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Authors: Mario Vargas Llosa

Tags: #Erótico, Humor, Relato

Pantaleón y las visitadoras (27 page)

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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—Aquí está la carta de Pocha, son sólo cuatro letras, te la leo —oye música, da un paseo con la señora Leonor por la Plaza de Armas, trabaja en su dormitorio hasta medianoche, duerme seis horas, se levanta con las primeras luces Panta—. Se han ido a Pimentel, con Chichi, para pasar el verano en la playa. No habla nada de volver, mamá.

—¿A fojas cero? —se enfunda el quepí, deja salir antes del despacho al general Victoria y al coronel López López, se sienta en la parte delantera del auto, ordena al chofer a «Rosita Ríos» volando el Tigre Collazos—. Sí, claro, es una de las soluciones posibles, la que Scavino elegiría en el acto. Pero ¿no es un poco precipitado? No veo la razón ni la urgencia de declarar que el Servicio de Visitadoras es un fracaso. Después de todo, los incidentes que ha provocado son insignificantes.

—No me preocupan las cosas negativas del Servicio de Visitadoras sino las positivas, Tigre —elige una mesa al aire libre, se sienta en la cabecera, se afloja la corbata, estudia el menú muy atento el general Victoria—. Lo grave son sus fantásticos éxitos. Para mí, el problema está en que, sin quererlo ni saberlo, hemos puesto en marcha un mecanismo infernal. López acaba de recorrer todas las guarniciones de la selva y su informe es inquietante.

—Me he visto en la imperiosa necesidad de reclutar diez visitadoras a toda urgencia —telegrafía el capitán Pantoja—. No para ampliar el Servicio, sino para mantener el ritmo de trabajo alcanzado hasta el presente.

—La verdad es que las visitadoras de Pantoja se han convertido en la preocupación central de todas las guarniciones, campamentos y puestos de la frontera —pide anticuchos y choclos sancochados para comenzar y de segundo un escabeche de pato con mucho ají el coronel López López—. No exagero lo más mínimo, mi general. Casi no he podido hablar de otra cosa con oficiales, suboficiales y soldados, créame. Hasta los crímenes del Arca pasan a segundo plano cuando se trata de las visitadoras.

—La razón son las numerosas patrullas y grupos de persecución y captura de los asesinos religiosos —pone en clave el capitán Pantoja—. Como la superioridad sabe, esos comandos se hallan internados en el monte, desarrollando una acción cívico policial de primer orden.

—En este maletín están las pruebas, Tigre —se decide por el cebiche de corvina y los riñoncitos a la criolla con arroz blanco el general Victoria—. Adivina qué son estos papeles. ¿Informes sobre el estado de la defensa aeroterrestre fluvial en las fronteras ecuatoriana, colombiana, brasileña y boliviana? Frío. ¿Sugerencias y planes para mejorar nuestro propio dispositivo de vigilancia y ataque en la Amazonía? Frío. ¿Estudios sobre comunicaciones, logística, etnografía? Frío, frío.

—El Servicio de Visitadoras creyó su obligación hacer llegar hasta esos comandos, allí donde se hallen, los convoyes de visitadoras —radia el capitán Pantoja—. Y lo hemos conseguido, gracias al esfuerzo entusiasta de todo el personal, sin excepción.

—Sólo solicitudes en relación con el
SVGPFA
, mi general —de postre alfajores de miel y maní y para tomar cerveza Pilsen bien heladita concluye el coronel López López—. Todos los suboficiales de la Amazonía han firmado memoriales pidiendo que se les permita utilizar el Servicio de Visitadoras. Aquí los tiene ordenados: 172 pliegos.

—Para ello he creado brigadas volantes de dos y tres visitadoras, y esa fragmentación del personal me hubiera impedido seguir asegurando la cobertura regular de los centros usuarios —telefonea el capitán Pantoja—. Espero no haberme excedido en mis atribuciones, mi general.

—Y la encuesta de López López entre la oficialidad es todavía más increíble —empuja con una rajita de pan, acompaña cada bocado con traguitos de cerveza, se enjuga la frente con la servilleta el general Victoria—. De capitán para abajo, el 95 por ciento de los oficiales también reclaman visitadoras. Y de capitán para arriba, un 55 por ciento. ¿Qué me dices de eso, Tigre?

