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Authors: Alvaro Ganuza

Romance Extremo (12 page)

BOOK: Romance Extremo
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Tras protegerse, me quita las bragas, y cuando pienso que me va a tomar sobre el sofá, me arrastra hacia él, penetrándome a la vez que me sienta sobre sus muslos.

¡Ay Dios, qué bueno!

-¡Joder!- resopla.- Cómo me gusta estar dentro de ti.

-¡Sí!- gimo.

Sus grandes manos estrujan mis nalgas a la vez que me levanta para en segundos volver a bajar y entrar hasta el fondo. Le ayudo impulsándome con los pies para no ser un peso muerto mientras rodeo su cuello con mis brazos y lo beso ardorosamente.

Yo me contoneo, él me empotra contra el cojín del sofá y en pocos minutos nos corremos.

-¿Qué opinas? Dejo de mirar la tele y me giro en el sofá, donde hace escasos minutos he tenido una fantástica relación sexual.

Tomás ha salido del baño con uno de los Calvin Klein, un rojo con la tira de la cintura blanca. Le queda de muerte y podría ser fácilmente modelo de esa marca y esa prenda. Aunque tenga moratones y raspazos... ¡buff!, no hay otro mejor que él.

-Creía que te ibas a probar los pantalones y camisetas.- digo sonriente.

Él se acerca con su bonita sonrisa en la cara y se detiene a mi lado, dejando a la altura de mi cara la única parte de su cuerpo que ahora mismo lleva tapada.

-¿Me quedan bien?- pregunta divertido.

-Muy... muy bien.

Esos oblicuos me están poniendo a cien otra vez.

-¿Y de culo?

Se gira y yo no puedo evitar darle un cachetazo juguetón.

-El diseñador los creó pensando en ti, sin duda.

Tomás suelta una risotada, se gira hacia mí de nuevo e inclinándose, me da un beso rápido en los labios. Después regresa al baño a probarse el resto de ropa.

Pasamos los minutos, él probándose ropa y yo dando el visto bueno. Me sorprendo gratamente cuando todo le queda bien. ¡Vaya ojo tengo!

La última prenda que se prueba, es el bañador. Una pantaloneta Aware Soho, corta, de color oro y con franjas blancas en lo laterales. Este tipo de bañador es el más sexy y el que más me gusta para los hombres, ni pantalonetas largas, ni slips, ni tipo bóxer. ¡Éste!

-Estoy acostumbrado a llevarlas un poco más largas.

-Te queda genial.- comento mirándole de arriba abajo.

-¿Iremos a la playa?- pregunta sonriente.

-Y a la piscina.

Tomás se acomoda a mi lado en el sofá y me rodea con el brazo. Al hacer ese movimiento se queja del costado, del moratón que tiene sobre las costillas.

-Ten cuidado.- le digo.

-Sí, es que cambiándome me di un golpe.

-Voy a darte la pomada.

Intento levantarme, pero él me retiene.

-Espera, no hay prisa.

Me acaricia la mejilla y me recoge el pelo detrás de la oreja.

-Gracias por el detalle de la ropa, eres un chica increíble. He hablado antes con el chico con el que compartía habitación en Benidorm para pedirle que envíe mis cosas.

Así que ese tal Pablo es su compañero de piso. Al que amenazaba en plan juguetón, o eso espero, y al que le ha contado que está enamorado de mí.

-Bien. Mientras llega ya tienes que ponerte.

Tomás sonríe, yo sonrío, él se acerca, yo me acerco, y nuestras bocas se funden ansiosas en una sola. Antes de que me vuelva loca otra vez y me siente a horcajadas sobre él, me levanto y voy a por la pomada para los hematomas.

Bostezo sin poder contenerme y aunque me cubro la boca con la mano, Tomás se percata.

-¿Estás cansada?- pregunta mientras me frota con el brazo que tiene por encima de mis hombros.- ¿Por qué no te vas a la cama?

Asiento y me incorporo.

-Creo que sí. De lo contrario terminaré dormida sobre esta cómoda cama.

-A mí no me importaría que durmieras conmigo.

Sonrío y le miro antes de bajarme.

-Créeme, a mí tampoco.

Recojo el bolso del sofá y me acerco a él para despedirme. Cuando me agarra de la nuca y la cintura con esa posesión que tanto me excita, y nuestras bocas se unen de nuevo como dos piezas perfectas de un mismo puzzle, mi sueño se desvanece como un fino papel sobre las llamas de la pasión.

-Buenas noches, preciosa.- susurra junto a mis labios.

-Buenas noches.- jadeo.- Precioso.

Nos damos besos rápidos conforme mis piernas se van alejando. ¡Juro por Dios que no me iría!

Y en la puerta, antes de salir, me vuelvo hacia él para verlo una vez más.

-Soñaré contigo.- me dice.

Sonrío y tras lanzarle un beso, me voy. Yo también soñaré con él... o haré todo lo posible porque así sea. ¡Vaya que sí!

Despierto como si estuviera entre nubes de algodón y mi estado de ánimo no puede ser mejor. ¿Será el efecto sexo cien por ciento calidad? No sé, sin duda es el efecto Tomás.

