Reamde (73 page)

Read Reamde Online

Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Reamde
3.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

Luego empezaron a trazar y examinar grandes rutas circulares desde Islamabad a diversos destinos de Nueva Inglaterra y el noroeste. A Jones le fascinaron las diferencias que encontraba. La ruta de Islamabad a Boston, por ejemplo, pasaba por la zona occidental de Rusia, Finlandia, Suecia, Noruega, se internaba entre Islandia y Groenlandia, y luego pasaba sobre las provincias marítimas de Canadá y Maine. Cada uno de estos lugares parecía provocar su propio conjunto de recelos en la mente de Jones. La ruta a Seattle, por otro lado, atravesaba la parte menos poblada de Siberia, cruzaba el océano Ártico, entraba de nuevo en tierra por el extremo noroccidental de Canadá, y seguía las montañas del Yukón y la zona occidental de Columbia Británica antes de cruzar la frontera norteamericana a pocos kilómetros de su destino. La trayectoria era un rumbo sin interrupciones por los lugares más despoblados y desolados del globo. Una pequeña desviación a un lado o a otro llevaría al jet a los páramos de la península olímpica de Washington o las montañas y desiertos del este del estado de Washington.

Una vez comprendido esto, Jones ya no tuvo dudas de qué ruta seguir.

—Cuando lleguemos a Islamabad —dijo—, cursaremos un plan de vuelo a Boeing Field en Seattle. Podremos llegar hasta allí sin necesidad de repostar. Me gusta esta idea porque no levantará ninguna sospecha en las mentes de las autoridades. Partieron ustedes de Boeing Field cuando salieron de Estados Unidos.

—Pero si aterriza allí... —empezó a decir Pavel.

—Seremos arrestados, naturalmente, por Seguridad Nacional —dijo Jones—. Pero no vamos a aterrizar allí. Nos desviaremos en el último minuto y aterrizaremos en mitad de ninguna parte y nos dispersaremos. Así que tendrá usted que reservar combustible suficiente para eso.

—¿Quiere llegar desde Islamabad a Seattle sin repostar? —preguntó Pavel.

—¿No es ese el motivo de todo este ejercicio?

—Hemos estado trazando grandes rutas circulares —le dijo Pavel—. No es lo mismo que un plan de vuelo.

—Eso lo entiendo —dijo Jones.

—No se puede volar siguiendo una gran ruta circular a través de Rusia —dijo Pavel, asombrado de que Jones no supiera ya esto. Dirigió su atención al arco rojo que el programa había trazado hacia el norte desde Islamabad, atravesando Siberia camino del Ártico—. No existe ese pasillo aéreo. Las fuerzas aéreas rusas nos abatirán en cuanto crucemos la frontera. No se puede hacer.

—Mierda —dijo Jones—. Mierda mierda mierda.

Pensó durante un rato.

—¿Podemos rodear de algún modo el espacio aéreo ruso?

—Puedo decirle ya mismo que si intentamos llegar a Estados Unidos desde Islamabad sin pasar por Rusia, tendremos que seguir una ruta indirecta, y no tendremos suficiente combustible —dijo Pavel.

—Entonces deberíamos volar desde Islamabad hasta otro sitio —sugirió Jones—, como Hong Kong, y repostar allí, y luego seguir por el pasillo habitual.

—¿Qué hay de tanta importancia en Islamabad? —preguntó Pavel.

—Eso no es asunto suyo —replicó Jones—. Usted solo necesita pilotar el avión.

Pavel lo corrigió.

—Es usted quien necesita que pilotemos el avión.

E intercambió una mirada con Sergei, que asintió. Durante la discusión, los dos pilotos se habían puesto a hablar ocasionalmente en ruso con pequeñas conversaciones privadas, y ahora parecía que habían hablado de otras cosas que no eran solo las grandes rutas circulares.

—Es divertido pensar en Islamabad y volar aquí, volar allá, por todo el mundo, pero ahora mismo está atascado en el FBO de Xiamen y somos los únicos que podemos sacarlo de aquí.

