Lilith se limitó a mirarle, con una expresión indescifrable.
—¿No harán eso? —preguntó Tino.
—No lo haremos. Tenemos grabaciones de todos ustedes. Lamentaríamos perderlos, pero al menos salvaríamos algo. Vamos a invitar a su gente a volver a unirse a nosotros. Si algunos de ellos, a pesar de nuestros esfuerzos, están enfermos, heridos o lisiados, les ofreceremos nuestra ayuda. Son libres de aceptarla y, aun así, quedarse en sus pueblos. O pueden venir a los nuestros. —Apuntó un aguzado cono de tentáculos a Tino—. Desde que le mandamos de vuelta con sus padres, hace años, usted sabía que podía elegir volver con nosotros.
Tino agitó la cabeza y habló con voz queda:
—Me parece recordar que yo no quería volver con mis padres, que supliqué quedarme con ustedes. Y lo cierto es que, hasta el momento, no sé por qué no me lo permitieron.
—Yo quería conservarle. Si hubiera sido un poco mayor… Pero nos han dicho, y demostrado, que nos somos muy buenos para criar niños totalmente humanos. —Pasó su atención, por un momento, a Lilith; pero ésta apartó la cara—. Tuvimos que dejarle con sus padres para que creciera. Pensé que jamás le volvería a ver.
Tino se descubrió a sí mismo estudiando los largos y grises brazos sensoriales del ooloi. Ambos parecían estar relajados, apoyados en los costados del ser, con sus extremidades enroscadas, en una espiral hacia arriba para no tocar al suelo.
—A mí siempre me parecen trompas de elefante —comentó Lilith.
Tino la miró y vio que estaba sonriendo…, una triste sonrisa que, de algún modo, resultaba muy apropiada en ella. Por un momento fue hermosa. No sabía lo que él deseaba del ooloi…, si es que quería algo, pero sí sabía lo que deseaba de la mujer. Le hubiese gustado que el ooloi no estuviera allí. Y, tan pronto como se le ocurrió este pensamiento, lo rechazó. De algún modo, Lilith y Nikanj eran una pareja. Sin Nikanj, ella no hubiera resultado tan deseable. No entendía esto, pero lo aceptaba.
Tendrían que mostrarle lo que iba a suceder. Él no se lo pediría. Habían dejado claro que querían algo de él. Que se lo pidiesen ellos.
—Estaba pensando —dijo Tino, refiriéndose a los brazos sensoriales—, que no sé lo que son.
Los tentáculos corporales de Nikanj parecieron temblar, luego solidificarse en protuberancias descoloridas. Se hundieron en sí mismos del mismo modo que parecían hacerlo los blandos cuerpos de las babosas cuando se recogen para descansar.
Tino se echó ligeramente hacia atrás, impelido por la repulsión. ¡Dios, qué feos seres eran los oankali! ¿Cómo habían llegado los humanos a tolerarlos con tanta facilidad, a tocarlos y a permitirles que…?
Lilith tomó entre sus manos el brazo sensorial derecho del ooloi y lo mantuvo inmóvil, a pesar de que Nikanj parecía estar intentando apartarlo. Ella miró al ooloi, y Tino supo que debía de haber algún modo de comunicación entre ellos. ¿Acaso los oankali compartían su habilidad de leer mentes con sus humanos favoritos? ¿Y era realmente una lectura de mente? Lilith habló en voz alta:
—Poco a poco —susurró—. Dale un momento. Dame un momento. No eches a perder lo que intentas por apresurarte.
Por un momento, los nudos de los tentáculos de Nikanj aún tuvieron peor aspecto…, como si fuesen el resultado de alguna enfermedad grotesca. Luego, los nudos se deshicieron, formando de nuevo grises tentáculos corporales no más grotescos de lo habitual. Nikanj apartó su brazo sensorial de las manos de Lilith, luego se alzó y se marchó a un rincón. Allí se sentó y casi pareció desconectarse. Como si fuera una estatua tallada en mármol gris, se quedó absolutamente inerte. Incluso sus tentáculos craneales y corporales dejaron de moverse.
