Mundo Anillo (3 page)

Read Mundo Anillo Online

Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
7.29Mb size Format: txt, pdf, ePub

Luis pidió otra copa. A juzgar por sus conocimientos de historia kzinti, estos cuatro debían de ser bastante modosos. El titerote aún seguía con vida.

Por fin acabó la discusión y los cuatro kzinti se volvieron. El de las señales negras sobre los ojos dijo:

—¿Cómo te llamas?

—Uso el nombre humano de Nessus —respondió el titerote—. Mi verdadero nombre es... —Por un instante una armónica melodía emergió de las extraordinarias gargantas del titerote.

—Muy bien, Nessus. Debes tener en cuenta que los cuatro constituimos una embajada kzinti en la Tierra. Éste es Hareh, y éste Ftanss, el de las rayas amarillas es Hroth. Yo soy sólo un aprendiz y de casta inferior, luego no tengo nombre. Se me conoce por mi profesión: Interlocutor-de-Animales.

Luis aguzó los oídos.

—El problema es que no podemos movernos de aquí. Delicadas negociaciones... pero eso no es asunto vuestro. Hemos decidido que soy el único sustituible. Si tu nueva nave tiene algún interés para nosotros, me uniré a vuestra expedición. En caso contrario, tendré que demostrar mi valor de otro modo.

—De acuerdo —dijo el titerote, y se levantó.

Luis no se movió de su asiento.

—¿Puedes decirme la forma kzinti de tu título? —preguntó.

—En la Lengua del Héroe se llama...

Y el kzin lanzó un gruñido de creciente intensidad.

—Entonces, ¿por qué no mencionaste este título? ¿Pretendías insultarnos?

—Sí —dijo el Interlocutor-de-Animales—. Estaba muy enfadado.

Habituado a sus propias normas de conducta, Luis esperaba que el kzin mintiera. Entonces Luis hubiera fingido creerle y ello le hubiera impulsado a mostrarse más amable en el futuro... pero era demasiado tarde para echarse atrás. Luis titubeó una fracción de segundo antes de preguntar:

—¿Y cuál es la costumbre?

—Tendremos que luchar a puño limpio... en cuanto me desafíes. De lo contrario uno de los dos tendrá que excusarse.

Luis se puso en pie. Era un suicidio, pero, ¡nej!, conocía bien la costumbre.

—Te reto a duelo —dijo—. Diente contra diente, garra contra uña, visto que es imposible compartir el universo en paz.

Entonces el kzin al que habían presentado como Hroth dijo, sin levantar la cabeza:

—Permitan que les presente mis excusas en nombre de mi compañero, Interlocutor-de-Animales.

—¿Cómo? —exclamó Luis.

—Es mi función —explicó el kzin de las rayas amarillas—. Por naturaleza, los kzinti nos vemos abocados a situaciones en las que es preciso excusarse o luchar. Sabemos lo que ocurre cuando luchamos. Nuestra población ha quedado reducida a una octava parte de lo que era cuando los kzinti tuvieron su primer encuentro con el hombre. Nuestras colonias son vuestras colonias, nuestras especies esclavas han sido liberadas y han aprendido la tecnología y la ética humanas. Cuando se presenta la alternativa de excusarse o luchar, mi función es pedir excusas.

Luis se sentó. A fin de cuentas, tal vez podría seguir viviendo.

—No quisiera ese trabajo por nada del mundo —dijo.

—Es evidente, puesto que estabas dispuesto a luchar con un kzin a puño vivo. Pero el Patriarca opina que sólo sirvo para eso. Mi inteligencia es escasa, mi salud mala y mi coordinación terrible. ¿Qué otra cosa puedo hacer para no perder mi nombre?

Luis bebió un sorbo de su combinado y rogó que alguien cambiara de tema. Ese kzin humilde le ponía nervioso.

—Comamos —dijo el que se denominaba Interlocutor-de-Animales—. A menos que nuestra misión sea urgente, Nessus.