—De acuerdo a las cifras que me ha comunicado el coronel López sobre su encuesta extraoficial, debo modificar totalmente el plan minimalista de ampliación del
SVGPFA
, mi general —se sobresalta, garabatea libretas, toma anfetaminas para amanecerse en el puesto de mando, despacha voluminosos sobres certificados el capitán Pantoja—. Le ruego que considere nulo y no recibido el proyecto que le mandé. Estoy trabajando día y noche en un nuevo organigrama. Espero enviárselo muy pronto.

—Porque, además, siento decirte que Pantoja, aunque está loco, tiene toda la razón del mundo, Tigre —ataca los riñones con ímpetu, bromea los franceses tienen razón, si uno encuentra el ritmo adecuado puede ingerir cualquier cantidad de platos, dieciocho, veinte el general Victoria—. Su argumentación es irrefutable.

—En vista de la duplicación potencial del número de usuarios, si se comprende a los suboficiales y mandos intermedios —discute con Chuchupe, Chupito y Chino Porfirio, pasa revista a candidatas, despide a «lavanderas», conversa con cafiches, soborna a alcahuetas el capitán Pantoja—, debo comunicarle que el plan minimalista de prestaciones regulares, a un ritmo siempre por debajo del mínimo vital sexual, exigiría cuatro barcos del tonelaje de
Eva
, tres aviones tipo
Dalila
y un equipo operacional de 272 visitadoras.

—Si se les concede ese Servicio a los clases y soldados ¿por qué no a los suboficiales? —separa las cebollas, los huesos y termina el escabeche de pato en unos cuantos bocados, sonríe, mira pasar a una mujer, guiña un ojo y exclama que escultura el coronel López López—. ¿Y si a éstos, por qué no a los oficiales? Es el planteamiento de todos. Y, la verdad, no tiene réplica.

—Naturalmente, si se considera la ampliación a la oficialidad, mis estimaciones registrarían nuevas variantes, mi general —visita a brujos, toma ayahuasca, tiene alucinaciones en las que ejércitos de mujeres desfilan por el Campo de Marte cantando «La Raspa», vomita, trabaja, exulta el capitán Pantoja—. Estoy haciendo un estudio posibilista, por si las moscas. Habría que crear una sección especial, un grupo de visitadoras exclusivas, por supuesto.

—Por supuesto —rechaza el postre, pide café, saca un frasquito de sacarina, echa dos pastillas, apura la taza de un trago, enciende un cigarrillo el general Victoria—. Y si se considera indispensable para la salud biológica y psicológica de la tropa que exista ese Servicio, habrá que aumentar cada mes el número de prestaciones. Porque, lo sabes de sobra, Tigre, la función hace al órgano. En este caso, la demanda irá siempre por delante de la oferta.

—Así es, mi general —pide la cuenta, intenta sacar su cartera, oye está usted loco, hoy son invitados del Tigre el coronel López López—. Queriendo tapar un hueco, hemos abierto una coladera y por ahí se va a desaguar todo el presupuesto de Intendencia.

—Y toda la energía de nuestros soldados —se traslada en misión especial a Lima, visita a políticos, pide audiencias, aconseja, intriga, amarra, retorna a Iquitos el general Scavino.

—A este hambre de visitadoras que se ha despertado en la selva no lo para ni Cristo, Tigre —abre la puerta del auto, pasa primero, dice lástima no poder echar una siestecita después de este almuerzo, ordena de vuelta al Ministerio el general Victoria—. O, para estar a la moda, ni el niño-mártir. A propósito, ¿saben que la devoción ya llegó a Lima? Ayer descubrí que mi nuera tenía un altarcito con estampas del niño-mártir.

—Podríamos comenzar con un equipo seleccionado de diez visitadoras para oficiales, mi general —habla solo por la calle, se queda dormido en su escritorio, fantasea, aterra a la señora Leonor con su flacura el capitán Pantoja—. Las reclutaríamos en Lima, naturalmente, para garantizar una alta categoría. ¿Le gustan las siglas
SPO
del
SVGPFA
? Sección para Oficiales del Servicio de Visitadoras. Le enviaré un proyecto en detalle.

—Caracho, creo que tienen razón —entra a su despacho, cavila, abre la correspondencia, se muerde una uña el Tigre Collazos—. Esta cojudez se está poniendo tenebrosa.

IX

Número especial del diario
El Oriente
(Iquitos, 5 de enero de 1959), dedicado a los graves acontecimientos de Nauta.