—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Tino.
Lilith sonrió ampliamente.
—Por primera vez en mi vida, he tenido que decirle que fuese paciente. Si él fuese humano, yo diría que está colado por usted.
—¡Bromea!
—En efecto —admitió ella—. Esto es peor que estar colado. Me alegra que usted también sienta algo por él, a pesar de que aún no sabe lo que es.
—¿Por qué ha ido a sentarse en ese rincón?
—Porque no logra decidirse a abandonar la habitación, pese a que sabe que debería hacerlo…, para dejarnos a nosotros dos ser humanos por un rato. De todos modos, no creo que usted desee realmente que se marche.
—¿Puede él leer las mentes? ¿Y usted? Ella no se echó a reír. Al menos, no se echó a reír.
—Nunca he conocido a nadie, ni humano ni oankali, que pueda leer las mentes. Él puede estimular sensaciones y mandar los pensamientos de uno en todo tipo de direcciones, pero no puede leer esos pensamientos. Sólo puede compartir las nuevas sensaciones que produce. De hecho, puede darle a uno los sueños más realistas y placenteros que jamás haya experimentado. Nada que usted haya conocido antes puede parecérsele…, excepto, quizá, su condicionamiento. Y eso debería explicarle a usted por qué está aquí, por qué estaba usted predestinado, más tarde o más temprano, a buscar un poblado comercial. Nikanj le impactó cuando era muy pequeño, tanto, que no tenía defensas. Y, lo que él le dio, usted jamás lo olvidará…, ni tampoco acabará de recordarlo del todo, a menos que lo sienta de nuevo. Y lo desea de nuevo, ¿o no?
No era una pregunta. Tino tragó saliva y no se molestó en contestar.
—Recuerdo las drogas —dijo, mirando a la nada—. Jamás tomé ninguna: era demasiado joven antes de la guerra. Recuerdo a otra gente tomándolas y pasándose, o quizás enloqueciendo por un tiempo. Recuerdo que se tornaban adictos, que a veces se hacían daño o mataban…
—Esto no es una droga.
—Entonces, ¿qué es?
—Una estimulación directa del cerebro y el sistema nervioso. —Alzó una mano para impedirle hablar—. No hay dolor en esto. Ellos odian el dolor más aún que nosotros, porque son más sensibles a él. Si nos hacen daño, se lo hacen a ellos mismos. Y no hay efectos secundarios dañinos. Todo lo contrario. Ellos solucionan, automáticamente, todos los problemas que encuentran. Obtienen un verdadero placer del curar o regenerar, y comparten ese placer con nosotros. Antes de que nos hallasen a nosotros no eran tan buenos en las reparaciones. Su regeneración estaba limitada a la cicatrización de heridas. Ahora, si pierdes una pierna, pueden hacerte crecer otra nueva. Y, lo crea o no, eso lo aprendieron de nosotros. Nosotros teníamos la habilidad, y ellos sabían cómo utilizarla. ¡Y, aunque parezca mentira, la aprendieron estudiando nuestro cáncer…, fue el cáncer lo que convirtió a la Humanidad en un socio comercial tan valioso! Tino agitó la cabeza, incrédulo.
—Vi como el cáncer mataba a mis dos abuelos. No es otra cosa que una enfermedad repugnante.
Lilith le tocó ligeramente el hombro, dejando que su mano se deslizase brazo abajo, en una caricia.
—Así que es esto. Por eso es por lo que Nikanj se siente tan atraído por usted. El cáncer mató a tres parientes cercanos míos, mi madre incluida. Me han dicho que me habría matado a mí también, si los oankali no lo hubieran solucionado. Para nosotros es una enfermedad repugnante, pero para los oankali es la herramienta que llevaban generaciones buscando.
—Y a mí, ¿me hará algo que tenga que ver con el cáncer?
