Authors: Jan Guillou
La explicación más curiosa para la maravillosa victoria de Lena, sin embargo, la tuvieron los svear, puesto que en Svealand se divulgaba en aquel tiempo la leyenda de que el dios Odín, después de una larga ausencia, se había dejado ver de nuevo. Muchos luchadores de Svealand dijeron haber visto con sus propios ojos cómo el dios Odín, vestido con un manto azul, salía al campo de batalla delante de los svear, encima de
Sleipner
, su caballo gris.
Esa explicación pagana de los svear acerca del ídolo Odín como padre de la victoria enojó a los obispos de los tres países. Llegaron a Skara y Linköping desde Aros Oriental, Strängnäs y Örebro para predicar al unísono que el Señor, en Su inescrutable misericordia, había regalado la victoria a los svear, a los godos y al rey Erik.
Esta convicción vocinglera de los obispos tuvo la ventaja de que en ese caso el rey Erik habría vencido por voluntad expresa y claramente manifiesta de Dios, por lo que no faltó nadie de entre los obispos en el concilio de Näs que asegurase que Erik ya era el rey indiscutible del reino. Pero cuando les pidió que lo coronasen lo esquivaron diciendo que no podía ser sin un arzobispo. Y quien debía nombrar al nuevo arzobispo después del fugado Valerius sería en tal caso Andreas Sunesson, el nuevo arzobispo danés de Lund. Sin embargo, no se podría esperar ningún apoyo por su parte, puesto que no solamente era un hombre de Valdemar
el Victorioso
, sino que además era el hermano de los generales caídos, Ebbe, Lars, Jacob y Peder. Ebbe Sunesson fue el único que había recibido cristiana sepultura en Dinamarca, no obstante viajó a casa con una cabeza de menos.
El hecho de que Dinamarca tuviese que nombrar al arzobispo de los svear y los godos, ciertamente era una situación irracional y seguramente se arreglaría después de escribir al Santo Padre de Roma. Eso, empero, no podría hacerse en un santiamén.
Con todo, era una ventaja para el joven rey tener a los obispos de su parte desde el principio. Otra ventaja que para los Folkung conllevaba esa buena voluntad de los obispos era que ya no se oponían a consagrar la iglesia de Forshem al Santo Sepulcro, ya que la iglesia llevaba varios años lista sin servir como casa de Dios. En la consagración, el rey Erik en persona se presentó en Forsvik para honrar a Arn Magnusson, su mariscal y promotor de la construcción de la iglesia.
La amistad entre el rey Erik y Arn se había confirmado. Arn consideró que, en poco tiempo, Erik había dejado de ser un jovencito codicioso de placeres simples, para convertirse en un hombre serio de gran dignidad. Y para Erik, que ya había visto a su mariscal en guerra contra una potencia superior, no había duda de quién era el padre de la victoria. También hizo ese reconocimiento sin la menor reserva ante los seglares en el consejo, aunque tuvo a bien, por la presencia de los obispos, admitir que la victoria les había llegado de manos de Dios.
Arn no se oponía a animar las ideas de los obispos sobre David y Goliat, puesto que toda comparación más o menos ingeniosa por parte del poder eclesiástico reforzaba la certeza de que Erik había vencido por la voluntad de Dios y que, por consiguiente, era quien debía llevar la corona.
Sin embargo, Arn albergaba ciertas dudas en su fuero interno. En su vida anterior había visto demasiadas victorias aparentemente inexplicables o derrotas inesperadas como para estar sinceramente convencido de que Dios se preocupaba por todas las pequeñas luchas de los humanos en la tierra. Según la experiencia de Arn, un mando insensato en un bando era el motivo más común de la victoria del otro bando.
Y los daneses habían sido insensatos en más de una manera, y además, soberbios. Habían subestimado enormemente a su enemigo y habían confiado casi exclusivamente en la caballería pesada, aunque debieron de comprender que encontrarían nieve. Lo peor era, sin embargo, que no habían previsto los arcos largos y, por consiguiente, habían cabalgado directos a la muerte con toda la fuerza agrupada. Tantos errores graves a la vez sólo podían acabar en una derrota.
En calidad de mariscal del reino tenía que prevenir la soberbia. Una victoria tan grande como la de Lena jamás se repetiría si a los daneses se les ocurría volver. Ciertamente tardarían en hacerlo, puesto que reponer la pérdida de un ejército tan numeroso con tantos caballeros, caballos, armas y armaduras tomaría su tiempo.
Después de que los svear hubieron saqueado el campo de batalla de Lena, lo cual duró más de dos días, las armaduras, los jaeces y las flechas recogidos fueron trasladados en quince carros repletos arrastrados por bueyes hasta Forsvik. Sería suficiente como para armar a más de doscientos nuevos jinetes pesados.
