Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
Incluso Sam la miraba sonriente, y eso que nunca dejaba propina.
Cuando cerramos el bar, Claudine ya había partido para Monroe y yo ya le había comunicado la noticia a Sam. Se quedó tan horrorizado como yo. Aunque Calvin Norris era el líder de la pequeña comunidad de cambiantes de Hotshot, el resto del mundo lo conocía como un tranquilo solterón, propietario de su casa y con un buen trabajo como capataz en el aserradero local. Resultaba difícil imaginar que cualquiera de estos perfiles provocara un intento de asesinato. Sam decidió enviarle unas flores de parte del personal del bar.
Me puse el abrigo y salí por la puerta trasera del bar justo antes que Sam. Lo oí a mis espaldas cerrar la puerta con llave. De pronto recordé que nos estábamos quedando sin sangre embotellada y me volví para decírselo a Sam. El captó mi movimiento y se detuvo, esperando a que hablase, con el rostro expectante. Y en el tiempo que se tarda en pestañear, su expresión cambió de interesado a sorprendido, su pierna izquierda empezó a llenarse de sangre y oí el sonido de un disparo.
Después vi sangre por todas partes. Sam se derrumbó en el suelo y yo me puse a chillar.
Nunca había tenido que pagar la entrada en Fangtasia. Las pocas veces que había accedido al local por la entrada para el público lo había hecho acompañada por un vampiro. Pero ahora iba sola y notaba que llamaba mucho la atención. Estaba agotada después de una noche especialmente larga. Había estado en el hospital hasta las seis de la mañana y al llegar a casa había maldormido unas pocas horas.
Pam era la encargada de cobrar la entrada y de acompañar a los clientes a sus mesas. Llevaba el vestido negro, largo y transparente que solía lucir cuando le tocaba estar en la puerta. Pam nunca estaba feliz cuando se vestía como una vampira de ficción. Ella era real y se sentía orgullosa de ello. Su gusto personal se inclinaba más hacia prendas holgadas en tonos pasteles y mocasines. Al verme se sorprendió, en la medida en que los vampiros pueden sorprenderse.
—Sookie —dijo—, ¿tienes una cita con Eric? —Me cogió el dinero sin pestañear.
Y yo que me sentía feliz de verla... Patético, ¿no? No tengo muchos amigos, y valoro los pocos con los que cuento, aunque sospecho que sueñen con pillarme en un callejón oscuro y hacer cosas sangrientas conmigo.
—No, pero tengo que hablar con él. Negocios —añadí apresuradamente. No quería que nadie pensara que estaba cortejando la atención romántica del jefazo de los no muertos de Shreveport, un puesto al que los vampiros otorgaban el cargo de «sheriff». Me despojé de mi nuevo abrigo de color arándano y lo doblé con cuidado sobre mi brazo. Por los altavoces sonaba la música de WDED, la emisora de radio de los vampiros, con base en Baton Rouge. La suave voz de la DJ de primera hora de la noche, Connie la Cadáver, decía: «Y aquí tenemos una canción para todos los rastreros que estaban por ahí aullando a principios de esta semana... Bad Moon Rising, un viejo éxito de Creedence Clearwater Revival». Connie la Cadáver mostraba de aquella manera su reconocimiento a los cambiantes.
—Espera en la barra mientras le digo que estás aquí —dijo Pam—. Te gustará el nuevo camarero.
Los camareros de barra duraban poco en Fangtasia. Eric y Pam siempre intentaban contratarlos vistosos —un camarero de barra exótico llamaba la atención a los visitantes humanos que venían incluso en autobuses para darse un paseo por el lado oscuro de la noche— y siempre lo conseguían. Pero daba la casualidad de que el puesto tenía un desgaste muy rápido.
