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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (30 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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La nas-Veda que se Sienta sobre Abejas, Juez de Jueces

Humildad estaba envuelta en la túnica de los Miethi, el clan del desierto que habitaba en el límite de la Lengua Henchida. Tenía el rostro velado y los dedos cubiertos hasta la segunda falange. Atisbaba en las tiendas, caminaba y comía hielo endulzado de la montaña. Durante un rato, observó el funeral que se celebraba en la calle. Con sus flores rojas en el cabello y sus chiquillos desnudos, las mujeres Tunni coqueteaban con los hombres vestidos de negro que asaban el cuerpo desollado de algún anciano. Una carreta traía músicos y fuentes con comida.

Para Humildad no había nada tan refrescante como esos breves momentos de libertad, lejos de la disciplina y el rigor de la colmena. Era agradable dedicarse a esa persona secreta que moraba en su interior, la Reina de la Vida antes de la Muerte.

En la tienda del hojalatero recogió algunas piezas que había encargado, y luego fue en busca de algunos productos químicos. En el puesto de las tejedoras encontró una tela de encaje que necesitaba, pero no la compró... Tal vez lo hiciese al día siguiente. Por ahora le bastaba con imaginar la túnica de encaje. Humildad canturreó una melodía en voz baja, y sus pies fantasmales comenzaron a bailar mientras sus pies reales recorrían la calle de las Alas Tempranas. A pesar de que raras veces estaba desierta, ahora la calzada parecía pertenecerle.

Tal como le habían indicado, encontró al mercader de joyas encerrado en su pequeña habitación, apenas más ancha que la pesada puerta. Sí, ese hombre pálido pertenecía a los Weiseni, un clan de comerciantes que se extendía por medio Geta pero que no se veía con frecuencia en Kaiel-hontokae. El hombre tenía marcas rectangulares en la piel y un aro en la nariz. Humildad era su única cliente. El la miró sin hablar y no le prestó demasiada atención, ya que los Miethi sólo le compraban algunas cuentas para adornar sus túnicas.

Humildad le pidió unas cuentas verdes y le sonrió con la mirada. Entonces se acomodó mejor el velo para que no pudiese verla bien. El hombre extrajo las cuentas de una gaveta. Mientras se hallaba agachado, ella echó un vistazo a la puerta y entonces le rodeó el cuello con un alambre. Todo ocurrió tan rápido que el hombre murió sin siquiera mostrar sorpresa. El cuerpo cayó detrás del mostrador.

¿Por qué sería que la anciana le había pedido que matase a este Weiseni en particular? Ella no lo sabía. Probablemente, como era demasiado vieja para los hombres, se dedicaba a la política a gran escala. Unos momentos después, Humildad había cerrado la puerta y las persianas como si su víctima hubiese partido para hacer alguna diligencia, algo muy común entre los joyeros.

Humildad escuchó. Entonces regresó y cortó el cuello del cadáver rápidamente. Para completar su tarea artística también le acuchilló los brazos, como si el joyero se hubiera defendido de un ataque. Clavó su daga viciosamente, como si el atacante hubiese sido un hombre fornido que no sabía nada de anatomía. Después de repasar cuidadosamente una pelea imaginaria, Humildad tumbó un mostrador para que pareciera que el joyero lo había tirado al caer. Por unos momentos observó las joyas. Las esmeraldas le agradaban, pero no se llevó ninguna. Cogió unas piedras más grandes y brillantes que no tenían ningún valor, y también un poco de oro. Hasta un tonto era capaz de reconocerlo.

