—Creo que sí. Una herida como esa tarda mucho en curar y al parecer era un tío guapo. Este tipo de heridas tienen secuelas personales traumáticas.
Dunne miró las fichas de los supervivientes que tenía sobre la mesa. Cogió la de Henderson y examinó el rostro del sargento de treinta años procedente de las tierras de labranza.
—Era un tipo guapo.
Sacudió la cabeza y giró la página para enseñársela al doctor.
—Bueno —dijo Colson con tristeza—, ahora ya no se parece en nada. Una pena, pobre desgraciado.
Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 3.12 p. m.
Mientras Church y Courtland me llevaban por una serie de pasillos, dije:
—Me voy a arriesgar y voy a suponer que saben que todo esto del prión no es simplemente el arma del día de un grupo de fundamentalistas religiosos.
—Sin bromas —dijo Church.
El almacén era muy grande y tenía oficinas, salas de trabajo de todo tipo y varias salas de almacenamiento grandes. Había decenas de trabajadores moviendo cajas de embalaje, extendiendo cables y manejando martillos. Los guardias patrullaban el pasillo y parecía que a todos les habían extraído con cirugía el sentido del humor. En aquel lugar no había muchas sonrisas y podía entender por qué. Me preguntaba cuántas de las personas que había allí habían perdido amigos en St. Michael.
—Así que la razón por la que no atacaron la planta de procesado de cangrejo es por lo que ocurrió en St. Michael —dije—. Piensan que si la flor y nata del DCM cayó presa de una duda que resultó mortal, cualquiera lo haría. Incluso los grupos de operaciones especiales.
—Serías un gran terrorista —dijo Grace con una sonrisa de aprobación.
—Espero que pueda ser un magnífico terrorista —corrigió Church, y abrió la puerta.
Grace Courtland me guiñó un ojo mientras la seguía. Me preguntaba por qué no le habrían ofrecido el trabajo a su equipo. Quizá todavía estuviesen demasiado conmocionados y demasiado acalorados después de lo que les había ocurrido a sus amigos en St. Michael. Lo más probable es que fuesen demasiado valiosos como para lanzarlos a lo que claramente podría ser una misión suicida o una trampa. Sabía que Church era consciente de que yo pensaba eso, pero me sirvió para ver el hueco existente entre lo que Church necesitaba que se hiciese y aquello en lo que podría tener compasión. Un gran agujero que probablemente se hacía más grande a cada minuto que pasaba.
Baltimore, Maryland / Martes, 30 de junio; 3.16 p. m.
Entramos en la planta principal del almacén, que era lo suficientemente grande como para albergar un hangar. En las sombras pude ver unos cuantos vehículos, casi todos civiles, algunos Hummers militares y camiones de transporte aquí y allá. Junto a una de las paredes había dos contenedores grandes, uno que tenía escrito «Equipamiento» y otro «Armas». Junto a la armería había un soldado con un M-16, escaneando visualmente la sala con el dedo extendido sobre el exterior del guardamonte. Una esquina de la sala había sido convertida en una zona de entrenamiento improvisada con unos metros cuadrados de colchonetas azules de gimnasio.
Los otros candidatos con los que había peleado (menos el payaso al que le había dado un puñetazo en la garganta) estaban sentados en la primera fila de una sección vacía de sillas plegables. Podía sentir su mirada y dos de ellos me hicieron un gesto cauteloso con la cabeza: el Sargento Roca y el Gigante Verde. El último sostenía una bolsa de hielo contra la cara.
Enfrente de ellos había una segunda fila de sillas con una docena de hombres y mujeres con aspecto de duros, con pantalones militares y camisetas negras. Nadie llevaba ningún parche ni insignias que indicasen ramas del servicio ni rango, pero al menos la mitad de ellos tenían tatuajes militares de algún tipo.
