—Venga, venga —susurraba El Mujahid mientras su teniente se esfumaba y se metía en un escondite oculto bajo una trampilla cubierta con gruesos arbustos secos. En medio de aquel silencio no se movía nada y el único sonido que se oía, aparte del de los rotores de los helicópteros, eran los gemidos lastimosos de los heridos.
—Allah akbar! —dijo El Mujahid, y luego utilizó el pulgar para probar el filo del trozo puntiagudo de metal que había elegido. Se llevó la punta del trozo de metal a la frente, justo al nacimiento del pelo; respiró hondo, la agarró y luego expiró con fuerza mientras se cortaba la piel con el metal, desde la parte superior izquierda a la parte inferior derecha de la cara, cruzando la ceja, el puente de la nariz y la mejilla hasta la mandíbula. El dolor llenó su rostro y empezó a brotar sangre del corte. Sintió brotar las lágrimas en sus ojos y tuvo que soportar la agonía de la herida. Era peor, mucho peor, de lo que había esperado, y estuvo a punto de ponerse a gritar.
Los helicópteros estaban casi encima de ellos. Con un grito ahogado, lanzó lejos de él el trozo de metal y se tiró rápidamente entre todos aquellos restos, echando sangre por la nariz y por la boca, y asegurándose de que las gotas lo tocaban todo. Cuando aterrizó el primer helicóptero él ya estaba perfectamente colocado. Tenía la ropa empapada en sangre y la cara destrozada y transformada en una máscara roja y brillante. El corazón le iba a mil por hora y sentía cómo le brotaba la sangre de la herida con cada latido.
Cerró los ojos y, cuando oyó los primeros pasos de los soldados al bajar del helicóptero, levantó una mano ensangrentada hacia ellos y ahora sí soltó un grito. Fue un grito húmedo y gutural, inarticulado y salvajemente dolorido.
—¡Aquí! —oyó gritar a una voz. El semioruga se tambaleó cuando los hombres entraron. Sintió manos sobre él, tocándolo, explorándolo, buscándole el pulso.
—Este está vivo. ¡Que venga el equipo médico!
Unos dedos buscaban en su cuello la placa identificativa.
—Sargento Henderson —dijo una voz al leer el nombre—. Ciento tres blindada.
—Apartaos, dejadme acercarme a él —dijo otra voz; y luego sintió una compresa en su rostro mientras los médicos intentaban salvarles la vida a los británicos heridos.
Al Guerrero le costó mucho no sonreír.
Baltimore, Maryland / martes, 30 de junio; 2.51 p. m.
Estábamos en la oficina de Courtland, los dos solos. Todo estaba todavía sin desembalar y tuve que sentarme en una silla plegable de plástico. Ambos estábamos bebiendo agua mineral embotellada. En una pared de la oficina había un gran ventanal que daba al puerto. El sol de la tarde hacía que todo pareciese tranquilo, pero la mentira enterrada bajo aquella ilusión era atroz. Me giré y miré a Courtland.
—Preferiría haberle dado la versión completa de todo esto, pero tal y como ha señalado el señor Church, no tenemos tiempo, así que la curva de aprendizaje será más bien una línea recta.
Se recostó en la silla y cruzó las piernas. A pesar de llevar pantalones de combate diría que tenía unas piernas bonitas. Excepto por su personalidad, que hasta ahora había sido algo entre un caimán irritado y una morena a la defensiva, el resto de ella era bastante agradable. Incluso me gustaba su voz ronca y su fuerte acento británico. Simplemente, no me gustaba ella en particular.
—Dispare —dije.
—Después del 11-S su Gobierno creó Seguridad Nacional y Gran Bretaña una organización similar y bastante más secreta cuyo nombre en código es Barrier. No habrá oído hablar de ella. El MI5 y el MI6 son los que más salen en la prensa, como tiene que ser. Barrier recibió mucho poder y libertad de acción y, por ello, fue capaz de detener varias amenazas importantes contra mi país que para nosotros habrían sido tan devastadoras como lo fue para ustedes el ataque al World Trade Center. Como yo formaba parte de alguna de esas operaciones, digamos que me prestaron a su Gobierno cuando se formó el DCM.
—¿Ayudó a crear el DCM?
—No —dijo—, eso fue cosa del señor Church, pero había ciertas similitudes tanto en la estructura como en la agenda entre el DCM y Barrier, y las líneas de comunicación, al menos en relación con la lucha antiterrorista, están totalmente abiertas entre la Casa Blanca y el Parlamento. Como probablemente ya sabrá, existen muchos destacamentos especiales en el país y todos los servicios de inteligencia pasan, de un modo u otro, por las manos del DCM. Church está conectado con todo. Cuando pinchamos su teléfono y salió a relucir el nombre de El Mujahid saltaron las alarmas en el DCM y Church ordenó una infiltración inmediata del destacamento especial. Cuando formamos el equipo teníamos tres agentes.
—¿De verdad? ¿Entonces ya tienen un equipo para el trabajo de campo?