El ocaso era un momento agradable del día. Humildad se desembarazó de las joyas mientras caminaba, y luego se sentó junto a la Fuente de las Dos Mujeres para lavar el cuchillo. Varios insectos muertos flotaban en la superficie del agua. Un buhonero vendía a los transeúntes cuajada de soja por unas monedas de cobre. Humildad se alegró de ver que los demás también disfrutaban con el atardecer. Una pequeña mujer o'Tghalie paseaba con dos de sus hombres. Los llevaba cogidos del brazo y cuando sonreía a su izquierda mecía su cadera hacia la derecha. Eran unos magos aquellos o'Tghalie. Podían decirle cómo aquellos demoníacos electrones recorrían las figuras metálicas que le había fabricado el hojalatero.

No disponía de más tiempo para sí misma. Humildad regresó a la colmena, cambiando gradualmente el aspecto de su túnica para que ya nadie la confundiera con una Miethi. La se-Tufi que Poseía Honor la recibió en la sala de reuniones. Honor memorizó las últimas proezas de Miel, cambió sus ropas con las de Humildad y se marchó hacia el Palacio. Humildad se tendió desnuda sobre el suelo de piedra de su celda, y allí estuvo un buen rato expulsando de su mente la opulencia del Palacio, el recuerdo de las manos masculinas en su cuerpo y el interés por complacer. Entonces cogió las piezas de cobre, las últimas piezas, y terminó de armar la pequeña torre de rayófono que Hoemei le había enseñado a construir. Ella se había mostrado bastante estúpida, pero sólo porque verificaba tres veces cada cosa que le decía Hoemei.

Lo único que no había podido construir sola era la cuba de electrones, y tuvo que pagarla muy cara en una de las fábricas del mercado, seduciendo luego a Hoemei para que la probase. Ella había comprendido la prueba, pero le resultaba terriblemente frustrante no saber cómo confeccionar los instrumentos de prueba. En la magia siempre quedaban cabos sueltos que la hacían difícil de robar.

Ninguna de las Liethe sabía qué era lo que estaba haciendo; ni Honor había sido capaz de duplicar sus experiencias con el rayófono, y necesitaría un entrenamiento especial si quería continuar con la aventura de Miel como amante de Hoemei. Humildad tendría que ser capaz de probar su aparato en la colmena. Primero habló con Oído Aguzado y, sin prometerle nada, la envió a una habitación alejada con la caja de la voz, reteniendo consigo el oído, preguntándose si ocurriría algo.

Según Hoemei, el universo era como un diapasón. Si se entonaba la nota adecuada frente a un diapasón, éste comenzaba a vibrar. El mundo entero era como muchos de ellos combinados. Si alguien calculaba las conexiones y los construía de tal modo que coincidiesen con los cálculos, podía obtener un instrumento musical capaz de responder a su voz a cien días de viaje de distancia. En realidad, Humildad no esperaba que su caja funcionase, aunque había sido muy cuidadosa con los cálculos y los había revisado a mano y también por el método o'Tghalie.

Oído Aguzado entró como una tromba en su celda, perpleja.

—¿Qué es esto? ¡Escuché la voz de Aesoe! ¿Es cierto que era él?

—Tonta. ¡Era yo! ¿Me escuchaste?

—Debí haberlo imaginado —rió Oído Aguzado—. ¡Aesoe nunca es tan obsceno!

—¡Quiero probarlo con la anciana madre! Prepárala para el juego. En cuanto se haya llevado la voz al oído, agita una bandera en el corredor.

Cuando llegó la señal, Humildad dijo en su caja:

—¡Su enemigo duerme!

La anciana madre se plantó ante su puerta casi de inmediato, jadeante y temblorosa.

—¿Qué es esta cosa? —Le enseñó la caja parlante como si fuese la gigantesca cabeza mutante de una flor fei.

—¡Es un oído mágico!

—¿Lo has robado del Palacio? —preguntó la anciana aterrada.

—¡Lo hice yo! Hoemei me enseñó.

Sus palabras fueron recibidas con escepticismo. La mujer no lograba imaginarse a sí misma aprendiendo a construir un artefacto semejante. Las se-Tufi gozaban de un lugar ilustre entre las crónicas, ¡pero no eran magas de ningún modo!