Church se puso sobre las colchonetas y miró detenidamente a cada grupo. Incluso en aquella habitación tan grande aquel hombre daba una imagen de tamaño y gravedad. Las conversaciones cesaron en el acto y todos lo miraron. Creo que nunca he visto una presencia que imponga tanto y, aunque probablemente era consciente del efecto que producía en todo el mundo, no mostraba ningún signo de alegría por ello. Para él era un hecho o, más probablemente, una herramienta.
Grace y yo nos quedamos al borde del suelo de entrenamiento, ella en la parte de la docena (su equipo, supuse) y yo más cerca de los cuatro hombres, que supuestamente iba a liderar.
—Hay poco tiempo —comenzó Church—, así que vayamos al grano. Con la pérdida de los equipos Bravo y Charlie en el hospital, nos hemos quedado muy escasos de personal. Durante los próximos tres meses reclutaremos y entrenaremos al menos a una docena de equipos adicionales, pero eso no nos ayuda ahora mismo. —Hizo una pausa—. Tenemos que crear, entrenar y alistar para el combate al equipo Eco lo antes posible. Espero que todos los miembros del equipo Alfa nos ayuden en todo lo posible.
Empezaron a formarse sonrisas en los rostros de algunos de los tipos del equipo Alfa, pero Church dijo:
—Entiéndanme. Si alguien, si cualquier persona, independientemente de su rango o su especialidad, hace algo que interfiera en el proceso de entrenamiento mediante algún truco inofensivo o alguna estupidez sin sentido, me lo tomaré como un insulto personal. Será mejor para ustedes despertarse en una sala llena de caminantes, se lo aseguro.
Aquello les borró la sonrisa de la cara a todos. Todos sabíamos que hablaba en serio y yo estaba empezando a convencerme cada vez más de que estaba como una regadera.
Pero era nuestra regadera.
Se dirigió al equipo Eco.
—El teniente coronel Hanley ha decidido pasarse el resto del día en cuidados intensivos. Al parecer su laringe se antepuso a su buen juicio. Una pena. —Tampoco parecía estar terriblemente afectado. Entonces Church me señaló—. Ahora su líder será el capitán Ledger. Desde ya. Le ofrecerán todo su apoyo. —No añadió un cursi «o si no», pero todo el mundo lo oyó.
Esperó a que le hiciesen preguntas. Quizá sería mejor decir que esperó a que lo desafiasen, y luego me hizo un gesto para que me acercase. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para hacerle un comentario en voz baja, murmuré:
—¿«Capitán» Ledger? —Mi rango en el ejército era el de oficial de personal.
—Si «capitán» no le va bien podemos hablar de ello más tarde.
—Oiga… ¿cuál es mi papel aquí? ¿Es una sesión mano a mano? ¿Tiene un programa que quiere que siga?
—No, pero, resumiendo, necesito que conozca las capacidades y los defectos de estos hombres para que usted sepa en quién confiar y en qué momento.
—¿Con el equipo Alfa mirando?
—Sí.
Sacudí la cabeza.
—Eso no va a pasar. Si mis chicos van a tener que hacer esto solos, entonces entrenaremos solos. Demuéstreles algo de respeto.
Era consciente de que había dicho «mis chicos» y Church también se había dado cuenta. Sonrió.
—De acuerdo —dijo, y le hizo un gesto a Grace—. El capitán Ledger va a utilizar el suelo del gimnasio. Lleva a tu equipo al campo de tiro de armas cortas.
Ella dudó y luego asintió, llamó a su equipo y los hizo salir.
Church se acercó a una silla en la que había un montón de gruesas carpetas. Me dio las cuatro primeras.
—Estos son los informes sobre su equipo. Estos son los hombres con las mejores cualificaciones en general que conseguimos traer hasta aquí a tiempo para conocerle. Tengo alguno más que viene de camino desde el campo de batalla, pero el tiempo estimado de llegada de ese grupo sería de treinta horas. Estas otras carpetas son posibles opciones. Los traeré a todos y si tiene tiempo quiero que revise a los candidatos y que elija.