Esta noche, aunque lo he intentado pensando en él y lo perfecto que es, no he soñado con él. ¡Basta que quieres, para que no pase! Pero... ¿para qué necesito soñarlo si lo tengo en carne y hueso? ¿No dicen que la realidad siempre supera a la ficción?

Me levanto de la cama como flotando gracias al aleteo de las mariposas con alas en forma de corazón que tengo en el estómago, y marcho al baño. Tras un aseo exprés, regreso a mi habitación y abro las dos ventanas que dan al balcón. Salgo, me apoyo en la barandilla de piedra y sonrío a un cielo intensamente azul, con ganas de sacar la princesa Disney que llevo dentro y cantar con los animales del bosque.

Estallo sola en carcajadas al imaginar la secuencia en mi cabeza. ¡Qué show! Pero hace tan buen día y a una hora tan temprana que... sería casi un crimen desaprovecharlo.

Sin pensarlo dos veces para no arrepentirme, salto de cabeza a la piscina. ¡Uooo, qué fría, leche!

Al emerger a la superficie me pongo a nadar para entrar en calor. Cuando llevo un par de largos, doce metros en un sentido y doce en otro, ya siento el agua a una temperatura perfecta.

Me encanta nadar desde que era un cría, incluso quería ser sirena después de ver La Sirenita e iba gritando por la casa que quería ser Ariel. Ése fue el motivo por el que papá empezó a llamarme princesa.

A mi padre, para no variar, le aterraba la idea de que pudiera colarme sola en la piscina y que ocurriese un accidente. Es por eso que odio a los chicos de seguridad, porque desde pequeña los tuve pegados al culo.

Lo que más me gustaba era estar en el agua con papá. Él me enseñó a nadar, a bucear... y a tirarme de cabeza, aunque eso fue porque se lo rogué casi de rodillas, decía que era peligroso. ¡Cómo no!

Cuando mis brazos no dan más de sí, me detengo y agarro en el bordillo para relajarme antes de salir.

Braceo hasta las escaleras y antes de trepar por ellas, me sumerjo una vez más en la profundidad de dos metros.

Pongo bien la toalla en la hamaca y me tumbo. Que comodidad, que placer, que relax. Me coloco bien el biquini blanco y negro de rayas, y dejo que el sol seque mi piel. Y de paso me bronceo un poco que bastante falta me hace.

Esto es lo bueno de la Villa, la paz y tranquilidad. La escasa brisa me acaricia todo el cuerpo y aunque he dormido plácidamente, me quedo un poco traspuesta.

-Buenos días.- murmuran en mi oído.

Me incorporo del susto y me llevo las manos al corazón. Cuando me giro, tengo delante a un risueño Tomás, con una de las nuevas camisetas de cuello abierto que deja a la vista su sexy esternón y parte de pectorales, vaqueros y sus zapatillas azul marino.

-¡Dios mío, qué susto me has dado!- musito con el corazón a mil por hora.- ¿Qué... qué haces aquí?

Como le vea mi padre fuera de la habitación, me mata.

Tomás sonríe y dando un pequeño rodeo se sienta en la tumbona de al lado.

-¿No te alegras de verme?

-Sí... sí, claro que sí. Solo qué... no te esperaba.

-No puedo seguir dentro de la habitación, me voy a volver loco. Necesitaba un poco de aire y cuando quise salir...- sonríe y se mesa el pelo con la mano.- Esos tíos me lo impidieron.

Miro hacia donde gesticula con la cabeza y veo a los dos escoltas.

-A los pocos minutos entró ese gigantón y me preguntó para qué quería salir de la habitación.

Trago saliva e intento leer en su rostro cualquier cosa que esté pensando sobre todo eso.

-Se lo expliqué y tras hacer una llamada, me dejó.

¿Mylo llamó a papá? ¿Papá sabe que Tomás ha salido del cuarto? ¡Vaya! Esto sí que no me lo esperaba.

-Yo...- carraspeo y miro la piscina.- Lo siento, debí decirte...

-No te preocupes, Victoria.- dice con una amplia sonrisa.- Solo faltaría que después de todo lo que habéis hecho por mí, del cobijo... me ponga a criticaros o a molestarme.

Vuelvo a mirar a los chicos de seguridad, allí de pie a unos cinco metros de nosotros, sin apartar la mirada, serios, de negro como si estuvieran de luto y para colmo, armados.

-Ya, pero creo que debería explicarte... no sé... al menos déjame decirte que siento que los chicos te sigan como si fueras...

Tomás apoya su mano en mi rodilla y sigue sonriendo.

-No te preocupes.- murmura.- Me hacen sentir importante.

Y se echa a reír. Y me contagia.

Tras pocos minutos de miradas cómplices y sonrisas furtivas, Tomás carraspea y tras echar un ojo a sus sombras, se inclina hacia mí.

-Igual peco de cotilla y no es necesario que me respondas si no quieres, pero... ¿por qué tanta seguridad? ¿es que corréis peligro tus padres y tú?

-No.- contesto veloz.- No, no, no es eso.

