—Usted está diciendo entonces —señaló Eph— que el avión… es decir, que uno de ellos iba allí. El pícaro…
—Exactamente.
—En el ataúd; en la zona de carga.
—En un ataúd lleno de tierra. Son como la tierra y les gusta regresar al elemento del cual surgieron. Son como gusanos o alimañas: cavan para anidar, yo diría que para dormir.
—Alejados de la luz —dijo Nora.
—Sí, de los rayos solares. Ellos son más vulnerables durante la órbita solar.
—Pero usted dijo que se trata de una guerra de vampiros. ¿Acaso no están en contra de los seres humanos? ¿No atacaron a todos los pasajeros del avión?
—Esto es algo que a ustedes les costará mucho aceptar. Pero ellos no nos consideran como sus enemigos. No somos dignos de ser tomados en cuenta. Somos sus presas. Somos alimento y bebida. Ganado en jaulas; botellas en una estantería.
Eph sintió escalofríos, pero se deshizo rápidamente de ellos.
—Un argumento como ese parece extraído de un libro de ciencia-ficción.
Setrakian señaló a Eph.
—Mire ese aparato que tiene en su bolsillo: el teléfono móvil. Usted hunde algunas teclas e inmediatamente está conversando con otra persona al otro lado del mundo.
Eso
es ciencia-ficción, doctor Goodweather. Ciencia-ficción hecha realidad —dijo Setrakian sonriendo—. ¿Necesita una prueba de lo que le he dicho?
El anciano se dirigió a un pequeño banco que estaba recostado contra la pared. Había algo cubierto con una seda negra, y Abraham estiró la mano de un modo extraño, tomó el borde más cercano de la tela mientras mantenía su cuerpo tan alejado como podía y tiró de ella.
Era un frasco de vidrio para almacenar especímenes, igual a los que venden en las tiendas de implementos médicos.
En su interior, y suspendido en un líquido violáceo, había un corazón humano bien preservado.
Eph se agachó para observarlo de cerca.
—Es el corazón de una mujer adulta, a juzgar por el tamaño. Saludable y bastante joven. Se trata de un espécimen fresco. —Miró de nuevo a Setrakian—. ¿De qué puede ser prueba este corazón?
—Lo extraje del pecho de una joven viuda en una aldea en las afueras de Shkodër, al norte de Albania, en la primavera de 1971.
Eph sonrió; la anécdota narrada por el anciano le había parecido extraña, y se agachó para mirar más de cerca el frasco.
Algo semejante a un tentáculo salió del corazón, con una ventosa en la punta, adhiriéndose a la pared de cristal frente a Eph.
El médico se interesó de inmediato. Miró el frasco y se quedó paralizado.
Nora, que estaba a su lado, preguntó:
—Eh… ¿qué demonios es eso?
El corazón comenzó a moverse en la suspensión líquida.
Estaba latiendo.
Palpitando.
Eph observó a la ventosa semejante a una boca, explorando el frasco. Miró a Nora, que estaba a su lado observando aquel órgano. Después miró a Setrakian, quien permanecía inmóvil con las manos en los bolsillos.
—Se excita cuando siente sangre humana —señaló Setrakian.
Eph miró completamente incrédulo. Se acercó más, a la derecha de la ventosa pálida y sin labios. El tentáculo salió de la superficie interior del frasco y se abalanzó súbitamente hacia él.
—¡Cielos! —exclamó Eph. El órgano palpitante flotaba como un pez carnoso y mutante—. Vive sin… —Allí no había sangre. Eph vio los muñones de las venas, la aorta y de la vena cava.
—No está ni vivo ni muerto; está animado —puntualizó Setrakian—. Se podría decir que está poseído, pero sólo en sentido literal. Miren de cerca y lo comprobarán.
Eph observó la palpitación; le pareció irregular, muy diferente a la de un corazón de verdad. Vio algo moverse y escurrirse en su interior.
—¿Es… un gusano? —preguntó Nora.
Era delgado y pálido, con un matiz rosado similar al color de los labios, y de cinco a siete centímetros de largo. Eph y Nora vieron que daba vueltas dentro del corazón, como un centinela solitario patrullando diligentemente un fortín abandonado.
—Un gusano de sangre —contestó Setrakian—. Un parásito capilar que se reproduce en los cuerpos infectados. Sospecho, aunque no tengo pruebas, que es el conducto del virus, el vector real.
Eph negó con la cabeza en señal de incredulidad.
—¿Y esta… ventosa?
—El virus reproduce la anatomía del anfitrión, aunque reinventa sus sistemas vitales para sobrevivir mejor. En otras palabras, coloniza y se adapta al anfitrión para su supervivencia. En este caso, el anfitrión es un órgano cercenado y aislado en un frasco, y el virus ha encontrado la forma de adaptar su fisiología para alimentarse.
—¿Alimentarse? —preguntó Nora.
—El parásito se alimenta de sangre. De sangre humana.
—¿De sangre? —Eph miró el corazón con los ojos entrecerrados—. ¿Sangre de quién?