—¿Con quién tengo que decidirlo?
Él sacudió la cabeza.
—En el DCM no hay formalismos, capitán. Es su equipo, su decisión.
¡Dios mío!, pensé. Nada de presión.
Le dije:
—Escuche, Church, ya que me ha arrancado a la fuerza de mi vida y me ha endosado este trabajo, y como parece querer darme mucha libertad personal de acción y de autoridad, espero que siga cumpliendo su palabra cuando quiera hacer las cosas a mi manera.
—¿Y eso significa…?
—Eso significa que en este momento existe la forma de trabajar del Departamento de Policía, la de los federales, la de los militares… y la mía. Si quiere que funcione a pleno rendimiento tendrá que aceptar que voy a tener que crear mis propias reglas. No conozco demasiado sobre su libreta de jugadas y, honestamente, no me gusta la forma en que trabaja. Si ya no soy un poli entonces soy otra cosa, algo nuevo. De acuerdo, entonces a partir de ahora yo decidiré lo que hay; y eso incluye crear, darle forma y liderar a mi equipo. Mi equipo, mis reglas.
Permanecimos allí de pie como un par de gorilas de montaña, mirándonos el uno al otro para ver si esto iba a convertirse en una pelea o en una cacería colaborativa. Él sonrió.
—Si está buscando tener una discusión, capitán, está malgastando saliva y tiempo de entrenamiento.
—¿Tengo que saludarle? —pregunté sin sonreír en absoluto.
—Preferiría que no.
—¿Y qué pasa con mi trabajo? Se supone que tengo que volver mañana y decírselo a alguien en la comisaría. Y mi…
Me cortó.
—Si el tiempo lo permite, usted y yo nos sentaremos y repasaremos todos los detalles que necesitemos revisar. Incluso enviaré a alguien que le dé de comer a su gato. Todo eso no viene al caso. Ahora mismo necesito que se ponga firme y que sea el líder del equipo.
—Quiero ver a Rudy.
—Primero tendremos una charla el doctor Sanchez y yo. Usted podrá verle luego.
—¿Al menos puede decirme una cosa?
—Que sea rápido.
—¿Quién demonios es usted? —Al ver que no respondía, dije—. ¿Por lo menos me puede decir su nombre de pila?
—Para usted soy «señor». —Nunca sería fácil pillar desprevenido a este tío—. Diviértase conociendo a sus hombres, capitán Ledger —dijo—. Estoy seguro de que se mueren de ganas de conocerle mejor.
Y con eso se dio la vuelta y se marchó.
—Hijo de puta —dije en voz baja y luego me giré para encararme con mi equipo.
HMS Hecla / Barco hospital de la Marina Real Británica / Cuatro días antes
El helicóptero de evacuación médica se llevó a los soldados británicos heridos del hospital de sangre de Bastion, cruzando el espacio aéreo pakistaní en dirección al golfo de Omán, donde aterrizó sobre la plataforma para helicópteros de la popa del HMS Hecla, un barco hospital, y una hora más tarde el barco salía del golfo, se adentraba en el mar Arábigo y luego giraba hacia el oeste, hacia el golfo de Adén. Más tarde viraba hacia el noroeste y entraba en el mar Rojo.
Cuarenta minutos después del traslado de los heridos desde el helicóptero al Hecla, el teniente Nigel Griffith ya estaba en quirófano. Griffith sobrevivió a la operación, pero entró en parada cardiorrespiratoria durante la recuperación. El equipo de la UCI consiguió revivirlo una vez, y luego otra, pero al final el corazón de Griffith se rindió. Al cabo Ian Potts lo trataron y lo pusieron cómodo, pero los médicos ya estaban planeando la amputación de la mano y de la pierna.