Jones suspiró.

—Esperaba poder evitar ser tan brusco —dijo—, pero el trato es que, si no cursan el nuevo plan de vuelo y nos llevan a Islamabad, los mataremos.

—En Islamabad —continuó Pavel, sin inmutarse en lo más mínimo por la amenaza—, tiene la protección de funcionarios a quienes puede sobornar, y conexión con sus amigos de Waziristán, Afganistán o Yemen. Sin duda podrá encontrar uno o dos camaradas que sepan pilotar un avión. Pretende matarnos allí y usar sus propios pilotos después.

Jones puso cara de ir a negarlo, pero Pavel alzó una mano y lo detuvo.

—No —dijo—. Es ridículo. Tiene algo muy malo que quiere recoger en Islamabad. Es totalmente obvio. Tiene una bomba nuclear, o unos gérmenes, o algo. Y tiene planeado meterlo en este avión y luego llevarlo a una ciudad norteamericana. Estrellará el avión contra un edificio y volará la ciudad, o la envenenará, o esparcirá alguna plaga. Y todos a bordo de ese avión morirán, de un modo u otro. Es ridículo. Debe creer que Sergei y yo somos estúpidos. No lo somos. Comprendemos. Obviamente, moriremos pase lo que pase. Y por eso hemos acordado que nos mate ahora. Adelante. Mátenos, y luego busque otro modo de salir de China.

Jones lo consideró durante un rato. Eso, o simplemente estaba esperando a volver a tener su temperamento bajo control.

—Sin duda tendrá una contrapropuesta —dijo por fin—. Aparte de la ejecución sumarísima inmediata.

—Podemos sacarlo de aquí —dijo Pavel—, en cuanto tengamos un plan que nos garantice seguir con vida —intercambió una mirada con Sergei y luego señaló a Zula—. Nosotros, y la chica.

Era la primera vez que reconocían la presencia de Zula, y ella se sintió extrañamente agradecida por eso. La reacción de Jones fue un poco extraña: avergonzado y a la defensiva. Similar al aspecto que tenía cuando terminó aquella conversación telefónica en la puerta del avión.

¿Por qué reaccionaba de esa forma?

Porque, comprendió Zula, probablemente tenía intención de matarla. O al menos no le importaba si vivía o moría. Lo que al parecer a Jones no le importaba mucho mientras fuera un asunto privado. Pero cuando la gente se daba cuenta, no le gustaba

—Muy bien —dijo Jones—, ya que esto es ahora sobre ustedes, y lo que quieren, ¿ha considerado lo que va a ocurrirles si los arrestan en China? Porque son responsables de haber traído a mala gente al país, ¿no?

—Obviamente, nos gustaría salir de China —concedió Pavel.

—Y pronto, pienso yo, ya que no pasará mucho tiempo antes de que saquen el cadáver de Ivanov de ese sótano y descubran quién es, y lo conectarán con este avión, que está aquí parado, con nosotros dentro.

—De acuerdo.

—No podemos cursar un plan de vuelo internacional porque los agentes de inmigración querrán subir a bordo y comprobar nuestros documentos —dijo Jones.

—Sí.

—Así que no tenemos más remedio que cursar un plan de vuelo doméstico, esperar seis horas, y luego, a falta de una expresión mejor, hacer trampas —dijo Jones—. En el sentido de que no podemos aterrizar en otro aeropuerto de China o estamos muertos. Así que tenemos que desviarnos del plan, ¿no?, e ir a algún sitio donde tengamos alguna posibilidad de sobrevivir.

—Algo así, sí —respondió Pavel.

Jones se encogió de hombros.

—Ilumíneme entonces. ¿Cómo podemos hacerlo?

