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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (3 page)

BOOK: Romance Extremo
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¿Será un chico problemático o una víctima que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado?

Pongo el marca-páginas en el libro y lo cierro. Me quito la goma del pelo y libero mi melena. Después me zafo de las botas de montar y por último me suelto los dos primeros botones de la camisa y me remango los brazos.

¡Uff, qué calor!

Me levanto del sillón y tras echar un ojo de cerca a Tomás, camino hasta la ventana para asomarme en ella.

Esta habitación da a un lateral de la Villa y desde la ventana del tercer piso puedo ver los verdes campos por los que he montado con Júpiter. También casi llego a ver el lugar donde han tirado a Tomás del todoterreno. Solo recordarlo me dan escalofríos.

Mi padre es un traficante temido y ha sido vigilado por la policía durante bastantes años, incluso a día de hoy hay coches parados en los alrededores del concesionario, que es la tapadera de papá, esperando encontrar alguna prueba con la que meterlo preso. Pero siempre ha procurado mantenerme al margen de este mundo y que llevara una vida normal, o lo más normal posible.

-Victoria.

Me giro sorprendida hacia papá porque no le había escuchado entrar.

-Vamos a comer.- me dice.- Héctor se quedará con el chico.

El tal Héctor entra en la habitación y se queda de pie a un lado.

-Si se despierta, me avisas.- le digo mientras recojo mis cosas.

-Así lo haré, señorita.

Antes de salir de la habitación, miro una vez más a Tomás.

Adela nos levanta los segundos platos de la mesa y regresa a la cocina. Cojo la copa y bebo agua mientras observo el exterior a través de las ventanas del comedor.

-Estás muy callada, princesa. ¿Todo bien? Sonrío a papá, que me observa intrigado desde la presidencia de la mesa de cristal, y estiro la mano para agarrar la suya.

-Sí, solo algo pensativa.

-¿En qué piensas? ¿En el chico?

Jugueteo con sus dedos y asiento.

-Me asusta pensar que hay gente en el mundo a la que no le importa tirar a personas moribundas desde un coche en marcha. De no haberlo visto yo... Papá sujeta mi mano entre las suyas y me aprieta cálidamente.

-Jamás permitiré que te pase nada malo. Antes tienen que matarme.

Adela nos sirve el café y corta el momento profundo que teníamos.

-Papá, ¿no te parece un poco raro que a Tomás le quitaran la documentación, pero no el móvil?

-A lo mejor se le cayó del pantalón cuando le tiraron del coche. ¿No miraste a su alrededor?

Me yergo al escucharle y tras beber el café del tirón, me levanto de la mesa, doy un beso a papá en la mejilla y corro a mi habitación. Allí me cambio la ropa de montar por unos vaqueros, camiseta de tirantes blanca y zapatillas, y marcho veloz hacia el lugar donde arrojaron a Tomás.

Doy patadas a los yerbajos y miro por todos lados. No sé si fue aquí donde lo encontré, o más atrás, o más adelante.

En esta carretera apenas hay tráfico, pero un Fiat 147 blanco oxidado, casi más viejo que el descubrimiento de la rueda, se detiene a mi lado. Dos jóvenes que no llegan a los veinte años, viajan en él.

-Hola guapa, ¿se te ha perdido algo?- comenta el que va de copiloto.

-No, ¿y a ti?- espeto borde.- ¡Pues sigue tu camino!

Continúo a lo mío, buscando entre las hierbas de la cuneta y casi salto de alegría cuando encuentro una zapatilla azul marina que supongo es de Tomás. Las puertas del Fiat se cierran en el momento que me agacho a recogerla.

Me incorporo y veo como los chicos se dicen algo y vienen sonrientes hacia mí.

-Os aconsejo que subáis de nuevo al coche y os piréis. Ellos se ríen y solo por las pintas que llevan, pantalones anchos y amplias camisetas de tirantes, se nota que nada bueno pasa por sus cabezas.

-¿Quieres pasar un buen rato, preciosa?- ofrece el conductor.

-¿Queréis pasar un mal rato, idiotas?- ataco.

Ellos se carcajean y me miran lascivos de arriba abajo mientras se frotan las manos, como si estuvieran a punto de disfrutar de un botín o un delicioso postre.

-Menuda gatita.- le dice uno al otro.

Dejo caer la zapatilla de Tomás al suelo y doy una patada en el pecho al rubio, tirándolo de espaldas.

El moreno de pelo en punta intenta atraparme pero le hago una llave y en segundos se haya tirado en el suelo, con mi pie estrangulando su cuello y el brazo retorcido.

-¡¿Quieres que le rompa el cuello a tu amigo?!- grito mientras le piso más fuerte y le retuerzo un poco más el brazo.

El moreno grita dolorido y el rubio niega con la cabeza, asustado, mientras se levanta del suelo.

-¡Sube al coche!

El chico hace lo que le pido y cuando cierra la puerta, suelto al otro, que se levanta corriendo y marcha hacia el vehículo conforme se frota el cuello y el brazo.

Ninguno me mira de nuevo y el Fiat 147 sale a toda pastilla, quemando rueda.