—No. Simplemente, lo que sucede es que le halla más atractivo que la mayoría de los humanos. ¿Qué puede hacer uno con una mujer hermosa que no pueda hacer con otra fea? Nada. Es sólo una cuestión de preferencias. Nikanj y todos los demás oankali tienen ya toda la información que necesitaban para usar lo que han aprendido de nosotros. Incluso los construidos pueden utilizarlo cuando maduran; pero la gente como usted y yo seguimos siendo atractivos para ellos.
—No comprendo eso.
—No se preocupe por ello. Me han dicho que nuestros hijos lo entenderán, pero que nosotros no podemos.
—Nuestros hijos serán ellos.
—¿Acepta eso?
Le llevó un momento darse cuenta de lo que había dicho.
—¡No! No sé. Sí, pero… —Cerró los ojos—. No sé.
Ella se acercó más a él, descansó unas manos cálidas y llenas de callos sobre sus antebrazos. Podía olerla. Plantas aplastadas: el modo en que acostumbraba a oler un césped recién cortado. Comida, pimienta y algo dulce. Mujer. Tendió la mano hacia ella, tocó los grandes senos. No podía evitarlo: había deseado tocarlos desde el primer momento en que los había visto. Ella se recostó de costado, atrayéndolo para que se tendiese a su lado, dándole la cara. Un momento más tarde recordó que Nikanj estaba detrás de él, que ella, deliberadamente, lo había colocado de tal modo que el oankali estuviera a espaldas de él.
Se sentó sobresaltado, se volvió para mirar al ooloi. No se había movido. Ni siquiera daba señales de estar vivo.
—Quédate aquí acostado conmigo un rato —le dijo ella, tuteándolo repentinamente.
—Pero…
—Dentro de un rato iremos con Nikanj. ¿No?
—No sé. —Se volvió a recostar, contento de darle la espalda—. Sigo sin entender lo que hace. Quiero decir que, de acuerdo, me da buenos sueños. ¿Cómo? ¿Y qué más hace? ¿Me usará para dejarte preñada?
—Ahora no, Akin es demasiado pequeño. Quizá… recoja algo de tu esperma. No te darás cuenta de ello. Cuando tienen la posibilidad de hacerlo, estimulan a una mujer para que ovule y recogen los óvulos, los almacenan, recogen esperma, y lo almacenan también. Pueden mantener viables y separados los óvulos y el esperma, en el interior de su cuerpo, durante décadas. Akin es hijo de un hombre que murió hace casi treinta años.
—Había oído que existía un límite de tiempo…, que sólo podían mantener vivos durante unos meses los óvulos y el esperma.
—Es el progreso: antes de que yo abandonara la nave, alguien descubrió un nuevo proceso de conservación. Nikanj fue uno de los primeros en saber del mismo.
Tino la miró de cerca, estudiando su suave y ancho rostro.
—Entonces, ¿cuántos años tienes? ¿Ya has cumplido los cincuenta?
—Tengo cincuenta y cinco años.
Él suspiró y agitó la cabeza sobre el brazo en el que la había descansado.
—Pareces más joven que yo, que hasta tengo unas cuantas canas. Recuerdo que acostumbraba a preocuparme, pensando que yo era el humano con el que los oankali habían fallado, fértil y envejeciendo normalmente, y que lo único que iba a sacar de ello era el hacerme viejo.
—Nikanj no hubiese fallado contigo.
Estaba tan cerca de él que no podía evitar el acariciarla, moviendo los dedos por sobre su excelente piel. Sin embargo, se echó hacia atrás cuando ella mencionó el nombre del ooloi.
—¿No podría irse? —susurró—. Sólo por un rato…
—Parece que ha decidido que no —contestó ella con voz normal—. Y no te molestes en hablar bajito: desde donde está sentado puede oír el latido de tu corazón. Y puede oír tus subvocalizaciones, esas palabras que uno se dice a sí mismo, pronunciándolas pero sin que lleguen a sonar. Quizá sea por eso por lo que la gente ha llegado a creer que pueden leer las mentes. Y es obvio que no se va a marchar.
