Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
—Sí, amo.
La verdad es que casi me dan náuseas.
Charles saltó teatralmente por encima de la barra y se acercó al reservado de Eric entre los aplausos de la clientela.
Me saludó con una reverencia y se volvió hacia Eric con un aire de solicitud que en otro podría parecer servil, pero que en él tenía un aspecto impersonal.
—Esta mujer te dirá lo que tienes que hacer. Mientras ella te necesite, considérala tu ama. —Fui incapaz de descifrar la expresión de Charles Twining cuando escuchó la orden de Eric. La mayoría de los vampiros no accedería jamás a someterse a las órdenes de un humano, por mucho que dijera su superior.
—¡No, Eric! —Estaba sorprendida—. Si Charles tiene que responder ante alguien, ése debería ser Sam.
—Sam te envió. Y yo confío en ti la dirección de Sam. —Eric adoptó una expresión impenetrable. Sabía por experiencia que en cuanto Eric adoptaba ese gesto, no había manera de llevarle la contraria.
No tenía ni idea de dónde acabaría todo aquello, pero estaba segura de que no traería nada bueno.
—Voy a buscar el abrigo y estaré listo en cuanto desees marchar —dijo Charles Twining, haciendo una reverencia tan cortesana y elegante que me hizo sentir como una idiota. Le devolví el saludo emitiendo un extraño ruidito, y mientras Charles seguía inclinado, me hizo un guiño con el ojo que no llevaba parche. Sonreí sin quererlo y me sentí mucho mejor.
En aquel momento, habló Connie la Cadáver por megafonía:
—Hola, oyentes nocturnos. Continuando con los diez mejores, aquí tenéis, cabezas muertas, uno de nuestros temas favoritos. —Connie sintonizó Here Comes the Night y Eric dijo:
—¿Bailas?
Dirigí mi mirada hacia la pequeña pista de baile. Estaba vacía. Pero Eric le había proporcionado a Sam un camarero y un gorila, tal y como él había pedido. Me tocaba ser amable.
—Gracias —dije educadamente, y abandoné el reservado. Eric me ofreció la mano, se la tomé, y posó la otra en mi cintura.
A pesar de la diferencia de altura, el resultado fue bastante bueno. Fingí ignorar que el bar entero nos miraba y nos deslizamos por la pista como si supiéramos muy bien lo que estábamos haciendo. Concentré la mirada en el cuello de Eric para no levantar la vista y mirarlo a los ojos.
Cuando el baile hubo acabado, me dijo:
—La sensación de abrazarte me resulta muy familiar, Sookie.
Con un esfuerzo tremendo, continué con la mirada fija en la nuez de Eric. Sentí un impulso tremendo de decirle: «Me dijiste que me amabas y que te quedarías para siempre conmigo».
—Ya te gustaría a ti —dije en cambio. Le solté la mano lo más rápidamente que pude y me deshice de su abrazo—. Por cierto, ¿te has tropezado alguna vez con un vampiro de aspecto antipático llamado Mickey?
Eric volvió a cogerme la mano y me la apretó. Dije: «¡Ay!» y me la soltó.
—Estuvo aquí la semana pasada. ¿Dónde has visto a Mickey? —preguntó.
—En el Merlotte's. —Me quedé asombrada al ver el efecto que mi pregunta de última hora había causado en Eric—. ¿Qué pasa?
—¿Qué hacía allí?
—Beber Red Stuff y estar sentado en compañía de mi amiga Tara. Ya la conoces. La viste en el Club de los Muertos, en Jackson.
—Cuando la vi estaba bajo la protección de Franklin Mott.
—Estaban saliendo. No entiendo por qué la deja ir con un tipo como Mickey. Esperaba que ese tipo fuera tal vez su guardaespaldas, o algo por el estilo. —Recogí el abrigo del reservado—. Si no es así, ¿quién es? —le pregunté.