Suelto una risotada y cuando veo que se han alejado lo suficiente vuelvo a mi tarea. Recojo la primera zapatilla y cruzo los dedos esperando encontrar la segunda y su cartera.

Cuarenta minutos después, regreso corriendo a casa con las dos zapatillas y su cartera de cuero negra. Estoy emocionada y no dejo de mirar su DNI.

¡Es guapísimo!

Su nombre es Tomás Valerón Rodríguez, tiene veinticinco años y nació el cinco de septiembre en Salamanca.

También posee carnet de conducir y prefiero no fisgar más.

Al llegar a casa entrego las zapatillas para que las limpien y subo directamente a la tercera planta. Tengo ganas de ver a Tomás.

Cruzo la puerta y Héctor se levanta como un resorte del sofá. Observo que el joven sigue dormido.

-Puedes irte.

El empleado de mi padre asiente y sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Me acerco a la mesilla y dejo la cartera.

-Ya estás aquí.

Me asusto porque pensaba que dormía.

-Sí. He encontrado tu cartera, te la dejo aquí en la mesilla junto al móvil.

Tomás gira la cara hacia mí y yo me siento a su lado.

-¿Cómo estás? Pensaba que dormías.

-Me he despertado hace un rato, pero he seguido fingiendo al ver a ese tío gigante con cara de mala hostia.contesta.- Me alegro que se haya ido.

Sonrío y me recojo el pelo detrás de la oreja.

-Trabaja para mi padre, tranquilo. ¿Cómo te encuentras?

-¡Buff!- resopla.- Como si mi cuerpo no fuera mío.

-Ha dicho el médico que no tienes nada roto, solo contusiones y alguna herida.

-¿Dónde estoy?

-En mi casa, a las afueras de Benifaió. ¿Tú dónde vives? Intenté llamar a tu madre, pero se cortó la llamada.

-Soy de Salamanca, pero trabajo en Benidorm.

-¿Sabes lo que te ha pasado?- curioseo.

Tomás sube una mano a su cara y se toca el ojo hinchado.

-¿Te duele?- pregunto mientras cojo de la mesilla la crema para hematomas.

-Solo al tocar.

-Déjame.

Aparto su mano y esparzo delicadamente la pomada sobre el ojo. Se queja un poco, pero se deja.

-Necesito saber si recuerdas lo que te ha pasado o si debo preocuparme por tu cabeza.

-Te estás portando tan bien conmigo que no sé si contártelo. Seguro que llamas a la policía.

Mi corazón frena en seco y bajo la vista al tubo de pomada. ¡Joder! Mi intuición me susurraba que era un chico problemático, peligroso, pero no quería hacer caso.

Debe ser mi sino, que por tener un padre traficante solo se me debe acercar lo malo, lo dañino. En la facultad fue así, cuando no me liaba con un camello de pocamonta, me enrollaba con un kinki callejero o un ratero mentiroso y estafador. ¡Chica, tengo un imán!

Dejo la pomada en la mesilla y me levanto de la cama. Paseo por la habitación sin poder mirarlo.

-Era camarero en un hotel de Benidorm.- cuenta.- Y como ganaba una mierda, lo dejé y empecé a hacer trabajos ajenos a la hostelería.

-Y a la legalidad.- añado sin poder contener mi lengua.

-Sí.- admite.- Topé con unos tíos que me pagaban muy bien, hasta que no pude hacer el último encargo porque perdí la mercancía.

Resoplo y me paso las manos por el pelo.

-Y pensaron que te la habías quedado tú.

-Sí.

-¿Consumes?- pregunto girándome hacia él.

-No, no me meto ninguna mierda.

-¿Y ahora qué? ¿Volverán a por ti?

¡Joder! Como meta en un lío a mi padre con unos cutre pandilleros de playa, me mata.

-Lo dudo. Me tiraron del coche, me darán por muerto.

-¡Joder!- gruño.

Camino de un lado a otro de la habitación, nerviosa, con el corazón bombeando a más no poder.

-No quiero meterte en problemas. Si me traes la ropa me iré ahora mismo.

-¡¿Pero, qué dices?!- exclamo.- Si apenas puedes moverte.

Voy a la mesilla y de su cartera cojo el DNI.

-No te muevas.- le digo y salgo del cuarto.

Bajo trotando las escaleras hasta la planta baja y pregunto a los chicos de seguridad por su jefe. Como bien me han dicho, encuentro a Mylo en su despacho frente al ordenador. Desde aquí controla las cámaras de seguridad, el concesionario y el resto de negocios no tan legales. La estancia es oscura, seria y sin grandes lujos.

-¿Estás ocupado?- pregunto asomándome en la puerta.

-Para ti nunca, pasa.

Entro y cierro la puerta, gesto que llama la atención en Mylo. Me acerco y le tiendo el DNI.

-Se mezcló con gente chunga. ¿Puedes comprobar si está fichado o si tiene antecedentes?

-¿No te ha dado los nombres de esa gente?

Niego con la cabeza y me siento en el borde del escritorio de acero y madera.

