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Authors: Mario Vargas Llosa

Tags: #Erótico, Humor, Relato

Pantaleón y las visitadoras (29 page)

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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Piratería en la Quebrada del Cacique Cocama

Desde muy temprano, los siete sujetos estuvieron vigilando, subidos a los árboles, las aguas del Amazonas. Para ello se habían premunido de unos prismáticos que se pasaban de mano en mano a fin de tener una visión más aguzada del río. Estuvieron así buena parte del día, pues sólo a las cuatro de la tarde Fabio Tapayuri divisó a lo lejos los colores verdirrojos del barco
Eva
, que remontaba las aguas ocres del río mar con su codiciada carga. Inmediatamente, los individuos procedieron a ejecutar sus arteros planes. Mientras que cuatro de ellos —Teófilo Morey, Fabio Tapayuri, Fabriciano Pizango y René Márquez Curichimba— ocultaban la lancha con motor fuera de borda en la vegetación de la orilla y permanecían allí escondidos, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho subían al deslizador y avanzaban hacia el centro de la corriente para interpretar su astuto teatro. Yendo a muy poca velocidad se aproximaron a
Eva
, a la vez que Soma y Quilca comenzaban a hacer ademanes y a dar grandes gritos pidiendo auxilio para Caifás Sancho, diciendo que necesitaba con urgencia ayuda médica por una picadura de víbora. El suboficial primero Carlos Rodríguez Saravia, al escuchar el clamor de los sujetos, ordenó parar la máquina e hizo que subieran al enfermo a bordo de
Eva
(pues dispone de un botiquín) con el loable propósito de prestar ayuda al simulador Caifás Sancho.

Apenas los tres sujetos consiguieron mediante dicho ardid hallarse a bordo, se quitaron los pacíficos antifaces, sacaron los revólveres que llevaban escondidos y conminaron al suboficial Rodríguez Saravia y a sus cuatro hombres a prestarles obediencia en lo que ordenaran. En tanto que Artidoro Soma obligaba al grupo de seis visitadoras (Luisa Canepa, Pechuga; Juana Barbichi Lu, Sandra; Eduviges Lauri, Eduviges; Ernesta Sipote, Loreta; María Carrasco Lunchu, Flor, y la infausta Olga Arellano Rosaura, Brasileña) y a Juan Rivero, Chupito, que comandaba el grupo, a permanecer encerrados en un camarote, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho, con insultos soeces y amenazas de muerte, exigían a la tripulación de
Eva
poner nuevamente en marcha el motor y dirigir el barco hacia la Quebrada, donde se hallaba al acecho el resto de la banda. Fue en estas circunstancias, mientras se ejecutaba la maniobra prescrita por los asaltantes, que el avispado timonel Isidoro Ahuanari Leiva, consiguió mediante una ingeniosa mentira (una necesidad natural del organismo) abandonar un momento la cubierta, entrar al puesto de radio y lanzar un desesperado S.O.S. a la base de Nauta, la que, aunque no entendió cabalmente el mensaje, decidió enviar de inmediato río abajo un deslizador con un práctico y dos soldados para ver qué le ocurría a
Eva
. La nave, mientras tanto, se había inmovilizado en la Quebrada del Cacique Cocama, sitio estratégicamente elegido, pues gracias a la abundante maleza quedaba medio oculta y no era fácil que pudiera ser reconocida desde el centro de la corriente, por las lanchas y motoras de pescadores que recorren nuestro río-mar.