Pavel lo consideró y lo discutió con Sergei en ruso. Después de un momento, Zula advirtió que la conversación tardaría un rato, así que se levantó y fue al cuarto de baño. Una vez sentada, advirtió que había pasado ante el espejo sin mirarlo, como si su propio reflejo fuera un amigo/enemigo profundamente distanciado con quien no fuera posible hacer contacto ocular. Así que se obligó a girar la cabeza hacia un lado (pues en ese cuarto de baño de lujo todo el mamparo era un espejo) y a mirarse a la cara. Le sorprendió descubrir que nada menos que Zula Forthrast la miraba. La misma chica de siempre. Un poco más cansada, claro. Más vieja. No en el sentido de vieja-vieja, sino de haber visto más cosas durante su vida. Se preguntó qué verían los demás en ella; por qué Csongor, nada menos, se tomó tantas molestias para protegerla. Por qué Jones la retenía. Por qué Pavel y Sergei habían decidido (espontáneamente, pensó) incluirla en el trato que estaban haciendo con Jones. Pero sobre todo, por qué Yuxia hizo lo que había hecho. No lanzar la furgoneta de morro contra un barco, porque eso había sido un accidente, sino embestir al taxi en el embarcadero y recibir el golpe del airbag en la cara.

Porque en cierto sentido lo único que Zula había hecho todo el día había sido intentar ayudar a los hackers de aquel piso. Y Yuxia no había visto eso. Ni tampoco lo habían hecho Manu y los otros hackers, los beneficiados. Solo Csongor. ¿Tal vez le había contado la historia a los demás?

O tal vez nada de todo esto había sido racional. Tal vez Yuxia no sabía lo del SOS con los fusibles. Tal vez todo se reducía a un efecto sobrenatural, como la gracia, que fluía a través de las vidas de la gente aunque no comprendieran por qué.

Lo cual la llevó a un instante, allí en el cuarto de baño, mirando de reojo en el espejo, a algo parecido a una oración. Sus anteriores pensamientos sobre este tema aún eran firmes y por eso no fue una oración de esas donde se unen las manos antes de dormir. Más bien fue un acto de voluntad. Porque si había algún poder como la gracia, la Fuerza, o la Providencia, o lo que fuera, eso había estado en funcionamiento en el mundo hoy, y tenía que encontrar el camino al barco donde Qian Yuxia estaba cautiva y tenía que ir un paso más allá en la misteriosa cadena de transacciones que se estaban efectuando aquí. Y si fuera posible que eso sucediera por un esfuerzo consciente de voluntad por parte de Zula, entonces deseaba que ocurriera.

Se controló, se echó agua en la cara y regresó a la cabina del jet. Pavel y Sergei seguían hablando en ruso, ampliando y repasando mapas digitales del mundo en la pantalla grande. Jones estaba de pie, el teléfono contra la cabeza, con aspecto aturdido. Habló en árabe durante un rato, la voz y los ojos apagados. No derrotados, pensó ella, sino completamente exhaustos. Entonces colgó.

—Puedes irte —dijo, mirando a Zula a los ojos.

—¿De qué estás hablando? —replicó ella. Porque él tenía tendencia a ser sarcástico y cruel, y este parecía uno de esos momentos.

—El barco donde va tu amiga...

—¿Sí?

—Ha desaparecido.

—¿Qué quieres decir?

—De-sa-pa-re-ci-do. Sin dejar rastro. No responden al teléfono. Ni a la radio. No hay signos de naufragio. Ni llamada de socorro.

—¿Cómo lo sabes?

—Los chicos que nos dejaron en el muelle —dijo Jones—. Volvieron a la isla, y allí no hay nada.

Zula quiso mostrar lo feliz que se sentía, pero había que zanjar algunas cosas primero.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque da lo mismo —respondió Jones—. Vas a quedarte en el avión de todas formas.

—¿Eso crees?

—Sí. Porque estás ilegalmente en China. Estás relacionada con gente que ha cometido más asesinatos en unos pocos días de lo que Xiamen ve normalmente en un año. Y solo hay un modo de que puedas salir de este país, y es quedarte en este avión —Jones extendió una mano, haciendo una floritura sarcástica, indicando a Pavel y Sergei—, con tus caballeros blancos.

Zula no pasó por alto la pulla racial.

