Una vez había pensado en casarse con un hombre. Había tenido muchos amantes, más de los que podía recordar, pero sus relaciones eran todas de a dos, como si de alguna manera nunca hubiese superado la adolescencia.
Soy demasiado solitaria,
se dijo mientras disfrutaba con la sensación de ser compartida. Hacía que se sintiera parte de todo. Había estado demasiado tiempo luchando sola en el mundo, aunque la lucha había sido gratificante.
Oelita frotaba a Gaet, lo tocaba con sus dedos. Le dirigió la sonrisa que empleaba para seducir a los hombres, y luego miró por el rabillo del ojo para ver si Noé la observaba. Noé la observaba, y al notar su mirada le sonrió como diciendo: ¿no es hermoso nuestro hombre? Por primera vez en su vida, Oelita le sonrió a una mujer con la sonrisa que utilizaba para atraer a los hombres, y se sintió confundida. Noé le respondió lavándole el rostro.
Me pregunto quién dormirá conmigo esta noche, ¿él o ella?,
se interrogó Oelita.
—¡Tardasteis bastante en llegar hasta aquí! —Exclamó Hoemei desde la puerta cogiendo una esponja—. Veo que estas mujeres están siendo demasiado suaves. —Y comenzó a frotar a su hermano—. Veamos si puedo quitarte ese mal olor. ¡Por el Silencio de Dios! ¿Dónde habéis estado?
—Cogimos un camino algo indirecto. Escalamos hasta la Herida Blanca.
—¿Qué? ¿Le permitiste llevarte por ahí? —Hoemei miró sorprendido a Oelita—. La última vez que subimos a la Herida Blanca éramos diez y sólo regresamos siete. Esa experiencia me pone los pelos de punta. De los siete, sólo Joesai se atrevió a regresar.
—Entonces éramos unos chiquillos. A mí me dio comezón.
—¿Conoces a Joesai? —preguntó Oelita con recelo.
—De la misma guardería —rió Hoemei—. ¿Te ha estado causando problemas?
—¡Sí!
—Acabo de recibir un informe sobre él. De Soebo.
Noé se paralizó.
—¡Continúa! —Inspiró muy profundamente una vez—. ¿Está muerto?
—No se encuentra en Soebo.
—¿Y Teenae? —Noé estaba ansiosa.
—No se sabe nada.
—Los amáis, ¿verdad? —Dijo Oelita con tono acusador—. ¡Él es vuestro amigo!
—Algunas veces —dijo Noé con ironía.
—Algunas veces —repitió Hoemei riendo.
—Casi nunca —dijo Gaet con el rostro inexpresivo.
¡Se estaban burlando de ella! ¡No le agradaban las bromas cuando estaba en juego su vida! Oelita trató de levantarse de la tina, pero Noé y Gaet la sujetaron mientras Hoemei le vaciaba un cuenco de agua en la cabeza.
Entonces él trajo una gruesa toalla y comenzó a secarla.
—Tenemos mucho de qué hablar —le dijo—. Se me ha encomendado organizar el programa de ayuda a la costa.
—Gaet me lo contó. No imaginé que te conocería con esta pinta.
—Mañana me ocuparé de revisar mis primeras impresiones. ¿Puedo conservar
esta
impresión en un lugar especial? —Dejó caer la toalla al suelo para mirarla.
—¡Me secaré sola! —replicó ella mientras volvía a cubrirse—. Estás siendo muy atrevido con tus manos y tus ojos.
—Es algo que me sucede últimamente.
—¿Las dulces lisonjas de una Liethe refuerzan tu ego masculino? —sugirió Oelita con suavidad.
—¡Por los Dientes de Dios, eres tan mala como Noé!
Noé regresó con ropas limpias. Para Gaet traía una túnica ligera, bordada con enredaderas, y para Oelita una prenda de seda, blanca y reluciente.
—Ésta es una de las favoritas de Gaet. Ven, te llevaré arriba. Tengo todo lo que necesita una mujer.
—Luego nos encontraremos en mi habitación —dijo Hoemei—. Es la más limpia. Gaet y yo prepararemos algo de comer.
