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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (5 page)

BOOK: Mundo Anillo
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—¿Y tú ya te has visto, Luis? Apenas alcanzas los dos metros de estatura, eres delgado hasta para un humano. ¿Tienes aspecto de explorador? ¿Y Nessus?

—¿Qué demonios pasa? —preguntó Teela.

Nessus dijo, casi implorante:

—Luis, vamos a tu despacho. Teela Brown, tenemos que proponerte una cosa. No estás obligada a aceptar si no lo deseas, ni siquiera tienes que escucharnos, pero tal vez te interese nuestra propuesta.

La discusión prosiguió en el despacho de Luis.

—Cumple todos mis requisitos —insistía Nessus—. Tenemos que considerar su participación.

—¡No puede ser la única en toda la Tierra!

—No, Luis. Claro que no. Pero no hemos conseguido dar con ninguna otra.

—¿En qué quieren que participe?

El titerote comenzó a explicárselo. Pronto quedó claro que a Teela Brown no le interesaba en absoluto el espacio, nunca había viajado ni a la Luna y no tenía la menor intención de aventurarse fuera de los límites del espacio conocido. El hiperreactor de quantum II no despertó su codicia. Cuando vio que la muchacha comenzó a adoptar un aire preocupado y confundido, Luis decidió intervenir de nuevo en el asunto.

—Nessus, ¿cuáles son exactamente los requisitos que Teela cumple tan bien?

—Mis agentes han estado buscando a los descendientes de los ganadores de la Lotería de la Procreación.

—Abandono. Estás absolutamente loco.

—No, Luis. Tengo órdenes del propio Ser último, del que nos guía a todos. Nadie duda de él. Te lo explicaré.

Hacía tiempo que los seres humanos tenían resuelta la cuestión del control de la natalidad. Se introducía un minúsculo cristal bajo la piel del antebrazo del paciente. El cristal tardaba un año en disolverse. Durante todo ese año, el paciente no podría concebir ningún hijo. En siglos pasados se habían empleado métodos menos refinados.

Hacia mediados del siglo XXI, la población de la Tierra se había estabilizado alrededor de los dieciocho mil millones de habitantes. El Comité de Fertilidad, una subsección de las Naciones Unidas, promulgaba y velaba por el cumplimiento de las leyes de control de la natalidad. Esas leyes no habían variado desde hacía más de medio milenio: dos hijos por pareja, previa aprobación del Comité de Fertilidad. El Comité decidía quién podía engendrar y cuántas veces. El Comité podía conceder un hijo adicional a ciertas parejas y negar la posibilidad de concebir a otras, según el criterio de la deseabilidad o indeseabilidad de los genes.

—Increíble —dijo el kzin.

—¿Por qué? Empezábamos a estar bastante apretados, nej, dieciocho mil millones de habitantes, prisioneros de una tecnología primitiva.

Si el Patriarca intentara imponer una ley de ese tipo a los kzinti, sería exterminado por su insolencia.

Pero los hombres no eran kzinti. Las leyes se habían venido aplicando sin modificaciones durante quinientos años. Entonces, hacía de eso doscientos años, hubo rumores de corrupción en el Comité de Fertilidad. El escándalo provocó drásticas modificaciones de las leyes de control de la natalidad. A partir de entonces, todos los seres humanos tuvieron derecho a ser padres una vez, independientemente de la situación de sus genes. También podía obtenerse automáticamente el derecho a un segundo e incluso un tercer hijo: cuando se había demostrado poseer un alto coeficiente de inteligencia probado o útiles poderes psíquicos, tales como hipervisión o dirección absoluta, o genes de supervivencia, como telepatía o longevidad natural o dientes perfectos.

Los derechos de procreación podían adquirirse por un millón de estrellas. ¿Y por qué no? La habilidad para ganar dinero constituía un factor de supervivencia bien demostrado. Además, de ese modo se suprimían los intentos de soborno.

También se podía luchar por los derechos de procreación en un torneo, a condición de no haber hecho uso aún del primer derecho de procreación. El ganador adquiría el segundo y tercer derechos de procreación; el perdedor pagaba con su primer derecho de procreación y también con su vida. Lo uno compensaba lo otro y se mantenía el equilibrio.

—He visto estas batallas en vuestros parques de atracciones —dijo Interlocutor—. Creí que luchaban por puro placer.

—No, señor, es una cuestión muy seria —aclaró Luis.

Teela soltó una risita.

—¿Y las loterías?

—Los cálculos fallan —explicó Nessus—. Pese a las técnicas de reactivación que permiten prevenir el envejecimiento de los humanos, cada año mueren en la Tierra más hombres de los que nacen...

En consecuencia, cada año el Comité de Fertilidad sumaba las muertes y emigraciones habidas durante ese año, restaba los nacimientos y las inmigraciones, y sorteaba los derechos de procreación sobrantes junto con la lotería de Año Nuevo.

Todos podían participar. Con un poco de suerte, una persona podía llegar a tener diez o veinte hijos, si a eso podía llamársele suerte. Ni los criminales convictos podían ser excluidos del Sorteo de Derechos de Procreación.