—En absoluto. Aún no tenemos la tripulación completa. Mis colegas me avisarán cuando hayan localizado un cuarto tripulante cualificado. Podemos comer tranquilamente.

Interlocutor-de-Animales aún hizo un comentario antes de regresar a su mesa.

—Luis Wu, has usado demasiada verborrea para desafiarme. Para retar a duelo a un kzin basta un rugido de rabia. Un rugido y luego un rápido ataque.

—Un rugido y luego un rápido ataque —repitió Luis—. Estupendo.

2. Y su pintoresca compañía

Luis Wu conocía muchas personas que cerraban los ojos cuando usaban una cabina teletransportadora. El repentino cambio de escenario les producía vértigo. Luis lo consideraba una bobada; pero, en fin, las rarezas de sus amigos no acababan ahí.

Mantuvo los ojos bien abiertos mientras marcaba el código. Los extraterrestres que le observaban se esfumaron. Alguien gritó:

—¡Aquí está!

Un gran gentío comenzó a agolparse junto a la puerta. Luis tuvo que empujar para abrirla.

—¡Vaya tarambanas! ¿Nadie se ha ido a casa aún? —Abrió los brazos como si quisiera estrecharlos a todos, luego comenzó a abrirse paso a empellones como una máquina quitanieves—. ¡Dejad paso, palurdos! Traigo más invitados.

—¡Estupendo! —gritó una voz en su oído. Unas manos anónimas cogieron la suya y le apretaron los dedos en torno a una ampolla de licor. Luis dio palmadas en la espalda a los siete u ocho invitados que tenía al alcance y sonrió ante tan buena acogida.

Luis Wu. De lejos se diría un oriental, con pálida tez amarillenta y largos cabellos blancos. Llevaba su ostentosa túnica azul con aire descuidado, parecía que debía impedirle moverse con soltura. Pero la impresión era engañosa.

De cerca, todo era un timo. No tenía la piel de un pálido color amarillo tostado sino de un liso amarillo cromo, como un Fu Manchú de dibujos animados. La coleta era demasiado gruesa y no había encanecido con la edad, sino que su blanco era total y absoluto con un imperceptible toque de azul, como el reflejo de una estrella enana. Como todos los terrícolas, Luis Wu debía sus colores a los tintes cosméticos.

Un terrícola. Saltaba a la vista. Sus rasgos no eran caucásicos ni mongoloides ni negroides, aunque presentaban reminiscencias de los tres: una mezcla uniforme que debió requerir siglos. La tracción gravitatoria de 9,98 metros/segundo
2
prestaba un aire inconscientemente natural a su postura. Cogió una ampolla de licor y sonrió a sus invitados. Sin saber cómo, se encontró sonriendo ante un par de reflectantes ojos plateados, situados a escasos centímetros de los suyos.

Una tal Teela Brown había ido a dar contra él, nariz con nariz y pecho con pecho. Tenía la piel azul con una nervadura de hilos plateados; su cabellera recordaba las llamas de una hoguera; sus ojos eran espejos convexos. Tenía veinte años y Luis ya había hablado con ella en otras ocasiones. Su charla era superficial y estaba plagada de lugares comunes y falsos entusiasmos; pero era muy bonita.

—Tengo que preguntártelo —dijo, jadeante—, ¿Cómo conseguiste hacer venir un trinoxio?

—No me digas que todavía está aquí.

—Oh, no. Se estaba quedando sin aire y tuvo que irse a casa.

—Una mentira piadosa —le hizo saber Luis—. El generador de aire de los trinoxios dura semanas. En fin, si de verdad te interesa, te diré que, en cierta ocasión, ese trinoxio en concreto fue huésped y prisionero mío durante un par de semanas. Su nave y su tripulación quedaron aniquiladas en las fronteras del espacio conocido y tuve que transportarle hasta Margrave para que le fabricasen una cápsula de supervivencia.

