Authors: Jan Guillou
Ahora creían estar listos, pidieron ayuda a Gure y a su equipo, y en un momento y ante la ilusionada mirada de Arn, cortaron con la sierra un tronco en cuatro tablas planas, como para la borda de un barco.
Cuando Cecilia preguntó para qué serviría, aunque pareciese un invento curioso, contestaron que para hacer suelos. Suelos para casas de piedra, como en Arnäs, había sido su primera idea, pero tal vez también aquí en Forsvik, ya que los troncos desiguales que ahora pisaban quizá no eran lo más práctico. De todos modos sería una decisión que deberían tomar más adelante, primero se trataba de poner una remesa de tableros a secar durante el invierno y para el verano siguiente se vería si eso suponía una gran mejora. En comparación, de construir suelos de piedra caliza tallada a construirlos con esa madera serrada, las horas de trabajo se reducirían a una décima parte.
Además, esa sierra, que ahora estaba metida en el eje del molino con las piedras pulidoras para cosas grandes y pequeñas, era solamente la primera. Cuando construyeran el canal con nuevas ruedas de agua, se podrían hacer sierras redondas, grandes y pequeñas. Y con eso ahorrarían muchas horas de trabajo, y podrían cortar mucho más de lo que necesitasen para sí mismos, opinaban los hermanos.
Arn les golpeteó cordialmente la espalda y dijo que pensamientos y herramientas de ésas valían tanto como el oro para la finca, pero también para los inventores.
Arn dedicó las mañanas de la semana siguiente a montar los caballos con Alí y Mansour, y juntos practicaron con los niños hasta cansarlos. Las tardes las dedicaron al tiro y a hacer prácticas con la espada, primero ellos mismos y luego con sus tres jóvenes escuderos.
En la forja habían fabricado un material que otros formaron casi como espadas de verdad, pero con el filo romo. Aunque no fuesen espadas cortantes deberían tener el tacto correcto para las manos de Sune, Sigfrid y Bengt. Iba probando hasta que juzgaba que cada uno tenía el peso correcto en su espada de prácticas, puesto que la fuerza de sus brazos no era la misma. También había hecho confeccionar unas cotas de malla para ellos, cosa que Cecilia encontraba más infantil que sensata, ya que nadie podría imaginar a unos niños tan pequeños saliendo a guerrear.
Arn, un poco dolido, le explicó que tampoco era ésa su intención, sino que quería que se acostumbrasen a moverse siempre con esa ropa pesada. Además, añadió después de su pregunta de si no se les quedaría pronto pequeña esa ropa, otros niños llegarían tras esos tres aprendices.
En Forsvik, con el tiempo, habría armaduras y armas de práctica de todos los tamaños, desde para niños de trece años en adelante.
Esa información hizo reflexionar a Cecilia. Ella había dado por supuesto que Arn educaba a esos niños por bondad o porque no había podido negarse, no tanto por voluntad propia como por la insistencia de ellos. Como si sólo les hiciera un favor a unos parientes jóvenes.
Pero ahora veía ante sí una hilera de cotas de malla y de espadas que colgaban como las sillas en el establo con un número encima. Había algo amenazador en esa imagen, tal vez porque no entendía del todo lo que significaba.
Arn no se percataba de esa angustia en Cecilia, puesto que su mente estaba llena de cavilaciones sobre cómo practicar con armas con esos niños tan jóvenes. Había enseñado a muchos hombres, especialmente durante su tiempo como comendador en Gaza. Pero no sólo habían sido adultos, sino que habían llegado jóvenes a Gaza, porque algunos de las delegaciones de los templarios en Roma o en Provenza, París o Inglaterra habían hecho una selección de entre los que ya se creían entre los elegidos. Lo eran pocas veces, desde luego, y al llegar a Gaza se comportaban con las armas de manera que, si se los hubiese enviado a la lucha contra los jinetes sirios o egipcios, la mayoría habrían muerto de inmediato. Contra aprendices así se podría actuar con cierta dureza al enseñarles desde el principio cómo ser un templario. Al darles una espada de prácticas, pronto experimentó, sin embargo, que con niños de trece años la dureza no era el mejor método. Su primer error era dejarlos luchar el uno contra el otro después de ponerles las cotas de malla. Empezaron a golpearse como salvajes, especialmente Bengt Elinsson, que peleaba con una furia temeraria, no sólo porque dejaba a Sune y a Sigfrid llenos de moratones en brazos y piernas, sino más por el odio que henchía el pecho del niño y que se mostraba más bien claramente cuando tenía una arma en la mano.
Arn cambió pronto las prácticas de espada por la lucha contra un poste en lugar de contra carne y hueso. Levantó unas estacas de madera y con el hacha marcó en cada estaca el lugar de la cabeza, el brazo, la rodilla y el pie, y les enseñó los ejercicios más comunes, señalando los diferentes sitios en su propio cuerpo donde demasiada práctica podría hacer daño y se debería descansar. No le sorprendió en absoluto que Bengt Elinsson fuese el único de los tres que no escuchó los primeros dolores de advertencia que emitía su cuerpo y siguió luchando tanto que se lastimó y tuvo que dejar la espada durante una semana.
