—¿Por qué moneda?
Siempre había habido debate respecto a eso.
—Por el derecho a quedarte en la nave o… por poder. Dicen que naciste humana, pero que los oankali te hicieron igual a un construido.
Ella produjo un sonido que podría haber querido ser una carcajada.
—Supliqué ir a la Tierra con el primer grupo al que desperté. Se suponía que debiera haber ido con él, pero, cuando llegó la hora, Nikanj no me dejó. Dijo que, una vez nos hubiésemos separado de los oankali, la gente me mataría. Y probablemente lo hubiesen hecho. Y luego se hubiesen sentido virtuosos y vengados.
—Pero…, eres realmente diferente: eres muy fuerte, y rápida…
—Sí, pero eso no fue el modo en que me pagaron los oankali, fue el modo en que me dieron un poco de protección. Si no me hubiesen cambiado un poco, alguien del primer grupo me hubiera matado, mientras aún seguía despertando a la gente. En habilidad, estoy situada entre los humanos y los construidos. Soy más fuerte y rápida que la mayoría de los humanos, pero no tan fuerte ni rápida como la mayoría de los construidos. Cicatrizo más rápido de lo que tú puedas hacerlo, y me recuperaría de heridas que a ti te matarían. Y, naturalmente, aquí en Lo puedo controlar las paredes y alzar plataformas. Pero ésa es una habilidad que se les da a todos los humanos que se asientan aquí. Y eso es todo. Nikanj me cambió para salvarme la vida, y lo logró. En lugar de matarme a mí, mataron al padre de Akin, el hombre con el que me había juntado…, con el que seguramente aún seguiría. Uno de ellos lo mató. Los otros miraron como lo hacía, y luego siguieron obedeciéndole.
Hubo un largo silencio y, finalmente, Tino dijo:
—Quizá tenían miedo.
—¿Es ésa la explicación que te han dado a ti?
—No. No tenía ni idea de esa parte de la historia. Al contrario…, lo que había oído era que… tal vez a ti no te gustaban los hombres.
Ella lanzó hacia atrás la cabeza en una terrible risa que le hizo estremecer.
—¡Oh, Dios! ¿Quién hay en Fénix de mi primer grupo?
—Un hombre llamado Rinaldi.
—¿Gabe? Gabe y Tate. ¿Siguen juntos?
—Sí. No sabía… Tate nunca dijo nada de haber estado allí con él. Supuse que se habían juntado aquí, en la Tierra.
—Yo los desperté a los dos. Durante un tiempo fueron mis mejores amigos. Su ooloi era Kahguyaht… ooan Nikanj.
—¿Qué de Nikanj?
—El padre ooloi de Nikanj. Se quedó a bordo de la nave con sus cónyuges y tuvo otro trío de niños. Nikanj le dijo que Gabe y Tate no abandonarían a los resistentes en un cierto tiempo. Finalmente estuvo dispuesto a aceptar el talento de Nikanj, y no pudo resignarse a buscarse a otros humanos.
Tino miró a Nikanj. Al cabo de un rato se alzó y fue hasta él, y se sentó delante.
—¿Cuál es tu talento? —preguntó.
Nikanj ni le habló ni dio muestras de darse cuenta de su presencia.
—¡Hablame! —exigió Tino—. Sé que me oyes.
El ooloi pareció volver lentamente a la vida.
—Te oigo.
—¿Cuál es tu talento?
El ooloi se inclinó hacia él y tomó las manos del humano en sus manos de fuerza, manteniendo enroscados sus brazos sensoriales. Extrañamente, el gesto le recordó a Lilith. Era una forma de actuar muy propia de ella. De algún modo, no le importó que, ahora, unas fuertes manos grises sujetaran las suyas.
—Tengo un talento para los humanos —le dijo con su suave voz—. Me criaron para trabajar con vosotros, me enseñaron a trabajar con vosotros, y me dieron como compañera a una de vosotros en uno de mis períodos más formativos. —Por un momento se enfocó en Lilith—. Conozco vuestros cuerpos, y algunas veces hasta puedo anticiparme a vuestros pensamientos. Sabía que Gabe Rinaldi no podía aceptar una unión con nosotros como lo deseaba Kahguyaht. Tate sí que podría haberla aceptado, pero no iba a dejar a Gabe por un ooloi…, por mucho que desease a éste. Y Kahguyaht no quiso simplemente quedarse con ella cuando los demás fueron enviados a la Tierra. Esto me sorprendió, pues él siempre había dicho que no tenía sentido prestar atención a lo que decían los humanos. Y él sabía que, al cabo, Tate habría aceptado…, pero la hizo caso y la dejó partir. Y eso que no había sido criado, como yo, en contacto con los humanos. Creo que tu gente nos afecta más de lo que nos damos cuenta.