—Mantente alejada de él. No le hables, no le hagas enfadar y no intentes ayudar a tu amiga Tara. Cuando estuvo aquí, Mickey habló básicamente con Charles. Charles me dijo que es un delincuente, que es capaz de..., de hacer auténticas barbaridades. No andes por ahí con Tara.
Abrí las manos, como pidiéndole más explicaciones a Eric.
—Mickey haría cosas que ninguno de nosotros haría —dijo Eric.
Me quedé mirando a Eric, sorprendida y tremendamente preocupada.
—No puedo limitarme a ignorar la situación de Tara. Tengo pocas amigas y no puedo permitirme perder ésta.
—Si se relaciona con Mickey, es que está poniendo toda la carne en el asador —dijo Eric, con brutal simplicidad. Me cogió el abrigo y lo sujetó mientras yo me lo ponía. Me acarició los hombros después de que me lo abrochara—. Te queda bien—añadió. No era necesario intentar leer sus pensamientos para adivinar que no quería decir nada más sobre Mickey.
—¿Recibiste mi nota de agradecimiento?
—Naturalmente. Muy... correcta.
Asentí, esperando con ello indicar que se había acabado hablar de ese tema. Pero, claro está, no fue así.
—Sigo preguntándome por qué tu viejo abrigo tenía manchas de sangre —murmuró Eric, y nuestras miradas se cruzaron. Maldije una vez más mi descuido. En su día, cuando vino a darme las gracias por haberlo acogido en mi casa, había estado dando vueltas por allí y había encontrado el abrigo—. ¿Qué hicimos, Sookie? Y ¿a quién?
—Era sangre de pollo. Maté un pollo para cocinarlo —mentí. Había visto a mi abuela hacerlo cuando yo era pequeña, más de una vez, pero yo nunca lo había hecho.
—Sookie, Sookie. Mi detector de mentiras está captando un «Falso» —dijo Eric, moviendo la cabeza como queriendo regañarme.
Me quedé tan sorprendida que me eché a reír. Era un buen momento para marcharme. Vi que Charles Twining ya estaba en la puerta, cubierto con una moderna chaqueta acolchada.
—Adiós, Eric, y gracias por el camarero —dije, como si me hubiera prestado un par de pilas pequeñas o una taza de arroz. Se inclinó y me rozó la mejilla con sus fríos labios.
—Conduce con cuidado —dijo—. Y mantente alejada de Mickey. Tengo que averiguar qué hace en mi territorio. Llámame si tienes algún problema con Charles. —(Si las pilas son defectuosas o si encuentras que el arroz está lleno de gusanos). Detrás de Eric, seguía aquella mujer aún sentada en la barra, la que subrayó que yo no era doncella. Evidentemente, estaría preguntándose qué había hecho yo para llamar la atención de un vampiro tan antiguo y atractivo como Eric.
A menudo, también me lo preguntaba yo.
El viaje de regreso a Bon Temps fue agradable. Los vampiros no huelen como los humanos ni actúan como nosotros, pero son relajantes para mi cerebro. Estar con uno de ellos es una situación casi tan libre de tensiones como estar sola, excepto, naturalmente, por la posibilidad de que te chupen la sangre.
Charles Twining me formuló unas cuantas preguntas sobre el trabajo para el que había sido contratado y sobre el bar. Mi conducción le inquietaba, aunque posiblemente esta actitud era debida al simple hecho de ir en coche. Muchos vampiros anteriores a la Revolución Industrial odian los medios de transporte modernos. El parche le cubría el ojo izquierdo, el de mi lado, lo que me proporcionaba la curiosa sensación de ser invisible.
Lo había acompañado al hostal para vampiros donde se hospedaba para que recogiera su equipaje. Salió de allí con una bolsa de deporte lo bastante grande como para meter en ella ropa para tres días. Acababa de trasladarse a Shreveport, me explicó, y aún no había tenido tiempo de decidir dónde se instalaría.
