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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (6 page)

BOOK: Mundo Anillo
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—A mí no me parece un juego.

Luis se encogió de hombros:

—El aburrimiento es mi peor enemigo. Ha matado a muchos de mis conocidos, pero yo no me dejaré atrapar. Cuando noto que comienzo a aburrirme, corro a arriesgar mi vida en algún lado.

—¿No quieres saber al menos qué riesgo corres?

—Me pagarán bien.

—No necesitas dinero.

—La raza humana necesita lo que nos ofrecen los titerotes. Mira, Teela, ya oíste todo lo referente a la nave con hiperreactores de quantum II. Es la única nave del espacio conocido que alcanza velocidades superiores a los tres días por año luz. ¡Su velocidad es casi cuatrocientas veces mayor!

—¿A quién le interesa volar tan deprisa?

Luis no se sentía con ánimos para darle una conferencia sobre la explosión del Núcleo.

—Volvamos a la fiesta —dijo.

—¡Espera un momento!

—Está bien.

Teela tenía unas manos grandes, con dedos largos y finos. Resplandecían bajo los reflejos de sus ardientes cabellos que ahora acariciaba con gesto nervioso.

—Nej, vaya lío. Luis, ¿estás enamorado de alguien en estos momentos?

La pregunta le tomó por sorpresa:

—Creo que no.

—¿En verdad crees que me, parezco a Paula Cherenkov?

En la semioscuridad del dormitorio recordaba más bien la jirafa en llamas del cuadro de Dalí. Su cabello brillaba con luz propia, una melena de llameante anaranjado y amarillo que se iba oscureciendo hasta convertirse en humo. En la penumbra, el resto de su persona no era más que una sombra apenas rota por los destellos de su cabellera. Pero la memoria de Luis fue completando los detalles: las largas piernas perfectas, los senos cónicos, la delicada belleza de su pequeño rostro, La había visto por primera vez cuatro días atrás, del brazo de Tedron Doheny, un esbelto aventurero que había acudido a la Tierra expresamente para la fiesta.

—Por un instante creí hallarme ante Paula en persona —explicó Luis—. Vive en Lo Conseguimos y ahí conocí a Ted Doheny. Cuando os vi juntos, imaginé que Ted y Paula habrían venido en la misma nave—. Luego aparecieron algunas diferencias. Tus piernas son más bonitas, aunque Paula caminaba con mayor donaire. Paula tenía el rostro más... frío, si no recuerdo mal. Tal vez sean sólo jugarretas de la memoria.

Por debajo de la puerta les llegaban ráfagas de música de ordenador, pura y desenfrenada, curiosamente incompleta sin los juegos de luz que la acompañaban. Teela se agitó incómoda y su gesto llenó de reflejos toda la pared.

—¿Qué estás tramando? Ten en cuenta —dijo Luis— que los titerotes tienen miles de posibles candidatos. Cualquier día y en cualquier minuto pueden dar con su cuarto tripulante. Y entonces partiremos en el acto.

—Ya lo sé —dijo Teela.

—¿Te quedarás a mi lado hasta entonces?

Ella movió su espléndida cabeza en señal de asentimiento.

El titerote se presentó al cabo de dos días.

Luis y Teela estaban tendidos sobre el césped, absorbiendo los rayos del sol y jugando una importante partida de ajedrez. Luis le había matado un caballo. Y comenzaba a lamentarlo. Teela alternaba el intelecto con la intuición; imposible adivinar cómo reaccionaría. Y la muchacha se tomaba el juego muy en serio.

Teela estaba mordisqueándose el labio inferior, absorta en los detalles de su próxima jugada, cuando la pantalla del servo se encendió con un timbrazo. Luis levantó la vista y vio dos pitones con un solo ojo cada uno que le contemplaban desde el pecho del servo.

—Hazlo pasar aquí —dijo sin inmutarse.

Teela se levantó en el acto con grácil presteza.