—Teníamos —dijo, y una sombra le cubrió el rostro—. Pero ya llegaremos a eso. Primero necesito hablarle sobre la célula que desmanteló su destacamento especial. Después del asalto, nuestros especialistas informáticos fueron capaces de recuperar varios portátiles y desde entonces hemos estado descodificando sus registros encriptados. No hemos averiguado tanto como nos gustaría, pero estamos haciendo algunos avances. Hasta ahora hemos descodificado lo referido a manifiestos de embarque para armas, suministros médicos, equipo de investigación e incluso cargamento humano.
—¿Se refiere a agentes que han pasado como contrabando?
Ella sacudió la cabeza.
—No… cargamento humano. Como Javad. Traídos a este país en contenedores con control de temperatura como el que usted encontró aquí.
—¿Cuántos más hay?
—Solo hemos encontrado referencias a tres, incluido Javad.
—Mierda —dije.
—Los registros de importación indican que el resto de los caminantes fueron introducidos en el país menos de veinticuatro horas antes de que su destacamento asaltase el lugar. Los otros dos debieron ser enviados a última hora del día anterior; y es muy probable de que estuviesen en aquellos camiones.
—Por eso se llevaron todos los archivos del destacamento especial, ¿verdad? Querían los registros de vigilancia del tráfico que entraba y salía de este lugar y lo querían todo de forma no oficial.
Me volvió a mirar como si me estuviese evaluando, como si su sobrino tonto hubiese aprendido a atarse los cordones.
—Sí —admitió.
—Entonces, ¿adónde fueron los otros contenedores?
Se pensó unos segundos si decírmelo o no.
—Mire, comandante —dije—, o bien es franca en todo o hemos terminado aquí. No sé por qué está tan cabreada conmigo y, francamente, no me importa, pero está malgastando mi tiempo al vacilar y titubear. —Iba a ponerme en pie, pero ella me hizo un gesto para que me sentase.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo—. Siéntese, maldita sea. —Abrió una carpeta, sacó una hoja y la puso con fuerza sobre la mesa—. Este es el registro de la noche anterior al asalto. Dos camiones salieron del aparcamiento del almacén. Uno ocho minutos después de medianoche y otro a las cero tres treinta. Se asignaron agentes del destacamento especial para seguirlos e informar sobre sus destinos. Uno fue a una planta de procesado de cangrejo cerca de Crisfield, Maryland. El otro se perdió entre el tráfico. —Marcó un párrafo con el dedo índice—. Usted estaba siguiendo al que se perdió entre el tráfico.
Cogí el papel de la mesa, lo miré y luego lo volví a dejar donde estaba.
—Por el amor de Dios, comandante, si esto es un indicativo de la precisión de su servicio de inteligencia entonces voy a coger a mis seres queridos y escapar a las montañas.
—¿Está negando que le asignasen el seguimiento?
—No, por supuesto que me asignaron el seguimiento del camión, comandante, pero yo no hice ese seguimiento. Cuatro manzanas después de empezar me sustituyeron por otro oficial. Mi teniente llamó por el canal de seguridad del destacamento especial y me devolvió a la furgoneta de vigilancia porque había más llamadas de teléfonos móviles y yo era el único tío del turno que entiende farsi. Me pasé veinte minutos escuchando hablar a uno de los hostiles con una mujer iraquí que vive en Filadelfia. Hablaron casi exclusivamente de mamadas y de lo mucho que el hombre deseaba que ella le hiciese una. Espionaje de última generación. Colega, le aseguro que cuando persigo algo no lo pierdo.
Ella se recostó en la silla y nos miramos el uno al otro como un par de pistoleros durante quizá diez o quince segundos. Podía haber articulado su respuesta de muchas formas, y lo que dijo probablemente estableció el tipo de la relación profesional que íbamos a tener.
—¡Coño! —dijo suspirando—. ¿Aceptaría mis disculpas?
—¿Dejará de intentar matarme de miedo con su mirada glacial?
Su sonrisa fue al principio indecisa, todavía atrapada en alguna de las espinas de sus errores anteriores, pero luego floreció radiante en toda su plenitud. Se puso de pie y vino hasta el otro lado de la mesa.
—Tregua —dijo.
Me puse en pie y le cogí la mano, que era pequeña, cálida y fuerte.
—Ya tenemos suficientes enemigos, comandante, es mejor si nos cubrimos las espaldas el uno al otro que si nos agarramos del cuello.
Me apretó ligeramente la mano, luego la soltó y se volvió a sentar.
—Es muy amable por su parte. —Se aclaró la voz—. Desde que perdimos ese camión tenemos en marcha una operación para localizarlo. Es una prioridad.
—¿Qué sabemos de la célula? —dije.
