—...Oh.
—Dentro de veinte mil años tendremos que evacuar todos los mundos conocidos, y probablemente otros muchos más.
—Falta mucho tiempo. Si comenzásemos la operación ahora, podríamos realizarla con las naves que poseemos. Sin ningún problema.
—No sabes lo que dices. A una velocidad de tres días por año luz, una de nuestras naves tardaría unos seiscientos años en llegar a las Nubes de Magallanes.
—Podrían repostar aire y alimentos... cada año o así.
Luis rió:
—Intenta convencer a alguien para que haga eso. ¿Quieres saber mi opinión? Nadie hará nada hasta que la luz de la explosión del Núcleo comience a resplandecer entre las nubes de polvo que se interponen entre nosotros y el eje galáctico; entonces de pronto cundirá el pánico en todo el espacio humano. Y les quedará sólo un siglo para largarse. Los titerotes hicieron lo más sensato. Mandaron un hombre al Núcleo con fines publicitarios, pues deseaban fondos para financiar sus investigaciones. El hombre envió instantáneas como la que estás viendo. Los titerotes emprendieron la marcha al instante, sin esperar tan sólo a que aterrizara. Cuando llegó, no quedaba ni un titerote en ningún mundo humano. Pero nosotros esperaremos, y cuando por fin nos decidamos a hacer algo tendremos que evacuar trillones de seres racionales de toda la galaxia. Necesitaremos las naves más grandes y veloces que seamos capaces de construir, y cuantas más tengamos, mejor. Necesitamos el propulsor de los titerotes ahora, para poder empezar a perfeccionarlo ya. El...
—Está bien. Iré con vosotros.
Luis se quedó con la frase en la boca y sólo logró exclamar:
—¿Cómo?
—Iré con vosotros —repitió Teela Brown.
—Has perdido el juicio.
—Pero tú vas, ¿no?
Luis apretó los dientes para no estallar. Cuando por fin habló, lo hizo con más calma de la necesaria.
—Sí, yo voy. Pero mis razones no son las tuyas y estoy más preparado para salvar el pellejo que tú, porque tengo más años de práctica.
—Pero yo soy más afortunada.
Luis soltó un bufido.
—¡Y tal vez no tenga razones de tanto peso como tú para embarcarme, pero para mí son válidas! —Habló con voz aguda y chillona por la ira.
—A mí no me vengas con ésas. —Teela golpeó la pantalla. La gruesa coma de luz de las novas brilló bajo su uña—: ¿No te parece razón suficiente?
—Conseguiremos el hiperreactor de los titerotes aunque no vengas. Ya oíste lo que dijo Nessus. Hay miles en tu misma situación.
—¡Y yo soy una de ellos!
—Muy bien, lo eres, ¿y qué? —explotó Luis.
—¿Qué nej significa tanto proteccionismo? ¿Te he pedido acaso protección?
—Lo siento. No sé por qué he intentado imponerme. Eres una persona adulta y autónoma.
—Gracias. Tengo el propósito de unirme a vuestro grupo.
Teela había adoptado un tono de glacial formalidad. Lo peor del caso es que era una persona adulta y autónoma. No sólo no podía coaccionaría, sino que cualquier intento de darle órdenes sería una incorrección y (más importante aún) no serviría de nada.
Pero tal vez fuera posible convencerla...
—Sin embargo, debes tener en cuenta una cosa —dijo Luis Wu—. Nessus no ha escatimado esfuerzos para mantener esta expedición en secreto. ¿Por qué? ¿Qué quiere ocultar?
—Eso es asunto suyo, ¿no crees? A lo mejor, donde sea que vamos hay algo que podría despertar la codicia de algunos.
—¿Y qué? El lugar al cual nos dirigiremos está a dos mil años luz de aquí. Somos los únicos que podremos llegar hasta allí.
—Tal vez se trate de la propia nave.
Teela era una extraña criatura, pero no era tonta. Ni el mismo Luis había considerado esa posibilidad.
—Y piensa en la tripulación —dijo él—. Dos humanos, un titerote y un kzin. Sin ningún explorador profesional en el grupo.
—Sé donde quieres ir a parar, Luis; pero, en serio, tengo toda la intención de embarcarme. Dudo que consigas impedírmelo.
—Sin embargo, al menos puedes enterarte del lío en que te estás metiendo. ¿Qué me dices de semejante tripulación?
—Eso es asunto de Nessus.
—Yo diría que a nosotros también nos incumbe. Nessus recibe órdenes directas de los-que-dirigen, del alto mando de los titerotes. Tengo la impresión de que hace sólo unas horas que comprendió el alcance de esas órdenes. Ahora está aterrado. Esos... sacerdotes de la supervivencia están jugando cuatro cartas a la vez, sin contar con lo que sea que debamos explorar.