Entre frascos verdes con aceites, cajas de perfumes en barra y pilas de retazos con los cuales estaba confeccionando un cobertor, Noé peinó a Oelita y luego la vistió.
—¿Cómo podré llevar esto? —exclamó Oelita. La prenda era hermosa, pero tenía largos tajos a los costados, delante y detrás. No ocultaba nada. Se hubiese sentido más cómoda desnuda.
—Yo lo he usado en la calle —dijo Noé.
—¡No es verdad!
—De noche —admitió Noé con una sonrisa.
—Si me pongo esto, tú también tendrás que usar algo provocativo.
—No. Estoy cansada para cambiarme. Y es demasiado tarde. La comida está lista.
Oelita vaciló.
—Dime una cosa, Noé. ¿Me encuentro en peligro aquí?
—Tu vida no corre peligro. ¡Tu alma sí!
—Si alguna vez te ofendo, por favor dímelo antes de actuar.
—Se dice que yo soy muy directa.
—¿Te estorbo? Me refiero a Gaet.
—Pequeña bárbara, estamos buscando una nueva mujer. Tuvimos una, pero algunas veces estas cosas salen mal. Eres bienvenida a compartir todo lo que poseo, siempre que te comportes del mismo modo conmigo. —La besó en la mejilla y cogió su mano.
Y así pasó la velada, con una rabiosa partida de Kol que hizo gritar a los hombres y reír a Noé ante el estilo heterodoxo de Oelita. Nadie lograba comprender por qué ella estaba ganando. Gaet se sentó a su lado en los cojines, y de vez en cuando la acariciaba bajo las aberturas de la túnica. Ella lo acusó de intentar desconcertarla. Hablaron sobre el arte en la ciudad, y Noé prometió llevarla a escuchar los Salmos que tanta fama daban a Kaiel-hontokae. Cuando las velas estuvieron a punto de apagarse, Noé comenzó a desatar algunos de los lazos que mantenían unida la prenda de Oelita, de tal modo que Gaet pudiera acariciarla con más facilidad.
Así que me lo prestará esta noche,
se dijo Oelita, que lo deseaba. Él era lo único que calmaba su pánico. Lo necesitaba, y saber que iba a tenerlo la serenó y provocó que creciera su calidez erótica. Pero Noé se llevó a Gaet consigo, y ambos se despidieron en la puerta dejándola desnuda sobre la cama de Hoemei.
—Podríamos ir a tu habitación —dijo él en forma ambigua, sugiriendo que estaba dispuesto a respetar sus reglas y que a la vez deseaba estar con ella.
Oelita tembló. No quería dormir sola, pero tampoco quedarse con un extraño. Escudriñó el rostro del coesposo de Gaet y trató de leer su alma.
—También puedes quedarte —dijo él.
—Por un rato. Tienes una habitación acogedora.
—Es extraño conocerte.
—Estoy toda desaliñada —respondió ella. Hoemei era apuesto a la luz de las velas. ¿Por qué parecía cohibido ahora? Antes se había mostrado tan atrevido.
Debería hacerlo,
pensó. Si sólo fingía formar parte de los Cuatro, y que lo que estaba ocurriendo sucedía con cada ciclo de sueño, ¿qué podía pasar? Sentía una curiosidad extraordinaria respecto al matrimonio. En todo caso, si lo que Gaet le había dicho sobre Hoemei era verdad, necesitaba acercarse a ese hombre.
Él se sentó a su lado y le rozó el hombro. Oelita pudo percibir su cariño.
—Se necesita tiempo para conocer al otro —dijo él—. No hay ninguna prisa.
Ella podía amar a un hombre que no la presionaba.
—Me quedaré. —Él comenzó a desvestirse, guardando sus prendas escrupulosamente. Un hombre compulsivo—. Hoemei, ¿tú amas a Noé?
—Por supuesto.
—¿Amas a tu criatura Liethe?
—Ahora que lo mencionas.
—¿Te agrado un poco?
—Quedé prendado a primera vista.