Además de esto aprendieron mucho de las armaduras conquistadas. Porque los daneses tenían unas cuantas maneras nuevas de protegerse contra flechas y espadas. Sus yelmos eran más fuertes y con mejor protección para los ojos y poseían muchas cotas de malla que no estaban forjadas con anillas, sino con placas enteras de acero, como las escamas de un pez, que ni siquiera las finísimas puntas afiladas podían traspasar.
Esa información generó muchas nuevas tareas para los hermanos Wachtian, que copiaron lo mejor de las armaduras danesas e idearon nuevas armas que fueran más potentes que las que ya tenían. Una de esas armas fue el martillo largo con cabeza de martillo por un lado y un corto pico afilado por el otro, que podía agujerear cualquier yelmo. Otra arma, que inventaron con la ayuda de Arn, era una ballesta ligera que los jinetes podrían disparar con una sola mano. Tardaron en lograr esta arma, ya que tenía que reunir ciertas cualidades al parecer incompatibles; debía ser lo bastante fuerte como para atravesar láminas de acero pero lo suficientemente ligera como para ser manejada con una mano a lomos del caballo, ya que con la otra tendrían que manejar las riendas y el escudo.
El arco en sí tenía que ser de un acero muy resistente, ya que debía ser pequeño pero con gran poder de penetración. Las cuerdas de tendones no resistirían y era necesario que fuesen de hilo de acero trenzado, una mercancía extranjera muy cara. Y cuando tenías una cuerda tan dura como deseabas, ya no se podía tensar desde el caballo. Jacob y Marcus construyeron una manivela con ganchos y dientes, de modo que la cuerda se tensaba con la mínima fuerza.
Para poder disparar el arma con una mano hicieron cortar la culata y la acabaron en una pinza ancha que el tirador colocaba sobre la parte superior del brazo. Pero entonces habría que adelantar el gatillo hasta la parte anterior del arma.
Costó mucho esfuerzo mental, pero finalmente lograron una arma con la que un jinete ligero podía cabalgar muy cerca de un enemigo lento y abatirlo con un único y certero disparo.
El mariscal del reino debía prepararse para lo peor. Ésa era la firme convicción de Arn y la transmitía siempre que tenía ocasión, aunque la mayoría de los hombres del consejo y los parientes parecían seguros de que ahora vivirían en paz y tranquilidad para siempre, ya que la victoria en Lena había sido increíblemente grande.
Lo peor que podía ocurrir sería que los daneses volviesen con igual número de jinetes pesados durante la época de verano, sin subestimar al enemigo y sin dejarse atraer bajo la nube eclíptica de flechas de arcos largos.
El arma más fuerte de los daneses era la enorme cantidad de jinetes pesados acorazados. Un ataque con un gran grupo de esos jinetes golpearía a cualquier ejército como un puño de hierro, siempre que fuesen enviados en el momento correcto.
La mayor debilidad de los godos, y más aún de los svear, era la falta de jinetes pesados. Esa simple pero cruda conclusión llevó a un cambio drástico en las prácticas en Forsvik durante los años siguientes. Todos los Folkung adultos tuvieron que partir hacia Forsvik para recibir una nueva armadura para sí mismos y para sus caballos, y después recibir instrucción de los jóvenes hasta que se cansaban en los campos alrededor de Forsvik, que se habían convertido en pistas en las que ya no crecía la hierba. Incluso el hijo de Arn, Magnus Månesköld, estaba entre los muchos señores que aprendían las exigencias de la nueva guerra.
Ciertamente era más fácil enseñar a los jinetes pesados, ya que sólo necesitaban saber montar apiñados, lanza en ristre y sin dudar cuando llegara la hora. Lo difícil sería no enviarlos en el momento equivocado. Por eso Arn opinaba que los responsables de la guerra serían los jóvenes caballeros de Forsvik. Pero eso fue considerado como una exigencia imposible entre los más distinguidos de los Folkung. Sería inconcebible que hombres como Magnus Månesköld y el príncipe Folke obedeciesen órdenes de jovencitos que podrían ser sus hijos. Jamás se había visto tal desorden ni en el país de los godos ni en el de los svear.
En la nueva sala de caballeros en Forsvik, Arn había hecho colocar una gran caja con arena y alrededor de ella reunía a los jóvenes caballeros y a los capitanes de los escuadrones un par de veces todas las semanas, formando con las manos colinas y valles entre los que colocaba pifias de abeto y de pino que representaban la caballería o cuadrados de infantería. Con esos medios tan sencillos intentó enseñar todo lo que sabía que sucedía en un campo de batalla. Pero sólo los jóvenes querían aprenderlo; los Folkung mayores creían mucho más en su propio valor y en el de sus parientes que en los conocimientos que venían de las pifias.