—Yo mismo he tenido cuatro hijos —dijo Luis Wu—. Uno lo gané en la lotería. Hubieras podido conocer a tres de ellos de haber venido doce horas antes...

—Resulta muy raro y complicado. Cuando la población de Kzin aumenta demasiado...

—Van y atacan el mundo humano más próximo.

—Nada de eso, Luis. Luchamos entre nosotros. Cuanto más hacinados estamos, mayores son las posibilidades de que un kzin ofenda a otro. Nuestro problema de población se regula solo. ¡Nunca hemos tenido un problema de este tipo!

—Creo que empiezo a comprender —dijo Teela Brown—. Tanto mi padre como mi madre ganaron la lotería. —Soltó una risita nerviosa—. De lo contrario yo no estaría aquí. Ahora que recuerdo mi abuelo...

—Todos tus antepasados desde hace cinco generaciones nacieron gracias a que sus padres ganaron en la lotería.

—¡En serio! ¡No lo sabía!

—Los libros lo dicen claramente —le aseguró Nessus.

—Mi pregunta sigue en pie —insistió Luis Wu—. ¿Y qué?

—Los gobernantes de la flota de titerotes han llegado a la conclusión de que los terrícolas están realizando una selección basada en el factor fortuna.

—¡Vaya!

Curiosa, Teela Brown se inclinó hacia delante en su silla. Sin duda era la primera vez que veía un titerote enloquecido.

—No olvides las loterías, Luis. No olvides la evolución. Durante setecientos años tus gentes se reprodujeron sobre una base matemática: dos derechos de procreación por persona, dos hijos por pareja. De vez en cuando alguno conseguía el derecho a un tercer hijo, o le era denegado el primero por razones justificadas: genes diabéticos o cosas por el estilo. Pero la mayoría de los humanos tenían dos hijos. Luego cambiaron la ley. Desde hace dos siglos, entre un diez y un trece por ciento de cada generación humana ha nacido gracias a que alguno de sus progenitores o ambos habían ganado en un sorteo de la lotería. ¿Qué determina quiénes sobrevivirán y se reproducirán? En la Tierra, todo depende de la fortuna en los juegos de azar.

—Y Teela Brown desciende de seis generaciones de jugadores afortunados...

3. Teela Brown

Teela no podía dejar de reír.

—No digas bobadas —dijo Luis Wu—. ¡No se puede realizar una selección basada en la buena suerte como si se tratara de conseguir cejas hirsutas!

—Sin embargo, efectuáis una selección basada en el criterio de las capacidades telepáticas.

—No es lo mismo. La telepatía no es un poder psíquico. Se conocen perfectamente los mecanismos del lóbulo parietal derecho. Lo único que ocurre es que a la mayoría no les funcionan.

—Antaño se creía que la telepatía era de carácter psíquico. Ahora dices que la suerte no es tal.

—La suerte es la suerte. —La situación hubiera podido resultar tan divertida como parecía considerarla Teela, de no mediar un detalle que ella ignoraba y del que era perfectamente consciente Luis: el titerote hablaba en serio—: La ley de los grandes números va actuando. Cambian las probabilidades y se acabó, como les ocurrió a los dinosaurios. Los dados caen bien y...

—Hay quien dice que algunos humanos son capaces de dirigir la caída de un dado.

—Bueno, no era la metáfora adecuada. El caso es que...

—Sí —rugió el kzin. Su voz hacía temblar las paredes cuando se decidía a hacer uso de ella—. El caso es que aceptaremos a quien escoja Nessus. Es tu nave, Nessus. ¿Dónde está el cuarto tripulante?

—¡En esta misma habitación!

—¡Eh! ¡Un momento, nej! —Teela se levantó. La malla plateada relució sobre su piel azulada como si realmente fuese de metal; su llameante cabellera se levantó succionada por el acondicionador de aire—. Todo esto es absurdo. No pienso ir a ninguna parte. Además, no veo ninguna razón para moverme de la Tierra.

—Tendrás que buscar otra, Nessus. Debe de haber millones de candidatas que reúnan los requisitos. No le veo el problema.

—No son millones, Luis. Disponemos de algunos millares de nombres y los números de teléfono o los números de las cabinas teletransportadoras particulares de la mayoría. Todos pueden demostrar que cuentan con cinco generaciones de antepasados nacidos gracias al sorteo.

—¿Y bien?

Nessus comenzó a pasear arriba y abajo por el despacho.

—Muchos no son elegibles dada su evidente mala suerte. En cuanto al resto, no parece haber ninguno disponible. Nunca están en casa cuando los llamamos. Volvemos a llamar y el computador telefónico nos da una línea equivocada. Cuando preguntamos por un miembro de la familia Brandt, todos los teléfonos de Sudamérica se ponen a sonar. Ha habido quejas. Es muy desalentador.

Tap-tap-tap, tap-tap-tap.

—Aún no me habéis dicho dónde vais —dijo Teela.