Setrakian sacó la mano derecha del bolsillo. Las yemas arrugadas de sus dedos asomaron por los guantes sin puntas. La almohadilla de su dedo medio era suave y tenía una serie de marcas.
—Basta con algunas gotas cada pocos días. Debe de tener hambre, pues no he podido alimentarlo.
Se dirigió al banco y levantó la tapa del frasco —Eph retrocedió para observar—, y con la punta de una pequeña navaja que tenía en su llavero se pinchó la yema del dedo sobre el frasco. No se inmutó en absoluto, pues era algo tan rutinario que ya no le dolía.
Su sangre cayó al frasco.
La ventosa se alimentó de las gotas rojas con la misma voracidad que un pez hambriento.
La ventosa terminó de alimentarse y el anciano cogió una botella pequeña que había sobre el banco, se aplicó un poco de cicatrizante en el dedo y tapó el frasco de nuevo.
Eph vio que la ventosa adquiría un color rojizo. El gusano que había dentro se movió con más fluidez y con mayor fuerza.
—Y dice que ha mantenido esto aquí ¿durante cuánto…?
—Desde la primavera de 1971. No tomo muchas vacaciones… —Se rió de su broma, se miró el dedo pinchado y se frotó la yema—. Es de una muerta viva, infectada y transformada. Los Ancianos, a quienes les gusta permanecer ocultos, matan a sus presas después de alimentarse para evitar cualquier propagación del virus. Hubo una que logró salirse con la suya y regresó a casa para reclamar a sus familiares, amigos y vecinos de su pequeña aldea. El corazón de esta viuda se había transformado en menos de cuatro horas antes de que yo la encontrara.
—¿Cuatro horas? ¿Cómo lo sabe?
—Le vi la marca. La marca de
strigoi
.
—¿De
strigoi?
—repitió Eph.
—Es el término utilizado en el Viejo Mundo para designar al vampiro.
—¿Y la marca?
—Es el punto de penetración. Una pequeña incisión en la parte frontal de la garganta, que supongo ustedes ya habrán visto.
Eph y Nora asintieron, y pensaron en Jim.
—De paso —continuó Setrakian—, aclaro que no soy un hombre que acostumbre a extirpar corazones humanos. Este fue un asunto sucio en el que me vi involucrado accidentalmente. Pero tuve que hacerlo.
—¿Y usted ha mantenido esta cosa desde aquel entonces, alimentándola como a una… mascota? —preguntó Nora.
—Sí. —El anciano miró el frasco casi con cariño—. Es un recordatorio permanente de aquello contra lo que estoy luchando. Contra lo que
estamos
luchando ahora.
Eph estaba estupefacto.
—Todo este tiempo… ¿por qué no le ha mostrado esto a nadie? ¿A una facultad de medicina, a un canal de noticias?
—Si eso fuera tan fácil, doctor, el secreto se habría conocido hace mucho tiempo. Existen unas fuerzas alineadas contra nosotros. Éste es un secreto antiguo, y sus alcances son profundos. Es algo que involucra a muchas personas. Nunca permitirían que la verdad llegara a las masas. Al contrario, sería suprimida al igual que yo. Es por eso por lo que lo he escondido aquí durante todos estos años; he estado esperando.
Las palabras del anciano hicieron estremecerse a Eph. La verdad estaba allí, frente a él: era ese corazón humano en un frasco, que albergaba a un gusano sediento de la sangre del anciano.
—No estoy muy familiarizado con los secretos que amenazan el futuro de la humanidad. ¿Nadie más sabe esto?
—Claro que sí. Alguien muy poderoso. El Amo no podría haber viajado sin recibir ayuda. Un aliado debió de encargarse de su transporte y de protegerlo. Sucede que los vampiros no pueden cruzar cuerpos de agua en movimiento a menos que reciban la ayuda de un ser humano. Pero ahora, el pacto, la tregua, ha sido roto por una alianza entre el
strigoi
y un ser humano. Es por eso por lo que esta incursión es tan inquietante y tan terriblemente amenazadora.
Nora miró a Setrakian.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
El anciano ya había hecho los cálculos.
—La Cosa tardará menos de una semana en acabar con todo Manhattan, y menos de tres meses en apoderarse del país. Y en seis meses habrá tomado el mundo.
—Imposible —dijo Eph—. Eso no va a suceder.
—Admiro su determinación, doctor —respondió Setrakian—. Pero usted aún no sabe a qué se está enfrentando.
—De acuerdo —replicó Eph—. Entonces, dígame, ¿por dónde debemos comenzar?
Park Place, Tribeca
V
ASILIY
F
ET
estacionó su furgoneta oficial frente a un edificio de apartamentos en el Bajo Manhattan. El edificio no parecía ser gran cosa desde fuera, pero tenía marquesina y portero, y, después de todo, estaba localizado en Tribeca. Si no hubiera sido por la furgoneta del Departamento de Sanidad estacionada ilegalmente, con las luces amarillas dando vueltas en el tablero, él habría revisado de nuevo la dirección. Irónicamente, en casi todos los edificios y casas de la mayor parte de la ciudad, los exterminadores eran recibidos con los brazos abiertos, como si fueran policías acudiendo a la escena del crimen. Vasiliy no creyó que ése fuera su caso.