Reportaje extraordinario de toda la redacción de
El Oriente,
movilizada bajo la guía intelectual de su director, Joaquín Andoa, para llevar a los lectores del departamento de Loreto la versión más ágil, pormenorizada y fiel del trágico caso de la hermosa Brasileña, desde el asalto de Nauta hasta el entierro en Iquitos, con los sucesos que han electrizado la atención de la ciudadanía.

Llanto y sorpresas despidieron restos de bella asesinada.

Ayer en la mañana, a las 11 horas aproximadamente, los restos mortales de la que fuera Olga Arellano Rosaura, conocida en el mundo del malvivir por el apodo de Brasileña, debido a sus años de residencia en la ciudad de Manaos (véase su biografía en la página 2, columnas 4 y 5), fueron enterrados en el histórico cementerio general de esta ciudad entre escenas de pesar y aflicción de compañeros de trabajo y amistades, que conmovieron a la numerosa concurrencia. Poco antes rindió honores militares a la finada una escolta de Infantería del campamento militar Vargas Guerra, en gesto insólito que no dejó de provocar considerable sorpresa, aún entre las personas más apenadas por la forma trágica en que perdió la vida esta joven y descarriada belleza loretana, a quien el
capitán (sic)
Pantaleón Pantoja llamó, en su perorata fúnebre, «desdichada mártir del cumplimiento del deber y víctima de la sociedad y villanía del hombre» (léase la perorata integra en la página 3, columna 1).

Sabedores de que el sepelio de la infortunada joven, iba a celebrarse ayer en la mañana, desde tempranas horas se habían congregado en las inmediaciones del cementerio (calles Alfonso Ugarte y Ramón Castilla), muchos curiosos que pronto bloquearon la entrada principal y el contorno del Monumento a los Caídos por la Patria. A las diez y treinta, más o menos, los presentes pudieron percatarse de la llegada de un camión del campamento militar Vargas Guerra, del que descendió una escolta de doce soldados, con casco, correaje y fusil, al mando del teniente de Infantería Luis Bacacorzo, el mismo que apostó a sus hombres a ambos lados de la puerta de ingreso al cementerio. Esta operación desató la curiosidad de las personas presentes, quienes no podían adivinar la razón de la comparecencia de una escolta del Ejército en esa hora, sitio y circunstancia. El enigma quedaría aclarado momentos después. En vista de que la aglomeración de curiosos y público en general obstruía por completo el acceso al cementerio, el teniente Bacacorzo ordenó a los soldados despejar la puerta, lo que éstos hicieron de inmediato sin contemplaciones.

A las 11 menos 15 minutos, la conocida carroza de lujo de la principal agencia funeraria de Iquitos, la «Modus Vivendi», hizo su aparición, totalmente recubierta de ofrendas florales, por la calle Alfonso Ugarte, seguida de gran número de taxis y vehículos particulares. El cortejo fúnebre, que avanzaba muy lento, había partido minutos antes del local del río Itaya llamado Servicio de Visitadoras, conocido generalmente con el sencillo mote de Pantilandia, donde había sido velada toda la noche anterior la malograda Olga Arellano Rosaura. Un impresionante silencio se extendió de inmediato por el barrio y la gente congregada abrió paso al cortejo por propia iniciativa a fin de que pudiera llegar hasta la misma entrada del camposanto. Gran número de personas —un centenar a juicio de los observadores— acompañaban en su viaje a la última morada a la infeliz Olga vistiendo muchas de ellas de oscuro y dando muestras, sobre todo sus compañeras de trabajo, las visitadoras y «lavanderas» de Iquitos, de congoja en el rostro. Pudo notarse entre los componentes del cortejo fúnebre a la totalidad de mujeres que laboran en la mal afamada institución del río Itaya, siendo ellas, explicablemente, las que denotaban mayor dolor, vertiendo vivas lágrimas bajo los velos y mantillas negras. Puso una nota de emoción y dramatismo el que entre las visitadoras presentes estuvieran, en primera fila, las seis mujeres que vivieron con la extinta Brasileña los graves acontecimientos de Nauta en los que aquélla perdió la vida, e incluso la propia Luisa Cánepa, (a) Pechuga, que, como nuestros lectores saben, recibió heridas y contusiones bastante serias por mano de los asaltantes durante el luctuoso suceso (véase en la página 4 una recapitulación en detalle de la emboscada de Nauta y su sangriento final). Pero la sorpresa mayor de la ciudadanía allí reunida fue ver descender de la carroza funeraria, vestido con uniforme de capitán del Ejército y con anteojos oscuros, al promotor jefe del llamado Servicio de Visitadoras, el muy conocido y poco apreciado señor Pantaleón Pantoja, del que hasta ahora nadie, al menos que este diario sepa, conocía su condición de oficial del Ejército. Lo cual, naturalmente, originó comentarios diversos entre el público.

