Hicieron una visita rutinaria a los camarotes, principalmente para buscar artículos peligrosos y/o útiles, y luego se aventuraron bajo cubierta. Las cosas parecían diferentes ahora que cuando Yuxia había sufrido su suplicio. Entonces, el lugar parecía más grande, ya que sus contenidos estaban ordenadamente apilados en cajas. Pero en las horas transcurridas, algún tipo de frenética abertura de cajas había tenido lugar, y había basura por todas partes, intercalada con cajas de cartón abiertas. Yuxia lo comentó, lo cual la llevó a una conversación con Marlon donde explicó, lo más brevemente que pudo, lo que había sucedido en este lugar durante la tarde. Yuxia alzó las muñecas para mostrar el daño causado por las cuerdas con las que se había debatido. Esto pareció afectar profundamente a Marlon, y ella se sorprendió al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Decidieron salir de allí y revisar la basura más tarde.
Batu los llevó a la cocina y, como siguiendo un reflejo automático, se puso a preparar té. Al ver a Batu llenar una tetera, Marlon le preguntó por el suministro de agua potable del barco, y el cocinero le aseguró que había de sobra (cientos de litros) en sus tanques de almacenamiento: se enorgullecía de tenerlos siempre llenos.
—¡El agua es barata, no como el combustible!
Esto causó la pregunta obvia (y en cuanto la formuló, hizo que Marlon se sintiera como un idiota por no haberla preguntado antes) de cuánto combustible podía tener el barco a bordo.
Batu no sabía la respuesta, pero la expresión de su cara dejó claro que podía ser un problema serio.
—Voy a subir al puente y a echarle un vistazo al indicador de combustible —dijo Marlon, poniéndose en pie, pero Batu lo disuadió, diciendo que no había ese tipo de cosas en un barco como este: el nivel de combustible se determinaba metiendo un palo en el tanque y viendo hasta dónde salía mojado. Así que Marlon volvió a sentarse, y Yuxia y él esperaron mientras terminaba de preparar el té.
—Ese tipo del puente —dijo Marlon—. Mohamed. ¿Fue uno de los que...?
—¿De los que qué?
—¿Te hizo eso?
—Sí —respondió Yuxia con sequedad.
Eso pareció apagar la conversación, y por eso empezaron a beber el té, acomodándose en sus asientos. Yuxia cerró los ojos, luego los abrió lentamente.
—Me caigo —dijo en inglés. Volviendo al mandarín, le pidió a Batu que sirviera una taza más grande (no una tacita como un dedal) para poder llevársela a Csongor, que podría tener problemas para permanecer despierto allí arriba. Batu rebuscó entre sus cajones hasta que encontró un tazón. Mientras tanto, Marlon le preguntó:
—¿Cuándo fue la última vez que compraron combustible?
Batu tuvo problemas para recordarlo.
—Compraron un par de barriles la semana pasada —dijo. Puso el tazón sobre la mesa, sujetándolo con una mano, ya que el barco había empezado a agitarse a medida que se alejaban de la costa y salían a mar abierta. Sirvió el tazón, deteniéndose una vez para volver a llenar la pequeña tetera.
—Un par de barriles —repitió Marlon—. Eso no puede ser mucho para un barco de este tamaño.
Batu no hizo ningún comentario.
—En realidad no hay ningún motivo para llenar los tanques a menos que vayas a salir a un largo viaje por mar —dijo Marlon, desentrañando la lógica de aquello—. Y este barco no hace viajes largos, ¿no?
—Recientemente no —dijo Batu, queriendo decir «no desde que se convirtió en el cuartel general flotante de una célula terrorista».
Yuxia apuró los restos de su tacita, luego cogió el tazón de Csongor y se puso en pie con cuidado, caminando por la cocina a grandes zancadas para compensar el movimiento del barco. Atravesó la compuerta y empezó a subir las escaleras que llevaban al puente.
—¿Cuál crees que es el alcance de este barco? ¿Suficiente para llegar a Taiwán? —preguntó Marlon.
Batu se encogió de hombros, como diciendo: «¿Le preguntas a un mongol cosas de barcos?»
Oyeron arriba a Yuxia hacer una pregunta, y luego enfadarse y hablar en voz alta. Hubo un golpe enorme, como de un cuerpo golpeando la cubierta, y el estrépito de una taza al romperse. Csongor gritó con voz pastosa. Hubo más golpes y estrépitos, y luego una serie de estampidos muy fuertes.
Csongor sabía que sentarse había sido un error. La única manera de permanecer despierto era quedarse de pie. Pero cuando el barco salió a alta mar, y la cubierta empezó a sacudirse y oscilar bajo sus pies, finalmente tuvo la excusa que necesitaba. Hasta entonces había estado de pie en mitad del puente, mirando a través de las ventanas por encima de los hombros de Mohamed. Pero a lo largo del mamparo de popa había un breve banco que llevaba llamándolo un rato. Como todas las demás cosas importantes, estaba soldado al suelo. Esta gente usaba los sopletes como los carpinteros usaban las pistolas de clavos. Csongor se apartó de Mohamed, moviéndose lentamente mientras compensaba el balanceo de la cubierta, y se sentó en el banco.