—Creo —dijo Lilith en voz baja—, que quizá seáis mejores en comprendernos a nosotros que en comprender a vuestro propio pueblo.
La enfocó a ella, con sus tentáculos alisados hasta el punto de la casi invisibilidad. Esto significaba que estaba complacido, recordó Tino. Complacido e incluso quizá feliz.
—Ahajas dice eso —le explicó a Lilith—. No creo que sea cierto, pero…, ¿quién sabe?
Tino se volvió hacia Lilith, pero le habló a Nikanj:
—¿La dejaste en estado en contra de su voluntad?
—Sí…, contra una parte de su voluntad —admitió Nikanj—. Ella hubiera querido tener un hijo de Joseph, pero éste estaba muerto. Estaba…, más sola de lo que puedas imaginar. Se creía que yo no la entendía.
—¡Fue culpa vuestra el que estuviera sola!
—Fue una culpa compartida. —Los tentáculos de la cabeza y el cuerpo de Nikanj colgaron inertes—. Creímos que teníamos que usarla a ella en el modo en que lo hicimos. De otro modo, habríamos tenido que drogar a cada humano recién despertado, mucho más de lo que era bueno para ellos, porque habríamos tenido que enseñárselo todo nosotros mismos. Y eso es algo que no llevamos a cabo hasta más tarde…, cuando vimos que estábamos haciendo daño a Lilith y a otros que intentamos emplear.
»Con su primer retoño le di a Lilith lo que ella deseaba, pero no podía pedir. La dejé usarme como cabeza de turco, para echarme todas las culpas. Por un tiempo me convertí para ella en lo que ella se había convertido para los humanos a los que había guiado y enseñado: en un traidor. En el destructor de cosas tenidas por sagradas. En un tirano. Necesitaba odiarme por un tiempo, para poder dejar de odiarse a sí misma. Y necesitaba los hijos que yo mezclé para ella.
Tino miró al ooloi, necesitado de verlo para recordarse a sí mismo que estaba escuchando a un ser absolutamente no humano. Por fin, volvió la vista hacia Lilith.
Ella le devolvió la mirada, con una sonrisa sin humor, amarga.
—Ya te dije que tenía talento —comentó.
—¿Cuánto de todo esto es cierto? —preguntó él.
—¿Y cómo quieres que lo sepa? —Ella tragó saliva—. Quizá todo: normalmente, Nikanj dice la verdad. Por otra parte, los razonamientos y justificaciones pueden sonar muy bien cuando uno los prepara a posteriori. Uno hace lo que le pasa por las narices, y luego piensa una razón maravillosamente plausible para justificar que era, exactamente, lo que uno debía de hacer.
Tino se apartó del ooloi y fue junto a Lilith.
—¿Lo odias? —le preguntó. Ella negó con la cabeza:
—Para odiarlo tendría que abandonarlo. A veces me voy por un tiempo: exploro, me marcho a otros poblados, y entonces lo odio. Pero, al cabo de un tiempo, empiezo a echar en falta a mis hijos. Y, que Dios me perdone, al cabo de un tiempo echo en falta a ese ooloi. Y me mantengo alejada hasta que el estar lejos me hace más daño que la idea de… volver a casa.
Pensó que ella debería estar llorando. Su madre nunca habría soportado tanta pasión sin estallar en llanto…, ni siquiera hubiera intentado contener las lágrimas. La tomó en sus brazos y la halló rígida y resistiéndose. Sus ojos rechazaban todo consuelo, antes de que él pudiera siquiera ofrecérselo.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Tino—. ¿Qué quieres que haga?
Ella, de repente, le abrazó con fuerza, apretándolo contra ella.
—¿Te quedarás? —le susurró al oído.
—¿Debo hacerlo?
—Sí.
—De acuerdo. —Ella era Lilith lyapo. Era una cara ancha, tranquila y expresiva. Era una piel oscura y suave y unas manos cálidas, encallecidas por el trabajo. Era unos pechos llenos de leche. Se preguntó cómo la había podido resistir antes.
¿Y qué pasaba con Nikanj? No lo miró, pero le pareció notar la atención del ooloi centrada en él.
—Si decides marcharte —le dijo Lilith—, te ayudaré.
No podía imaginarse el querer dejarla.
Algo frío, duro y rugoso asió su antebrazo. Se quedó helado, y no tuvo que mirar para saber que era uno de los brazos sensoriales del ooloi.
Éste se colocó junto a él, con un brazo sensorial sobre él y otro sobre Lilith. Aquellos brazos eran como trompas de elefante. Notó cómo Lilith lo soltaba y cómo Nikanj lo arrastraba hacia el suelo. Se dejó llevar sólo porque Lilith se acostaba con ellos. Dejó que Nikanj colocase su cuerpo junto al de él, y entonces vio como Lilith se sentaba al otro lado de Nikanj y los miraba solemnemente a ambos.