Al ser bajado de la carroza, se pudo advertir que el ataúd tenía forma de cruz, como es costumbre entre los difuntos que en vida pertenecieron a la Hermandad del Arca, lo que debió parecer asombroso a mucha gente, por existir la sospecha de que la muerte de la Brasileña se debió a cofrades de esa secta religiosa, conjetura que, de otra parte, ha sido enérgicamente desmentida por el profeta máximo del Arca (véase la «Epístola a los buenos sobre los malos» del Hermano Francisco, que publicamos en la página 3, columnas 3 y 4). El ataúd fue bajado de la carroza e ingresado en el camposanto en hombros del propio capitán Pantoja y de sus colaboradores del malquerido Servicio de Visitadoras, todos los cuales vestían riguroso luto, a saber: Porfirio Wong, conocido como el Chino en el barrio de Belén, el suboficial primero
AP
Carlos Rodríguez Saravia (quien comandaba el barco
Eva
al registrarse el asalto de Nauta), el suboficial
FAP
Alonso Pantinaya, (a) Loco, famoso ex-as de la acrobacia aérea, los reclutas Sinforoso Caiguas y Palomino Rioalto y el enfermero Virgilio Pacaya. Llevaron las cintas del ataúd, el mismo que lucía sobre la tapa una elegante y solitaria orquídea, la célebre Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, y varias pupilas de ese centro de mal obrar del río Itaya, como ser Sandra, Viruca, Pichuza, Peludita y otras, y el popular Juan Rivera, (a) Chupito, quien exhibía los vendajes y huellas de las numerosas heridas que recibió al pretender rechazar, con típica gallardía loretana, la agresión de Nauta. Cogieron asimismo las cintas del ataúd, dos señoras de cierta edad y de origen humilde, notoriamente condolidas, que se negaron a dar sus nombres y a señalar su relación con la occisa, y a quienes algunos rumores sindicaban como familiares de Olga Arellano Rosaura, que preferían ocultar su identidad debido a las poco recomendables actividades a que se dedicó en vida la joven crucificada. Apenas estuvo alineado el cortejo en la forma que hemos dicho, a una señal del capitán Pantoja el teniente Luis Bacacorzo, con voz marcial, dio a los soldados de su escolta la orden de
¡Presenten! ¡Armas!
, lo que aquéllos obedecieron al instante con garbo y elegancia. Así, en hombros de sus colegas y amigos y entre una doble fila de fusiles que le rendían homenaje, entró al cementerio general de Iquitos la desgraciada Brasileña que perdió la vida a poca distancia de donde nace nuestro río-mar. El ataúd fue llevado hasta el pequeño podio, vecino al Monumento a los Caídos por la Patria, donde una placa recibe al visitante con este apóstrofe sombrío: «
ENTRA, REZA, MIRA CON CARIÑO ESTA MANSIÓN; PUEDE QUE SEA TU ÚLTIMA MORADA
». Allí, dando muestras de inexplicable malhumor y fastidio, que no dejaron de ser reprobados por la concurrencia, se hallaba el ex capellán del Ejército y actual párroco encargado del cementerio de Iquitos, padre Godofredo Beltrán Calila. El religioso ofició con exagerada rapidez los responsos fúnebres, no pronunció sermón alguno, como se esperaba de él, y abandonó el lugar sin esperar el término de la ceremonia. Acabado el acto religioso, el capitán Pantaleón Pantoja, instalándose frente al ataúd de la malograda Olga Arellano Rosaura, pronunció la perorata que reproducimos en otro lugar de este diario (véase página 3, columna 1), la misma que llevó al funeral a su clímax de sensibilidad y patetismo, al verse interrumpido el capitán Pantoja, en varios momentos de su perorata, por sus propios sollozos, los mismos que eran coreados, como tristes ecos, por los de sus colaboradores mencionados y muchas polillas presentes.

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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