—Cosas sueltas. Sabemos que están utilizando tecnología de alto nivel que ya hemos visto antes entre la comunidad terrorista, precisamente el tipo de cosas que justifican la existencia del DCM. Entiéndalo, la creación del DCM fue propuesta al mismo tiempo que Seguridad Nacional, pero fue rechazada por ser demasiado cara e innecesaria; en esa época se creía que un terrorista podría ser capaz de secuestrar aviones, pero no de construir armas biológicas avanzadas. —Parecía disgustada—. Es un pensamiento racista, por supuesto. Hasta cierto punto los magnates de Londres y Washington siguen pensando que en Oriente Próximo no hay gente con estudios y que están desconectados del siglo veinte.
—Lo cual es una gilipollez —dije.
—Lo cual es una gilipollez —concordó ella—. Lo que cambió su forma de pensar fue algo llamado MindReader o lector de mente, que es un programa informático que el señor Church inventó o consiguió. Eso es algo que no me ha aclarado. El hecho es que ese MindReader es un paquete de análisis en cascada que no tiene ninguna otra agencia, ni siquiera Barrier o Seguridad Nacional. Busca patrones a través de enlaces encubiertos de todas las bases de datos de Inteligencia. La parte complicada es tener en cuenta distintos sistemas operativos, distintos lenguajes (tanto informáticos como humanos), distintas culturas, zonas horarias, tasas de cambio, unidades de medida, rutas de transporte, etcétera. MindReader traspasa todo eso. Es lo que estamos utilizando también para intentar desencriptar los archivos dañados.
—Bonito juguete.
—Lo es. Empezamos a ver indicios de adquisición de materiales, equipo y personal que sugerían la creación de un laboratorio de armas químicas de considerable sofisticación. Un laboratorio capaz tanto de crear un agente biológico como de convertirlo en un arma.
—Creía que a esos materiales se les hacía un seguimiento. ¿Cómo han esquivado todo eso?
Me lanzó una mirada calculadora.
—¿Cómo lo habría hecho usted?
—¿De qué país estamos hablando?
—El terrorismo es una ideología, no una nacionalidad. Digamos que usted forma parte de un pequeño grupo que vive en la clandestinidad en un país de Oriente Próximo, no necesariamente con la bendición de su Estado de residencia. Su grupo está compuesto por separatistas de varias de las facciones más extremistas.
Pensé en ello.
—De acuerdo… primero tendría que saber que la mayor parte de las cosas que necesitaría para un arma biológica convencional estaría en esa lista de elementos monitoreados. No puedo ir al ultramarinos de la esquina y comprar un frasco de ántrax. Tendría que comprar los materiales en pequeñas cantidades a través de varias capas de intermediarios para no hacer saltar las alarmas. Eso lleva tiempo y es caro. El secretismo hay que pagarlo. Compraría algunas cosas en un país y otras en otro para repartirlas por varios lugares. Adquiriría material usado si pudiese o piezas de metal por separado y luego las ensamblaría, sobre todo herramientas. Lo enviaría a distintos puertos, a lugares donde los vigilantes no están tan alerta y luego pasaría por empresas ficticias para reenviarlas una y otra vez. Esto implicaría mucho tiempo y dinero.
Ella me lanzó una sonrisa de aprobación.
—Continúe.
—Necesitaría un lugar para el laboratorio, instalaciones de prueba, una planta de producción… preferiblemente en algún lugar donde pudiese excavar. Este tipo de cosas no se pueden transportar así como así, así que no quiero trabajar a la carrera. Necesito un nido. Una vez me estableciese y hubiese empleado el tiempo que fuese necesario creando mi arma, necesitaría solucionar el problema de cómo transportar mi arma desde mi laboratorio hasta el lugar objetivo. Y si estamos haciendo investigaciones médicas avanzadas como plagas y nuevos tipos de parásitos, como la mierda a la que nos enfrentamos, entonces eso es más difícil porque necesitas acceso a superordenadores, condiciones de laboratorio totalmente esterilizadas y mucho equipo médico.
—Ha dado en el clavo —dijo Courtland—. Probablemente el señor Church le habría dado una galleta por esa valoración. El MindReader captó un rastro de compra de equipo de investigación biológica por piezas. Lo hicieron con mucho cuidado y en pequeñas cantidades para evitar que saltasen el tipo de alarmas que en realidad saltaron. Nos llevó cierto tiempo darnos cuenta porque no era el tipo de cosa que esperábamos encontrarnos y sin el MindReader nunca lo habríamos hecho. Estos materiales los encargaron empresas localizadas en distintas naciones que han sufrido plagas en cultivos, enfermedades en ganado o desgracias similares. Cualquiera que no tuviese una mente sospechosa pensaría que esos países intentaban buscar curas para las enfermedades que estaban provocando hambruna e inanición a su propio pueblo.
—Como la enfermedad de las vacas locas —sugerí.
—Exacto. Excepto la India y algunos otros países, prácticamente todas las naciones de la Tierra dependen de la producción de ternera y esa enfermedad fue responsable de la muerte de millones de reses y de pérdidas económicas millonarias. Sería natural que esos países hiciesen lo que pudiesen para encontrar una cura.