—Ayúdame a salir de este recesivo letal que quiere ser un vestido, pero recuerda que aún no estoy lista para nada. —Sabía que lo alejaba y al mismo tiempo lo atraía hacia ella. Las manos de Hoemei acudieron en su ayuda, pero ella hizo casi todo el trabajo por su cuenta, con tanta prisa que arrancó un broche. Luego se tendieron uno junto al otro, desnudos, sin tocarse. Era extraño. La llama titiló unos momentos y finalmente se apagó. En aquella ciudad desconocida, donde no contaba con ningún amigo, el silencio hizo que Oelita se sintiera inquieta. Necesitaba sentir el contacto de otro, y sin embargo también le temía—. Hoemei, ¿cuál es tu precio por ayudarnos en la costa? —Las palabras, aunque fuesen intelectuales, eran una especie de contacto.
—¿Conoces nuestra forma de gobierno?
—Los Kaiel son los líderes hereditarios. Lo acostumbrado. Yo no lo apruebo. Creo que los otros clanes también deberían tener obligaciones políticas.
—No es tan simple entre nosotros. Cuando vayamos a la costa no entregaremos los alimentos a los Stgal para que ellos los distribuyan. Enviaremos sacerdotes. Si a uno de los tuyos le agrada un sacerdote en particular, se compromete con él y el sacerdote pacta para ayudarlo.
—Los Stgal se opondrán.
—Los Stgal no podrán decir nada. Supongamos que yo firmo un pacto con tu gente y les proporciono alimentos. Entonces ellos ya no están en la cadena de kalothi de los Stgal, sino en la de mi templo.
—¿Y el precio?
—Es un intercambio. Nosotros nos ocupamos de resolver problemas. ¿Cuánto vale para vosotros la solución de vuestros problemas?
—Te daré un problema para resolver.
—Las mujeres sois buenas para eso. —Acercó el rostro al de ella en la oscuridad, hasta que pudieron percibirse el aliento.
—¡Canibalismo! —Oelita le mordió la nariz con suavidad, para que no se acercara tanto.
—Auch. Ése no es el problema.
—¡Sí que lo es!
—La carne es la
solución
a un problema, y lo que a ti no te gusta es la solución. Se dice que estás en contra de la tradición.
—¡
Odio
el ritual!
—La tradición es un conjunto de soluciones a problemas que hemos olvidado. Desecha las soluciones y volverán de nuevo los problemas. Algunas veces éstos han mutado o desaparecido. Con frecuencia siguen estando ahí, tan grandes como siempre. Geta es un planeta difícil. Nos mata. Lo mejor que podemos hacer es dejar que el ritual sea quien controle a la Muerte.
—¡Roca del Cielo! ¡Estoy cansada de escuchar eso!
—Los sacerdotes Kavidie eran vegetarianos.
—¡Me ofreces un mito para probar tu argumento!
—Los Kavidie sólo son un mito porque murieron hace mucho tiempo. Vivieron entre las Colinas de la Muerte Roja, al otro extremo del planeta, y gobernaban el doble de territorio que los Kaiel hoy día. Yo he visto sus libros en la biblioteca. Existieron.
—Sólo estamos hablando porque nos tememos el uno al otro. ¿Por qué no te callas, me abrazas y yo te abrazo a ti? —Le colocó un brazo alrededor del cuello, y atrajo su rostro hasta que sus narices se tocaron.
—¿Dónde aprendiste a ganar discusiones? —preguntó él.
—¡Nada de últimas palabras! —Y Oelita lo estrechó—. Tienes unas orejas tan grandes. Podría perderme en ellas. ¿Qué susurra una esposa en el oído de su marido?
—¡Por lo general le dice que se calle!
Ella lo besó, aunque aún sentía cierta reserva hacia él.
—En caso de que no lo sepas, soy una ovaet —susurró para tranquilizarlo.
—Ah —dijo él. El ovaet era un rasgo genético que poseían cuatro de cada cinco mujeres getanesas. Ello les permitía abortar automáticamente si no deseaban que se efectuase la concepción.