En cuanto al tercer hombre víctima de la emboscada, el sargento Gareth Henderson, más tarde informarían de que murió como resultado de un traumatismo craneal. La enfermera Rachel Anders y el doctor Michael O’Malley observaron y registraron su muerte; ambos eran personal médico temporal de la Cruz Roja procedentes de un trabajo voluntario de seis meses a bordo y que esperaban ser transferidos del Hecla para unirse a un cuerpo médico internacional de enfermedades infecciosas con base en la región del Gran Lago Amargo, en Egipto. Metieron su cuerpo en una bolsa para cadáveres y lo trasladaron a la sala de frío del barco junto con otros cuarenta y un cadáveres procedentes de la carnicería en que se habían convertido Irak y Afganistán.
A las 2.55 de esa mañana, un segundo helicóptero aterrizó en la popa del Hecla y la enfermera Anders y el doctor O’Malley subieron a él junto con cuatro grandes cajas con ruedas metálicas y llenas de equipamiento: medicinas y suministros médicos para el equipo de investigación. El helicóptero despegó y se dirigió hacia el este, en dirección al lago. Cuando aterrizó, Anders, O’Malley y los otros dos fueron gratamente recibidos por el equipo de investigación, de los que no conocían a nadie, pero todos estaban felices de ver reforzado su equipo.
O’Malley supervisó la descarga de las cajas de metal personalmente, mientras Anders vagaba alrededor de la tienda, fumándose un cigarrillo, relajándose después de una expedición angustiosa. Se le acercaron dos hombres: uno alto con el pelo grisáceo y un traje blanco ligero y otro ligeramente más bajo, moreno, vestido con unos pantalones de color pardo y un polo. El más alto se inclinó y besó a la mujer en ambas mejillas.
—Me alegro de verte, Rachel. Espero que el vuelo se realizase sin incidentes.
—Todo fue bien —dijo, exhalando mientras hablaba.
—Me alegro. —El hombre le guiñó un ojo y luego se metió en la tienda. El individuo más bajo hizo una pausa para mirar a su alrededor antes de seguir a su compañero al interior. En la tienda, el doctor levantó la mirada desde detrás de una de las cajas, pero su rostro cambió de la alarma al placer instantáneamente.
—Madrugan mucho, caballeros —dijo O’Malley levantándose y extendiendo la mano.
—A quien madruga… ya sabes —dijo el hombre alto. Él hizo un gesto señalando la caja que estaba detrás del doctor—. ¿Sigue apretujado ahí?
—Estaba a punto de abrirla.
—Vaya, me muero de ganas —murmuró el más bajo con aspereza.
El doctor abrió las cerraduras, levantó la tapa y luego abrió las puertas laterales para que se viese el contenido. Dentro de la caja había un hombre grande en posición fetal con la cabeza envuelta en vendas blancas. Giró la cabeza hacia los recién llegados y abrió los ojos, rojos de cansancio y de dolor.
—Sebastian —susurró.
Gault le sonrió y luego extendió las manos; juntos, él y el doctor O’Malley ayudaron a El Mujahid a ponerse de pie, mientras Toys sujetaba la lona de entrada de la tienda y vigilaba; sonreía, pero esa sonrisa no llegaba tan lejos como sus fríos ojos de gato. El Guerrero parecía un poco mareado y tenía las vendas manchadas de sangre, aunque aun así exudaba un aura de fuerza animal. Le ayudaron a sentarse y O’Malley se puso a trabajar retirando las vendas. Era un buen corte y le había desfigurado la cara al Guerrero. Gault pensaba para sí que El Mujahid debía haber hecho un trabajo bastante cuidadoso porque su labio había quedado con una ondulación burlesca, prueba de que se habían dañado músculos y nervios. Lo único realmente necesario era una herida que lo desfigurase; pero con aquello él estaba diciendo algo así como «nunca le digas a un profesional cómo hacer su trabajo», y el trabajo de El Mujahid era crear el caos y la masacre. Le echó un vistazo a Toys, que parecía un poco asqueado; no estaba claro si era por la horrible herida o por el hombre cuyo rostro había desfigurado. Gault se imaginaba que era por ambas cosas.