Authors: Álvaro Naira
Paula elevó las pupilas.
—Ya. Monógamo —repitió con sorna—. Así que vayan desnudándose todas, pero de una en una, ¿no?
Álex se quedó cortado por lo menos diez segundos. Luego se volvió hacia ella. Le apartó un mechón de pelo de la cara tras la oreja.
—Te adoro, princesa. Sólo tú eres capaz de dejarme sin palabras.
Descendieron los últimos peldaños hasta la zona donde había unas diez personas bebiendo.
—Os presento: Paula y Haller, lobos —“pero qué sectario queda esto, Ossian, coño”, murmuraba Álex, pero el ciervo no le hacía ni puñetero caso—. Haller y Eva ya os conocéis; Paula, Eva es un águila real. Laura y María, cierva y gabato. César, jabalí. Le conoces por “Okoto” del canal. Iker, rebeco. Nacho, “Sleipnir”, caballo. Óscar, uro. Ésta es “Constanza”, corza; se llama Isabel. Marta y Hugo, también corzos. Andrea, oso. Estuve por mandártela, pero conociéndote... Y aquí, los cuervos. Idos presentando, que sois demasiados.
Álex planeó los ojos sobre el grupo. Paula, en silencio, se limitaba a contemplarlos uno por uno con una atención tirante. Los pájaros repartían saludos. La novia de Ossian medía la mirada penetrante contra la de los lobos. El águila tenía la edad de su pareja, vestía unos vaqueros ceñidísimos de color rojo oxidado y una camiseta negra; el pelo castaño oscuro, planchado y brillante, le pasaba los hombros. Imponía. No era especialmente guapa ni necesitaba serlo. Tenía los rasgos duros y sus ojos parecían agujas. Finalmente, sonrió.
—Me alegro de verte, Haller.
—Seguro —respondió él.
—Pues claro. Aunque seas un gilipollas, sabes que te tengo aprecio. En el fondo, somos muy parecidos.
—Ya... Superpredadores —Álex dio un tiro—. El mundo entero está para que nos lo comamos.
—Sí. La misma visión de la vida. Uno por el suelo y otro por el cielo. El águila no deja de ser el lobo del viento... —ella volvió a sonreír—, pero podría matarlo, si quisiera.
—Sólo si el lobo es cachorro, está viejo o enfermo —respondió él enseñando los dientes.
El ciervo le observó detenidamente y soltó la carcajada.
—Pues no es por joderte, Haller...
—Que te follen, Ossian. Tu chica que le siga dando al pico, que yo tengo colmillos.
Eva meneó la cabeza.
—Eres idiota. Y te hemos echado de menos.
Le metió un abrazo a Álex, que pareció muy sorprendido, y dos besos enérgicos a Paula antes de cogerse de la cintura del ciervo. Laura y María saludaban con timidez amable. Tenían unos ojazos sacrificados, como los de una estampita religiosa: ojos de presa; pero de presa grande, estimable, difícil y digna, como los de Ossian. A Álex le impuso Óscar y le hizo muchísima gracia Andrea. La chica era alegre y diminuta. Tenía una sonrisa sumamente cariñosa; no levantaba el metro cincuenta del suelo.
—¿Oso? Venga ya... —la contempló con más atención—. Pues sí. ¿Dónde coño lo metes?
—Se lleva por fuera —replicó la chica riéndose, poniéndose de puntillas para darle dos besos; Álex tuvo que inclinar todo el cuerpo—. Como tú. Encantada de conocerte. Jamás había visto uno igual... Eres un lobo impresionante, Haller —articuló torpemente, y se disculpó enrojeciendo—. Perdona.
—¿Por qué? Anda, dale al ron miel, princesa, a falta de colmenas —respondió él muy divertido, mirando las botellas—. Os robo una cerveza. ¿Quieres una, Paula? —pero la loba ya había cogido un mini y charlaba con el águila y las ciervas animadamente, con una sonrisa algo punzante en la cara. Álex abrió la lata y soltó una maldición cuando salió un poco de espuma disparada. Dio un trago, se agarró el estómago, dio otro y siguió hablando con Andrea—. Y normal que no te encuentres con lobos. Nosotros dominamos el mundo y ahora estamos al puto borde de la extinción. ¿Tú cómo lo llevas? Como te llames. El pedazo de uro.