—No puedo mencionar nuestro lugar de destino, Teela. Sin embargo, puedes...

—¡Por las zarpas rojas de...! ¿Ni eso piensas decirnos?

—Puedes examinar la instantánea que tiene Luis Wu. Es la única información que puedo darte por el momento.

Luis le tendió la instantánea que representaba una franja azul cielo sobre fondo negro, semioculta tras un disco de un blanco cegador. Ella lo estuvo examinando largo rato y sólo Luis advirtió que su rostro comenzaba a enrojecer de ira.

Cuando por fin abrió la boca, escupió las palabras una a una, como si fuesen semillas de mandarina.

—Es lo más ridículo que he oído en mucho tiempo. Pretende que Luis y yo nos lancemos al más allá en compañía de un kzin y un titerote, ¡y toda la información que poseemos sobre el lugar al cual nos dirigimos es esta franja azul y un foco luminoso ¡Es... absurdo!

—¿Esto significa que te niegas a embarcarte con nosotros?

La muchacha arqueó las cejas.

—Necesito una respuesta clara. Mis agentes pueden localizar otro candidato de un momento a otro.

—Sí —dijo Teela Brown—. Sí, me niego.

—Entonces, ten presente que las leyes humanas te obligan a guardar secreto sobre lo que has oído aquí. Has cobrado honorarios de asesor.

—A quién iba a contárselo? —exclamó Teela con una dramática carcajada—. Nadie me creería. Luis, ¿de verdad piensas embarcarte en esta ridícula...?

—Sí. —Luis ya estaba pensando en otra cosa, como, por ejemplo, la manera más discreta de hacerla salir del despacho—. Pero aún no. Todavía no ha terminado la fiesta. Mira, ¿podrías hacerme un favor? Cambia el control musical del canal cuatro al canal cinco. Luego diles a todos los que pregunten que estaré con ellos dentro de un minuto.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Luis dijo:

—Hacedme un favor y también saldréis beneficiados. Dejadme decidir a mí si un ser humano tiene condiciones para lanzarse a lo desconocido.

—Ya sabes cuáles son las condiciones básicas —dijo Nessus—. De momento no disponemos de dos candidatos para escoger.

—Contamos con decenas de miles.

—No está tan claro. Muchos no sirven; otros son imposibles de localizar. No obstante, puedes explicarme por qué ese ser humano no te parece idóneo.

—Es demasiado joven.

Sólo podemos aceptar candidatos de la generación de Teela Brown.

—¡Una selección basada en la buena fortuna! En fin, qué más da, no voy a discutir por eso. Conozco humanos que todavía están más chiflados. Aún queda alguno por aquí, en la fiesta... Bueno, tú mismo has podido comprobar que no es xenófila.

—Tampoco es xenófoba. Ninguno de nosotros le inspira miedo.

—No tiene chispa. No es..., no es...

—No tiene inquietudes —dijo Nessus—. Está satisfecha con lo que posee. Ello puede constituir un verdadero problema. No codicia nada. Pero, ¿cómo lo podíamos averiguar sin preguntárselo?

—De acuerdo, escoge tú mismo tus candidatos.

Luis salió de su despacho a grandes zancadas.

El titerote aún tuvo tiempo de decir con voz meliflua:

—¡Luis! ¡Interlocutor! ¡La señal! ¡Uno de mis agentes ha localizado otro candidato!

—No faltaba más —dijo Luis, sin ningún entusiasmo.

En la otra punta del salón, Teela Brown estaba lanzando una de sus miradas a otro titerote de Pierson.

Luis se despertó con dificultad. Recordó que se había puesto un par de auriculares somníferos y los había conectado por una hora. Era de suponer que hacía una hora de ello. Debió despertarle el malestar de esa cosa en la cabeza una vez desconectado el aparato...

No lo tenía en la cabeza.

Se incorporó sobresaltado.

—Yo te lo he quitado —explicó Teela Brown—. Necesitabas dormir.

—Oh, no. ¿Qué hora es?

—Pasan unos minutos de las diecisiete.

—No he sido muy buen anfitrión. ¿Cómo sigue la fiesta?

—Ya sólo quedan unas veinte personas. No te preocupes, les comuniqué mis intenciones. A todos les pareció muy bien.

—Está bien. —Luis se deslizó fuera de la cama—. Gracias. Vamos a reunirnos con los pocos invitados que quedan.

—Antes me gustaría hablar contigo.

Luis se sentó otra vez. Poco a poco iba desprendiéndose de la modorra.

—¿De qué? —preguntó.

—¿En serio piensas hacer ese viaje?

—En serio.

—No logro comprender por qué.

—Tengo diez veces más años que tú —explicó Luis Wu—. Puedo vivir sin trabajar. Me falta paciencia para dedicarme a la investigación científica. Ya he intentado escribir, pero también resultó una tarea excesivamente ardua para mí, lo cual desde luego fue una sorpresa. ¿Qué puedo hacer? Juego mucho.

Ella meneó la cabeza y el reflejo de sus cabellos se proyectó sobre las paredes:

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