Authors: Ben Mezrich
Sean contó una historia tras otra, con una energía fuera de lo normal. Acerca de Napster, sobre las batallas que había librado. Acerca de Plaxo y de las batallas aún más sucias a las que había sobrevivido. Lo contaba todo, sin tapujos. La vida en Silicon Valley. Las fiestas en Stanford y en L.A. Los amigos que se habían hecho millonarios, y los que todavía estaban buscando su gran éxito. Pintó un cuadro realmente excitante de su mundo, y Eduardo podía ver que Mark se lo estaba tragando todo. Parecía a punto de salir corriendo del restaurante y comprarse un billete de avión directo a California.
Cuando Sean terminó de contar la última de sus historias —por el momento, supuso Eduardo—, cambió de tercio y les preguntó por sus últimos progresos con thefacebook.
Eduardo comenzó a explicar que ahora estaban en veintinueve universidades, pero Sean se giró hacia Mark y le preguntó por las estrategias que estaban usando para que las diferentes universidades se subieran al carro.
Eduardo se quedó allí sentado, un poco ofendido, mientras Mark explicaba artificiosamente su estrategia a través de un ejemplo. Contó la historia de Baylor: una pequeña universidad tejana que al principio se había negado a adoptar thefacebook porque tenía una red social propia. De modo que en lugar de ir directamente a por Baylor, habían hecho una lista con todas las universidades que había en un radio de ciento cincuenta kilómetros, y habían lanzado thefacebook en ellas. Pronto los chicos de Baylor veían a todos sus amigos en la página web y prácticamente les suplicaron que lanzaran thefacebook en su campus. En pocos días, la página social de Baylor era historia.
Sean parecía realmente excitado con esta historia. Luego la enriqueció citando algo que había leído en el periódico de Stanford —el
Stanford Daily
— el 5 de marzo: «Se saltan las clases. Se olvidan de los ejercicios. Los alumnos se pasan horas frente al ordenador totalmente fascinados. La locura de facebook.com se ha adueñado del campus». Veinticuatro horas después de que saliera ese artículo, el 85 por ciento de Stanford se había registrado en thefacebook.
Mark parecía encantado de que Sean hubiera leído cosas sobre él. Y Sean por su parte parecía feliz de que Mark fuera un fan suyo. La conexión entre los dos había sido instantánea, no se podía negar. En cuanto a Eduardo, bueno, no era que Sean le estuviera ignorando de manera intencionada, pero era obvio que prestaba más atención a Mark. Tal vez fuera sólo porque los dos eran expertos informáticos, aunque Mark no veía a Sean como un friki de la informática. Era un friki, sin duda, pero su forma de serlo parecía más chic, como si se estuviera haciendo el friki en un programa de televisión de
primetime.
No era sólo su manera de vestir o su expansiva manera de comportarse. Era su manera de manejar la sala entera, no sólo su mesa. Era un showman, y muy bueno.
A partir de entonces la cena avanzó muy deprisa, aunque no para Eduardo, que casi aplaudió cuando Kelly consiguió finalmente su helado. Una vez que hubieron vaciado todas las cajas chinas, Sean cogió la factura, se excusó y le prometió a Mark que muy pronto volverían a hablar. En un momento el remolino desapareció, tan rápidamente como había aparecido.
* * *
Diez minutos más tarde Eduardo estaba de pie junto a Mark en la acera, delante del restaurante, con la mano levantada como si quisiera llamar un taxi. La novia de Eduardo había quedado con Sean y su novia en algún bar cercano de Tribeca donde tenían que verse con amigos comunes. Eduardo se iba a reunir con ellos más tarde, pero aún tenía unas cuantas llamadas que hacer. Más reuniones potenciales con anunciantes. Eduardo no pensaba abandonar, no importaba cuán difícil se pusiera el asunto.
Con la mano todavía en el aire, Eduardo le lanzó una mirada a Mark. Se daba cuenta de que su amigo aún tenía ese aspecto aturdido. Parker se había ido, pero su aura aún seguía en el aire.
—Es como un vendedor ambulante —dijo Eduardo, tratando de romper el embrujo—. Quiero decir, es un emprendedor en serie. No lo necesitamos realmente.
Mark se encogió de hombros, pero no dijo nada. Eduardo frunció el cejo. Se daba cuenta de que sus palabras le entraban por un oído y le salían por el otro. A Mark le gustaba Parker, lo idolatraba. No había más que decir.
Eduardo supuso que no importaba, de momento. No parecía que Parker fuera a poner dinero en la página; el tipo no tenía dinero realmente, por lo que parecía. Y thefacebook necesitaba dinero. A medida que crecía, se veían obligados a aumentar el gasto en servidores. Y también habían llegado a la conclusión de que debían contratar a un par de personas más para trabajar como programadores. Se referían al trabajo como a unas prácticas, pero algo tendrían que pagarles.
Por eso mañana debían abrir una nueva cuenta bancaria y poner más dinero en el proyecto. Eduardo había liberado diez mil dólares para invertirlos en esa cuenta. Mark no tenía fondos propios, por lo que de momento tendrían que seguir confiando en el dinero de Eduardo.