Los ojos de la chica expresaron una deleitada admiración. A Luis le sorprendió agradablemente que estuvieran a la misma altura que los suyos; la frágil belleza de Teela Brown la hacía parecer más baja de lo que en realidad era. Cuando oteó por encima del hombro de Luis, sus ojos se abrieron aún más. Luis hizo una mueca al tiempo que se volvía.

Nessus, el titerote, salió de la cabina.

A Luis se le había ocurrido la idea al salir del Krushenko. Intentó convencer a Nessus para que les diera alguna información sobre su presunto destino. Pero el titerote temía la presencia de ondas espías.

—Podríamos ir a mi casa —sugirió Luis.

—¡Y tus invitados!

—En mi oficina no habrá nadie. Y es totalmente imposible que hayan instalado ningún aparato. Además, ¡causaréis sensación en la fiesta! Si es que aún queda alguien.

El impacto colmó plenamente las expectativas de Luis. Se hizo un silencio absoluto, roto sólo por el tap-tap-tap de los cascos del titerote. Luego, Interlocutor-de-Animales se materializó detrás suyo. El kzin escudriñó el mar de rostros humanos que rodeaban la cabina. Y comenzó a mostrar los dientes.

Alguien tiró el resto de su ampolla en una maceta. El gran gesto. Entre las ramas, se oyó la voz airada de una orquídea de Gummidgy. La gente comenzó a retroceder y a apartarse de la cabina. Se oyó algún comentario: «No estás borracho. Yo también los veo.» «¿Sedantes? A ver si tengo alguno.» «Sabe dar fiestas, ¿no crees?» «Gran tipo este Luis.» «¿Qué dices que es eso?»

No sabían qué hacer con Nessus. La mayoría optó por ignorarlo; temían hacer comentarios, no fueran a quedar en ridículo. Su reacción ante Interlocutor-de-Animales fue aún más curiosa. El kzin, que antaño fuera el peor enemigo del hombre, fue acogido con respetuosa deferencia, como si de algún extraño héroe se tratase.

—Sígueme —le dijo Luis al titerote. Con un poco de suerte, el kzin les seguiría a los dos— Dispensad —gritó, y comenzó a abrirse paso a empellones, mientras se limitaba a sonreír con aire misterioso como toda respuesta a las numerosas preguntas de los excitados o desconcertados huéspedes.

Una vez a salvo en su despacho, Luis cerró con llave la puerta y conectó el sistema antiespías.

—Todo en orden. ¿Alguien quiere tomar un trago?

—Si pudieras calentar un poco de whisky, lo aceptaría —dijo el kzin—. Y si no puedes calentármelo, también lo aceptaré.

—¿Nessus?

—Un jugo de hortalizas cualquiera. ¿Tienes zumo de zanahoria caliente?

—Bah —dijo Luis; pero dio las pertinentes instrucciones al bar y en el acto aparecieron varias ampollas de zumo caliente de zanahoria.

Nessus se sentó sobre su pata trasera doblada, en tanto que el kzin se dejaba caer pesadamente sobre un almohadón inflable. Lo lógico habría sido que explotase como un globo bajo su peso. El segundo enemigo ancestral del hombre tenía un aire extraño y ridículo haciendo equilibrios sobre un almohadón demasiado pequeño para él.

Las guerras entre hombres y kzinti habían sido numerosas y terribles. De haber vencido los kzinti en la primera de ellas, la humanidad hubiese quedado esclavizada y convertida en ganado de carne por el resto de la eternidad. Pero los kzinti habían sufrido graves bajas en las sucesivas guerras. Tenían la costumbre de atacar sin estar preparados. Entendían muy poco de paciencia, y nada de piedad ni de guerra limitada. Cada guerra había diezmado considerablemente su población y les había costado, además, la confiscación punitiva de un par de mundos kzinti.

Los kzinti llevaban doscientos cincuenta años sin atacar el espacio humano. No tenían con qué lanzar el ataque. Los hombres llevaban doscientos cincuenta años sin atacar los mundos kzinti y no había kzin capaz de entenderlo. Los hombres les desconcertaban terriblemente.

Eran duros y fuertes, sin embargo Nessus, un cobarde confeso, había insultado a cuatro kzinti maduros en un restaurante público.