Humildad sonrió con seductora inocencia.

—¡Usted nunca ha tenido a Hoemei por amante! Le encanta transmitir lo mejor de él mismo a mi cabeza.

Pero la mente anciana ya se había cerrado y estaba evaluando las posibilidades.

—¿Qué distancia es capaz de alcanzar?

—No mucha. Esto no es más que un juguete.

—¿Has visto la magia completa?

—El taller del mago en el Palacio, sí.

—¿Y qué distancia alcanza su magia?

—Ya ha oído los rumores. A cualquier lugar de Geta. En ocasiones unos demonios ruidosos estropean la magia. —Los ojos de Humildad se iluminaron con orgullo—. He
hablado
con nuestras hermanas Liethe de Soebo.

El bastón de la anciana se alzó en el aire.

—¿Cuándo?

—Hace unos pocos atardeceres.

—¿Habéis intercambiado algunos chismes? —preguntó la anciana con ironía.

Humildad inclinó la cabeza.

—No, ilustre madre. Tengo un mensaje especial para usted. Sabía que quería esta información, así que pregunté si se encontraba disponible. Es el Amo de las Tormentas Invernales Nie t'Fosal quien realiza los ensayos genéticos con el modesto escarabajo.

—Ah, así que era cierto. Aesoe había especulado acerca de ello.

—Y usted pensó que no obtendría respuesta en mucho tiempo, ¿verdad?

—Eres inmodestamente consciente de tus capacidades.

—Tengo a Hoemei amarrado a mis cabellos. —Meció las caderas con arrogancia.

—¡Cuatro rondas de penitencia esta noche, antes de dormir! —le ordenó la anciana, golpeándola con su bastón.

Humildad se hincó de rodillas e inclinó la cabeza hasta rozar el suelo.

—Buscaré la verdadera humildad en la penitencia, sabia anciana.

La madre de la colmena despidió a Oído Aguzado y esperó hasta que las dos estuvieron a solas.

—¿Qué tal pasaste la tarde?

—La disfruté mucho. Llegué hasta la Fuente de las Dos Mujeres.

—Un lugar frívolo.

—Allí lavé mi cuchillo.

—Ah. El joyero. ¿Padeció? —Sus ojos de bruja brillaban como pilas de huesos en el fuego crematorio de un hombre envenenado.

—No permito que mi oponente tenga alguna posibilidad de responder. Ni siquiera lo supo.

—Sí, eso supongo —gruñó la mujer—. Tal vez haya sido mejor así. —La anciana no parecía convencida.

Capítulo 32

Cuando un dobu de los kembri ataca a un hombre, emplea fuerzas inherentes a la defensa de su oponente para lograr su derrota. Si espera un empujón, el dobu tira de él. Si espera ser arrastrado, el dobu empuja. De un modo parecido atacamos la mente de un hombre. No emplees la verdad y la razón para dominar a tu enemigo. Derríbalo aplicando su propia lógica con astucia.

Dobu de los kembri, Arimasie ban-Itraiel en
Combate

En el año de la Mariposa Nocturna, la semana del Caballo se inició con una celebración dedicada al mítico insecto de paso lateral, el Caballo, pieza de ajedrez conocida como Protectora de los Niños. Las criaturas desnudas llevaban elaboradas cabezas de Caballo y hacían cabriolas por las calles en cuanto se elevaba Getasol, suplicando favores y obsequios a cada adulto que pasaba. Era evidente que no se ponían de acuerdo en la forma o el color que debía tener una cabeza de Caballo.

—¡Cuidado! —Avisó Teenae a Oelita—. En ese callejón hay otros que se ocultan en una emboscada. —Un hocico oscuro con grandes ojos de hoiela saltó frente a ellas, sujetando la mano de una bestia más pequeña y sonriente cuya horrible cabellera le llegaba hasta los hombros. Esa mañana Teenae y Oelita habían salido con sus bolsos bien provistos, y les ofrecieron dos canicas de vidrio.