-Solo me ha dicho que fue en Benidorm. ¿Tienes contactos allí?

-Ya sabes que yo los tengo hasta en el infierno, preciosa.- dice sonriente.

-Sé que lo que te voy a pedir es una putada, pero me gustaría que no dijeras nada a mi padre hasta que descubramos si es arriesgado o no que lo tengamos aquí.

-Me pides mucho, Vic.- murmura.

-Lo sé, pero no quiero preocupar a papá por unos simples trapicheros de calle.

-Vale, de momento no le digo nada porque no hay nada que decir, pero vuelve en un par de horas, si tardas más le contaré lo que haya averiguado.

-Dos horas. Ok, aquí estaré.

Le lanzo un beso y salgo de su despacho.

CAPÍTULO 3

 

 

Cuando regreso a la habitación de Tomás, veo que está sentado en el lateral de la cama y que quiere levantarse.

-¡¿Pero, qué haces?!- exclamo y voy hacia él.

Dolorido se pone de pie y yo le agarro para que no se caiga.

-Vuelve a la cama, por favor, aquí estás a salvo y no te va a pasar nada.

-Victoria.- susurra y apoya las manos sobre mis hombros desnudos.- Necesito ir al baño, urgentemente.

-¡Oh!- me ruborizo.- Vale, te ayudo a llegar.

Por suerte la habitación dispone de aseo privado.

Rodeo su cintura con el brazo y Tomás pasa el suyo por mis hombros. Poco a poco rodeamos la gran cama en dirección al baño.

-¿Qué has hecho con mi DNI?- pregunta.

Levanto la cara hacia él y mi mente se queda momentáneamente en blanco al tenerlo tan cerca.

-He hablado con el empleado de confianza de mi padre para que se entere si alguien te está buscando.- explico a medias.

-No sé porqué te molestas tanto por mí.

-Si fuera yo la que estuviese en tu caso, me gustaría que alguien se molestara por mí.

Llegamos al baño, abro la puerta y entramos.

-¡Dios!- murmura cuando se ve reflejado en el espejo del lavabo.

-Te dejo solo, ten cuidado y no te caigas.

Sigue apoyado en el lavabo mirando su imagen cuando salgo del baño y le cierro la puerta.

Minutos después escucho que tira de la cadena y acto seguido, el agua del lavabo. Cuando se abre la puerta me quedo impresionada de verle. Tendrá raspazos y moratones por casi todo el cuerpo, pero... ¡Señor, está cañón! Y con ese ceñido y escueto bóxer negro... ¡Vicky, céntrate!

Levanto la vista y lo encuentro mirándome sonriente, o todo lo sonriente que puede con esos labios algo dañados.

-Venga, te llevo a la cama.- digo apartando la vista de él.

Vuelvo a pasar el brazo por su cintura y ahora que lo tengo de pie a mi lado, sin duda veo que es tan alto como mi padre. ¡Es todo un tiarrón! Si no supiera lo que me ha contado de él, pensaría que es bombero, policía, militar o algo así.

Llegamos hasta la cama y aunque intento ayudarle a que se siente, no sé cómo, pero termina cayendo de espaldas sobre el colchón y arrastrándome a mí encima.

-¡Ay, lo siento!- exclamo apartándome hacia un lado.

Tomás se ríe brevemente y mientras me mira, alza una mano y me acaricia la mejilla. ¡Uff! Consigue erizar cada centímetro de mi piel.

-Eres preciosa.- susurra.

Sonrío y dejo que las yemas de sus dedos ronden por mi rostro y me recojan un mechón de pelo tras la oreja.

-Mucho más guapa en persona.- añade.

Frunzo el ceño perpleja y le miro.

-¿Más guapa en persona?

Sus dedos cesan la caricia y sonríe mientras menea la cabeza de un lado a otro.

-Perdona, aún estoy un poco ido y no sé lo que digo.

-Tranquilo.

Me levanto de la cama algo aturdida por las caricias y sus palabras, y le ayudo a meterse de nuevo bajo el edredón.

-¿Tienes hambre?

-La verdad es que sí.- contesta.

-Bien, voy a pedir que te suban algo. ¿Comes de todo? ¿Tienes alguna alergia?

-No, no hago ascos a nada y no soy alérgico.

-De acuerdo.- asiento.

-Vas a seguir aquí conmigo, ¿verdad?

Mi corazón se acelera un poquito al escucharle y me doy una patada en el culo mentalmente porque no puedo ni debo empezar a encapricharme de otro chico malo.

-Claro.- le sonrío.

-Bien.

Voy hasta la puerta y le miro una vez más antes de salir. Tomás no me quita la vista de encima.

Sentada en la mesa de pino de la cocina cruzo las piernas nerviosa de un lado a otro, me muerdo las uñas y paso las hojas del Hola sin apenas leerlas.

-¿Estás nerviosa, chiquilla? Miro a Adela, que está preparando la comida para Tomás, y niego con la cabeza.

-¡Hum! Yo creo que sí. ¿Tiene que ver con el muchacho?

Cierro la revista de golpe y me levanto.

-Adela, no me pasa nada, y menos con él.

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