Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición. (21 page)

BOOK: Multimillonarios por accidente, El nacimiento de facebook. Una historia de sexo, dinero, talento y traición.
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Pobre tío, pensó Sean.

¿Qué ocurre cuando el tipo que tienes al lado atrapa un relámpago? ¿Te arrastra con él hasta la estratosfera? ¿O simplemente te chamuscas intentando agarrarte a él?

CAPÍTULO 22:
California dreaming

La lluvia caía en furiosas rachas grises cuando el 757 de American Airlines de doble pasillo comenzó a rodar hacia la pista de despegue. Eduardo tenía la cara casi pegada a la ventana circular, pero no podía ver nada aparte de la lluvia. No había forma de decir cuántos aviones hacían cola delante de ellos, pero tratándose del JFK un viernes por la noche y además con ese tiempo, había muchas posibilidades de que se quedaran en la pista un buen rato. Lo cual significaba que iba a llegar a San Francisco más tarde de las diez de la noche previstas, que para él serían ya como la una de la madrugada. Estaría agotado para cuando Mark y el resto del equipo fueran a recogerle al aeropuerto, pero sabía perfectamente que eso no cambiaría nada. Por lo que había oído de sus planes para aquella noche, ya podía ponerse las pilas.

El sonido de los motores empujando el avión en su lento avance resonaba en sus músculos cansados, y Eduardo volvió a reclinar la espalda contra el estrecho asiento de la ventana, tratando de ponerse cómodo. Aunque iba vestido con su habitual traje y corbata, no creía que tuviera problemas para dormir las seis horas que duraría el vuelo. No había parado ni un momento en el último mes en Nueva York. Jornadas de diez horas yendo de aquí para allá, reuniéndose con anunciantes, inversores potenciales, productores de software, cualquiera que estuviera interesado en thefacebook, por cualquier razón. Luego estaban las cenas y las fiestas en varios clubes nocturnos de Nueva York, en general con amigos del Phoenix que también pasaban el verano en la City; y por supuesto el tiempo que pasaba con Kelly, que ahora se llamaba a sí misma su novia, a veces correctamente, aunque Eduardo comenzaba a darse cuenta de que estaba un poco zumbada.

Eduardo no lamentaba ni por un momento haber abandonado sus prácticas el primer día —en realidad, minutos después de sentarse en el pequeño cubículo que supuestamente debía ocupar durante las siguientes diez semanas, y mirar la pila de valoraciones de bolsa que supuestamente debía analizar—, pues se daba cuenta de que no iba a convertirse en un auténtico hombre de negocios como su padre si dejaba de lado el negocio que él y Mark habían fundado en el dormitorio. Sin embargo, no podía evitar sentirse inquieto por thefacebook, especialmente por la noche, cuando se preguntaba cómo les iban las cosas a Mark y al resto del equipo en California, en qué andaban, qué progresos hacían… y por qué no le llamaban más a menudo.

Eduardo hizo un gesto de exasperación contra sí mismo, y estiró un poco sus miembros en el rígido y estrecho asiento para desentumecerse; tal vez comenzaba a pensar como su novia desquiciada, a la que seguramente no tardaría en dejar; tal vez estuviera un poco celoso. ¿Acaso no era esa la verdadera razón por la que había comprado un billete de última hora a California, para ver por sí mismo que sus miedos eran infundados?

Al final de aquella noche, estaba seguro de que todo volvería a ser como antes. Él y Mark y los demás se irían de farra, luego trabajarían un poco y recuperarían la armonía. Y la cosa empezaría por todo lo alto.

Mark había dicho algo de una fiesta a la que Sean Parker había conseguido que les invitaran: una especie de evento benéfico al que asistirían todos los tipos importantes del mundillo.

Sería divertido, aunque también habría oportunidad de conocer a más inversores, incluidos algunos CRs, algunos peces gordos de Silicon Valley, incluso unas cuantas celebridades de Internet. Según Mark, Parker ya les había llevado a un puñado de fiestas parecidas; a lo largo del mes que había pasado desde que llegaron a California, Mark había conocido todos los puntos calientes del lugar. Habían visitado el circuito de Stanford en verano, la escena
high-tech
de San Francisco, e incluso habían hecho algunas escapadas a L.A. para asistir a juergas de alto perfil en Hollywood.

Sean Parker conocía a todo el mundo, y todo el mundo conocía a Sean. A través de él, todo el mundo comenzaba a conocer a Mark también; thefacebook estaba lejos de ser algo realmente grande, pero comenzaba a ser la comidilla de la ciudad y parecía que todos tenían ganas de conocer al chico listo que había detrás de la famosa red social. Eduardo no podía evitar preocuparse un poco más cada vez que hablaba con Mark y se enteraba de algún otro hito, fiesta o cena que se había perdido por estar en Nueva York. Peor aún, Mark era Mark: si era difícil de interpretar en persona, por teléfono era ya un misterio completo. A veces era como hablar con un ordenador. Oía lo que decías, lo digería, pero sólo respondía si le parecía que había necesidad de una respuesta. A veces no daba ninguna.