Advirtió que había conseguido despertar el interés de Teela, conque insistió:
—Ante todo, está Nessus. Un ser tan loco como para aterrizar en un mundo desconocido, ¿tendrá el juicio suficiente para sobrevivir al experimento? Los-que-dirigen tienen que averiguarlo. Cuando lleguen a las Nubes de Magallanes tendrán que establecer otro imperio comercial. Los titerotes locos constituyen el puntal de sus negocios. Luego tenemos a nuestro velludo amigo. Un embajador ante una raza extranjera; debe de ser uno de los kzinti más sofisticados del momento. ¿Tendrá el
savoir faire
suficiente para convivir con los demás? ¿O nos matará para disponer de más espacio y un poco de carne fresca? En tercer lugar, estás tú y tu presunta buena suerte, un proyecto de investigación fantástico donde los haya. El cuarto soy yo, el supuesto explorador por excelencia. Tal vez mi función sea servir de control. ¿Quieres que te diga mi opinión? —Luis se había puesto de pie y miraba a la chica desde arriba, procurando hacerle llegar el significado de cada palabra mediante una técnica oratoria que había aprendido cuando perdió una elección para las Naciones Unidas a los setenta y pico—. Lo que menos les importa a los titerotes es el planeta al que nos mandan ¿Por qué habría de interesarles si piensan abandonar la galaxia? Piensan experimentar con nuestro pequeño grupo hasta la destrucción. Antes de que nos matemos, los titerotes habrán descubierto muchas cosas sobre nuestra forma de interacción.
—No creo que vayamos a explorar un planeta —comentó Teela.
Luis explotó:
—¡Nej! ¿Y a qué viene eso ahora?
—Pero, Luis. ¿No crees que si vamos a morir en el curso de la exploración, tal vez valga la pena saber dónde estaremos? Personalmente, creo que se trata de una nave espacial.
—¿No me digas?
—Una nave gigantesca en forma de anillo con una dragadora para recoger hidrógeno interestelar. Creo que está construida de forma que el hidrógeno es canalizado hacia el eje para su fusión. Ello permitiría obtener fuerza motriz, y también sol. Se podría hacer girar el anillo para obtener fuerza centrífuga y recubrir de vidrio la parte interior.
—Ya veo —dijo Luis, mientras intentaba recordar el extraño grabado instantáneo que le había dado el titerote. No había prestado suficiente atención al lugar de destino de la expedición.
—Es posible. Grande y primitivo y de difícil manejo. Pero ¿qué interés puede tener para los-que-dirigen?
—Podría ser una nave refugio. Las razas del Núcleo podrían haber descubierto los procesos estelares muy pronto, dada la proximidad de los soles. Es posible que previeran la explosión con milenios de antelación..., cuando sólo había dos o tres supernovas.
—Es posible... y me has hecho perder el hilo. Ya te dije cuáles creo que son las secretas intenciones de los titerotes. Pienso embarcarme a pesar de todo, para pasar el rato. Pero, ¿qué interés puede tener para ti?
—La explosión del Núcleo.
—Admiro tu altruismo, pero no creo que de verdad te preocupe un acontecimiento que no se producirá hasta dentro de veinte mil años. Búscate otra excusa.
—¡Maldita sea, si tú puedes ser un héroe, también puedo serlo yo! Y te equivocas respecto a Nessus. No se embarcaría en una misión suicida. Y... ¿qué interés tendrían los titerotes en averiguar cosas sobre nosotros, o los kzinti? ¿Para qué probarnos? Están abandonando la galaxia. No volverán a vernos jamás.
No, Teela no era estúpida. Pero...
—Te equivocas. Los titerotes tienen motivos para averiguar sobre nosotros.
Teela le desafió a demostrar su afirmación con una fulminante mirada.
—No sabemos gran cosa sobre la migración de los titerotes. Sabemos que en estos momentos todo titerote viviente, sano de cuerpo y alma, ha emprendido la marcha. Y sabemos que avanzan a una velocidad apenas inferior a la de la luz. A los titerotes les asusta el hiperespacio. Ahora bien, a una velocidad poco inferior a la de la luz, la flotilla de los titerotes debería llegar a la Nube Menor de Magallanes dentro de unos ochocientos años. ¿Y qué esperan encontrar una vez allí? —Hizo un guiño y soltó la traca final—: A nosotros, claro. Humanos y kzinti, por lo menos. Y probablemente también kdaltynos, pierines y delfines. Saben que esperaremos hasta el último minuto y entonces saldremos a escape, y saben que usaremos naves de velocidad hiperlumínica. Cuando los titerotes lleguen por fin a la Nube de Magallanes, tendrán que habérselas con nosotros... o con lo que sea que consiga matarnos; y conociéndonos, no les será difícil adivinar la naturaleza del destructor. Oh, ya lo creo que tienen motivos para estudiarnos.
—No lo niego.
—¿Sigues empeñada en embarcarte?
Teela asintió.
—¿Por qué?
—Prefiero reservarme la respuesta.
Teela demostraba una total compostura. ¿Y qué podía hacer Luis? Si hubiera sido menor de diecinueve, habría podido avisar a uno de sus padres. Pero a los veinte se la consideraba adulta. Era preciso establecer una línea divisoria.
Como persona adulta era libre de elegir; tenía derecho a esperar un comportamiento correcto por parte de Luis Wu; su vida privada era sacrosanta. Luis sólo podía intentar convencerla, y no lo había conseguido.