La voz de Yuxia sonaba en sus oídos, cerca. Extraño, puesto que Yuxia no estaba en el puente.
Otra rareza: Csongor tenía los ojos cerrados. No recordaba haber permitido que eso sucediera. Los abrió y descubrió a Yuxia que entraba por la escotilla con un tazón en la mano. Miraba a Mohamed al otro lado del puente; su postura parecía indicar que acababa de girarse para mirar con asombro a Yuxia.
Con asombro y con miedo.
Mohamed tenía algo en la mano: un micrófono de plástico gris, conectado por un cable negro de espiral a una pequeña caja electrónica montada con abrazaderas sobre el panel de control. El panel estaba oscuro cuando Csongor cerró los ojos, pero la pantalla LED brillaba ahora.
El piloto hablaba por radio, o se disponía a hacerlo.
Csongor echó mano a la pistola que llevaba detrás en el cinturón mientras usaba la otra mano para levantarse del banco. Advirtió que sus pies se movían con lentitud. Casi al mismo tiempo, Yuxia arrojó el contenido del tazón a Mohamed.
El peso del cuerpo de Csongor estaba ahora bien adelantado, pero sus pies no habían reaccionado aún. Estaban atrapados de algún modo. Advirtió que iba a caer de cara. Extendió las manos por instinto para detener la caída. Una de las manos había conseguido agarrar parcialmente la pistola. Sus tobillos estaban torcidos de mala manera y caía de forma enormemente torpe, y con riesgo de llevarse a Yuxia por delante. Cayó dolorosamente y de manera secuenciada, como un gran árbol que cae a trozos a medida que lo derriba una tormenta. La pistola rodó por el suelo. No pudo alcanzarla. Mohamed gritaba de furia y se secaba el té caliente de la cara. Yuxia le lanzó el tazón vacío, luego se hincó de rodillas y recogió la pistola. Apuntó en la dirección aproximada y apretó el gatillo, pero no sucedió nada porque el seguro estaba puesto.
—¡Yuxia, dámela! —gritó Csongor, haciendo un gesto de llamada, y Yuxia se volvió y le lanzó la pistola.
Mohamed se había recuperado lo suficiente para tirar del micrófono, que se había quedado colgando del extremo del cable. Se lo llevó a la boca.
Csongor le quitó el seguro a la pistola y la amartilló. Apuntó a Mohamed, pero su visión quedó bruscamente bloqueada por Yuxia, que se lanzó a agarrar el micrófono. Hubo unos instantes de forcejeo. Mohamed la empujó, pero ella lo arrastró consigo. Esto le permitía a Csongor dispararle a la radio. Una bala en aquella caja pondría fin a las ambiciones transmisoras del piloto. Csongor apuntó.
Mohamed extendió la mano y agarró una linterna alojada sobre las ventanas del puente y golpeó con ella a Yuxia en la cabeza. La muchacha cayó al suelo, llevándose las manos a la cara y gritando, más de furia que de dolor. Mohamed se llevó de nuevo el micrófono a la boca. Csongor apretó el gatillo y se quedó sordo. La pistola retrocedió en sus manos. Un agujero apareció en la ventana sobre la radio, y las grietas se extendieron por todo el cristal. Csongor disparó por segunda vez e hizo otro agujero en el cristal, a unos pocos centímetros del primero. Apuntó un poquito más bajo y disparó tres veces seguidas.
Mohamed se había quedado quieto en el momento en que disparó la primera bala. Entonces, al ver que Csongor apuntaba más o menos en su dirección, supuso que le apuntaba a él y decidió salir de allí. Su intento de huida lo colocó directamente delante de la radio y por eso al menos una de las tres balas de la descarga de Csongor lo alcanzó en el tórax. Cayó inmediatamente.
Marlon subió corriendo la mitad de las escaleras y entonces se detuvo, preguntándose si estaban a punto de volarle la cabeza. Pero entonces oyó la voz de Csongor, y luego la de Yuxia, y por eso terminó de subir y entró en el puente.
Csongor estaba tendido en el suelo, torcido en una incómoda postura. Yuxia estaba sentada en un rincón, con una mano en la cabeza ensangrentada, llorando. Mohamed yacía en el suelo, rodeado por un montón de sangre, todavía sujetando un micrófono de radio. El cable, ahora extendido y recto, corría casi en vertical del micrófono a una cajita montada en lo alto del panel de control del barco. La caja había sido perforada por una bala, y la ventana de encima tenía otros dos agujeros más y un abanico de grietas.
El micrófono resbaló de la mano relajada de Mohamed y quedó oscilando arriba y abajo como un yoyó.
Csongor le hizo algo a la pistola para ponerle el seguro, y luego se retiró hacia un burdo banco situado al fondo del puente. Le pasaba algo en los tobillos. Al acercarse para ver mejor, Marlon vio que ambos talones estaban atados al banco de hierro por varios cables eléctricos. En el suelo, cerca, había una bobina y un par de cortadores de alambre.