Al llegar al callejón, las mujeres se encontraron con otros niños. Una pequeña llevaba una máscara de madera con mandíbulas vagamente similares a las del maelot, y unas orejas colgantes bastante inverosímiles. Otro lucía una cabeza larga con rayas, mientras que su compañera aparecía detrás de una enorme nariz a cuadros. El varón quería dulces, y las niñas pedían baratijas, pero unos y otros acabaron disputándose una pequeña cerbatana.

Desde que volvió, Teenae no se separaba de Oelita. Mostraba una inmensa lealtad hacia aquella mujer que le había salvado la nariz, y tal vez la vida. Estaban unidas por aquel encuentro y por el código de las que amaban a más de un esposo. Tampoco podía olvidar que ya una vez había quebrado su promesa de proteger a Oelita de Joesai. Ella confiaba en que Gaet y Hoemei se comportarían con prudencia aunque no las tenía todas consigo respecto a Joesai.

—¿Conoces a esa mujer, Kathein pnota-Kaiel? —preguntó Oelita.

—Muy bien. —Teenae tenía ciertos reparos respecto a la reunión que ella había organizado.

—No entiendo por qué puede estar interesada en mi cristal. ¿Es una mística?

—Tu cristal es una Voz Congelada de Dios.

—Por eso pensé que podía ser una mística. ¿Ella lo mira y escucha cosas?

Su carroza había llegado, y ambas subieron mientras Teenae daba instrucciones a los Ivieth. Las dos mujeres se sentaron una junto a la otra.

—Es difícil explicar lo que hace Kathein a alguien que ha vivido toda su vida bajo el gobierno de los Stgal. Ella es una dobu. Piensa en cómo se manejan los dobu de los kembri cuando pelean. Todo el trabajo lo hace la fuerza del cuerpo de su oponente. Kathein es una dobu de la materia. Existen fuerzas dentro de todos los objetos inertes que nos rodean. Se resisten a nosotros con su pasividad. Si deseamos que un esposo vaya al mercado con nosotras, no tenemos más que pedírselo. Si deseamos que nos acompañe una carreta, tendremos que maldecir, empujar y sudar. Kathein es una dobu. Emplea las fuerzas inertes contra ellas mismas para así obtener lo que desea. Cuando quiere una carreta, ésta la sigue. Cuando observa un cristal, éste recuerda a Dios.

Oelita sacudió la cabeza ante una locura tan pintoresca.

Un niño de enorme cabeza con barba y grandes quijadas detuvo la carroza y exigió su tributo al Caballo. Oelita y Teenae contribuyeron con un dulce y una canica, y entonces volvieron a ponerse en marcha.

El antiguo edificio de piedra que se alzaba junto al acueducto Moietra era el refugio de Kathein. Oelita se echó a reír y se levantó las faldas para sortear el lodo que corría entre los guijarros.

—¿Así que ésta es la morada de la maga ante quien se inclinan las carretas y hablan las piedras? Una mansión tan sombría inspira precaución. ¿Cómo debo saludarla?

—Como alguien que te ha hecho un Gran Favor.

—No revelaré el paradero de mi cristal hasta que hayamos cerrado el trato.

Teenae sintió una punzada de compasión, pero no hizo ningún comentario. La Dulce Hereje no debería haber venido sola para negociar con una Kaiel. Entonces su curiosidad hizo que se olvidara de Oelita. ¿En qué se habría convertido Kathein?

Un joven Kaiel de la guardería salió a su encuentro y las condujo hasta una habitación alta, cuyos muros estaban cubiertos de tapices. Kathein estaba allí, de pie, con expresión impasible. Llevaba un pantalón y un corpiño que sujetaba sus senos pero los dejaba expuestos, tal como dictaba la tradición para las mujeres que amamantaban.

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