Conque no había razón alguna para que Teela actuara como lo hizo a continuación. De pronto cogió las manos de Luis entre las suyas y, con una sonrisa implorante le dijo:
—Llévame contigo, Luis. Tengo suerte, de verdad. Si Nessus se porta mal te verías obligado a dormir solo. Sé que eso no te gustaría.
Le tenía atrapado. No podía impedir que se embarcase en la nave de Nessus, aunque no pudiera entenderse directamente con el titerote.
—Está bien —dijo—. Le llamaremos.
Y no le atraía la perspectiva de dormir solo.
—Deseo unirme a la expedición —dijo Teela ante la pantalla del teléfono.
El titerote emitió un mi-bemol sostenido.
—¿Cómo dices?
—Perdona —dijo el titerote—. Preséntate en el Aeropuerto Ultramontano, en Australia, mañana a las 08:00. Puedes traer artículos personales hasta un límite de veinte kilos de peso terrestre. Luis debe hacer otro tanto. Ah... —El titerote levantó las cabezas y chilló.
Luis preguntó preocupado:
—¿Estás enfermo?
—No. Preveo mi propia muerte. Luis, ojalá te hubieras mostrado menos persuasivo. Hasta luego. Nos veremos en el Aeropuerto Ultramontano.
La pantalla se apagó.
—¿Lo ves? —dijo Teela con un retintín—. ¿Ves lo que ganas con mostrarte tan persuasivo?
—Vaya labia tengo. Bueno, hice lo que pude. No te quejes si sufres una muerte horrible.
Esa noche, mientras flotaban suspendidos en el vacío en la oscuridad del dormitorio, Luis le oyó decir:
—Te quiero. Me embarcaré contigo porque te quiero.
—Yo también te quiero —respondió él, sin olvidar los buenos modales en su amodorramiento. Luego captó todo el sentido de la frase y dijo—: ¿Eso es lo que te reservabas?
—Pues...
—¿Vas a seguirme a dos mil años luz de aquí porque no podrías soportar mi ausencia?
—Así es.
—Media luz en el dormitorio —ordenó Luis. Y un débil resplandor azulado iluminó la habitación.
Flotaban a unos veinte centímetros uno de otro, entre las placas sómnicas. Ya se habían quitado los tintes cosméticos y los tratamientos capilares de moda entre los terrícolas, como primer preparativo para la salida al espacio. La coleta de Luis mostraba ahora un cabello liso y negro; el vello prestaba una tonalidad gris a su calva. La tez de un amarillo tostado y los ojos castaños sin ninguna oblicuidad perceptible le daban un aspecto bastante distinto.
Teela había experimentado cambios igualmente drásticos. Ahora llevaba el cabello, oscuro y ondulado, atado en un moño. Su piel exhibía una blancura nórdica. Grandes ojos castaños y una boquita muy seria constituían los rasgos más destacados de su rostro ovalado; la nariz era casi imperceptible. Flotaba como aceite en el agua en medio del campo sómnico, perfectamente relajada.
—Pero nunca has ido más allá de la Luna.
Teela asintió.
—Y no soy el mejor amante del mundo. Tú misma me lo has dicho.
Volvió a asentir. Teela Brown no mostraba la menor reticencia. En esos dos días con sus respectivas noches no había mentido, ni había intentado ocultar la verdad, ni siquiera había rehuido ninguna pregunta. Luis lo hubiera notado. Le había hablado de sus dos primeros amores: el que había dejado de interesarle al cabo de medio año, y el otro, un primo, que había recibido una oferta para emigrar al monte Lookitthat. Luis no le había contado gran cosa de sus experiencias y ella pareció aceptar bien su reticencia. Pero, por su parte, no había ningún recelo. Y hacía las preguntas más increíbles.
—¿Entonces por qué me has escogido precisamente a mí? —preguntó él.
—No lo sé —confesó ella—. Tal vez sea una cuestión de carisma. Eres un héroe, ya lo sabes.
Era el único superviviente del primer grupo de hombres que estableció contacto con una especie extraterrestre. ¿Conseguiría superar algún día el episodio de los trinoxios?
Hizo una última tentativa:
—Mira, conozco al mejor amante del mundo. Es amigo mío. Es su hobby. Escribe libros sobre el tema. Es doctor en fisiología y psicología. Hace ciento treinta años que...
Teela se había tapado los oídos:
—No —dijo—. No.
—Lo único que pretendo es que no te mates por ahí. Eres demasiado joven. —Teela le miró desconcertada, esa mirada desconcertada, señal de que había utilizado unas palabras de intermundo perfectamente definidas para componer una frase sin sentido. ¿Zozobras del corazón? ¿Matarse por ahí? Luis suspiró para sus adentros—. Fusión de los nódulos del dormitorio —ordenó, y algo ocurrió en el campo sómnico. Las dos regiones de equilibrio estable, las anomalías que impedían que Luis y Teela cayeran fuera del campo, se juntaron y se fundieron en una sola. Luis y Teela comenzaron a rodar hasta encontrarse y quedar pegados el uno al otro.