Cuando llevábamos ya unos cuarenta minutos de camino, el vampiro me preguntó:
—¿Y tú, señorita Sookie? ¿Vives con tus padres?
—No, murieron cuando yo tenía siete años —contesté. Por el rabillo del ojo capté un gesto con la mano que me invitaba a continuar—. Un día, en primavera, no paró de llover en toda la noche y mi padre intentó cruzar un puente. Fueron arrastrados por las aguas.
Miré de reojo hacia mi derecha y vi que Charles hacía un gesto de asentimiento. La gente moría, a veces de forma repentina e inesperada, y en ocasiones incluso por tonterías. Un vampiro sabía eso mejor que nadie.
—Mi hermano y yo nos criamos con mi abuela —continué—. Ella murió el año pasado. Mi hermano vive ahora en casa de mis padres y yo vivo en casa de mi abuela.
—Es una suerte tener un lugar donde vivir —comentó Charles.
De perfil, su nariz ganchuda era una miniatura elegante. Me pregunté si le importaría que la raza humana hubiera cambiado mientras él seguía siendo el mismo.
—Oh, sí—concedí—. Soy muy afortunada. Tengo trabajo, tengo a mi hermano, tengo una casa, tengo amigos. Y estoy sana.
Se volvió para verme bien, pero yo estaba en aquel momento adelantando a una maltrecha camioneta Ford y no pude devolverle la mirada.
—Resulta interesante. Discúlpame, pero por lo que dijo Pam entendí que sufrías algún tipo de minusvalía.
—Oh, bueno, sí.
—Y... ¿qué podría ser? Se te ve muy... robusta.
—Tengo poderes telepáticos.
Reflexionó sobre lo que acababa de decirle.
—Y eso significa...
—Que puedo leer la mente humana.
—Pero no la de los vampiros.
—No, no la de los vampiros.
—Muy bien.
—Sí, eso creo yo. —Si pudiera leer la mente de los vampiros, estaría ya muerta. Los vampiros valoran mucho su intimidad.
—¿Conociste a Chow? —preguntó.
—Sí. —Ahora me tocaba a mí ponerme tensa.
—¿Y a Sombra Larga?
—Sí.
—Como nuevo camarero de barra de Fangtasia, tengo mucho interés por cómo fue su muerte.
Comprensible, pero no tenía ni idea de cómo responder.
—Lo entiendo —dije con cautela.
—¿Estabas presente cuando Chow volvió a morir? —Así era como algunos vampiros se referían a su muerte definitiva.
—Hummm..., sí.
—Y ¿cuando volvió a morir Sombra Larga?
—Bueno..., pues sí.
—Me interesaría conocer tu opinión.
—Chow murió en lo que dicen fue una «Guerra de Brujos». Sombra Larga estaba intentando matarme cuando Eric le clavó una estaca porque había estado estafándole.
—¿Estás segura de que ése fue el motivo por el que Eric le clavó la estaca? ¿Por qué le estafaba?
—Yo estaba presente. Claro que lo sé. Se acabó hablar del tema.
—Me imagino que tu vida habrá sido complicada —dijo Charles después de una pausa.
—Sí.
—¿Dónde pasaré las horas de sol?
—Mi jefe tiene un lugar para ti.
—¿Hay muchos problemas en ese bar?
—No los había hasta hace poco —respondí, con algo de duda.
—¿Y su gorila habitual no es capaz de tratar con los cambiantes?
—Nuestro gorila habitual es el propietario, Sam Merlotte. Y es un cambiante. En estos momentos, es un cambiante con una pierna rota. Recibió un disparo. Y no es el único.
El vampiro no pareció sorprenderse.
—¿Cuántos han sido?
—Tres que yo sepa. Un hombre pantera llamado Calvin Norris, que no resultó mortalmente herido, y otra cambiante llamada Heather Kinman, que falleció. Recibió el disparo mientras estaba en el Sonic. ¿Sabes lo que es el Sonic? —Los vampiros, al no comer, no siempre prestan atención a los restaurantes de comida rápida. (Y a vosotros, por cierto, ¿cuántos bancos de sangre os vendrían ahora a la cabeza?).