—Tal vez sea confidencial.

—Es posible. ¿Qué harás mientras tanto?

—Tengo algunas revistas atrasadas. —Blandió un índice amenazador—: ¡No te atrevas a tocar ese tablero!

Se cruzó con el titerote en la puerta. Le saludó despreocupadamente al pasar.

Nessus se apartó de un salto:

—Lo siento —dijo con voz melodioso—. Me has cogido desprevenido.

Teela arqueó una ceja y entró en la casa.

El titerote se acomodó junto a Luis, con las piernas dobladas bajo el cuerpo. Tenía una cabeza mirando fijamente a Luis, mientras la otra se movía en nerviosos círculos, en un intento de abarcar todos los ángulos de visión.

—¿Puede espiarnos esa mujer? Luis se mostró sorprendido:

—Claro que sí. Sabes bien que es imposible protegerse contra las ondas de espionaje estando al aire libre. ¿Luego?

—Cualquier persona o cualquier cosa podría estar observándonos. Luis, será mejor que vayamos a tu despacho.

—No es justo. —Luis se sentía muy bien donde estaba.

—¿Te veo muy asustado podrías dejar de mover la cabeza, por favor?

—Tengo miedo, aunque conozco el escaso valor que tiene mi vida. ¿Cuántos meteoritos caen sobre la Tierra cada año?

—Ni idea.

—Aquí estamos peligrosamente próximos al cinturón de asteroides. De todos modos, eso es lo de menos; no hemos conseguido localizar un cuarto tripulante.

—Mala suerte —dijo Luis. Las reacciones del titerote le desconcertaban. Si Nessus hubiera sido humano... Pero no lo era—. No habrás abandonado el proyecto, espero.

—No, pero hemos sufrido irritante fracasos. Hemos pasado los cuatro últimos días tras un tal Norman Haywood KJMM-CWTAD, que parecía perfecto para nuestro grupo.

—¿Y bien?

—Goza de buena salud y es un hombre vigoroso. Tiene veinticuatro años y un tercio, años terrestres se entiende. Cuenta con seis generaciones de antepasados nacidos gracias a la lotería. Y eso no es todo: le gusta viajar, manifiesta esa inquietud que nos interesa. Como es lógico, intentamos hablar personalmente con él. Mi agente se ha pasado tres días persiguiéndole por una serie de cabinas teletransportadoras, siempre un trayecto detrás de él. Mientras tanto, Norman Haywood ha estado esquiando en Suiza, ha practicado el surf en Ceilán, ha hecho sus compras en Nueva York y ha asistido a sendas inauguraciones de casas en las Rocosas y en el Himalaya. Anoche, mi agente logró darle alcance en el momento en que embarcaba en una nave rumbo a Jinz. La nave partió antes de que mi agente consiguiera dominar su natural temor a vuestras rudimentarias y chapuceras naves.

—A veces también he tenido días así. ¿No podía enviarle un mensaje por hiperondas?

—Luis, en principio, nuestra expedición es secreta.

—Ya veo —dijo Luis. Y contempló la cabeza de pitón que daba vueltas y más vueltas en busca de invisibles enemigos.

—Lo conseguiremos —aseguró Nessus—. Millares de tripulantes potenciales no pueden esconderse eternamente. ¿No te parece, Luis? ¡Si ni siquiera saben que les estamos buscando!

—Ya encontrarás a alguien. No puede fallar.

—¡Ojalá no lo encontremos! Luis, ¿cómo me las arreglaré? ¿Cómo voy a navegar con tres extranjeros en una nave experimental diseñada para un solo piloto? ¡Verdaderamente sería una locura!

—Nessus, ¿qué te pasa ahora? ¡Toda esta expedición fue idea tuya!

—No es cierto. Recibí órdenes de los-que-dirigen, desde doscientos años luz de distancia.