Tal vez Sean no tuviera demasiada capacidad financiera propia, aunque era probable que tuviera importantes contactos con CRs. Pero gracias a Dios —por una vez— el desinterés de Mark por el dinero convertía eso en un asunto irrelevante. Para Mark, la página seguía siendo una diversión ante todo, y tenía que seguir siendo
cool.
Los anuncios no eran divertidos. El capital riesgo no era divertido. Los tipos con traje y corbata, los tipos con dinero, nunca serían divertidos. Eduardo no tenía que preocuparse por que Mark saliera a buscar CR en breve.
A pesar de todo, Eduardo no podía evitar pensar que para Mark —a pesar incluso de sus amigos CR— Sean Paker era la
definición
misma de lo
cool.
Pero arrinconó esa idea al fondo de su mente. Todo iba a las mil maravillas, no tenía nada de que preocuparse. A todo el mundo le encantaba thefacebook.
Tarde o temprano, encontrarían el modo de sacar dinero del asunto, y sin necesidad de Sean Parker. Y Eduardo tenía la impresión de que Sean Parker no podía ser el único que se había fijado en su pequeña página web. Era sólo cuestión de tiempo antes de que llamara a su puerta gente con los bolsillos llenos, lo bastante llenos para pagar algo más que una cena en un restaurante de moda de Nueva York.
—Sip. Ahí tenemos a otro.
—Me estás tomando el pelo.
—No lo estoy haciendo.
Al principio, Eduardo resistió el impulso de mirar por encima de su hombro. Trató de concentrarse en el profesor, un hombre con barba y pelo canoso que recorría arriba y abajo el estrado frente al aula de tamaño mediano donde se encontraban, pero era casi imposible; para empezar, no estaba seguro de en qué clase estaba, sólo que tenía algo que ver con un lenguaje informático avanzado del que no sabía nada. Había vuelto a colarse en una de las clases de Mark. Thefacebook comenzaba a invadir la vida académica de ambos, e incluso las horas de clase se estaban convirtiendo en improvisadas horas de oficina para su negocio en alza. Y en aquel preciso momento, el negocio que tenía entre manos consistía en luchar contra el impulso de darse la vuelta y mirar… pero al final fue más fuerte que él y se dio la vuelta.
Le costó menos de un segundo encontrar al tipo —treinta y pico, combinación de traje gris y corbata, maletín bajo el brazo—, pues parecía totalmente fuera de lugar en aquella aula, sentado entre dos alumnos de segundo con camiseta de tenis. El tipo tenía una sonrisa estúpida en la cara, que se hizo aún más grande cuando vio que Eduardo le miraba.
Dios. Comenzaba a ser ridículo. No era el primer CR que les iba a ver al campus; ahora que el semestre de primavera prácticamente había terminado y el curso se acercaba a su fin, venían con una frecuencia que casi daba miedo. No sólo CRs: también representantes de las principales empresas de software y de Internet. Tipos trajeados se les presentaban en el comedor de Kirkland y en la biblioteca; uno incluso había conseguido llegar hasta la habitación de Mark y había esperado tres horas fuera hasta que éste volvió de una reunión del departamento de informática.
Naturalmente estaba muy bien recibir tanta atención, pero la cuestión era que todavía no ponían dinero sobre la mesa, sólo sugerían que podrían llegar a hacerlo. Unos pocos habían propuesto cifras —cifras bonitas, abultadas, con siete ceros detrás—, pero nadie había hecho ofertas concretas, y ni Mark ni Eduardo se sentían inclinados a tomárselos en serio, menos aún teniendo en cuenta que ni siquiera se habían planteado la idea de vender. Al mismo tiempo, Facebook había superado los 150.000 miembros y sumaba unos cuantos miles más cada día. Si las cosas continuaban igual, Eduardo estaba seguro de que la página llegaría a valer mucho dinero algún día. Ahora que casi había terminado el curso, él y Mark tendrían que tomar unas cuantas decisiones importantes.
Incluso con la ayuda de Dustin y Chris, thefacebook comenzaba a ser un trabajo a tiempo completo. Ahora que terminaba la universidad sería más fácil combinarlo todo, pero thefacebook iba a ser la prioridad para ambos durante todo el verano. Eduardo había hecho algunos progresos con los anunciantes durante el último mes: había buscado activamente a nivel tanto nacional como local, y había logrado colocar ya anuncios de prueba para un puñado de grandes empresas, como AT&T Wireless, America Online y Monster.com. También había vendido algunos anuncios a unas cuantas organizaciones de Harvard: el Curso de Camarero de Harvard, la Fiesta Roja del Club Seneca, el baile anual de la espuma de la Residencia Mather. Los Demócratas Universitarios pagaban treinta dólares al día para despertar interés por un viaje próximo a New Hampshire. De modo que la página comenzaba a dar algo de dinero. No lo suficiente para cubrir los crecientes costes de los servidores, ni los trabajos de mantenimiento y mejora necesarios ahora que había tanta gente conectada a la página, veinticuatro horas al día. Pero era un comienzo.