—Óscar —el joven arrugó la frente y encogió los gruesos hombros con expresión de derrota—. Vamos tirando. Como podrás comprender, cuando aniquilan a tu especie no hay muchos sitios donde meterse...
Iba llegando gente en goteo: pájaros que Lucien se quitaba de encima amablemente porque no eran cuervos, presas grandes y pequeñas, y carnívoros, muchísimos. Se situaban algunos más lejos y otros más cerca. Una manada lupina tomó posiciones a una buena distancia. Empezaron a sacar alcohol de las bolsas y las mochilas. Álex se limitó a hacerle un gesto al lobo alfa, sin la menor intención de acercarse; éste le respondió inclinando un poco la cabeza en señal de reconocimiento. Un chaval flaco e inquieto como una lagartija, sonriente y altivo, le gritó desde la otra punta un saludo burlón, con las manos metidas en los bolsillos traseros del pantalón con petulancia.
—¡Haller! ¡Grandísimo hijo de puta!
—¡Que te follen, zorro! —respondió Álex haciéndole un gesto chulesco para que se aproximara—. ¡Ven aquí a repetírmelo!
—Sí, hombre, te creerás que soy idiota —exclamó el chico, y se perdió entre otros predadores, que contemplaban al lobo con muecas que viraban del desdén orgulloso al desprecio profundo.
Ossian se partía de risa. Estaba con Lucien en el escalón de delante. La bandada revoloteaba de grupo en grupo.
—Haller —decía el ciervo desternillado—. ¿Sabes qué tienen en común todos y cada uno de los que has metido tú? Que no te pueden ver ni en pintura. Sin embargo, los de Lucien le adoran.
Álex enarcó una ceja. Se sentó con ellos, no sin echarle a Paula antes una mirada, pero la loba parecía sumamente entretenida entre ungulados.
—Pues sí, Ossian —replicó—. Me detestan cordialmente. Yo digo el bicho y doy el canal para que entren si se aburren o para ligar y luego les mando a la mierda. Pero mira, cada uno va a su bola y no dependen de mí para montárselo como les parece. Valora quién es mejor “guía”. Y que conste que me repatea hasta la palabra; apesta a iglesia por los cuatro costados. Y siempre lo he dicho y lo repetiré: esto no es una puta secta. Cada uno es su propio sacerdote. Cualquiera que vaya de gurú está haciendo el gilipollas, joder. Pero a ti eso te flipa, ¿eh, Lucien? —le dijo Álex sin mirarle, prendiendo la punta del pitillo con la llama del mechero—. Si por ti fuera nos registrábamos como iglesia y que cada cual aportara para comprar un monasterio en la pompa de una montaña para practicar la sodomía y los viajes extáticos.
—Haller, no lo entendés —intervino Lázaro—. Yo los ayudo. Ossian también lo hace.
—Quieto ahí, Lucien, que yo no “guío” a nadie —le contradijo el ciervo—. Lo que yo hago es mostrarles a
sus
guías. Me parece lamentable que los que me rodean no sepan lo cojonudo que es tener un tótem que te muestre la forma adecuada de conducirte.
—Tótem —bufó Álex—. Otra palabra que me toca los huevos. Olvidaba tu puta visión rosa y con lacitos de la religión, Bambi. ¿Así que tu bicho te lleva por el buen camino, hace que te apuntes a Greenpeace y que plantes arbolitos? La madre que te parió.
Ossian sonrió.
—Búrlate de tu madre, lobo.
—No puedo. Vive muy lejos.
—Haller, esto es como una cadena trófica —trató de explicarse el ciervo—, y cada cual tiene su papel. El herbívoro está, pisa y patea, hace un suelo, rumia el alma del hombre, intenta
salvarla
, conducirla como se dirige a un rebaño, llevarla hasta las raíces del instinto, retroceder al momento en que el ser humano aún veneraba a dioses animales, los respetaba y convivía con ellos, cazando sólo lo necesario para sostenerse. ¿No se puede? Pues al menos ha preparado al alma para que tú te la comas. Si queda algo, ya se lo llevará en el pico el cuervo en la última vida.