—Algo te ha asustado, y quiero saber qué es. ¿Qué has descubierto? ¿Sabes cuál es la finalidad de este viaje? ¿Qué ha ocurrido desde el otro día cuando incluso fuiste capaz de insultar a cuatro kzinti en un restaurante público? ¡No te descorazones, muchacho!

El titerote había hundido las dos cabezas con sus respectivos cuellos entre las piernas delanteras y se había hecho una bola.

—Vamos —dijo Luis—. No te lo tomes así. —Pasó dulcemente la mano por el dorso de los cuellos del titerote, o más bien por la parte que aún quedaba al descubierto. El titerote se estremeció. Tenía la piel suave, como de gamuza, y agradable al tacto.

—Vamos, relájate. Nadie te hará daño aquí. Sé proteger a mis huéspedes.

El titerote emitió un sordo gemido con la cabeza hundida bajo el vientre.

—Debo de estar loco. ¡Loco! ¿Es cierto que insulté a cuatro kzinti?

—Vamos, tranquilízate. Aquí estás a salvo. Así me gusta. —Una cabeza plana asomó bajo la cálida sombra—. ¿Lo ves? No hay nada que temer.

—¿Cuatro kzinti? ¿No eran tres?

—Tienes razón. Me he descontado. Fueron tres.

—Perdona, Luis. —El titerote asomó la otra cabeza, aunque sólo hasta la altura del ojo—. He salido de mi fase maníaca. Ahora estoy en la mitad depresiva de mi ciclo.

—¿No puedes hacer nada para remediarlo? —Luis comenzó a anticipar las consecuencias que podrían derivarse si Nessus entraba en la fase mala de su ciclo en un momento crucial.

—Puedo esperar que concluya. Puedo intentar protegerme, en la medida de lo posible. Puedo procurar que ello no se refleje en mis decisiones.

—Pobre Nessus. ¿Estás seguro de que no has descubierto nada nuevo?

—Lo que sé, ¿no te parece ya suficiente para aterrorizar a cualquiera en su sano juicio? —El titerote se incorporó, aún tembloroso—. ¿Por qué me he topado con Teela Brown? Creí que ya se habría marchado.

—Le he pedido que me haga compañía hasta que encuentres a tu cuarto tripulante.

—¿Por qué?

Luis también se lo preguntaba.

Paula Cherenkov tenía poco que ver con ello. Luis había cambiado demasiado desde aquellos tiempos; y no era el tipo de hombre que intenta sustituir una mujer por otra.

Las placas sómnicas estaban diseñadas para dos, no para uno. Pero la fiesta estaba llena de chicas... menos bonitas que Teela. ¿Sería posible que el viejo zorro Luis Wu aún se dejase atrapar por la mera belleza física?

Sin embargo, en esos lisos ojos plateados había algo más que belleza. Ocultaban algo sumamente complejo.

—Con fines fornicatorios —respondió Luis Wu. Acababa de recordar que estaba hablando con un extranjero, incapaz de comprender tales sutilezas. Advirtió que el titerote seguía temblando, conque añadió—: Vamos a mi despacho. Está debajo de la colina. No hay riesgo de meteoritos.

Cuando el titerote se hubo marchado, Luis salió en busca de Teela. La encontró en la biblioteca, frente a una pantalla de lectura, haciendo pasar los encuadres a gran velocidad, incluso para un lector profesional.

—Hola —dijo. Dejó la imagen clavada y se volvió—. ¿Cómo está nuestro bicéfalo amigo?

—Muerto de miedo. Y yo estoy agotado. He estado ejerciendo funciones de psiquiatra con un titerote de Pierson.

El rostro de Teela se iluminó:

—Háblame de la vida sexual de los titerotes.

—Sólo sé que no se le permite procrear. Le tiene preocupado. Es de suponer que podría reproducirse si no existiera una ley que lo prohibiera. A excepción de este detalle, no ha tocado para nada el tema. Siento defraudarte.

