Authors: Jan Guillou
—Seguramente eso sea cierto —admitió él sin parecer en absoluto preocupado—. La forma de poner orden entre deudas y pérdidas, beneficios y créditos era algo que pensaba dejar para más tarde, aunque soy consciente de que es necesario.
—Pensar de esa forma descuidada nos podría salir caro y muchos de nosotros podríamos acabar pagándolo con los estómagos vacíos este invierno —respondió ella con calma—, ¿Acaso no deberías detenerte y reflexionar un poco?
—No, pero por lo que oigo puedo confiarte esa reflexión a ti —respondió él, besándole de nuevo la mano—, ¿Sabes que se pueden hacer negocios con pérdidas al principio?
—Sí, lo sé, y yo misma lo he hecho aunque no fuese nada que desease ni comprendiese en aquellos tiempos. Pero para eso es necesaria una gruesa capa de plata en el fondo del arca y la seguridad de que en el futuro la cosa mejorará.
—Aquí en Forsvik cumplimos las dos condiciones. ¿Pero cuáles fueron las pérdidas que tuviste que experimentar, querida?
—Cecilia Blanka, Ulvhilde y yo fuimos las primeras que logramos que entrara plata en Gudhem cosiendo mantos, de esos mantos que casi todo el mundo lleva aquí en el reino. Al principio los vendíamos demasiado baratos y luego gastábamos la misma cantidad de plata en comprar pieles e hilo de Lübeck que la que recibíamos al vender los mantos una vez acabados —respondió ella, ilusionada al haber dejado de hablar por un momento sobre los pésimos negocios de Forsvik.
—¡Pero luego subisteis los precios y pronto todo el mundo quería tener mantos tan buenos como ésos y entonces subisteis el precio aún más! —sugirió Arn, contento, alargando los brazos como si no hubiese nada de que preocuparse, ni ahora ni más adelante.
—Sí, claro que tuvimos que adaptarnos —contestó Cecilia, frunciendo de nuevo el ceño—. Dijiste que tenemos plata y has dicho que las cosas irán mejor en el futuro. Eso es algo que tienes que explicarme.
—Lo haré con gusto —respondió Arn—, Tenemos suficiente plata. Lo que podemos vender ahora mismo es cristal, pero ese ingreso será inferior a lo que tenemos que gastarnos en todo lo demás. Eso se ajustará en cuanto podamos vender armas. Luego tenemos la alfarería, madera serrada y unas cuantas cosas más que pronto convertirán las pérdidas en beneficios, tan pronto como nos pongamos a ello.
—¿Armas? —preguntó Cecilia, reticente—. ¿Cómo vamos a vender algo que todo el mundo hace en su propia finca?
—Porque haremos armas mucho mejores.
—¿Cómo vas a hacer para que la gente lo sepa, no puedes ir por ahí haciendo demostraciones con tus propias armas?
—No, pero sólo las armas para Arnäs nos tomarán su tiempo. En Arnäs deberá haber armas y cotas de malla para cien hombres. Y todo eso tendrá que pagarlo Eskil. Luego tenemos Bjälbo, después caerá una finca Folkung tras otra.
—Ésa es una manera nueva de hacer negocios —reconoció Cecilia con un suspiro—, Claro que lo más importante no es el hierro de Svealand que entra en Forsvik y las armas acabadas que salen. Lo más importante es que toda la lana que obtenemos de nuestras propias ovejas se ha consumido en tu… ¿cómo era la palabra?
—Fieltro.
—Eso, el fieltro. Pero normalmente la lana se usa para la ropa de cada cual, tanto de nobles como de plebeyos. ¿Y ahora tendremos que pagar por toda esa lana?
—Sí, tanto para la ropa como para hacer más fieltro.
—¿Y necesitamos más pieles de las que obtenemos en nuestra propia matanza, y necesitaremos más carne, en especial carne de oveja, más de la que tenemos en estos momentos para pasar el invierno? ¿Y forraje para todos los animales, particularmente los caballos?