—Bambi, tío —Álex tiró la ceniza—, eso es demasiado complicado. Y hasta un pelín humano; no me mola ese evolucionismo de primero unos y luego los demás. ¿Quién coño orquesta eso, eh? ¿Mamá Gaia o Yahveh con su batuta? Parece una religión para los indios sioux, joder. ¿Estar en comunión con la tierra? Venga ya. Eso no entra en la naturaleza humana. Yo sólo cazo.
El ciervo hizo un ademán con el brazo, perdiendo la paciencia.
—Tu maldita religión, Haller, gira en torno a tu culo. Hay más tótems que los depredadores, ¿sabes? ¿Qué hace un conejo dentro de una persona, eh? ¡Si no puede matarla! Pues está, y está por algo.
El lobo le contempló de forma hiriente, comiéndose a pedazos el sarcasmo acre de la sonrisa.
—Tío, Haller —murmuró Ossian, un poco cohibido. La sumisión franca y abierta de su mirada estaba llena de nobleza. Resultaba curioso ver a un tipo tan grande con esa expresión sumisa en la cara—. Cuando me miras así me acojonas. Te lo juro.
—¿Yo? —Álex soltó una carcajada potente—. ¿Qué tienes que temer de un lobo viejo y enfermo y, además, solitario? Mientras esté con la cabeza en alto, pace tranquilamente a mi lado. Ahora, si la bajo... si la bajo, corre. Corre rápido —dio un tiro al cigarro antes de dictar sentencia—. Cualquiera que me tenga miedo merece mi respeto.
Lucien subió las cejas.
—¿Eso significa que vos a mí no me respetás?
Álex se giró mostrando todos los dientes.
—¿Tú no me tienes miedo? —masticó apretadamente, medio en broma medio en serio.
—Ni pizca, Haller —respondió sencillamente el cuervo.
El lobo se rió echando la cabeza hacia atrás.
—No, escuchá —dijo Lázaro—. Yo sé que podés ser terrible; pero yo no soy tu presa. ¿Qué tiene que temer de un lobo un cuervo? El lobo y el cuervo son buenos compañeros.
—Sí. Tú me robas cuando mato, y yo te mato cuando puedo.
El argentino movió la cabeza negativamente, con una sonrisa leve.
—Vuelo demasiado alto como para que me alcance ninguno de tus mordiscos, Alejandro...
—Por eso me aguantas, Lucien. Y te lo agradezco —declaró el lobo con sinceridad—. Y tú, Ossian. A ver si espabilas, que ya estás mayorcito para creer en los Reyes Magos y en que el hombre puede salvar el medio ambiente.
El ciervo inclinó la cabeza. Se apartó la melena.
—No quiero contradecirte, Haller, pero me temo que yo ya he “espabilado”. Hace mucho que me quité el terciopelo de las cuernas rascándome contra un quejigo.
—¿Ah, sí? Pues no vas con la estación. ¿Andas de berrea? Tiene que ser muy aburrido sin conocer a otros ciervos. ¿Les pegas topetazos a los árboles?
—En el sentido cósmico de la cuestión, lobo. A los quince años empecé a desarrollar mi visión de la religión y a dejar que creciera, y ahora creo que con estas coronas, puntas y luchaderas encima del cráneo he encontrado el modo de vida que me parece el más adecuado. Y si te crees que es fácil y que no me pesa en la cabeza, te equivocas por completo.
—De puta madre. ¿Has llegado a la cima? Pues ya verás como dentro de nada se te cae todo el equipo junto con la cornamenta y los pantalones.
Ossian exhaló una risa contenida, echando el cuerpo hacia delante.
—Tienes la boca muy grande, Haller.
—Para comerte mejor.
El ciervo suspiró, meditando las palabras de Álex al tiempo que jugueteaba con un pellizco de hierba entre los dedos. Terminó por encogerse de hombros.
—Lobo; yo lo veo así: si mi forma de entender la vida se me derrumba, volverá a crecerme otra muy semejante, aunque más grande. No sería la primera vez.