—¿De qué habéis hablado entonces?

Luis hizo un gesto displicente:

—Trescientos años de traumas. Ese es el tiempo que Nessus lleva viviendo en el espacio humano. Casi no recuerda el planeta de los titerotes. Tengo la sensación de que se ha pasado estos trescientos años temblando de miedo.

Luis se dejó caer en una silla vibratoria. El esfuerzo de empatía necesario para comunicar con el extraño le había agotado psíquicamente, había causado un enorme desgaste en su imaginación.

—¿Y tú qué tal? ¿Qué estás leyendo?

—La explosión del Núcleo.

Teela señaló la pantalla. Se veían grandes masas, grupos y apelotonamientos de estrellas. No se distinguía el negro del espacio, tan numerosas eran las estrellas. Casi parecía una densa aglomeración de estrellas, pero no lo era; no podía serlo. Los telescopios no podían cubrir tanta distancia, y ésta tampoco sería accesible a una nave espacial corriente.

Era el núcleo galáctico, una densa esfera de estrellas de cinco mil años luz de diámetro, situada en el eje de la espiral galáctico. Un hombre había conseguido llegar hasta allí, doscientos años atrás, a bordo de una nave construida por los titerotes. En la pantalla podían verse estrellas rojas, azules y verdes, todas superpuestas, las más grandes y luminosas eran las estrellas rojas. En el centro de la imagen destacaba una mancha de un blanco reluciente en forma de gruesa coma. En su interior se distinguían líneas y sombras; pero las sombras situadas dentro de la mancha blanca brillaban más que cualquier estrella exterior a ella.

—Para esto necesitas la nave del titerote —dijo Teela—. ¿Me equivoco?

—Has acertado.

—¿Cómo se produjo?

—Las estrellas están demasiado próximas unas a otras —explicó Luis—. La distancia media entre unas y otras es sólo de medio año luz, si se considera la totalidad del núcleo de cualquier galaxia. Cerca del centro, están aún más juntas. En el núcleo de una galaxia las estrellas están tan próximas que llegan a comunicarse el calor de unas a otras. Al estar más calientes, arden con mayor rapidez, envejecen más deprisa. Hace diez mil años, todas las estrellas del núcleo deben de haberse hallado próximas a transformarse en novas. De pronto una estrella se convirtió en nova. Desprendió muchísimo calor y una ráfaga de rayos gamma. Las estrellas más próximas se calentaron aún más. Supongo que los rayos gamma también determinan un incremento de la actividad estelar. El resultado fue la explosión de un par de estrellas vecinas. Y ya fueron tres. La suma del calor desprendido puso en marcha el mismo proceso en unas cuantas más. Fue una reacción en cadena. Pronto adquirió proporciones impensables. Esa mancha blanca está formada por un gran conjunto de supernovas. Un poco más adelante deben estar los cálculos matemáticos, puedo mostrártelos si quieres.

—No, gracias —dijo ella... como era de esperar—. ¿Supongo que todo habrá concluido ya?

—Así es. Eso que estás viendo es luz vieja, si bien aún no ha llegado a esta parte de la galaxia. La reacción en cadena debió de cesar hace diez mil años.

—Entonces, ¿a qué viene tanto alboroto?

—Las radiaciones. Partículas aceleradas de todo tipo. —La silla vibratoria comenzaba a producir sus efectos sedantes; se hundió aún más profundamente en la masa informe y dejó que las ondas verticales le amasaran bien los músculos—. La cuestión es bien sencilla. El espacio conocido no es más que una burbuja de estrellas situada a treinta y tres mil años luz del eje galáctico. Las novas comenzaron a explotar hace más de diez mil años. Ello significa que el frente expansivo de las explosiones combinadas llegará aquí dentro de unos veinte mil años. ¿Conforme?

—Es evidente.

—Y la radiación subnuclear de un millón de novas avanza inmediatamente detrás del frente expansivo.

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