Lilith destacaba en medio de aquel circo. Le había gustado su aspecto cuando la había divisado en el huerto. Era toda una amazona, alta y fuerte, pero sin tener un aspecto externo de dureza. Una hermosa piel oscura, los pechos altos, a pesar de todos los hijos…, unos pechos llenos de leche. Nunca antes había visto a una mujer dar de mamar a un niño. Casi había tenido que darle la espalda, para evitar quedarse mirándola como un bobo mientras alimentaba a Akin. La mujer no era hermosa: su rostro, ancho y suave, tenía habitualmente una expresión de solemnidad, casi de melancolía. La hacía casi parecer, y Tino se sobresaltó ante la idea…, la hacía casi parecer santa. Una madre. Muy madre…, y algo más.
Y, aparentemente, no tenía hombre. Había dicho que el padre de Akin había muerto hacía mucho. ¿Andaría buscando a alguien? ¿Era eso lo que había ocasionado todas aquellas risas? Después de todo, si se quedaba con Lilith, también se quedaría con la familia oankali de ella, con el ooloi cuya reacción había provocado tanta hilaridad. Especialmente con el ooloi…, ¿y qué era lo que significaría eso?
Estaba mirando a Nikanj cuando se le acercó el hombre al que Lilith había llamado Wray.
—Soy Wray Ordway —le dijo—. Yo vivo aquí permanentemente. Venga a verme cuando pueda, cualquiera le dirá dónde está mi casa.
Era un hombre pequeño y rubio, con unos ojos casi incoloros. ¿Realmente alguien podía ver con unos ojos como aquéllos?
—¿Conoce a Nikanj? —le preguntó el hombre.
—¿A quién? —inquirió a su vez Tino, aunque creía saber a quién se refería.
—El ooloi que habló con usted. Ese al que está mirando ahora.
Tino le estudió con un inicio de irritación.
—Creo que él sí que le ha reconocido a usted —prosiguió Wray—. Es un ser muy interesante, Lilith tiene una gran opinión de él.
—¿Es el compañero de ella? —Naturalmente que lo era.
—Es uno de los compañeros de ella. No obstante, hace mucho que no ha tenido a un hombre que se quedase con ella.
¿Era ese Nikanj el compañero que la había forzado a quedar embarazada? Era un ser feo, con demasiados tentáculos craneales y demasiado poco de nada que pudiera ser llamado rostro. Y, sin embargo, había en él algo subyugante. Quizá lo hubiese visto antes, quizá fuese el último ooloi que había visto, antes de que los mandasen, a sus padres y a él, a la Tierra y los liberasen. ¿Aquel ooloi…?
Una jovencita de aspecto muy humano rozó a Tino, camino hacia fuera. La atención de él se sintió atraída y la siguió con la vista mientras andaba hacia la salida. La vio reunirse con otra jovencita, muy parecida a ella, y ambas se volvieron para mirarle y sonreírle. Eran absolutamente iguales, guapas, pero tan asombrosas en su similitud que eso le distrajo de su belleza. Se encontró rebuscando en su memoria una palabra que no había usado desde la niñez.
—¿Gemelas? —le preguntó a Wray.
—¿Esas dos? No. —Wray sonrió—. No obstante, nacieron con un día de diferencia la una de la otra. Una de ellas tendría que haber sido un chico.
Tino miró a las dos bien formadas jovencitas.
—Ninguna de ellas se parece en nada a un chico.
—¿Le gustan?
Tino le miró y sonrió.
—Son hijas mías.
Tino se quedó helado; luego apartó, inquieto, su mirada de las chicas.
—¿Las dos? —preguntó al cabo de un momento.
—De madre humana y de madre oankali. Créame, no eran tan idénticas cuando nacieron. Creo que ahora lo son porque Tehkorahs quería dejar clara una cosa: que los nueve hijos que Leah y yo hemos tenido son verdaderos compañeros de camada, auténticos hermanos, de los hijos de nuestros cónyuges oankali.