—Aceptaría caballeros de cualquier color —respondió, sustituyendo los juegos de palabras por la acción. Porque sabía que Jones tenía razón. Este avión era su única salida.

—Muy bien —dijo Pavel—, tenemos un plan para salir.

—¿Cómo va a funcionar?

—Cursaremos el plan de vuelo ahora. Lo explicaremos más tarde.

—Cúrselo —dijo Jones—. Voy a echar una puñetera siesta.

SEGUNDA PARTE

LAS CATARATAS AMERICANAS

DÍA 5

Una nerviosa y a veces escandalosa serie de malentendidos condujo, a buenas horas, al siguiente acuerdo a bordo del barco pesquero: Mohamed (pues así se llamaba el piloto que quedó a los mandos del navío) permaneció en su puesto, manteniendo el barco en un rumbo que, según decía, los sacaría de las aguas territoriales de China lo más rápidamente posible sin levantar sospechas de que pudieran estar dirigiéndose a Kinmen. Csongor, armado con la pistola, se quedó en el puente con él, para echar un ojo a la pantallita del GPS y asegurarse de que no hacía ninguna perrería. Mientras tanto, Yuxia y Marlon, acompañados por el cocinero, que dijo que se llamaba Batu, recorrieron todo el barco para intentar hacerse una idea de dónde estaba todo y cómo funcionaban las cosas. El nombre, el aspecto y el acento de Batu dejaron claro para Yuxia y Marlon que pertenecía a la minoría étnica mongola, y podía deducirse que había sido atraído a la Isla Sin Corazón como emigrante económico. Había aceptado con notable serenidad la súbita toma del barco por desconocidos armados y parecía preferir la nueva dirección a la antigua.

Empezaron subiendo al techo plano de la superestructura, directamente sobre el puente. Allí había montada una gran cápsula blanca de fibra de vidrio. Batu dijo que contenía una balsa hinchable. La voz apagada, la postura encogida, y las miradas de reojo con las que explicó esto les dijeron que era una especie de requerimiento estatutario, y por tanto el epicentro de un elaborado complejo de normativas, multas, inspectores y sobornos. Aparte de eso, el barco no tenía ni una lancha de salvamento. Parecía que, en las bahías que frecuentaba, los barcos pequeños eran tan numerosos que podían llamarse en un momento agitando la mano, y por eso no hacía falta llevar lancha a bordo. Se decía que un disco montado en lo alto de un mástil de acero contenía una antena de radar, pero Batu se mostró escéptico sobre su capacidad de funcionamiento. El mismo mástil albergaba otros soportes para luces y antenas adicionales, pero solo se usaban algunos. Marlon observó con atención lo que parecían antenas, y Yuxia pudo ver sus ojos siguiendo los cables mástil abajo hasta los acoples en el techo del puente.

Un nivel por debajo estaba el puente, y la estrecha pasarela que lo rodeaba. Sujetos a la barandilla de la pasarela, directamente delante de las ventanas del puente que daban a proa, había dos salvavidas, antiguamente naranja brillante pero desgastados por el sol hasta un bilioso color caramelo. Raídas cuerdas verdes y blancas se enlazaban en los puntales de la barandilla y se usaban para sostener uno de los bordes de una lona de plástico que se extendía hacia la cubierta de proa. Bajo esta cobertura, explicó Yuxia, habían trabajado antes empaquetando y preparando el tipo de cargamento que llevaba el barco, fuera cual fuese. Si se dedicaran a su función prevista, aquí era donde los pescadores trabajarían con las redes, izarían los peces a bordo, y harían esas cosas que hacen los pescadores.

Other books

When A Plan Comes Together by Jerry D. Young
Richard Montanari by The Echo Man
Shifting Shadows by Sally Berneathy
Just a Matter of Time by Charity Tahmaseb
Deadly Sins by Lora Leigh
Nail - A Short Story by Kell Inkston
Vital by Magee, Jamie
My Instructor by Esther Banks
Unleashing the Beast by Lacey Thorn