Si Mark estaba contento de saber que Eduardo había hecho progresos por fin con los anunciantes —en concreto, había cerrado un trato con Y2M y logrado que otros peces gordos le hicieran promesas bastante impresionantes— ciertamente no lo demostraba. Aunque para ser justos, Mark y su equipo estaban trabajando todas las horas del día y de la noche para añadir elementos a la página
y
sumar cada vez más universidades. A la velocidad que iban, superarían los quinientos mil miembros a finales de agosto, un número bastante espectacular. Pero a la vez que crecían también surgían nuevos problemas.

El más importante de todos era que pronto necesitarían más dinero. La empresa seguía funcionando gracias a los dieciocho mil dólares que Eduardo había depositado en la cuenta del Bank of America, a través de los cheques bancarios que le había dado a Mark al abrirla. El dinero de la publicidad no bastaba para cubrir las necesidades: quinientos mil usuarios ocupan mucho espacio de servidor. Y muy pronto no tendrían suficiente con dos estudiantes en prácticas para mantener la empresa en funcionamiento. Tendrían que contratar a empleados de verdad, alquilar una oficina de verdad, contratar a abogados de verdad, etc. etc.

Eduardo tenía intención de tratar todas esas cuestiones con Mark en cuanto estuviera a solas con él. No eran cosas que Parker tuviera que escuchar, porque no eran de la incumbencia del invitado de Mark, por muchas fiestas a las que pudiera llevarle.

Eduardo sintió un zumbido en su bolsillo y echó una mirada a su alrededor por el avión, momentáneamente confuso. Luego se dio cuenta de que no había apagado su móvil. No había tenido cobertura en el taxi hasta el aeropuerto, pero debía haber encontrado finalmente un satélite. Eduardo miró por la ventana, vio que seguían rodando por la pista y se sacó el trasto del bolsillo.

Cuando miró la pantalla se le torció el gesto.

Veintitrés mensajes, todos de Kelly. Maravilloso.

Kelly estaba en Boston, todavía en la residencia, siguiendo unos cursos de verano. La noche antes Eduardo había cometido el ingenuo error de decirle por teléfono que se iba a California para pasar unos días con Mark y los chicos. Kelly había reaccionado mal y le había soltado todas esas paranoias suyas de que se irían de juerga con chicas que habrían conocido en thefacebook. Era una idea ridicula, aunque para ser justos era verdad que habían conocido a unas cuantas chicas en thefacebook, y lo que es más importante, gracias a su página web cada vez eran más conocidos, dentro y fuera del campus. O por lo menos Mark lo era: Dios, su nombre estaba escrito en todas y cada una de las pantallas.

Pero lo de Kelly era un delirio. No iban allí para liarse con tías al azar, lo que querían era hacer contactos en Silicon Valley. Eduardo le envió un mensaje de respuesta para decirle que se calmara. Se acordó de que le había dejado un regalo en el armario de la habitación la última vez que fue: una chaqueta nueva, aún envuelta en papel regalo del Saks de la Quinta Avenida. Le dijo que lo abriera, y que pensaba en ella todo el tiempo, y que no se preocupara.

Luego apagó el teléfono y se lo volvió a meter en el bolsillo. Con un rugido de los motores, el avión se inclinó hacia atrás y oprimió a Eduardo contra el rígido asiento. ¿No tenía ya suficientes preocupaciones?

Lo último que necesitaba en aquel momento era una novia celosa.

* * *

—No tengas miedo. O bueno, ten miedo. Pero va muy bien.

Eduardo levantó las cejas cuando salió de la terminal detrás de Mark y vio el coche que había aparcado justo sobre el bordillo; no podía decir ni siquiera de qué marca era, pero era realmente viejo y todo él temblaba como un flan. Parecía como si uno de los neumáticos fuera más grande que los otros tres, lo que le daba una inclinación extraña al chasis. En otras palabras, el coche era una mierda.

Lo cual era exactamente lo que Eduardo había esperado desde que Mark lo compró en Craigslist un par de días atrás. Ni siquiera tenía llave: lo ponías en marcha jugando un poco con el arranque. Pero lo bueno era que no tenían que preocuparse por la posibilidad de que alguien lo robara.

Eduardo arrojó su mochila al maletero y se deslizó en el asiento de atrás. Dustin estaba al volante y no se veía por ningún lado a Sean Parker. Mark le explicó que Sean se les había adelantado en su BMW serie i y que les había reservado una mesa VIP. Les había dado sus nombres al portero, de modo que no tendrían problemas para entrar.

Todo esto le parecía perfecto a Eduardo, porque le daba la ocasión de ponerse al día con Mark en el viaje desde el aeropuerto.