—¿Nueve hijos? —susurró Tino—. ¿Nueve?
Había vivido desde la niñez entre gente que hubiera dado su vida por ser capaz de producir un solo hijo.
—Nueve —confirmó Wray—. Y, escuche…
Esperó hasta que los ojos de Tino se enfocaron en él:
—Escuche, no quiero que se equivoque: esas chicas llevan más ropa que la mayoría de los construidos porque tienen diferencias ocultables. Ninguna de ellas es tan humana como parece. Así que déjelas en paz si no puede aceptarlo.
Tino miró aquellos pálidos ojos, con aspecto de ser ciegos.
—¿Y qué sucede si puedo aceptarlo?
—Eso ya es algo a tratar entre usted y ellas. —Las chicas estaban hablando con Nikanj. Otro ooloi fue hacia ellas, mientras continuaba esa conversación, y puso un brazo de fuerza alrededor de cada una de ellas.
—Ése es Tehkorahs —dijo Wray—, mi compañero ooloi. Creo que ése es el modo que tiene de mostrarse protector hacia las chicas. Y, Nikanj, ¿quién se lo iba a creer…?, se está mostrando impaciente.
Tino contempló con interés a las dos chicas y los dos ooloi. No parecían estar discutiendo. De hecho, habían dejado de hablar…, o habían dejado de hablar en voz alta. Sospechaba que, de algún modo, aún seguían comunicándose. Siempre habían corrido rumores de que los ooloi podían leer las mentes. Él nunca se lo había creído, pero estaba claro que allí estaba pasando algo.
—Una cosa —le dijo suavemente Wray—: Escucheme…
Tino le miró interrogante.
—Aquí puede hacer lo que le plazca. En tanto no le haga daño a nadie, se puede quedar, o irse, a su antojo; puede escoger a sus amigos, a sus amantes. Y nadie tiene derecho a exigirle nada que usted no quiera darle. —Se volvió y se marchó, antes de que Tino le pudiese preguntar lo que significaba esto, realmente, con referencia a los oankali.
Wray se unió a sus hijas y a Tehkorahs y los dirigió hacia el exterior. Tino se dio cuenta de que estaba contemplando las caderas de las jóvenes. Hasta que no hubieron desaparecido no vio que Lilith y Nikanj se habían acercado a él.
—Nos gustaría que se quedase con nosotros —le dijo Lilith—. Al menos por esta noche.
Miró al rostro sin arrugas de ella, su mata de cabello oscuro, sus pechos, ahora ocultos bajo una simple camisa gris. Les había podido dar una rápida ojeada cuando se había puesto a dar de mamar a Akin.
Ella le tomó la mano, y él recordó cuando había tomado la de ella para examinarla. Tenía unas manos grandes, fuertes, llenas de callos, cálidas y humanas. Casi de modo inconsciente, le había dado la espalda a Nikanj. ¿Qué era lo que quería aquel ser? O, mejor dicho, ¿cómo se lo montaba para conseguir lo que quería? ¿Qué era lo que les hacían los ooloi, realmente, a los humanos? ¿Qué querría aquél de él? Y, ¿quería él lo bastante a Lilith como para llegar a descubrirlo?
Aunque, si no era para aquello, entonces, ¿para qué se había ido de Fénix?
Pero…, ¿tan rápido? ¿Ahora?
—Siéntese con nosotros —le dijo Lilith—. Hablemos un poco.
Tiró de él hacia la pared, hacia el lugar en que se había colocado cuando había hablado con la gente. Se sentaron cruzando las piernas…, es decir, los dos humanos lo hicieron, con sus cuerpos formando un apretado triángulo. Tino contempló como los dos oankali que estaban en la habitación se llevaban a los niños fuera. Estaba claro que Akin y el pequeño gris que ahora lo llevaba en brazos querían quedarse. Eso era evidente para Tino, a pesar de que ninguno de los dos niños hablaba en inglés. Pero el mas grandote de los dos oankali alzó a ambos pequeños con facilidad y consiguió interesarlos en alguna otra cosa. Los tres desaparecieron, siguiendo a los demás por una puerta que pareció crecer para luego cerrarse…, del mismo modo que las puertas se habían cerrado, hacía tanto, allá en la nave. La habitación estaba ahora sellada y vacía de todos, excepto Tino, Lilith y Nikanj.