Su furgoneta decía BPCS-CNY; eran las siglas de la Oficina de Servicios para el Control de Plagas de la ciudad de Nueva York. Bill Furber, el inspector del Departamento de Sanidad, lo recibió dentro del edificio. Billy tenía un bigote rubio y largo que ocultaba las ondulaciones de sus músculos faciales debido a su costumbre de masticar chicles de nicotina.
—Vaz —le dijo a modo de saludo, empleando el apócope de Vasya, el diminutivo de su nombre ruso. Vaz, o simplemente «V», como era llamado con frecuencia, era un ruso de segunda generación, y su voz ronca resonaba en todo Brooklyn. Era un hombre tan grande que ocupaba casi toda la escalera de la entrada.
Billy le dio una palmadita en el brazo y le agradeció por venir.
—La sobrina de mi prima recibió una mordida en la boca. No es mi tipo de edificio, lo sé. Está casada con un tipo con dinero, pero se trata de mi familia, y les dije que traería al mejor exterminador de la ciudad.
Vasiliy asintió con el orgullo silencioso característico de los exterminadores. Un exterminador tiene éxito en el silencio, y el éxito significa no dejar rastros ni la menor señal de que alguna vez hubo un problema, que ha existido una plaga o se ha puesto una sola trampa. Significa que el orden ha sido preservado.
Arrastró su maletín de ruedas como si se tratara del juego de herramientas de un técnico en computadores. El interior del
loft
reveló techos altos y habitaciones espaciosas. Era una propiedad de ciento sesenta y siete metros cuadrados que podía costar fácilmente unos tres millones de dólares. Una niña estaba aferrada a una muñeca y a su madre en un sofá pequeño y firme, tan anaranjado como una pelota de baloncesto, en un salón de cristal, teca y superficies cromadas de estilo contemporáneo. Una venda grande le cubría el labio superior y la mejilla. La madre tenía el cabello completamente corto, lentes con montura delgada y rectangular, y una falda de lana verde tejida a la altura de las rodillas. Miró a Vasiliy como si fuera un visitante que viniera de un futuro sofisticado y andrógino. La niña tenía unos cinco o seis años y estaba asustada. Vasiliy habría querido sonreírle, pero no tenía el tipo de rostro que confortara a los niños. Tenía una mandíbula tan plana como la hoja de un hacha y los ojos considerablemente separados entre sí.
Un televisor de pantalla plana colgaba de una pared como un cuadro grande con marco de cristal. En la imagen aparecía el alcalde ante una multitud de micrófonos, intentando responder a las preguntas sobre las víctimas desaparecidas del avión y los cadáveres que se habían esfumado de las morgues de la ciudad. El Departamento de Policía de la ciudad estaba en máxima alerta, y había dispuesto retenes en los puentes y en los túneles para registrar todos los camiones refrigerados que transitaran por las vías. También se había instalado una línea telefónica para recibir información de la ciudadanía. Los familiares de las víctimas estaban completamente trastornados, y los funerales habían sido postergados.
Bill condujo a Vasiliy al cuarto de la niña. Había una cama con toldo, un televisor Bratz con gemas incrustadas, así como un computador de la misma marca, y un poni electrónico de color caramelo en un rincón. La mirada de Vasiliy se concentró de inmediato en un paquete de alimentos que había sobre la cama, y que contenía galletas con mantequilla de cacahuete. A él también le gustaban.
—La niña estaba durmiendo aquí la siesta —dijo Billy—. Se despertó porque algo le estaba royendo el labio. Vaz, el animal se acercó a su almohada. ¡Imagina! ¡Una rata en su cama! La niña no podrá dormir en un mes. ¿Habías escuchado algo así?
Vasiliy negó con la cabeza. Hay ratas en todos los edificios de Manhattan —independientemente de lo que los caseros o inquilinos puedan pensar— pero a ellas no les gusta dejarse ver, especialmente a plena luz del día. Sin embargo, las ratas atacan principalmente a los niños, casi siempre en la boca, donde está concentrado el olor a comida. Las ratas noruegas —
Rattus norvegicus
, o ratas urbanas— tienen un sentido del olfato y del gusto sumamente desarrollado. Sus incisivos son largos y afilados, y más fuertes que el aluminio, el cobre, el plomo o el hierro. Son las responsables de la cuarta parte del rompimiento de los cables de la luz de la ciudad, y probablemente sean las causantes del mismo porcentaje de incendios sin causas conocidas. La dureza de sus dientes es comparable a la del acero, y la estructura de sus mandíbulas —semejante a la de los cocodrilos— le confiere miles de kilos de presión a su mordida. Son capaces de morder cemento, e incluso piedras.