En cuanto me instalé en uno de los taburetes, el nuevo camarero me sonrió mostrándome su blanca dentadura. Era despampanante. Tenía el pelo rizado, de color castaño y le llegaba a la altura de los hombros. Llevaba bigote y perilla, y un parche negro cubriéndole el ojo izquierdo. Su cara era estrecha, sus facciones en consonancia y su rostro se veía muy lleno. Era más o menos de mi altura, un metro setenta y cinco, e iba vestido con una camisa de cuello abierto, un pantalón negro y unas botas altas, negras también. Lo único que le faltaba era un pañuelo en la cabeza y un trabuco.
—¿Cómo no llevas un loro posado en el hombro? —le pregunté.
—Ah, querida mía, no es usted la primera que me lo sugiere. —Tenía una espléndida voz de barítono—. Pero tengo entendido que las normas del departamento de salud impiden tener un ave no enjaulada en un establecimiento donde se sirvan bebidas. —Me hizo una reverencia hasta donde le permitía el estrecho espacio que quedaba detrás de la barra—. ¿Me permite que le sirva una copa y me concede el honor de darme a conocer su nombre?
No tuve más remedio que sonreír.
—Por supuesto, caballero. Me llamo Sookie Stackhouse. —Había captado mi singularidad. Los vampiros casi siempre la captan. Los no muertos suelen fijarse en mí; los humanos, no. Resulta casi irónico que mi capacidad para leer la mente de los demás no funcione precisamente con las criaturas que creen que ello me distingue del resto de la raza humana... mientras los humanos me consideran más bien una loca antes que reconocerme ninguna habilidad excepcional.
La mujer que estaba sentada en el taburete contiguo al mío (tarjetas de crédito al límite, hijo con trastorno por déficit de atención) se volvió ligeramente para escuchar nuestra conversación. Estaba celosa, pues llevaba la última media hora intentando conseguir que el camarero le hiciera un poco de caso. Me miró de reojo con la intención de averiguar por qué el vampiro había decidido entablar conversación conmigo. Y no se quedó en absoluto impresionada con lo que vio.
—Encantada de conocerla, bella doncella —dijo el nuevo vampiro, y le sonreí. Al menos me encontraba bella... en el sentido de que era rubia y con ojos azules. Me examinó detenidamente; aunque, naturalmente, cuando una trabaja en un bar, está más que acostumbrada a eso. AI menos no me miró de forma ofensiva; y, creedme, las camareras conocemos muy bien la diferencia entre que nos evalúen y que nos echen un polvo con la mirada.
—Apuesto lo que quieras a que de doncella no tiene nada —dijo la mujer sentada a mi lado.
Estaba en lo cierto, pero aquello no venía a cuento.
—Hay que ser educado con los demás —le dijo el vampiro, con una versión alterada de su sonrisa. No sólo había extendido levemente los colmillos, sino que me di cuenta además de que tenía los dientes torcidos (aunque blanquísimos). Los estándares norteamericanos de dientes alineados son muy modernos.
—A mí nadie me dice cómo tengo que comportarme —dijo la mujer, presentando batalla. Se mostraba arisca porque la noche no estaba saliéndole tal y como había imaginado. Había supuesto que le resultaría fácil atraer a un vampiro, que cualquiera de ellos se consideraría afortunado por tenerla. Había planeado permitir que uno le mordiera el cuello, si con ello solucionaba sus problemas con las tarjetas de crédito.
Se sobrevaloraba a ella e infravaloraba a los vampiros.
—Disculpe, señora, pero mientras esté usted en Fangtasia, seré yo quien le diga cómo tiene que comportarse —dijo el camarero.
La mujer bajó los humos después de que el vampiro le clavase su abrasante mirada, y me pregunté si con ello le habría dado ya la dosis de glamour que la mujer iba buscando.
—Me llamo —dijo, volviendo su atención hacia mí— Charles Twining.
—Encantada de conocerle —dije.
—¿Y la copa?
—Sí, por favor. Un
ginger ale
. —Tenía que conducir de vuelta a Bon Temps después de hablar con Eric.