Marlon los recogió y se los lanzó a Csongor, que se puso a trabajar para soltarse.
—Me quedé dormido —dijo Csongor—. Él quería usar la radio... para llamar a sus amigos, supongo. Pero debió de temer que me despertara el sonido de su voz. No podía atacarme porque no tenía armas. Así que hizo esto. Sabía que tendría tiempo de enviar una llamada de socorro antes de que yo pudiera soltarme y detenerlo. Pero apareció Yuxia.
—¿Apareció a tiempo? —preguntó Marlon.
—No lo sé, pero creo que sí.
Marlon, pasando por encima de un amplio charco de sangre que se extendía por la cubierta, se acercó a Yuxia. Una linterna rodaba por el suelo, manchada de sangre. Controlando una fuerte sensación de repugnancia, Marlon la recogió y la encendió. Yuxia estaba plenamente consciente, pero muy molesta.
—Déjame verlo —dijo Marlon—. Déjame verlo.
—Estoy bien. No es nada.
—Déjame echar un vistazo.
—Estoy bien.
—Quiero verlo.
Él finalmente entendió que a ella no le importaba la herida de su cabeza y que solo quería algo de consuelo. No le pareció adecuado, todavía no, rodearla con sus brazos, o algo por el estilo, así que extendió la mano libre y la apoyó sobre su hombro y le dio un apretón.
—Le pediré hielo a Batu —dijo.
—Gracias —respondió Yuxia con voz débil, como una niña. No parecía ella.
Marlon se levantó y salió del camarote a la pasarela justo a tiempo de oír un fuerte roce y un golpe arriba. Batu no estaba en la cocina, donde lo había dejado: estaba en el techo del puente. El golpeteo de sus pasos sugería que había empezado a moverse con rapidez.
Una gran cápsula blanca de fibra de vidrio rodó y cayó desde arriba, casi alcanzando a Marlon en la cabeza. Salpicó en el agua junto al barco.
Batu estaba encima de él, encaramado como un gato en la barandilla. El hombre llevaba un gastado salvavidas naranja.
—Hay más agua en la bodega —dijo—, en barriles de plástico. Usadla con precaución. No sabéis cuánto tiempo estaréis a la deriva.
Y saltó de la barandilla y se hundió en el agua unos cinco metros más allá.
La cápsula blanca se mecía ahora en la estela del barco. Había caído abierta, y algo grande y naranja florecía en el agua: la balsa salvavidas, inflándose automáticamente. Batu, boca abajo con el chaleco, nadaba estilo perrito hacia ella.
Marlon volvió al puente y pasó torpemente por encima de un enorme charco de sangre para llegar al panel de control, donde tiró hacia atrás de la palanca que controlaba la velocidad del motor. Entonces giró el timón para que el barco apuntara hacia el este, hacia Taiwán.
—¿Por qué nos frenas? —preguntó Yuxia.
—Para conservar combustible —respondió Marlon.
—¿Crees que nos vamos a quedar sin él? —preguntó Sokolov.
—Batu sí.
BIEN, TE VEO A LAS ONCE
Este era el mensaje de texto que Olivia encontró en el teléfono cuando lo encendió mientras orinaba en un matorral a las 6.49 la mañana siguiente. Era la respuesta al HE IDO A HAICANG A VISITAR A LA ABUELA de la noche anterior.
De hecho, toda la isla era un matorral: había encontrado una parte especialmente densa para este propósito y comprobó que no hubiera bichos ni serpientes antes de agacharse.
Ella y quien fuera que estaba al otro lado de esta conexión (presumiblemente un controlador en Londres, desviado a través de una conexión imposible de rastrear con la red de mensajes instantáneos) usaban un canal completamente abierto y público para pasar mensajes. Tenían que ser moderados. HE IDO A HAICANG A VISITAR A LA ABUELA estaba escrito con un código preacordado, usando caracteres calculados para no despertar el interés de la OSP. Olivia pasó un minuto o dos allí en cuclillas, preguntándose por el significado de TE VEO A LAS ONCE antes de darse cuenta de que probablemente significaba exactamente lo que decía. Kinmen estaba conectada a Taiwán por un ferry de largo alcance, usado principalmente por los turistas chinos del continente y por el servicio aéreo regular. El ferry no tenía mucha utilidad en estas circunstancias, pero sería fácil para la embajada británica en Taipéi enviar a alguien en un vuelo comercial para reunirse con ella en el aeropuerto.
Era un teléfono nuevo sin ninguna posibilidad de ser relacionado con Olivia ni con nadie, y ella estaba en suelo taiwanés de todas formas, y por eso no sintió ninguna vacilación a la hora de usar Internet para buscar horarios de vuelos. Parecía que un avión de Taipéi llegaría a la terminal local a las 10.45.
Regresó al búnker y lo encontró vacío. Pero después de buscar un poco alrededor, encontró a Sokolov al borde del campo de minas, contemplando la playa. Mirando hacia Xiamen. Comprobó la hora, luego se volvió a mirarla.
Ella extendió una mano y encontró la suya. Él no la rechazó, y por eso ella tiró de él y empezó a andar.