Tarde o temprano, deberían empezar a practicar el uno contra el otro, pero hasta entonces tenía la intención de encontrar mejor protección para cabeza, manos y mejillas. El dolor en los ejercicios era bueno, ya que llevaría a tener respeto a la espada del contrario. En cambio, demasiado dolor y muchas heridas en los aprendices jóvenes podría llevar al miedo. Tal vez sería mejor cuando el hermano Guilbert llegase a Forsvik durante el invierno, se consolaba Arn. Porque el hermano Guilbert ciertamente había hecho un caballero del propio Arn, y la habilidad de enseñar era ahora muy valiosa para Forsvik.
Al pensar en el hermano Guilbert, también se le despertó su mala conciencia. Desde hacía tres meses, el hermano Guilbert se dedicaba al duro trabajo de la piedra con los canteros sarracenos de Arnäs y no lo había visitado ni una sola vez ni le había enviado unas palabras de ánimo.
De repente sintió vergüenza al darse cuenta y, sin vacilar, montó en su caballo
Abu Anaza
y se fue derecho a Arnäs, atravesando bosques y campos, de manera que llegó a su destino en la tarde del mismo día que salió de Forsvik.
Cuando vio a sus hermanos sarracenos luchar con la piedra en Arnäs, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver cómo las ropas se les caían como trapos y el sudor les brillaba en los brazos y la frente. También el traje lego del hermano Guilbert se había roto por el roce de los cantos afilados de las piedras y estaba tan sucio por la argamasa que más bien parecía un siervo que un monje.
Aunque sintiese vergüenza por su profunda despreocupación, no pudo más que dar una vuelta por la muralla para ver todo lo que habían progresado. Y lo que veía respondía en cada piedra y en cada hilera a sus más ilusionadas esperanzas y fantasías, o incluso las superaba.
La parte más corta de la muralla hacia el lago Vänern y el puerto estaba lista, con ambas esquinas defendidas por torres redondas colgantes en la parte exterior. Encima del portal vacío en dirección al puerto se levantaba una torre cuadrada y habían hecho veinte pasos de la muralla más larga, la que iba de oeste a este. Un trabajo así en sólo unos meses y con tan pocas manos impresionaría al mismísimo Saladino, pensó Arn. Ciertamente era el principio de una fortaleza inexpugnable.
Arn fue arrancado de sus sueños y devuelto a su mala conciencia al ser visto por los constructores. Entonces cabalgó a su encuentro, los llamó con ambas manos, desmontó y cayó de rodillas ante ellos. Todos enmudecieron, atónitos.
—¡Hermanos creyentes! —dijo al ponerse de pie e inclinarse—. Vuestro trabajo es grande, e igualmente grande es mi deber hacia vosotros. Grande también es mi descuido por haberos abandonado como si fueseis esclavos. Pero sabed que yo también he trabajado igual de duro para que no tengáis que soportar nuestro invierno nórdico como si fuese el infierno. Os invito a acabar este trabajo duro y que de aquí a dos días, cuando hayáis terminado, viajéis conmigo a descansar e instalaros para el invierno. El mes de ayuno casi ha acabado y la fiesta la celebraremos juntos y será sonada. Una cosa más: ¡vine a veros a vosotros, constructores, antes que a mis propios parientes aquí en Arnäs!
Cuando hubo terminado, los sarracenos se quedaron callados y se miraron los unos a los otros, más confundidos que alegres de que el trabajo duro hubiese tenido un fin tan repentino. Acto seguido, Arn se acercó al hermano Guilbert y lo abrazó sin mediar palabra durante largo rato.
—Si no me sueltas pronto, hermanito, haremos el ridículo a ojos de esos creyentes, como tú los llamas —gruñó el hermano Guilbert finalmente.
—Perdóname, hermano —dijo Arn—, Sólo puedo decirte lo que ya les he dicho a los sarracenos, que he luchado duramente y sin cesar para prepararnos un buen invierno. Me da mucha pena ver cómo habéis sufrido aquí.
—La mayoría de nosotros hemos pasado peores calvarios que construir con piedra en un clima fresco —murmuró el hermano Guilbert, que no estaba acostumbrado a ver al adulto Arn tan sensible.
—¿Tal vez podamos marcharnos dentro de un día? —sugirió Arn con la cara iluminada—. ¿Qué es lo que hace falta para asegurar la construcción de cara al invierno?
—No mucho. Hemos intentado construir pensando en el invierno. O mejor dicho, yo lo he pensado; estos amigos no saben lo que puede hacer el frío, el hielo y la escarcha en una construcción. Hemos sido muy meticulosos en cuanto a taponarla desde arriba, pero gran parte de la argamasa está húmeda.
—¿Y si la cubrimos desde arriba con cuero?
—Sí, eso sería lo mejor —asintió el hermano Guilbert—. ¿Crees que podremos hacernos con plomo para la primavera?
—¿Plomo? —inquirió Arn—, Sí, pero tal vez no en grandes cantidades. ¿Para qué quieres plomo?