El vampiro levantó las cejas, pero me sirvió la bebida y la colocó sobre una servilleta delante de mí. Le pagué y dejé una buena propina en el bote. En la servilletita blanca estaba dibujado un par de colmillos, y del derecho caía una gota roja: servilletas personalizadas para el bar de vampiros. La palabra «Fangtasia» aparecía escrita en rojo en la esquina opuesta de la servilleta, duplicando el rótulo del exterior. Una monada. En una vitrina había camisetas a la venta, junto con copas decoradas con el mismo logo. Debajo, rezaba la leyenda: «Fangtasia: El bar con mordisco». La experiencia en marketing de Eric había avanzado a pasos agigantados en el transcurso de los últimos meses.
Mientras esperaba que Eric me atendiera, observé el trabajo de Charles Twining. Era educado con todo el mundo, servía las bebidas con rapidez y nunca se ponía nervioso. Su técnica me gustaba mucho más que la de Chow, el anterior camarero, que siempre hacía que los clientes se sintiesen como si estuvieran recibiendo un favor al servirles las copas. Sombra Larga, el que estuvo antes que Chow, se distraía demasiado con la clientela femenina. Y eso provocaba muchos conflictos en el bar.
Perdida en mis pensamientos, no me di cuenta de que tenía a Charles Twining justo delante de mí hasta que me dijo:
—Señorita Stackhouse, ¿me permite que le diga que esta noche está usted encantadora?
—Gracias, señor Twining —contesté, imitando su estilo. La mirada del ojo visible de Charles Twining me daba a entender que era un granuja de primera categoría y que no debía confiar en él ni un pelo, como mucho la distancia a la que pudiera empujarle, que no creo que llegara a medio metro. (Los efectos de mi última infusión de sangre de vampiro se habían agotado y volvía a ser un ser humano normal y corriente. No soy una yonqui, claro está; la había tomado en una situación de emergencia que me exigía disponer de toda la fuerza posible).
Y no sólo había vuelto a quedarme con la energía normal de una veinteañera sana, sino que además mi aspecto volvía a ser normal... y corriente; se había acabado la mejoría que te otorga la sangre de vampiro. No me había arreglado mucho para la ocasión, pues no quería que Eric pensara que lo hacía para él, pero tampoco había querido mostrar un aspecto desaliñado. De modo que llevaba un pantalón vaquero de talle bajo y un jersey blanco y esponjoso de manga larga y escote barco. Me llegaba justo a la cintura, y se me veía un poco la barriga al caminar. Al menos, no estaba blanca como la nieve, gracias a los rayos UVA que tenían en el videoclub.
—Por favor, querida, llámame Charles —dijo el camarero, llevándose la mano al corazón.
A pesar de mi cautela, me eché a reír. La teatralidad del gesto no quedó en absoluto disminuida por el hecho de que el corazón de Charles no latiera.
—De acuerdo —dije—. Si tú me llamas Sookie.
Puso los ojos en blanco, como si no pudiese soportar la emoción, y volvió a reír. Pam me dio unos golpecitos en el hombro.
—Si puedes separarte de tu nuevo amigo, Eric ya está libre.
Saludé a Charles con un ademán de cabeza y salté del taburete para seguir a Pam. Para mi sorpresa, no me guió hacia el despacho de Eric, sino que me condujo hacia uno de los reservados. Evidentemente, Eric estaba aquella noche trabajando en la sala del bar. Todos los vampiros de la zona de Shreveport habían accedido a aparecer por Fangtasia un determinado número de horas a la semana para seguir atrayendo a los turistas; un bar de vampiros sin vampiros era un establecimiento con pérdidas seguras. Eric daba ejemplo a sus subordinados y también se dejaba ver por el bar regularmente.