Eduardo también había introducido mejoras en el negocio en términos de estructura: él y Mark habían creado oficialmente una sociedad el 13 de abril, TheFacebook, LLC, registrada en Florida, donde vivía la familia de Eduardo. En los documentos de creación de la sociedad habían fijado la propiedad de la compañía tal como se había acordado en la habitación de Mark: 65 por ciento para Mark, 30 por ciento para Eduardo y 5 por ciento para Dustin. Chris aún estaba pendiente de recibir algún porcentaje en el futuro, pero aún no se había tomado ninguna decisión. En cualquier caso, sólo tener esos documentos de constitución de sociedad hacía que la empresa pareciera más legal, aun cuando no estuviera dando beneficios aún.
Pero a pesar de los documentos legales y del constante crecimiento de thefacebook, la decisión de qué hacer cuando terminara la universidad en unas semanas seguía siendo difícil. Tanto Mark como Eduardo habían hecho intentos de buscar trabajo para el verano. Mark no había encontrado nada que le motivara, pero a través de sus contactos en el Phoenix y de amigos de la familia Eduardo había conseguido unas prácticas bastante prestigiosas en un banco de inversión de Nueva York.
Eduardo había tratado a fondo el tema de sus prácticas con su padre, y no había duda de hacia dónde se inclinaban sus opiniones. Thefacebook estaba creciendo y era increíblemente popular, pero aún no daba dinero real. Las prácticas eran un trabajo respetable y una magnífica oportunidad. Y teniendo en cuenta que la mayoría de los anunciantes que thefacebook pretendía pescar tenían sede en Nueva York, ¿no era más razonable aceptar las prácticas y trabajar en thefacebook en su tiempo libre?
Antes de que Eduardo pudiera plantearle la idea a Mark, éste había lanzado su propia bomba; thefacebook era también la máxima prioridad para él, pero había comenzado a desarrollar otro proyecto llamado Wirehog con un par de colegas de informática: Adam D'Angelo, el amigo del instituto con el que había inventado Synapse, y Andrew McCollum, compañero de clase y estudiante de informática también.
Wirehog era básicamente un hijo bastardo de Napster y Facebook, una especie de programa de archivos compartidos con un aire de red social. Wirehog consistiría en un software descargable que permitiría compartir cualquier cosa entre amigos, desde música hasta imágenes o vídeos, a través de páginas con perfiles personalizados que enlazaban con las de amigos en una red que se podía controlar personalmente. La idea era que cuando Mark terminara lo de Wirehog fusionaría el programa con thefacebook como aplicación. Mientras, tanto él como Dustin seguirían desarrollando thefacebook; esperaban aumentar el número de universidades que usaran la página web de treinta a más de cien a finales de verano.
Era una tarea colosal, sobre todo en combinación con el proyecto Wirehog. Pero Mark parecía más excitado que abrumado. Y el hecho de que Mark tuviera previsto dividir su tiempo entre los dos proyectos le facilitaba a Eduardo la decisión de aceptar las prácticas.
Eduardo no se inquietó hasta que Mark lanzó su segunda bomba. Mark le había dado la noticia apenas un día antes; en realidad, para entonces Eduardo ya había aceptado las prácticas e incluso comenzado a mirar pisos de alquiler en Nueva York.
En algún momento de las últimas semanas, había explicado Mark, solo en su habitación con un paquete de seis Beck's, había llegado a la conclusión de que California era el lugar ideal para vivir los próximos meses. Quería trabajar en Wirehog y thefacebook en Silicon Valley, un lugar legendario para programadores como Mark, la tierra de todos sus héroes. Daba la casualidad de que Andrew McCollum había conseguido un trabajo en EA Sports, con sede en Silicon Valley, y Adam D'Angelo también iría. Mark y sus amigos informáticos habían encontrado un subalquiler barato en una calle de Palo Alto llamada La Jennifer Way, justo al lado del campus de Stanford. A Mark le parecía el plan perfecto. Dustin iría con él, se instalarían en la casa subalquilada y thefacebook y Wirehog estarían en el lugar que les correspondía. California. Silicon Valley. El epicentro del mundo
online.
Un día más tarde Eduardo aún no había logrado digerir la segunda bomba de Mark. En realidad, no le gustaba en absoluto cómo sonaba: California no sólo estaba lo más lejos que se podía estar de Nueva York, sino que también era un lugar peligroso y seductor desde su punto de vista. Con Eduardo en Nueva York, persiguiendo a posibles anunciantes, los tipos de los trajes, como el CR que estaba sentado unas filas más atrás, podrían perseguir a Mark tranquilamente. Y peores aún que los tipos del traje eran los tipos como Sean Parker, pues éstos sabían exactamente cuáles eran los botones que debían tocar. Llevar el negocio desde California no había sido nunca el plan. Se suponía que Mark y Dustin eran los programadores, mientras que Eduardo era el hombre de negocios. Si se separaban, ¿cómo iba a dirigir Eduardo el negocio como habían acordado?