—¿Y no podemos hacerlo nosotros?
—No. —Ella dudó—. Tino, él no es humano. No es como el tener a un hombre o una mujer en la habitación.
—No, es peor.
Ella sonrió cansinamente, se inclinó hacia él y lo besó. Luego se sentó.
—Te comprendo —dijo—. En otro tiempo yo también sentía eso mismo. Quizá sea mejor así.
Se abrazó a sí misma y le miró casi con irritación.
¿Era frustración? ¿Cuánto tiempo hacía que ella no…? Bueno, aquel maldito ooloi no estaría siempre allí. Pero, ¿por qué no se iba? ¿Por qué no esperaba su turno? Y, visto que no era así, ¿por qué él sentía tanta vergüenza porque estuviese allí? Su presencia le molestaba mucho más que lo hubiera hecho la de otros humanos. Muchísimo más.
—Iremos con Nikanj en cuanto te haya dicho una cosa más, Tino —le informó ella—. Es decir, nos iremos con él, si es que decides que aún quieres tener algo que ver conmigo.
—¿Contigo? ¡Pero si no es contigo con quien tengo problemas! Quiero decir que…
—Lo sé. Pero esto es otra cosa…, algo que preferiría no tener que explicarte nunca. Pero, si no te lo digo yo, alguien se encargará de decírtelo de todos modos. —Inspiró profundamente—. ¿No te has hecho preguntas acerca de mí, acerca de mi nombre?
—Sólo he pensado que deberías de habértelo cambiado. No es un nombre muy popular que digamos.
—Lo sé. Y el cambiármelo no iba a servirme de mucho. Mira, Tino, no soy simplemente alguien a quien le ha tocado un nombre impopular. Soy quien lo hizo impopular: soy Lilith lyapo.
Él frunció el ceño, empezó a agitar la cabeza y luego se quedó quieto.
—¿No serás la mujer que… que…?
—Yo desperté a los tres primeros grupos de humanos que iban a ser enviados aquí, a la Tierra. Les expliqué cuál era su situación, cuáles eran sus opciones, y decidieron que yo era la responsable de todo lo que les pasaba. Ayudé a enseñarles a vivir en la selva, y decidieron que era culpa mía el que tuvieran que olvidarse de la vida civilizada. ¡Sólo les faltó culparme también de haber iniciado la jodida guerra! De cualquier modo, decidieron que les había traicionado a los oankali, y lo más moderado que me llamaron fue Judas. ¿Es así como te enseñaron a pensar en mí?
—Yo… Sí.
Ella agitó la cabeza.
—Los oankali o los sedujeron o los aterrorizaron, o incluso ambas cosas. Yo, en cambio, no era nadie…, les resultaba fácil culparme de todo. Y no había peligro en ello. Así que, de tanto en tanto, cuando ocurre que algunos ex-resistentes que andan de paso por Lo oyen mencionar mi nombre, esperan verme con cuernos. A algunos de los más jóvenes les han enseñado a culparme de todo lo malo, como si fuera un segundo Satanás, o la mujer del Diablo, o alguna otra idiotez similar. Y, de vez en cuando, uno de ellos trata de matarme. Es por esto por lo que soy tan quisquillosa en eso de las armas.
Él se la quedó mirando por un rato. La había estado estudiando detenidamente mientras hablaba, tratando de hallar culpabilidad en ella, tratando de ver en ella al Diablo. En Fénix, la gente había dicho cosas así de ella: que estaba posesa por el Demonio, que primero se había vendido ella al Diablo, y que luego había vendido a la Humanidad. Que había sido la primera en ir voluntariamente a la cama con un oankali, para convertirse en su puta y luego seducir a otros humanos…
—¿Qué es lo que dice tu gente de mi? —preguntó ella.
Él dudó, lanzó una ojeada a Nikanj.
—Que nos vendiste.