—Vuelve a contarme lo de la proverbial cautela de los titerotes —dijo Luis— No recuerdo bien...

—Creo que no he jugado muy limpio contigo, Luis. Mi especie opina que estoy loco.

—Oh, fantástico. —Luis bebió un sorbo de la ampolla que le había puesto en la mano un anónimo donante. Contenía vodka, jugo de moras y hielo picado.

La cola del kzin se agitaba sin cesar.

—¿Por qué embarcarnos con un maníaco confeso? Debes estar más loco de lo normal o no te embarcarías con un kzin.

—Os asustáis fácilmente —dijo Nessus, con su suave voz persuasiva, insoportablemente sensual—. Los hombres siempre han considerado locos a todos los titerotes, desde su particular punto de vista. Ningún ser extraño ha visto jamás el mundo de los titerotes y ningún titerote en sus cabales confiaría su vida al poco seguro sistema de supervivencia de una nave espacial, ni se aventuraría en medio de los ignorados y posiblemente mortales peligros de un mundo extraño.

—Un titerote loco, un kzin bien desarrollado y yo. Más vale que el cuarto miembro de la tripulación sea un psiquiatra.

—No, Luis, entre los posibles candidatos no figura ningún psiquiatra.

—¿Y por qué no?

—No he escogido mi equipo al azar. —El titerote iba bebiendo su zumo con una boca mientras hablaba por la otra—. En primer lugar, me he incluido a mí mismo. El viaje proyectado debe ser provechoso para mi especie; luego, debe participar en él un representante de la misma. Éste debe ser lo bastante insensato para arriesgarse a explorar un mundo desconocido, pero lo suficientemente cuerdo para poner su intelecto al servicio de su supervivencia. Se da el caso de que soy exactamente un caso límite.

—Teníamos nuestros motivos para incluir un kzin. Interlocutor-de-Animales, esto que voy a decirte es un secreto. Llevamos bastante tiempo observando a tu especie. Ya os conocíamos antes de que atacaseis a la humanidad.

—Fue una suerte que no se os ocurriera presentaros —rugió el kzin.

—Desde luego. Al principio llegamos a la conclusión de que la especie kzinti era inútil y también peligrosa. Comenzamos a estudiar la posibilidad de exterminaros sin peligro.

—Te voy a hacer un nudo marinero con los dos cuellos.

—No te atreverás a realizar ningún acto violento.

El kzin se levantó.

—Tiene razón —dijo Luis—. Siéntate, Interlocutor. No ganarás nada con asesinar a un titerote.

—El proyecto fue anulado —continuó Nessus—. Descubrimos que las guerras entre kzinti y hombres podían frenar la expansión kzinti y reducir el peligro potencial que representabais. Pero seguimos observando.

»A lo largo de varios siglos llegasteis a atacar seis veces a los hombres. En las seis ocasiones fuisteis derrotados, y perdisteis aproximadamente dos terceras partes de vuestra población masculina en cada guerra. ¿Será necesario insistir en el grado de inteligencia que demostrasteis? ¿No? En todo caso, nunca hubo verdadero riesgo de extinción. Vuestras hembras no-racionales se vieron poco afectadas por las guerras, de modo que en cada ocasión la nueva generación logró cubrir las pérdidas. Con todo, fuisteis perdiendo paulatinamente un imperio que os había costado milenios edificar.

»Comprendimos que los kzinti estabais evolucionando a un ritmo frenético.

—¿Evolucionando?

Nessus gruñó una palabra en la Lengua del Héroe. Luis dio un salto. Nunca hubiera imaginado que de las gargantas del titerote pudiera salir eso.

Other books

The Family Jewels by Christine Bell
Shadow of the Hangman by J. A. Johnstone
Blunt Impact by Lisa Black
Christmas Tales of Terror by Chris Priestley
Todos los cuentos by Marcos Aguinis
Yellow Dog Contract by Thomas Ross
Wings in the Night by Robert E. Howard