Otra manera de prepararse para la guerra en la que nadie creía, ni siquiera Arn, era instalar nuevas escuelas como la de Forsvik. El caballero Sigfrid Erlingsson había heredado una finca en Kinnekulle y allí pudo empezar las prácticas con jóvenes y al menos cien tiradores de arco largo entre los labradores y siervos. El caballero Bengt Elinsson tenía ya dos fincas, puesto que había heredado Ymseborg de sus padres asesinados y Älgarås de su abuelo materno. En Ymseborg creó una escuela propia y Arn y Eskil compraron Älgarås y la cedieron en feudo al caballero Sune Folkesson con la condición de que crease al menos tres escuadrones de jinetes ligeros y doscientos arqueros de arco largo, dado que Forsvik se estaba convirtiendo cada vez más en una escuela y una herrería para la caballería pesada.
Despedirse de Arn y de Cecilia fue especialmente triste para Sune Folkesson. En confianza les contó toda la historia del gran amor entre él y Helena, la hija del rey Sverker, cómo ese amor podría haberles costado la cabeza a ambos y cómo había jurado ir con un escuadrón de Folkung para sacar a Helena del convento de Vreta, en el que todavía se estaba marchitando, aunque su padre hubiese huido a Dinamarca con el rabo entre las piernas.
Cecilia y Arn eran probablemente las dos personas en todo Götaland Occidental que mejor que nadie podían conmoverse con una narración de ese tipo. Ellos no habían traicionado jamás el amor que sintieron, nunca perdieron la esperanza y sus virtudes tuvieron su recompensa.
A pesar de ello, Arn fue implacable en su dureza hacia Sune, quien esperaba obtener permiso para ir derecho hacia Vreta.
Rapto de convento, asilo llamarían por mucha voluntad que Helena pusiese para salir, y eso enojaría a toda la panda de obispos. El nuevo y frágil reino no aguantaría una lucha interna de ese tipo. Mientras viviese Sverker, sería el tutor legal de Helena, nadie podría quitarle ese derecho. Y mientras lo fuese, sería secuestro, por mucho que los dos amantes pensasen de diferente modo.
Arn sólo veía una posibilidad para Sune, lo que a la vez sería una desgracia para todos los demás. Si Sverker regresaba con un segundo ejército danés, en caso de que al rey Valdemar
el Victorioso
realmente no le bastase con ver exterminados a todos sus hombres una vez, sería distinto, porque entonces Sverker estaría muerto.
Por mucho que la conmoviese el amor de los jóvenes, Cecilia no pudo por menos que estar de acuerdo con su marido con mucha pena. El rapto de convento era una infamia, y prescindiendo de la opinión de los obispos, un pecado mortal.
Un único hombre del reino, por tanto, estaba esperando una nueva gran guerra y ése fue el afligido caballero Sune, quien a continuación se dirigió a Algaras para empezar su vida como instructor de guerra en la finca propia. Arn le envió a todos los constructores sarracenos que habían quedado para construirle muros de piedra en lugar de los de madera calcinada.
En el cálido día primaveral en que Alde Arnsdotter cumplió diecisiete años, en Forsvik se celebró la fiesta más grande que se había visto en mucho tiempo. Dado que había menos aprendices de los que había habido en varios años, todos los cristianos y también los adeptos de otras creencias cupieron en la gran sala. Un sentimiento de dicha, como si todos los de Forsvik fuesen como un linaje propio, aunque ni siquiera hablasen el mismo idioma, se extendió entre todos los presentes. Forsvik era no solamente la herrería de armas más grande del reino, sino también un lugar donde se creaba mucha riqueza, y todos los de Forsvik contribuían a ello. Los herreros y los molineros, los vidrieros y los caldereros, los serradores, los forjadores de espadas, alfareros, pedreros, flecheros, tejedoras, los maestros del fieltro, los talabarteros y los cazadores, todos se sentían tan de Forsvik como los aprendices y sus instructores. Alde era muy estimada por todos, por su risa alegre y por el afán con que iba aprendiendo las especialidades de cada uno.
Tanto ella como el joven Birger Magnusson habían estudiado con el hermano Joseph durante más de siete años y con ello habían vaciado su fuente de sabiduría y éste había tenido que empezar desde el principio con un grupito de niños cristianos. Alde sería quien un día heredase Forsvik y los conocimientos que para ello necesitase no podría recibirlos del hermano Joseph. En su lugar, la propia Cecilia acogió a su hija y empezó a enseñarle los secretos de la contabilidad, el corazón y la mente de toda riqueza creada tanto con las manos como con el espíritu. Pero para que Alde comprendiese mejor lo que la contabilidad le explicaba, andaba entre todos los trabajadores e intentaba ponerse al corriente de todos los detalles.
También Birger Magnusson había concluido sus estudios con el hermano Joseph y ya era el tercer año que recibía instrucción entre los jóvenes soldados con el caballero Sigurd como superior. Puesto que era el nieto de Arn, obtuvo favores que no se concedían a otros jóvenes. Las
lectionis
de Arn en la sala de caballeros sobre la lógica del campo de batalla eran en realidad sólo para los caballeros armados de Forsvik o para los mandos de un escuadrón, pero a partir de ese momento Birger fue invitado a esa enseñanza.