El cobarde atropello: violaciones y heridos

Con matemática precisión se cumplían, una tras otra, las etapas del maquiavélico plan de los delincuentes. Una vez en la Quebrada del Cacique Cocama, los cuatro hombres que habían quedado en tierra se apresuraron a subir a bordo y, junto con sus tres compañeros de delito, amarraron y amordazaron con la mayor rudeza al suboficial Rodríguez Saravia y a los cuatro tripulantes, a quienes, luego, a empujones y malos tratos, encerraron en la bodega de la nave, diciendo a troche y moche que estaban allí por orden del Arca para hacer un escarmiento en razón de las actividades pecaminosas del Servicio de Visitadoras. De inmediato, los siete piratas —quienes, según el testimonio de sus víctimas, denotaban subido estado etílico y tembloroso nerviosismo— se dirigieron hacia el camarote donde tenían encerradas a las visitadoras para satisfacer sus desaforados deseos. En ese instante se produjo el primer hecho de sangre. En efecto, al descubrir las criminales intenciones de los individuos, las aventureras les opusieron viva resistencia, siguiendo el ejemplo del bravo Juan Rivera, Chupito, quien sin arredrarse ni ponerse a parar mientes en su baja estatura y endeblez física, arremetió contra los piratas a cabezazos y patadas increpándoles su mal proceder, pero, por desgracia, su quijotesca acción no duró mucho, ya que aquéllos lo desmayaron muy pronto, golpeándolo con las cachas de sus revólveres y pateándolo en el suelo hasta destrozarle la cara. Suerte parecida sufrió la visitadora Luisa Cánepa, (a) Pechuga, quien también demostró mucha energía, enfrentándose a los secuestradores como un verdadero varón, arañándolos y mordiéndolos hasta que estos la golpearon con tanta ferocidad que perdió el sentido. Una vez dominada la resistencia de las extraviadas mujeres, los piratas las obligaron, a punta de revolver y carabina, a complacerlos en sus viciosos deseos, para lo cual cada uno de los asaltantes escogió una víctima, habiéndose registrado un amago de pugilato entre ellos al aspirar todos a la posesión de la infortunada Olga Arellano Rosaura, la que finalmente fue cedida a Teófilo Morey en consideración a su mayor edad.

Tiroteo y rescate: muere la bella visitadora

Entretanto, al tiempo que los siete individuos celebraban en medio de la violencia su gran orgía, el deslizador enviado desde la base de Nauta había recorrido un buen tramo del río sin encontrar trazas de
Eva
y se disponía a regresar, cuando milagrosamente los arreboles del crepúsculo hicieron percibir a lo lejos, brillando entre los árboles de la Quebrada del Cacique Cocama, los colores rojo y verde del barco. El deslizador se dirigió de inmediato a su encuentro, siendo recibido ante la estupefacción del grupo, con una lluvia de balas, una de las cuales hirió en el muslo izquierdo y parte inferior del glúteo, al soldado raso Felicio Tanchiva. Apenas recuperados del asombro, los soldados replicaron al fuego, estallando entonces un tiroteo que se prolongo por espacio de algunos minutos y en el curso de los cuales cayó mortalmente herida —por balas de los soldados, según ha determinado la autopsia— Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña. Viendo que se hallaban en inferioridad de condiciones, los soldados decidieron retornar a Nauta en busca de refuerzos. Al observar que la patrulla se alejaba, los delincuentes, presa del pánico por la muerte ocurrida, mostraron una gran confusión. El primero en reaccionar fue, al parecer, Teófilo Morey quien exhortó a sus compinches a guardar silencio, indicándoles que mientras la patrulla llegaba a Nauta tenían tiempo no sólo para huir sino, incluso, completar su plan. Fue entonces cuando alguien —no se ha podido saber quién: el propio Morey, según unos, Fabián Tapayuri según otros— sugirió que clavaran a la Brasileña en vez de un animal. Los delincuentes procedieron a ejecutar su sangriento designio, arrojando a la orilla el cadáver de Olga Arellano y decidiendo, para ahorrar tiempo, no fabricar una cruz sino utilizar un árbol cualquiera. Estaban entregados a su macabro quehacer cuando cuatro deslizadores con soldados se hicieron visibles en el horizonte. Los delincuentes se dieron de inmediato a la fuga, internándose en la maleza. Sólo dos de ellos —Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba— pudieron ser capturados en ese momento. Al subir a
Eva
, los soldados se encontraron con un espectáculo escalofriante: mujeres aterrorizadas y semi desnudas que corrían en estado de histeria, algunas con huellas de haber sufrido sevicias en el rostro y en el cuerpo (Pechuga) y un poco más allá, a unos pasos de la orilla, el bello cuerpo de Olga Arellano Rosaura clavado en el tronco de una lupuna. Las balas habían alcanzado a la desdichada al comenzar el tiroteo, interesándole órganos cruciales, como corazón y cerebro, lo que terminó instantáneamente con sus días. La infeliz fue desclavada, cubierta con mantas y subida al barco, en medio del horror y llanto frenético de las otras víctimas.