—Sí, así es, amada. Lo ves todo con gran clarividencia.
—Pero entonces uno de nosotros debería contabilizar todo esto para que podamos hacer cada cosa a su tiempo, ¡y eso no es una cuenta nada sencilla! —repuso ella al final, después de haber reflexionado y ver cómo las dificultades se hacían una montaña en el futuro más próximo.
—¿Puedo pedirte, esposa mía, que te encargues tú de eso? —preguntó él con una ilusión que a ella casi le pareció exagerada.
—Sí, puedes —respondió ella—. Tengo ábacos, pero todo esto será más de lo que nadie puede almacenar en su cabeza. Para realizar este trabajo necesito utensilios de escritura y pergamino. Y debo hablar con mucha gente, así que necesitaré tiempo. ¡Pero si no hacemos los cálculos, este invierno pasaremos hambre!
Él se apresuró a prometerle que tendría todo lo que podía necesitar para empezar el trabajo de contabilidad. Y añadió, muy seguro de sí mismo, que allí en Forsvik nunca pasarían hambre y desde entonces fue como si se le olvidase todo el asunto y se sumergió en su trabajo desenfrenado.
Aquello que el rey Knut le dijo a Arn de que la iglesia de su castillo en Näs sería la más cercana para los habitantes de Forsvik no era del todo cierto. Había iglesias más próximas. Pero si los vientos del Vättern eran favorables, era igualmente posible bajar más de prisa hasta Näs que ir a cualquier otra iglesia, pues el rey Knut seguía teniendo a su servicio remeros y navegantes noruegos.
Para la misa de San Olof, Arn y Cecilia fueron recogidos por la nave a la que a modo de chiste noruego llamaban la
Serpiente corta
. Cecilia se alegró al ver la esbelta nave y deseó que el segundo de a bordo fuese el mismo que una vez había conocido. Pronto descubrió que así era, pero su larga melena había encanecido.
Para Arn, esta nave no supuso un motivo de alegría. Había viajado en ella en su primera singladura, que había terminado en un regicidio, pero sobre eso no le dijo nada a Cecilia ni a nadie cuando agachó la cabeza, se santiguó y subió a bordo. Los remeros noruegos se miraron y sonrieron de manera cómplice, pues pensaban que llevaban a bordo a otro godo—occidental que en su vida habría subido a una embarcación. Todavía entonces se contaba entre ellos la graciosa historia de una señora distinguida que le preguntó a Styrbjörn en persona si no temía extraviarse en el pequeño Vättern.
Sólo tuvieron que remar una hora hasta encontrar viento y poder izar las velas, y a partir de entonces el viaje se produjo a una velocidad espeluznante y la espuma blanca salpicaba sobre la proa de la nave.
Después de la misa y la purificación de la novia se separaron los amigos. Las dos Cecilias se fueron por una parte y Knut se llevó a Arn arriba, al pretil que unía las dos torres, adonde había ordenado llevar bancos y una mesa y además comida y bebida, que no consiguió que tocase Arn en ese día festivo.
Había tanto de que hablar que un día no era en absoluto suficiente, se lamentó Knut, apenado, pasando la mano por su cabeza casi calva. Pero si había que empezar por algo, más valía empezar por lo más sencillo, para que sólo lo más delicado quedase al final sobre la mesa.
Lo más fácil sería arreglar el matrimonio entre Magnus Månesköld y la hija de los Sverker, Ingrid Ylva. Knut decía comprender el dilema que tanto a Arn como al padre de la novia, Sune Sik, les creaba el hecho de que Arn fuese el padrino y llevase las negociaciones con el hermano del hombre al cual Arn había colaborado en asesinar. Sin embargo, Birger Brosa había resuelto la cuestión con la misma facilidad con la que cascaba una nuez con la mano.
Magnus Månesköld había crecido como hijo adoptivo de Birger Brosa, y ahora se consideraba más bien hermano menor que no hijastro. Si, por consiguiente, Birger Brosa era padrino en lugar de Arn, se conseguirían sortear todas las dificultades de una manera decorosa por la que nadie podría sentirse insultado. Además, Sune Sik, el hermano del rey danés, tendría el honor de reunirse con el canciller del reino como negociador por parte de su futuro cuñado.