—Para las juntas superiores —respondió el hermano Guilbert con una profunda inspiración—. Imagínate que vertemos plomo derretido desde arriba por todas las juntas a cielo abiertas, ¿entiendes por dónde voy?
—Sí —asintió Arn lentamente—. Si pudiéramos emplomar las juntas de arriba, no entraría nada de agua… ni tampoco hielo. Es una buena idea, intentaré encontrar plomo. Pero dime ahora que estás bien, que tu cuerpo no te duele más de lo que es habitual después del trabajo y que me perdonas por haberte abandonado de esta manera.
—Lo haré después de haber visto mis aposentos de invierno y comido mi primer jamón, porque no hemos visto mucho de eso aquí durante el mes del ayuno —rió el hermano Guilbert, zarandeando a Arn tal y como solía hacer cuando reprendía a su joven alumno en Varnhem.
—¡El ramadán no tiene vigencia para ti! —exclamó Arn con los ojos de par en par—, ¿No habrás…?
—Nada de eso —interrumpió la pregunta el hermano Guilbert antes de que llegase a ser ofensiva—, Pero si has de trabajar con esos infieles, me parece que lo mejor es ayunar de la misma manera que ellos, ¡así te libras de cualquier protesta!
—¿Sin comer entre la salida y la puesta del sol? —preguntó Arn—, Y trabajando duro. ¿Cómo puede soportarse eso?
—Te engordas de tanto comer —murmuró el hermano Guilbert con fingido malhumor—, Y tienes que orinar muchísimo las primeras horas de trabajo por toda el agua que tragas. Comemos como
djins
en cuanto se pone el sol, cenamos durante horas y, por suerte, no acompañamos todos esos asados de cordero con vino.
Mientras el hermano Guilbert se llevaba a los constructores sarracenos para empezar a desmontar su campamento, Arn entró en Arnäs y en seguida encontró a los que buscaba principalmente. Eskil se hallaba con su hijo Torgils en la cámara de cuentas de la gran torre y su padre, el señor Magnus, estaba en la habitación de la torre con Yussuf, el experto en medicina. El reencuentro fue muy feliz, especialmente para Arn, puesto que sus tres parientes más próximos se apresuraron a la vez a hablar de la nueva construcción y a querer enseñarla. Arn no se hizo de rogar.
Tuvieron que subirse a unos andamios para llegar a la obra, ya que los nuevos muros eran el doble de altos que los antiguos. Allí arriba podían caminar un trecho corto en la línea de tiro, donde las aberturas de tiro eran anchas en la parte interior pero sólo dejaban una pequeña ranura en la exterior. Todos entendían el significado de eso sin las explicaciones de Arn. Si mirases por esas aberturas y apuntases con un arco o una ballesta, tendrías un campo de visión hacia todos los lados, mientras que a quien se encontrase al otro lado del foso le costaría mucho acertar el tiro en la estrecha ranura que se veía desde el exterior.
Sin embargo, para otras cosas sí que hacían falta sus aclaraciones. La torre situada sobre la puerta grande que daba al agua sobresalía por encima del muro. Desde allí podría dispararse a lo largo del muro contra los enemigos que intentasen levantar escalas de asalto.
Pero de todos modos sería difícil levantar esas escaleras alrededor de la torre de la puerta, dado que los muros eran el doble de gruesos en la parte de abajo que arriba, en el pasillo de tiro. Esa inclinación estaba hecha por dos motivos, explicaba Arn. Si a alguien se le ocurriese levantar escaleras de asalto allí, éstas tendrían que ser muy largas y fuertes para no partirse por la mitad cuando empezasen a escalarlas. Y cuanto más pesadas fuesen las escaleras, más difícil sería colocarlas de una manera rápida y por sorpresa.
La otra razón para inclinar el muro precisamente allí hacia el puerto era que el suelo sería más liso para el enemigo con el hielo del invierno. Si intentase acercar los arietes, tendría que alzarlos y construir una especie de columpio para balancearlos. Porque si solamente empujaba contra la base inclinada, no le serviría de mucho. Pero construir un andamio para los arietes no sería cosa fácil, ya que un trabajo de ese tipo no podría hacerse sin que los defensores los atacasen desde el muro y la torre.
La puerta de entrada desde el lado del puerto estaba en lo alto y en medio de la torre, por lo que se formaba una pequeña galería abovedada. Arn mostró cómo se construiría la puerta, primero con una verja forjada que podrían bajar y subir desde la parte interior de la torre. Eso se podría hacer en un instante si el asalto llegaba rápidamente y por sorpresa. Luego se subiría el puente levadizo de roble grueso para que cubriese perfectamente la verja por el exterior. En una fortaleza, las puertas siempre eran el punto más débil y por eso esa puerta había sido colocada tan elevada del suelo, para que fuese muy difícil tener acceso a ella con arietes o herramientas. Especialmente porque los posibles asaltantes serían asaeteados sin cesar desde las dos torres laterales, y desde lo alto de la barbacana en la torre de la puerta se les lanzaría todo tipo de cosas.