Tino se obligó a sí mismo a mirar a Nikanj. Éste había doblado las piernas bajo su cuerpo, del modo que lo hacían los oankali. Muchos de sus tentáculos de cabeza estaban dirigidos en su dirección, dando casi el aspecto de que estaban esforzándose en estirarse hacia él. Suprimió un estremecimiento…, que no era una respuesta de miedo o disgusto. Estos sentimientos no le habrían sorprendido, pero lo que notaba…, bueno, la verdad era que no sabía lo que sentía hacia aquel ooloi.
—Era usted, ¿no? —preguntó súbitamente.
—Sí —admitió Nikanj—. Usted es inhabitual, no sé de ningún otro humano que haya recordado.
—¿Que haya recordado su condicionamiento?
Silencio.
—Que recuerde a su condicionador —afirmó Tino, asintiendo con la cabeza—. No creo que nadie pueda olvidar su condicionamiento. Pero…, no sé cómo lo he reconocido. Lo conocí hace tanto tiempo… Y, bueno no quiero ofenderlo, pero lo cierto es que no puedo distinguir a uno de otro de entre su gente.
—Sí puede. Sólo que aún no se da cuenta de ello. Y eso también es inusitado. Algunos humanos nunca llegan a reconocer a los individuos entre nosotros.
—¿Qué es lo que me hizo entonces? —exigió saber Tino—. Nunca…, nunca, ni antes ni después, he notado algo como aquello.
—Ya se lo dije en aquel momento. Comprobé la posible existencia de enfermedades o daños físicos, le reforcé contra la infección, eliminé todos los problemas que hallé, programé su cuerpo para frenar su proceso de envejecimiento después de llegar a un cierto punto, e hice todo lo que pude para mejorar sus posibilidades de sobrevivir a su reingreso en la Tierra. Éstas eran las cosas que hacían todos los condicionadores. También hicimos grabaciones de usted…, o sea que leímos todo lo que su cuerpo nos podía decir acerca de sí mismo y creamos una especie de plano. Así, aunque no hubiese sobrevivido, podríamos haber hecho una copia física de usted.
—¿Un bebé?
—Sí, eventualmente. Pero le preferimos a usted más que a cualquier copia. Para que ésta sea una buena transacción comercial necesitamos la diversidad cultural tanto como la genética.
—¡Comercio! —dijo despectivamente Tino—. No sé cómo se podría llamar a lo que nos están haciendo, pero desde luego no es comercio. El comercio es lo que tiene lugar cuando dos partes acuerdan hacer un intercambio.
—Sí.
—Y no tiene que haber coerción.
—Nosotros tenemos algo que ustedes necesitan. Ustedes tienen algo que nosotros necesitamos.
—¡No necesitábamos nada antes de que ustedes llegasen!
—Estaban muriéndose.
Tino no dijo nada por un momento. Apartó la vista. La guerra era una locura que jamás había comprendido, y nadie en Fénix había sido capaz de explicársela. Al menos, nadie había sido capaz de darle un motivo de por qué una gente que tenía excelentes razones para suponer que se destruirían a sí mismos si hacían ciertas cosas había decidido, de todos modos, hacer dichas cosas. Creía comprender la ira, el odio, la humillación, incluso el deseo de matar a un hombre. Había sentido todas esas cosas. Pero el matar a todos los seres humanos…, el matar casi la Tierra… Había veces en las que se preguntaba si, en algún modo, no habrían sido los oankali los que habrían provocado la guerra, para así lograr sus propios propósitos. ¿Cómo podía una gente cuerda, parecida a la que había dejado allá en Fénix, hacer una cosa así…? O, ¿cómo podían dejar ellos que otra gente, demente, llegase a controlar unos artefactos que podían hacer tanto daño? Si sabías que alguien había perdido la razón, entonces le impedías actuar. No le dabas el poder.