Normalmente, el sheriff de la Zona Cinco se sentaba en el centro de la sala, pero esta noche estaba en un reservado. Me observó mientras yo me acercaba. Me di cuenta de que se estaba fijando en mis vaqueros, que eran ceñidos, y mi vientre, que era plano, y mi jersey blanco y esponjoso, que estaba lleno de volumen natural. Debería haberme puesto ropa más anticuada. (Creedme, tengo el armario lleno de ropa de ese tipo). No tendría que haber traído el abrigo de color arándano que Eric me había regalado. Debería haber hecho cualquier cosa, excepto estar atractiva para Eric... y tenía que admitir que ése había sido mi objetivo. Me había cogido por sorpresa.
Eric salió del reservado y se puso en pie. Era alto, rondaría el metro noventa. Le caía por la espalda una mata de pelo rubio y sus ojos azules destacaban en aquella cara tan blanca. Eric tenía facciones duras, los pómulos altos y la mandíbula cuadrada. Parecía un vikingo ingobernable, uno de ésos capaces de saquear una aldea en un abrir y cerrar de ojos; y eso era exactamente lo que había sido.
Los vampiros no se dan la mano para saludarse excepto en circunstancias extraordinarias, de modo que no esperé ningún saludo por parte de Eric. Pero se inclinó para darme un beso en la mejilla, y lo hizo lentamente, como si quisiera que yo me diera cuenta de que intentaba seducirme.
No era consciente de que ya había besado prácticamente cada centímetro de Sookie Stackhouse. Habíamos estado todo lo cerca que pueden estar un hombre y una mujer.
Pero Eric no podía recordar nada de todo aquello. Y así prefería yo que siguiesen las cosas. Bueno, no es que lo quisiera exactamente; pero sabía que era mejor que Eric no recordara nuestro pequeño romance.
—Me gusta cómo te has pintado las uñas —dijo Eric, sonriendo. Tenía un ligero acento. El inglés no era su segundo idioma, naturalmente; sería quizá el veinticinco de la lista.
Intenté no devolverle la sonrisa, pero me gustó su cumplido. Eric había sabido discernir lo único que tenía de nuevo y diferente en mí. No me había dejado las uñas largas hasta hacía muy poco y las llevaba pintadas de un maravilloso rojo subido..., arándano, en realidad, a juego con el abrigo.
—Gracias —murmuré—. ¿Qué tal estás?
—Bien, como siempre. —Levantó una de sus rubias cejas. La salud de los vampiros nunca cambiaba. Me indicó con la mano el lado vacío del reservado y tomé asiento.
—¿Algún problema para coger de nuevo las riendas? —le pregunté, para clarificar mi anterior pregunta.
Unas semanas antes, una bruja le había provocado a Eric un estado de amnesia y había tardado varios días en recuperar su sentido de la identidad. Durante aquel tiempo, Pam lo había instalado en mi casa para esconderlo de la bruja que le había echado el maleficio. Y la lujuria había seguido su curso. Muchas veces.
—Es como montar en bicicleta —dijo Eric, y me obligué a concentrarme. (Aunque me pregunté cuándo se habrían inventado las bicicletas y si Eric habría tenido algo que ver con ello.)—. Recibí una llamada del creador de Sombra Larga, un indio norteamericano llamado Lluvia Ardiente. Seguro que recuerdas a Sombra Larga.
—Hace un momento estaba pensando en él —dije.
Sombra Larga había sido el primer camarero de Fangtasia. Había estafado a Eric, que me había coaccionado para que interrogase a las camareras y a los demás empleados humanos hasta descubrir al culpable. Dos segundos antes de que Sombra Larga me cortara el cuello, Eric había ejecutado al camarero con la tradicional estaca de madera. Matar a otro vampiro es un asunto muy serio, comprendí entonces, y Eric tuvo que pagar una fuerte multa... A quién, nunca lo supe, aunque ahora estaba segura de que el dinero había ido a parar a Lluvia Ardiente. Si Eric hubiera matado a Sombra Larga sin justificación, habría sufrido otros castigos. Y casi prefería seguir sin saber en qué consistían.