Apenas liberados, el suboficial primero Rodríguez Saravia y la tripulación alertaron por radio a Nauta Requena e Iquitos sobre lo sucedido, movilizándose de inmediato todos los puestos, bases navales y guarniciones de la región en inmensa cacería de los cinco prófugos. Todos fueron capturados en veinticuatro horas. Tres de ellos —Teófilo Morey, Artidoro Soma y Fabio Tapayuri— cayeron al anochecer, en las afueras de Nauta, adonde pretendían introducirse subrepticiamente, después de haber recorrido, destrozándose las ropas y ensangrentándose el cuerpo, muchos kilómetros de maleza. Los otros dos —Caifás Sancho y Fabriciano Pizango— fueron capturados en las primeras horas de la mañana, cuando remontaban el Ucayali en un deslizador robado en el puerto de Nauta. Uno de ellos, Caifás Sancho, se hallaba herido de cierta gravedad, al haberle arrancado una bala parte de la boca.

Las víctimas de la agresión fueron trasladadas a Nauta, donde Luisa Canepa y Chupito recibieron las curaciones que requerían, demostrando ambos mucho espíritu y ánimo en su afligida situación. Allí mismo se tomaron las primeras declaraciones a las víctimas sobre la terrible experiencia que acababan de pasar. El cadáver de la infeliz Olga Arellano Rosaura, sólo pudo ser traído a Iquitos el día 4, debido a las diligencias Judiciales, lo mismo que se hizo por aire, en el hidroavión
Dalila
, habiéndose trasladado a Nauta para acompañar los restos y hacer las primeras investigaciones el entonces todavía únicamente señor Pantaleón Pantoja. El resto de las visitadoras retornó a Iquitos por vía fluvial, en el barco
Eva
, el que no sufrió averías de importancia durante el asalto, en tanto que los siete detenidos permanecían dos días más en Nauta, sometidos a interrogatorios exhaustivos por parte de las autoridades. Ayer, bajo fuerte escolta, llegaron a Iquitos en un hidroavión de la
FAP
y se hallan actualmente en los calabozos de la cárcel central de la calle Sargento Lores, donde, sin duda, permanecerán todavía bastante tiempo, a causa de su canallesco proceder.

Inquieta y escandalosa fue la vida de la visitadora fallecida

Nació el 17 de abril de 1936, en el entonces retirado caserío de Nanay (todavía no existía la carretera que une el balneario a Iquitos), siendo hija de doña Hermenegilda Arellano Rosaura y de padre desconocido. Fue bautizada el 8 de mayo del mismo año en la iglesia de Punchana, con el nombre de Olga y los dos apellidos de la madre. Ésta ejercía en Nanay, según cuentan personas del barrio que la recuerdan, oficios diversos, como empleada doméstica de la base naval de Punchana y de bares y restaurantes del lugar, trabajos de donde siempre la despedían por su afición a la bebida, al extremo de que, dicen, era usual el espectáculo de la tambaleante figura de Traguito Hermes, como la apodaban, recorriendo el barrio entre las risas de la gente y seguida por su menor hija Olguita. Con un poco de suerte para ésta, cuando la niña tendría unos ocho o nueve años, Traguito Hermes desapareció de Nanay abandonando a la desamparada chiquita, que fue recogida caritativamente por los Adventistas del Séptimo Día en su pequeño orfelinato de la esquina Samanez Ocampo y Napo, donde actualmente queda sólo la iglesia. En dicha institución, esa pobre niña que hasta entonces se había criado como animalito chusco, en la suciedad y en la ignorancia, recibió las primeras enseñanzas, aprendió a leer, escribir y contar, y llevó una vida modesta pero sana y pulcra, regulada por los severos preceptos morales de esa iglesia. («No serán esos preceptos tan sólidos como los pintan, a juzgar por la foja de servicios de la damisela», comentó a uno de nuestros redactores, con su severidad característica, un religioso católico antaño vinculado al Ejército, célebre por las constantes ironías de sus sermones contra las numerosas iglesias protestantes avecindadas en Iquitos, y que nos ha pedido no revelar su nombre).