Álex inclinó la lata de cerveza y le dio un trago largo.
—Pues que sepas que tu visión me parece una mariconada: alegría, felicidad, dar saltitos, triscar y comerse el césped tierno del Bernabeu. La mía mola más.
—Y es más acertada, aunque estrecha —juzgó Lázaro—. Ossian, es de una ingenuidad inmensa lo que pensás. Estás apegado a creencias chamánicas muy primitivas y no dudo que tendrían sentido cuando el hombre vivía en cuevas y el ecosistema intentaba todavía ajustarse a esa criatura omnívora de apetito feroz que, en lugar de adaptarse al medio, adapta el medio a sí misma. Pero hoy en día el ser humano no merece que le sirvás de guía. Esa oportunidad desapareció hace mucho. El mundo está en las últimas porque los hombres lo destruyeron: en cualquier momento va a explotar. El cuervo no va a propiciarlo ni a evitarlo: el cuervo espera pacientemente. Vuela en círculos; da un picotazo. Si el animal vive, hay posibilidad de que le dé un mordisco y lo mate. Así que aguardamos a que esto termine y caiga por su propio peso. Y cuando eso suceda, el cuervo va a seguir cantando desde la copa del árbol.
—Y se dará un festín de cojones, como la Morrigan —concluyó Álex—. Guerra, muerte, sangre y destrucción, ¿eh, Lucien? Suenan las campanas del apocalipsis y tú, pajarito, que lo llevas esperando unas cien vidas, te pones la servilleta al cuello. Mira, Ossian pensará en color pastel con una cereza encima, pero tú todo lo ves de luto riguroso. El gris del buen pelo de lobo es más adaptable, capullos.
—Haller, vos sos otro ingenuo. Te pensás que saltando de alma en alma de hombre como en medio del redil de ovejas y matándolas a todas sin pararte a comer ninguna, podés destruir al ser humano. Vos creés que si no hubiera almas sin huésped en el mundo, el hombre se extinguiría y el planeta quedaría para los animales. Resulta hasta infantil pensar así, lobo.
—¿Te crees que no lo sé? Eso es lo verdaderamente grande y lo difícil: aunque no haya posibilidad de vencer, seguir peleando hasta el final. Hay que saber luchar y perder con orgullo, considerando que, a pesar del fracaso, hemos ganado.
—Eso es muy bonito, Haller —dijo el ciervo con una sonrisa, palmeándole la espalda.
—Me la sopla. Es la verdad. Al menos, a mí me funciona.
Lucien asintió.
—Me alegra, Haller, pero deberías pensar a lo grande. Esta guerra ya está perdida, y es completamente naif que vos te niegues a tener hijos para colaborar en extinguir la especie. La lucha no se va a desarrollar en este plano, sino en
otro
. Hay que crecer, aprender y ganar todo el poder posible para liberarse del ciclo de las reencarnaciones. Así colaboramos en que el Cuervo sea fuerte en la pelea contra el ser humano, pero no cada ejemplar, sino su misma esencia.
Álex estaba poniendo unas caras de lo más cómicas según escuchaba las palabras “plano”, “ciclo de las reencarnaciones” y “cuervo”, que suponía acertadamente con mayúscula.
Naif
ya le había producido irrisión, pero cuando oyó lo de “esencia” se partía directamente la polla.
—O sea, que tú no piensas en “cuervos”, sino en “El Cuervo”. Joder, qué batiburrillo de budismo, wicca y chamanismo te has montado, Lucien. Sólo te falta añadir que Cristo vive en el interior de todos y se manifiesta en el crujido de las tripas para crear la religión del futuro. ¿Liberarse del ciclo de las reencarnaciones? ¿Pero eso no es hindú, joder? ¿Y luego, qué? ¿Le pateamos el culo al dios monoteísta del hombre? ¿Hacemos una mitología triunfante de ésas con las que a la gente le entran ganas de invadir Polonia, un ragnarok contra Yahveh? —le entró la risa floja—. Tío, cuando hablé de darle dos hostias al Padre Eterno iba de coña. Es que te lo crees todo.