No comprendió por qué miraba, por qué no tomaba parte. Antes de que pudiera preguntárselo, el ooloi pasó su brazo alrededor de su cuello, oprimiéndole la nuca de un modo que le hizo estremecerse y luego quedarse inerte.
No estaba inconsciente. Eso lo supo cuando el ooloi se acercó a él y pareció aferrarlo en algún modo que no entendía.
No tenía miedo.
Cuando le llegó el chapuzón del gélido-dulce placer, lo venció por completo. Ésta era la semirrecordada sensación por la que había regresado. Aquél era el modo en que se iniciaba.
Antes de que la tan largamente esperada oleada de sensaciones le engullera por completo, vio a Lilith acostarse al otro lado del ooloi, y vio el otro brazo sensorial de éste enroscarse en torno al cuello de la mujer. Trató de pasar el brazo por sobre el cuerpo del ooloi, para tocarla, para acariciar la cálida piel humana. Pero le pareció que estiraba y estiraba el brazo, pero que ella siempre permanecía demasiado alejada como para poder alcanzarla.
Creyó gritar cuando la sensación se hizo más profunda, mientras se apoderaba de él. De pronto pareció que ella estaba con él, cuerpo contra cuerpo. Pensó decir el nombre de ella y lo repitió, pero no pudo escuchar el sonido de su propia voz.
Akin dio sus primeros pasos hacia los tendidos brazos de Tino. Aprendió a tomar alimentos del plato de Tino, y estaba subido a las espaldas de Tino tantas veces como éste quería llevarlo. No había olvidado la advertencia de Dichaan de no quedarse a solas con el humano, pero no la tomaba muy en serio. Rápidamente aprendió a confiar en Tino. Al cabo, todos llegaron a confiar en Tino.
Así que resultó que Akin estaba solo con Tino cuando apareció un grupo de merodeadores en busca de niños que robar.
Tino había ido a cortar madera para la casa de invitados. Aún no era capaz de distinguir los límites de Lo, y había adquirido la costumbre de llevarse a Akin para que se los mostrase, después de haber roto un hacha que le había prestado Wray Ordway contra un árbol que no era un árbol. El ser que era Lo se moldeaba a sí mismo de acuerdo a los deseos de sus ocupantes y las formas de la vegetación que lo rodeaban. Y, no obstante, se trataba de la forma larvaria de un ente destinado a viajar por el espacio. Su piel y sus órganos estaban mejor protegidos que los de cualquier ser nativo de la Tierra. Ninguna hacha o machete podía hacer ni una mella en el ser. Hasta que fuera mayor, nada de vegetación nativa crecería dentro de sus límites. Era por esto por lo que Lilith y alguna otra gente tenían sus huertos apartados del poblado. Lo podría haber producido buenos alimentos a partir de su propia sustancia…, los oankali podían estimular la producción de alimentos y tomar éstos del propio Lo. Pero la mayoría de los humanos del poblado no deseaban ser tan dependientes de los oankali. Así, Lo tenía una ancha zona fronteriza de huertos plantados por los humanos, algunos en producción, otros en barbecho. A veces, Akin tenía que impedirle a Tino pisotear esos huertos, cuando no se daba cuenta de que se había abierto paso a machetazos a través de plantas alimenticias, destruyendo el trabajo de alguien. Era como si no viese nada.
En cambio, a Akin le resultaba imposible no darse cuenta de cuándo cruzaba los límites de Lo. Incluso el aroma del aire era diferente. Al principio, la vegetación que le rozaba le hacía estremecerse, por lo diferente que era a la de casa. Más tarde, por la misma razón, le atraía, le interesaba por su rareza. Deliberadamente dejaba a Tino caminar más lejos de lo necesario, hasta que el azar le llevaba a rozar algo que no había probado antes.
—Aquí —le dijo, arrancando algunas hojas del árbol que le había rozado la cara—. No cortes este árbol, pero puedes cortar cualquiera de los otros.
Tino lo dejó en el suelo y le sonrió.
—¿Me das tu permiso? —le dijo en broma.
—Es que éste me gusta —le explicó Akin—. Creo que nos dará alimentos cuando sea mas viejo.
—¿Qué clase de alimentos?
—No lo sé. Nunca antes había visto un árbol como éste, pero, aunque no llegue a dar frutos, sus hojas son comestibles. A mi cuerpo le gustan.
Tino alzó la vista hacia la cúpula de la selva y agitó la cabeza.
—Te lo metes todo en la boca —murmuró—. Me sorprende que no te hayas envenenado ya decenas de veces.