Charles asintió, agitando su cabello castaño y rizado sobre sus hombros.
—¿Ese lugar donde comes en el coche?
—Sí, eso es —dije—. Heather había estado en el coche de una amiga, charlando, y salió para dirigirse al suyo, que estaba aparcado muy cerca. El disparo vino del otro lado de la calle. Llevaba un batido en la mano. —El helado de chocolate se había fundido con la sangre sobre la calzada. Lo había leído en la mente de Andy Bellefleur—. Era ya de noche, y todos los establecimientos del otro lado de la calle llevaban horas cerrados. Y quienquiera que le disparara, consiguió huir.
—¿Los tres ataques fueron por la noche?
—Sí.
—Me pregunto si eso tendrá alguna importancia.
—Podría ser; pero quizá es simplemente porque de noche es más fácil esconderse.
Charles asintió.
—Desde que Sam resultó herido, los cambiantes están muy inquietos, pues resulta difícil de creer que los tres ataques hayan sido pura coincidencia. Y los humanos están preocupados porque, bajo su punto de vista, esa gente fue atacada de forma aleatoria, era gente que no tenía nada en común y con pocos enemigos. Y como todo el mundo está tenso, se producen más peleas en el bar.
—Nunca he trabajado como gorila —dijo Charles, para continuar con la conversación—. Fui el hijo menor de un noble poco importante, de modo que tuve que buscarme la vida, y he hecho de todo. Ya había trabajado como camarero, y hace muchos años fui anunciante callejero de un prostíbulo. Yo me quedaba en la puerta, pregonaba, las bondades de la mercadería —una frase curiosa, ¿verdad?— y echaba a los hombres que se propasaban con las rameras. Me imagino que es más o menos parecido a ser un gorila.
Me quedé sin habla ante esta confidencia inesperada.
—Por supuesto, eso fue después de que perdiera el ojo, pero antes de convertirme en vampiro —dijo Charles.
—Por supuesto —repetí débilmente.
—El ojo lo perdí cuando era pirata —continuó. Sonreía. Lo verifiqué mirándolo de reojo.
—Y ¿con qué... pirateabas? —No sabía muy bien si aquello era o no un verbo, pero él me entendió enseguida.
—Oh, intentábamos pillar a cualquiera que estuviera desprevenido —dijo alegremente—. De vez en cuando vivía en la costa norteamericana, cerca de Nueva Orleans, donde asaltábamos pequeños cargueros. Navegaba a bordo de un barquito minúsculo, de modo que no podíamos abordar barcos grandes o bien defendidos. Pero cuando tropezábamos con algún navío de nuestro tamaño, ¡aquello sí que eran batallas!
Suspiró, recordando la felicidad de pelear con capa y espada, me imagino.
—Y ¿qué pasó?—pregunté educadamente, queriendo decir con ello que me gustaría saber cómo se alejó de aquella maravillosa vida de sangre caliente, de rapiña y carnicería, para decantarse por la versión vampírica de lo mismo.
—Una noche, abordamos un galeón que no llevaba a bordo ningún ser vivo —contestó. Me di cuenta de que cerraba las manos hasta formar dos puños. Su voz me produjo un escalofrío—. Habíamos navegado hasta las Tortugas. Anochecía. Fui el primer hombre que bajó a la bodega. Pero lo que había en la bodega me agarró a mí primero.
Después de aquel breve relato, guardamos silencio por mutuo consentimiento.
Sam estaba tendido en el sofá de la sala de estar de su tráiler. Había hecho instalar su casa prefabricada de tal modo que quedaba formando ángulo recto con la parte trasera del bar. De este modo, cuando abría la puerta veía el aparcamiento, que siempre era mejor que ver la pared trasera del bar, con aquel enorme cubo de basura situado entre la puerta de la cocina y la entrada de empleados.