Y siento como si un millón de agujas me atravesaran el cuerpo porque ha llegado el momento de mentir. Esto es lo que también odio de mi vida, mentir. Y más tratándose de Tomás. ¿Qué tipo de relación me gustaría tener con él, si a la primera ya le estoy metiendo una trola como una catedral de grande?

-Verás, ya sabes que mi padre tiene un concesionario de lujo.- empiezo y él asiente.- Pues hace muchos años intentaron secuestrarlo, a él y a mí, yo era apenas un bebé y por suerte no recuerdo nada. No lo consiguieron, pero eso creó en mi padre, porque solo tengo a mi padre, una especie de trauma, y desde entonces contrató seguridad privada. Con el paso de los años fue haciéndose más rico y su... paranoia con mi protección aumentó considerablemente. Hasta día de hoy.

Sonrío como para quitar hierro al asunto. He contado esta historia tantas veces que la tengo grabada en mi cerebro con sus puntos y sus comas.

-Vaya.- suspira él.- Lo primero decirte que lamento lo de tu madre. ¿Falleció?

-Durante mi parto.- aclaro asintiendo.

Tomás resopla y aunque tengamos cuatro ojos puestos en nosotros, se acerca un poco más y me coge de las manos.

-Lo siento muchísimo.- murmura.

-Tranquilo, no pasa nada.

Pienso en papá y en los golpes que a veces da la vida y de los que no te recuperas, o no del todo. A veces la vida puede ser muy hija de puta y hacer que un día, un mismo día, sea el más feliz de tu vida por el nacimiento de tu hija, y el más doloroso por la pérdida de tu amada, de la otra mitad de tu ser.

Mi madre, Victoria Aguado, con veinte años, solo pudo darme un beso en la frente y otro en los labios a papá como despedida, antes de que lo sacaran casi a rastras del quirófano cuando los médicos vieron que su paciente se desangraba mucho más rápido de lo que la sangre entraba en su cuerpo. Nada se pudo hacer por ella.

-Bruno, cuida de nuestra niña.- susurró mamá sin apenas voz, casi como si ya estuviera en el más allá.

-Cuidaré de nuestra pequeña Victoria, mi amor.- musitó papá con las lágrimas corriendo por sus mejillas.

El duro Bruno Pomeró, con tan solo veintiún años y un bebé entre sus brazos, fue llevado por dos enfermeras a otra sala, llorando por la llegada de su niña y la marcha de su mujer; con un dolor en el corazón más fuerte que cuando, con tan solo quince años, unos policías le fueron a buscar al instituto para decirle que sus padres habían fallecido en un accidente de tráfico.

Las enfermeras intentaron cogerme de sus brazos para seguir la rutina de los recién nacidos, pero él les dio la espalda impidiéndoselo. Me acercó a sus labios y me besó en la frente.

-Jamás dejaré que tú te vayas, Victoria.- sollozó.

Y tras varios intentos fallidos por parte de las enfermeras para cogerme, ya que papá no quería despegarse de mí, al final sucumbió a las plegarias de las mujeres pero dejando claro que no se separaría de mí.

Mientras observaba con ojos aguados lo que las enfermeras me hacían, pensó en la llamada que su adorada esposa y él habían acordado hacer cuando yo naciera.

Aunque llevaban un año sin hablar con los padres de ella (no aceptaban a papá y a día de hoy siguen sin hacerlo), él prometió que los llamaría para darles la buena nueva. Ahora serían dos noticias; la llegada de una preciosa nieta y la pérdida de su querida hija, su venerada esposa.

Papá se secó las mejillas con las mangas de ese buzo azul que le hicieron poner cuando entró al quirófano, y dio un paso al frente, hacia las enfermeras.

-Decidme que está bien, por Dios, es lo único que tengo en mi vida.

A papá se le volvieron a humedecer los ojos muchos años después cuando me lo contó; cuando con ocho años un día le dije que de no haber nacido yo, él... él seguiría teniendo a mamá.

Papá se arrodilló ante mí con la cara desencaja.

-No vuelvas a decir eso jamás.- sentenció con ese tono fuerte que con los años ha mejorado.

Después me cogió entre sus brazos, fuerte y me besó en el pelo.

-Eres lo más valioso y lo que más quiero en este mundo, princesa.

Agito la cabeza, suspiro y me paso las manos por el pelo húmedo.

-¿Y qué es lo segundo?- curioseo para pensar en otra cosa.

Tomás sonríe y baja la cabeza como avergonzado.

-Que cada vez que te veo eres más hermosa aún y yo también haría todo lo posible por mantenerte a salvo.

Trago esa gran roca que se me ha formado en la garganta y mordiéndome el labio inferior para no lanzarme sobre él, miro la piscina.

-¿Has desayunado?- le pregunto de sopetón.

Él niega con la cabeza un par de veces.

-Yo tampoco, vamos.

Me levanto de la hamaca y él también lo hace, quedándonos casi pegados en esos pocos centímetros que separan las dos tumbonas.

Cuando me agacho a recoger mi ropa, camiseta blanca de tirantes y pantalón corto color caqui, Tomás resopla y se pasa una mano entre su cabello castaño.

-¿Todo bien?- pregunto.

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