Arn no tenía mucho que decir acerca de esta propuesta, por lo que se limitó a asentir y murmuró que no había que dedicarle más tiempo a esa cuestión si tenían pendientes otras más complicadas.
Y era cierto que la siguiente cuestión era bastante más delicada, pues combinaba orgullo con sabiduría y, por tanto, no podría resolverse sólo con sabiduría. La cuestión era que Arn debía hacer las paces con su tío Birger Brosa lo antes posible. Knut había intentado sacar el asunto pero el canciller había respondido tan sólo con bufidos, como un gato enfurecido. Birger Brosa sentía que tanto Knut como Arn lo habían engañado al organizar tan de prisa la boda en Arnäs. Y no lo hacía sentirse menos decepcionado el hecho de que tanto el rey como la reina viajaran a Arnäs para mostrar su aprobación.
Arn pensó que tal vez él y Cecilia debían viajar a Bjälbo y presentarse de improviso. Tarde o temprano irían a visitar a Ulvhilde Emundsdotter a Ulfshem, pues ya se lo había prometido a su esposa. Dado que Bjälbo quedaba en el camino de Forsvik a Ulfshem, no sería de extrañar si él y Cecilia, retrasados por un temporal u otro motivo, se presentaban como huéspedes inesperados en Bjälbo. En ese caso, Birger Brosa no podría rechazar a sus parientes.
Knut negó con la cabeza ante esta propuesta. Cuando Arn pidió que se explicara, le dijo que era bien sabido que a Birger Brosa le horrorizaban las visitas inesperadas. Era posible que hubiese tenido demasiadas de ese tipo a lo largo de los años.
En un caso así, tal vez su hospitalidad fuese limitada, tal vez dejaría que los sirvientes les asignaran lecho y una pobre alimentación, en el peor de los casos en alguna de las cocinas o en una hospedería para desconocidos. Y si Arn y Birger Brosa se ofendían el uno al otro de esa manera por segunda vez, irían de mal en peor.
Consideraron un rato la cuestión en silencio hasta que Arn dijo que en la cerveza nupcial, bien se celebrase en Bjälbo o en casa de Sune Sik, la madre y el padre del novio serían invitados al sitial. Y lo mismo en lo referente a la cerveza de compromiso. Y, sin duda alguna, el canciller se sentaría en el sitial. Si no eran capaces de reconciliarse con toda una tarde de cerveza nupcial o cerveza de compromiso, entonces la cosa sería del todo imposible.
Knut asintió pero añadió que lo mejor sería hacer esperar esa cerveza nupcial hasta poco antes del tiempo de prohibición de bodas de Navidad, celebrarla entre el día de Todos los Santos y San Andrés. Tal vez Birger Brosa habría enfriado los ánimos para cuando cayese la primera nieve. Lo mejor sería ir poco a poco.
Pensando que ya habían terminado los temas de conversación difíciles, Arn empezó ansioso a preguntar acerca de cómo se dirigía el reino en los tiempos modernos. Había llegado a comprender hasta el punto de que unas cuantas cosas habían cambiado desde que eran jóvenes cuando toda la gente se reunía en los concilios de todos los godos, con el rey, el canciller y el procurador y tal vez unos dos mil hombres. No había oído ni una palabra acerca de concilios como ésos desde que regresó a casa, lo que debía de significar que el poder había pasado del concilio a otra parte.
El rey Knut dijo con un suspiro que eso era del todo cierto. Algunas cosas habían ido a mejor con la nueva manera de gobernar el reino, tal como se habían imaginado; otras cosas habían ido a peor.
Igual que antes, los campesinos libres decidían en concilios todo aquello que fuese entre campesinos libres. En los concilios podían solucionar sus conflictos, decidir las penas por asesinato, ahorcar mutuamente a los ladrones y otras menudencias.