Como era habitual en su relación, Eduardo fue quien habló durante la mayor parte del viaje, mientras Mark escuchaba. Le detalló el acuerdo con Y2M y los avances que había hecho con otros anunciantes potenciales. Habló un poco de posibles planes financieros, de algunas ideas para sacar más dinero de los anunciantes locales en cada una de los lugares donde había llegado thefacebook. Luego le habló de la pirada de su novia y de los doce mensajes nuevos que había recibido durante el vuelo desde Nueva York.

Mark parecía absorberlo todo, pero sus respuestas monosilábicas no le decían mucho a Eduardo acerca de lo que pensaba realmente. Su resumen de sus propios progresos, de todo lo que había ocurrido en California el último mes, de Sean Parker y de los nuevos colaboradores y del mundillo había sido el habitual: «Ha sido interesante». Lo cual no le servía de mucho a Eduardo.

Mientras tanto, la ciudad iba pasando tras los cristales a medida que avanzaban lentamente por las estrechas y congestionadas calles de la rutilante ciudad de la colina. Eduardo pensó que era uno de los lugares más bonitos que había visto nunca, pero también que era un lugar extraño: las casas parecían construidas unas sobre otras; las calles serpenteantes —algunas de adoquines y con cables para los tranvías— subían colinas que eran casi montañas por pendiente y altura; en apenas un momento pasabas de un escenario opulento y pintoresco, de postal, a otro donde un grupo de vagabundos se reunía alrededor de un bidón ardiendo.

Muy pronto el número de vagabundos aumentó y la opulencia fue desapareciendo, al pasar el coche por debajo de Geary y entrar en el corazón del distrito Tenderloin. El club estaba más allá de O'Farrell, en un sórdido tramo de calle lleno de locales de cambio de cheques, restaurantes de comida rápida y salones de masaje. Cuando finalmente llegaron a la cutrísima entrada del local, Eduardo vio una larga cola y un hombre corpulento en traje negro y con auriculares junto a la puerta.

—Esto parece prometedor —dijo, mientras Dustin aparcaba el coche junto a un montón de basura que parecía ocupar buena parte de la acera. Los vagabundos cercanos no mostraron ningún interés en su coche—. Más chicas que chicos en la cola. Buen signo.

Salieron del coche y se acercaron a la puerta del club. Como de costumbre, Mark se quedó algo atrás, de modo que Eduardo tomó la iniciativa y se acercó al hombre corpulento de los auriculares. Éste le echó una mirada —examinó la americana y la corbata— y luego miró a Mark y a Dustin que venían unos metros por detrás, vestidos como programadores informáticos. La cara del hombre lo decía todo.
¿Realmente se creen estos tíos que van a entrar aquí?
Estaban en San Francisco, de acuerdo, pero incluso allí debía haber criterios. Eduardo dio sus nombres y el hombre los repitió obedientemente por su micrófono. Luego se encogió de hombros, sorprendido, y les abrió la puerta.

El lugar estaba oscuro y en plena ebullición. Dos pisos de techo bajo, un montón de luces estroboscópicas parpadeando y una escalera Lucite que subía por detrás del bar hasta una sección VIP más elevada, con sus cintas de terciopelo y sus compartimentos circulares forrados de cuero. La música estaba a todo volumen —una mezcla de alternativa y dance— y había camareras con faldas minúsculas y tops por encima de la barriga con bandejas llenas de martinis de aspecto chic y colores brillantes. El lugar estaba atestado de gente y las camareras tenían serios problemas para no derramar los martinis.

Eduardo y sus amigos apenas habían logrado avanzar unos metros entre la gente cuando oyeron por encima de la música una voz que venía de las escaleras. Eduardo apenas alcanzó a ver a Sean Parker que les hacía señas desde la mitad de la escalera hacia la sección VIP.

—¡Por aquí!

Tardaron casi cinco minutos en abrirse paso hasta las escaleras, donde tuvieron que darle sus nombres a otro gorila con auriculares. Luego siguieron a Sean hasta la sección VIP y se unieron a él en una de las mesas circulares forradas de cuero. Les sirvieron chupitos de un vodka ridiculamente caro.

Cuando estuvieron todos sentados y bebiendo, Sean se lanzó a contar una historia sobre la última vez que estuvo en este club, en compañía de los fundadores de PayPal, después de alguna ceremonia de premios… Sean hablaba muy deprisa, con su habitual estilo excéntrico, y se movía de forma muy nerviosa: derramaba la bebida sobre la mesa, daba golpecitos en el suelo con sus pequeños botines de cuero; pero Sean siempre era así, Eduardo ya lo sabía, su cerebro iba más deprisa que el de los demás.

Mientras Sean hablaba, Eduardo no podía dejar de fijarse en la mesa de al lado, porque estaba ocupada por el grupo de tías más buenas que había visto en su vida. Para ser exactos eran cuatro, cada una más buena que la otra. Dos rubias con vestido de cóctel negro, con unas piernas tan largas que parecían casi alienígenas. Y dos morenas de indeterminado origen étnico, una enfundada en un bustier de cuero mientras que la otra llevaba un ligerísimo vestido de verano que fácilmente podría haber pasado por lencería.

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