—Cuando estoy en la cama con un hombre dulce como tú, ser ovaet me ayuda a cumplir mi promesa de no volver a tener hijos. De otro modo, me habría resultado difícil. —Rozó su mejilla contra la de él—. Puedo percibir tu preocupación. Es agradable.
—Aesoe nunca me dijo que las bárbaras como tú sabían halagar a un hombre.
—¡Bárbara! ¿Nosotros os llamamos Los Bárbaros de la Colina! —Replicó Oelita—. ¿Quieres escuchar una broma sobre los Kaiel?
—Seguro que la conozco.
—¿Por qué un Kaiel se quita las sandalias antes de entrar en su casa?
—Me rindo.
—¡Para que no se le ensucien!
Él le tapó la boca, y pronto se dejaron llevar por los placeres del amor. Oelita se apostó a sí misma que Hoemei se quedaría dormido en cuanto alcanzasen el climax, y así fue. Con una sonrisa en los labios, la cabeza sobre las manos y los codos en la almohada, ella permaneció mirando su imagen oscura. Había decidido que le agradaba jugar a que estaba casada. Ahora tenía dos hombres que se amaban entre ellos y que estaban ligados con ella. En una ciudad extraña y hostil, siempre era mejor tener dos hombres que uno. Junto a ella, bajo el cobertor, la calidez de su cuerpo le brindaba seguridad.
Si me ama, salvará a mi gente,
se dijo.
Oelita soñó que su cuerpo estaba ilustrado con tatuajes cambiantes y que grandes eruditos venían a estudiarla, de día o de noche, para luego partir sacudiendo las cabezas por el asombro. Ella llevó su mensaje a las catacumbas, a las malignas ciudades al otro lado de Geta, a través de los templos, y a los infiernos del desierto. El desierto era caluroso, hervía sobre su piel a medida que cambiaban los tatuajes. Gimiendo, Oelita logró salir de debajo del cobertor y permitió que la brisa evaporase el sudor de su cuerpo. Entonces volvió a quedarse dormida, abrazada a Hoemei.
Los sueños continuaron, transformándose. Su cuerpo comenzó a contar historias más alegres, frívolas incluso, respecto a amores fugaces y a diversiones. Ella se acurrucó contra su hombre. Él le acariciaba las nalgas con suavidad, pero ella lo detuvo, semidespierta, y las manos no pertenecían a Hoemei. Eran grandes y velludas. Oelita comenzó a gritar y se arrastró hasta la pared, tratando de alejarse del inmenso monstruo.
—¿De dónde has sacado un trasero tan bonito? —preguntó el monstruo.
—¡Oelita! —dijo una Teenae diminuta desde la puerta, con los ojos abiertos de par en par.
Oelita no dejaba de gritar. Para entonces Hoemei ya la tenía en sus brazos y trataba de calmarla.
—Sólo es Joesai. —Parecía aturdido. Teenae lo abrazaba y lo apretaba.
—¡Soy yo! ¡Recuerda! ¡He regresado! ¡Te amo y me alegro de verte! —Los gritos hicieron que Gaet y Noé vinieran corriendo, pero al llegar chocaron contra Teenae. Ella se colgó del cuello de Gaet y sus piernas le rodearon las caderas.
—¡Mi adorado amante perdido! —le susurró.
—Ah, Teenae —dijo él con alegría. Hoemei lloraba con alivio. Joesai y Noé sólo sonreían en medio del caos. Arrinconada contra la pared, Oelita se cubría el cuerpo con el cobertor mientras trataba de comprender la revelación: aquellas personas formaban una sola familia. Al tratar de evitar a Joesai, su terror la había llevado directamente a sus coesposos. Ahora estaba allí, con él en aquella habitación, y ya no podía sentirse segura en ninguna parte.
En un juego abierto como el ajedrez, un jugador oculta sus movimientos tras de la complejidad. En un juego encubierto como la cacería, de cinco naipes el jugador oculta sus movidas manteniendo tres naipes boca abajo. ¿Pero cómo se juega a, algo que en sí permanece oculto? El oponente no habla nunca, jamás se muestra ni expresa satisfacción. Durante ese único momento inesperado en que se revela la magnitud de lo que has perdido, ¿quién ha ganado?