Akin ignoró esto y comenzó a investigar la corteza del arbolillo, tratando de descubrir lo que podían estar comiendo en ella los hongos y los insectos, y también lo que podía estar comiéndoselos a ellos. A Tino le habían explicado el motivo por el que Akin se llevaba las cosas a la boca; no lo entendía, pero no trataba de mantener las cosas lejos de la boca del bebé, tal como lo intentaban otros visitantes. Podía aceptar las cosas sin entenderlas. Una vez había visto que algo desconocido no hacía daño, ya no lo temía. Decía que la lengua de Akin parecía un enorme gusano gris, pero, de algún modo, aquello no parecía molestarle. Cuando lo llevaba en brazos le permitía que lo sondase y lo estudiase. Lilith temía que estuviese ocultando disgusto o resentimiento, pero no podría haber ocultado unas emociones tan fuertes, ni siquiera a Akin. Y, desde luego, no habría podido ocultárselas a Nikanj.
—Es más adaptable que la mayoría de los humanos —le había dicho Nikanj a Akin—. Igual que Lilith.
—Me llama «hijo» —indicó Akin.
—Eso he oído.
—No se irá a marchar, ¿verdad?
—No se irá. No es un vagabundo. Estaba buscando un hogar en el que pudiera tener una familia, y lo ha hallado.
Ahora, Tino empezó a talar un arbolillo. Akin lo contempló por un momento, preguntándose por qué el hombre disfrutaría con aquella actividad. Y la disfrutaba: se había ofrecido voluntario para realizarla; no le gustaba trabajar en el huerto, ni deseaba colaborar con la biblioteca de Lo escribiendo sus memorias de anteguerra para las generaciones futuras, cosa que se le pedía a todo el mundo que hiciese, aunque sólo pasase una corta temporada en el poblado. Los construidos también escribían acerca de sus vidas, y los oankali, que nunca escribían nada, a pesar de ser capaces de hacerlo, contaban sus historias a escritores humanos. Tino no mostraba interés alguno en aquello: cortaba madera, trabajaba con unos humanos que habían establecido una piscifactoría y con los construidos que criaban abejas, avispas, gusanos, escarabajos, hormigas y otros pequeños animales, todos ellos mutados, para producir nuevos alimentos. Construía canoas y viajaba con Ahajas cuando ésta visitaba otros poblados. Ella iba en canoa por él, a pesar de que lo habitual entre los oankali era hacer aquello a nado. Ahajas se había quedado muy sorprendida al ver lo fácilmente que él la había aceptado, y había reconocido enseguida la fascinación de él por su preñez. Tanto Ahajas como Akin habían tratado de explicarle al humano lo que era el entrar en contacto con el niño en formación y el notar su respuesta, su reconocimiento, su intensa curiosidad. Los dos habían convencido a Nikanj de que tratase de simular la sensación en beneficio de Tino. Inicialmente, el ooloi se había resistido a ello, únicamente porque Tino no era uno de los padres de la criatura; pero cuando Tino se lo pidió, la resistencia del ooloi desapareció. Le dio al hombre aquella sensación… y la retuvo por más tiempo del necesario. Aquello era bueno, pensó Akin: Tino necesitaba ser contactado más a menudo. Para él, había sido dolorosamente duro el descubrir que su entrada en la familia significaba que ya no podía tocar a Lilith. Aquello era algo que Akin no comprendía. A los seres humanos les gustaba tocarse los unos a los otros…, necesitaban hacerlo. Pero, una vez se juntaban con un ooloi, ya no podían hacerlo al estilo humano…, ni siquiera podían acariciarse y tocarse al modo de los humanos. Akin no comprendía el motivo por el que necesitaban de esto, pero lo cierto era que lo necesitaban…, lo sabía, y sabía lo frustrados y amargados que les dejaba el no poderlo hacer. Tino había pasado días gritándole o no hablándole a Nikanj, gritándole o no hablándole a Lilith, sentado solo y mirando a la nada. En una ocasión abandonó el poblado durante tres días, y Dichaan lo siguió y lo guió de vuelta a Lo cuando estuvo dispuesto para volver. Podría haberse mantenido alejado hasta que los efectos de su relación con Nikanj hubieran desaparecido de su cuerpo. Podría haber hallado otro pueblo, un apareamiento, estéril, sólo entre humanos. Pero de ésos ya había tenido varios: Akin le había oído hablar de ellos durante aquellos primeros días malos. Y no eran lo que él deseaba. Pero tampoco lo era esto. Ahora era muy parecido a Lilith: estaba muy unido a la familia y contento con ella la mayor parte del tiempo; pero, sin embargo, venenosamente resentido y amargado a veces. Claro que sólo Akin y el resto de los niños pequeños de la casa se preocupaban por el que fuera a irse para siempre. Los adultos parecían seguros de que se quedaría.