El drama de un joven misionero

«La recuerdo muy bien» —nos ha dicho, por su parte, el pastor adventista, Reverendo Abraham MacPherson, quien dirigió el orfelinato en los años que permaneció en él la joven Olga Arellano Rosaura—. «Era una morochita alegre, de inteligencia rápida y espíritu vivaz, que seguía dócilmente las prédicas de sus celadores y maestros, y de quien esperábamos muchas cosas buenas. Lo que la perdió fue, sin duda, la gran belleza física con que la dotó la naturaleza a partir de la adolescencia. Pero, en fin, oremos por ella e inspirémonos en su caso para enmendar nuestras propias vidas, en vez de recordar cosas tristes y amargas que a nadie sirven y a nada conducen». El reverendo Abraham MacPherson alude, veladamente, a un suceso que en esa época hizo mucho ruido en Iquitos: la sensacional fuga del orfelinato de los Adventistas del Séptimo Día, de la bella quinceañera que era entonces Olguita Arellano Rosaura, con uno de sus celadores, el joven pastor adventista Richard Jay Pierce Jr., recién llegado por aquellos días a Iquitos desde su lejana tierra, Norteamérica, para hacer aquí sus primeras armas misioneras. El episodio terminó trágicamente, como recordarán muchos lectores de
El Oriente
, pues fue a este diario, ya entonces el más prestigioso de Iquitos, al que el atormentado misionero dirigió una carta de excusas a la opinión pública loretana, antes de poner fin a sus días, desesperado del remordimiento por haber sucumbido ante la belleza adolescente de Olguita, ahorcándose en una palmera aguaje, en las afueras del caserío de San Juan (
El Oriente
publicó integra la carta, en su medio inglés medio español, el 20 de septiembre de 1949).

El tobogán de la vida airada

Luego de esta precoz y desdichada aventura sentimental, Olga Arellano Rosaura empezó a rodar por la pendiente de las malas costumbres y la vida airada, para la que incuestionablemente la ayudaban sus encantos físicos y su gran simpatía. Es así que, desde esa época, fue habitual distinguir su bella silueta en los lugares nocturnos de Iquitos, como el «Mao Mao», «La Selva» y el desaparecido antro «El Vergel Florido», que las autoridades debieron cerrar en su día por haberse comprobado que el citado bar, haciendo honor a su nombre, era una casa de citas donde perdían la virtud, de cuatro a siete de la tarde, alumnas de los colegios secundarios de Iquitos. Su propietario, el casi mitológico Humberto Sipa, (a) Moquitos, que pasó unos meses en la cárcel, ha hecho luego una exitosa carrera en ese campo de los negocios, como es de todos conocido. Sería largo, por supuesto, trazar el itinerario sentimental de la agraciada Olguita Arellano Rosaura, a quien en esos años la murmuración y las habladurías atribuían incontables protectores y amigos pudientes, muchos de ellos casados, con quienes la muchacha no vacilaba en lucirse en público. Uno de esos rumores inverificables, asegura que Olguita fue expulsada de Iquitos, discretamente, a fines de 1952, por el entonces prefecto del departamento, don Miguel Torres Salamino, debido a los apasionados amores que mantenía con la traviesa Olguita, un hijo del prefecto, el estudiante de ingeniería Miguelito Torres Saavedra, cuya muerte, en las espesas aguas de la laguna de Quistococha muchas mentes calificaron de suicidio, por las repetidas muestras de desolación que daba el joven desde la partida de su amada, aunque la familia desmintió enérgicamente ese rumor. En todo caso, la inquieta Olguita partió a la brasileña ciudad de Manaos, donde lo único que se supo de ella fue que, en los años que permaneció allí, en vez de corregir su conducta la empeoró, dedicándose al mal vivir a plena luz, pues empezó a ejercer de lleno, en lugares aparentes —lupanares y casas de cita—, el milenario oficio de la prostitución.

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