquí hay un manantial, iré a buscar un poco de agua —anunció Jeff.

—Ojalá pudieras traer algo más fuerte que el agua —suspiró Michael. Tenía la impresión de que le dolían todas y cada una de las partes de su cuerpo.

—¡Te dije que no te acercarás a las cuevas!

Sorprendidos, Jeff y Michael buscaron inmediatamente la fuente de la voz. Era Locke, que se acercaba a ellos furioso.

—¿En qué diablos estabas pensando? —preguntó éste.

Jeff se enfrentó a él sin retroceder. Después de todo por lo que había pasado, Locke ya no le parecía nada intimidatorio.

—Tenía que venir —explicó—. Tenía que descubrirlo.

—¿Qué ha ocurrido? —escupió Locke, echando una mirada de reojo a Michael.

—Le preguntas al tipo equivocado —respondió, señalando con la cabeza a su compañero—. Él puede explicártelo mejor que yo.

—Ojalá fuera verdad —suspiró Jeff—. No puedo contarte mucho. Al menos, no puedo contarte mucho que tenga sentido para ti.

Locke siguió mirándolo fijamente un par de segundos. Después, su expresión se suavizó:

—Tenemos que volver al campamento —y, dirigiéndose a Michael—: ¿Puedes caminar?

Éste asintió con la cabeza, pero parecía no estar muy seguro. Locke y Jeff sujetaron un brazo de Michael cada uno y lo ayudaron a ponerse en pie.

—No estamos lejos, podremos llegar —informó Locke. Y mirando fijamente a Jeff, añadió—: Siempre y cuando no demos un rodeo innecesario.

Los dos expedicionarios no estaban malheridos, pero se sentían exhaustos. Caminaron lenta, tortuosamente, de regerso a la playa. Ninguno dijo una sola palabra durante el viaje de vuelta. Locke tampoco.

Las noticias habían corrido entre los demás náufragos —gracias a Hurley, sin duda— y Jack los esperaba con expresión preocupada, dispuesto a examinar sus heridas. Y aunque todos preguntaron por lo ocurrido, Locke y Michael no pudieron darles detalles, y Jeff no quiso hacerlo.

" ¿Qué podría contarles?",
pensó.
" ¿Qué he visto el fantasma del amor de mi vida? Si ni siquiera yo estoy seguro, ¿qué puedo esperar de ellos?".

Jack le limpió las heridas y Kate trajo algunos jirones de ropa con los que vendar los cortes más profundos. Para Jeff, la presencia de la chica resultó más beneficiosa que las propias vendas: tenía el toque de un ángel de la guarda.

—Gracias —dijo sinceramente cuando ella terminó su trabajo.

—Me lo debes —respondió ella sonriendo.

—¿Qué te debo?

—Me debes la historia de lo que os ha pasado.

Jeff se encogió de hombros:

—Cuando lo haya digerido, serás la primera en saberlo —aceptó.

—Trato hecho —y se alejó para ayudar a Michael.

Después, Michael se sentó junto a él, sorbiendo un poco de caldo que Sun había preparado con pescado y cebolletas silvestres.

—Gracias por todo, tío —le dijo a Jeff.

—No tienes por qué darme las gracias.

—Me salvaste la vida —insistió Michael.

"Yo, no",
pensó, pero no dijo nada. Simplemente le dio una palmadita en la espalda, teniendo cuidado de no golpear ninguno de los misteriosos cortes.

 

A la mañana siguiente, Jeff despertó para descubrir que los rayos del sol se filtraban por la entrada de su estudio. Se estiró perezosamente, intentando recordar cuándo había sido la última vez que disfrutó de un sueño tan largo y reparador.

Salió al exterior y vio que Walt estaba sentado cerca de la entrada con las piernas cruzadas, dibujando algo en un trozo de papel con mucha concentración.

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