Sin embargo, en el consejo del rey se decidía todo lo importante que tenía que ver con el reino, sobre quién sería rey, canciller u obispo, los impuestos para el rey y el canciller, las construcciones de monasterios, el comercio con el extranjero y la defensa del reino. Cuando los fineses y los rusos avanzaron por el Mälaren cinco años atrás, saquearon y quemaron la ciudad de Sigtuna y asesinaron al arzobispo Jon, hubo mucho que decidir en el consejo del rey sobre cosas que nunca se habrían decidido en un concilio con un millar de hombres discutiendo. Había que construir una ciudad nueva para taponar la entrada al Mälaren, en Agnefit, donde el Mälaren desembocaba en Östersjön.
Allí se había construido para empezar una torre de defensa, se habían clavado estacas y cadenas cruzando el río de manera que ningún asaltante pudiera llegar del este, o al menos sin pasar desapercibidos como hicieron la primera vez. Cosas como ésa se decidían en el consejo del rey. Eso era lo nuevo.
Arn, que sabía bien donde estaba Agnefit porque había cabalgado por allí pasando por Stocksund cuando regresaba de Aros Oriental camino de Bjälbo, se apresuró a proponer que allí debería tener el rey su sede en lugar de al sur, en Näs, en medio del Vättern.
Por mucho que Knut se impacientó cuando la conversación tomó un camino completamente nuevo y hacia cuestiones muy diferentes de las que él había pensado plantear, no pudo evitar pedirle a Arn que se explicase acerca de esa repentina propuesta. ¿Qué tenía de malo Näs?
La situación, respondió Arn con una pequeña risa. Näs fue construida por Karl Sverkersson por una única razón: que el rey poseyese un castillo tan seguro que nadie que tuviese en mente un asesinato pudiese alcanzarlo. Arn y Knut sabían mejor que nadie lo presuntuosa que había resultado ser esta idea, pues fue precisamente allí en Näs donde asesinaron al rey Karl, a menos de un tiro de flecha del sitio donde ahora estaban sentados muchos años más tarde.
Era preferible que el rey tuviese su sede allí, donde fluían el oro y la plata del reino, continuó Arn. Tal como estaba ahora el comercio y hasta donde se podía ver en el futuro, ese lugar se hallaba más al este que no al oeste del reino, pues al oeste estaba Dinamarca.
Era posible que Linköping en Götaland Oriental fuese un lugar donde
se pudiese atender mejor los negocios y en especial el comercio con
Lübeck, mejor que desde el remoto lugar de Näs. Pero desde antiguo, Linköping era una ciudad de los Sverker y para un rey del linaje de Erik sería como buscarse alojamiento en un avispero. Pero una ciudad nueva, junto al mar Báltico, una ciudad que no perteneciese a nadie excepto a quien la construyese, allí era donde debía estar el rey.
Knut repuso que Näs era más seguro. Allí podías defenderte o huir y durante gran parte del año a cualquier enemigo le era imposible acercarse. Si construían una ciudad nueva, podrían tomarla por sorpresa y quemarla. Arn respondió que Agnefit y Stocksund tenían una disposición que permitía construir una ciudad inexpugnable. Además, sólo había un enemigo, que era Dinamarca, y si los daneses iban a luchar contra Götaland Occidental sólo podrían entrar por tierra desde Escania. Y bajar navegando desde Lödöse hasta Lübeck sería imposible a partir del momento en que los daneses se opusiesen. Dinamarca era un gran poder. Pero a los daneses no les sería tan fácil alcanzar la costa este del reino. Y Lübeck quedaba más cerca desde Agnefit que desde Näs, considerándolo de la misma manera que lo había calculado Knut al decir que la iglesia más cercana a Forsvik sería Näs. Eso era cierto en tiempo, ya que gran parte del trayecto se hacía por mar, o todo el trayecto cuando los vientos eran favorables. Lo mismo pasaría si trasladaban el poder del reino desde Näs hasta la costa oriental.