—No sé nada de la guerra —admitió Tino—. Nunca ha tenido sentido para mí. Pero…, quizá deberían habernos dejado tranquilos. Tal vez algunos de nosotros hubiésemos sobrevivido.
—No hubiera sobrevivido nada, a excepción de las bacterias, algunos pequeños animales y plantas terrestres, y ciertos seres marinos. La mayor parte de la vida que ve usted a su alrededor ha sido vuelta a sembrar a partir de grabaciones de especímenes recogidos, de nuestras propias creaciones, y de restos alterados de cosas que habían iniciado cambios benignos antes de que las hallásemos. La guerra había dañado su capa de ozono. ¿Sabe lo que es eso?
—No.
—Era algo que escudaba a la Tierra de los rayos ultravioleta del Sol. Sin su protección, nunca hubiera sido posible la vida sobre la superficie del planeta. Si les hubiésemos dejado en la Tierra, se hubieran quedado ciegos, y se habrían quemado, si es que antes no los habían matado los otros crecientes efectos de la guerra…, así que habrían tenido una muerte horrible. La mayor parte de los animales murieron, y también la mayoría de las plantas. Incluso murieron algunos de los nuestros. Somos muy difíciles de matar, pero la gente de usted había convertido a su mundo en algo absolutamente hostil a la vida misma. Si no la hubiésemos ayudado, por sí sola la Tierra no se hubiera restaurado tan rápidamente. Y, una vez la hubimos restaurado, supimos que no podríamos hacer una transacción comercial normal. No podíamos dejar que fuesen reproduciéndose por su cuenta, y viniendo a nosotros finalmente sólo cuando viesen lo valioso que era lo que les podíamos ofrecer. El estabilizar de este modo un intercambio comercial lleva demasiadas generaciones. Era necesario que les liberásemos…, al menos a los menos peligrosos. Pero no podíamos dejar que su número creciese demasiado. No podíamos dejarles empezar a volver a ser de nuevo lo que habían sido.
—¿Creían que nos habríamos lanzado a otra guerra?
—Se habrían lanzado a muchas otras guerras…, entre ustedes mismos, contra nosotros. Algunos de los grupos resistentes del sur ya están fabricando armas de fuego.
Tino digirió aquello en silencio. Ya sabía lo de las armas de fuego de los sureños, y había supuesto que eran para emplearlas contra los oankali. No había creído que una gente llegada de las estrellas fuera a ser derrotada por unas pocas y burdas armas, y así lo había dicho, haciéndose impopular entre aquella gente que quería creer…, que necesitaba creer. Un cierto número de ella había abandonado Fénix para unirse a los sureños.
—¿Qué es lo que harán ustedes respecto a esas armas? —preguntó.
—Nada, excepto si realmente tratan de dispararnos con ellas. Los que lo intenten irán directos de vuelta a la nave, de forma permanente. Perderán la Tierra. Se lo hemos dicho y, hasta el momento, nadie ha disparado contra nosotros. Sin embargo, algunos sí se han disparado entre sí.
Lilith pareció asombrada:
—¿Y les estáis dejando hacerlo?
Nikanj enfocó en ella un cono de tentáculos.
—¿Acaso podríamos detenerlos, Lilith? ¿Realmente?
—¡Antes lo intentabais!
—A bordo de la nave, aquí en Lo y en los otros pueblos comerciales. En ninguna otra parte. Sólo podemos controlar a los resistentes si los enjaulamos, los drogamos y los dejamos vivir en un mundo irreal de visiones estimuladas por la droga. Hemos hecho eso con algunos humanos violentos…, ¿debemos hacerlo con más?