Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
—¿Qué quería Lluvia Ardiente? —pregunté.
—Hacerme saber que aunque le había pagado el precio establecido por el juez, no se consideraba satisfecho.
—¿Quería más dinero?
—No creo. Al parecer, con la recompensa económica no tenía suficiente. —Eric se encogió de hombros—. Por lo que a mí se refiere, el asunto está zanjado. —Eric bebió un trago de sangre sintética, se recostó en su asiento y me miró con sus inescrutables ojos azules—. Y mi breve episodio de amnesia terminó. La crisis acabó, las brujas están muertas y se ha restaurado el orden en mi pequeño pedacito de Luisiana. Y ¿a ti cómo te van las cosas?
—Bueno, la verdad es que he venido por un tema de negocios —dije, y puse cara seria.
—¿Qué puedo hacer por ti, Sookie, querida? —preguntó.
—Sam quiere que te pida una cosa —dije.
—Y te envía a ti a pedírmelo. ¿Es muy listo o muy estúpido? —se preguntó Eric en voz alta.
—Ninguna de las dos cosas —dije, intentando no sonar arrogante—. Tiene la pierna herida. De hecho, fue anoche. Recibió un disparo.
—Y ¿cómo fue eso? —Eric empezó a prestar más atención.
Se lo expliqué. Me estremecí levemente mientras le contaba que Sam y yo estábamos solos y lo silenciosa que era la noche.
—Arlene acababa de salir al aparcamiento. Se marchó a casa sin enterarse de nada. La nueva cocinera, Sweetie, también acababa de marcharse. Alguien disparó desde los árboles que hay al norte del aparcamiento. —Volví a estremecerme, esta vez con miedo.
—Y ¿tú estabas muy cerca?
—Oh —dije, y me tembló la voz—. Estaba muy cerca. Acababa de girarme..., y allí estaba él... Había sangre por todas partes.
Eric mantenía una expresión fría como el mármol.
—¿Qué hiciste?
—Sam llevaba el teléfono móvil en el bolsillo, gracias a Dios, y mientras trataba de contener con una mano el boquete que tenía en la pierna, llamé a urgencias con la otra.
—¿Cómo está él?
—Bueno. —Respiré hondo e intenté tranquilizarme—. Está bastante bien, teniendo en cuenta lo que ha sido. —Había conseguido expresarme con calma—. Pero, naturalmente, estará de baja por un tiempo y..., y últimamente han pasado tantas cosas raras en el bar... Nuestro camarero suplente sólo puede venir un par de noches. Terry tiene sus problemas.
—Y ¿qué es lo que me pide Sam?
—Sam quiere que le prestes un camarero hasta que tenga la pierna curada.
—Y ¿por qué me lo pide a mí en lugar de solicitárselo al jefe de la manada de Shreveport? —Los cambiantes, a diferencia de los hombres lobo, suelen estar poco organizados. Eric tenía razón: habría sido mucho más lógico que Sam se lo hubiese pedido al coronel Flood.
Bajé la vista hacia mi vaso de ginger ale.
—Alguien se dedica últimamente a disparar contra los cambiantes y los hombres lobo de Bon Temps —dije, hablando en voz muy baja. Sabía que Eric me oiría a pesar de la música y las conversaciones del bar.
Justo en aquel momento apareció dando tumbos un hombre, un joven militar de la base aérea de Barksdale, que forma parte de la zona de Shreveport. (Lo encasillé al instante por su corte de pelo, su forma física y los tipos que lo acompañaban, que eran más o menos como sus clones). Estuvo balanceándose un largo rato, mirándonos primero a mí y luego a Eric.
—Eh, tú —me dijo el joven, dándome golpecitos en el hombro con el dedo. Levanté la vista para mirarlo, resignada a lo inevitable. Hay gente a la que parece gustarle jugar con fuego, sobre todo cuando bebe. Aquel joven, con su corte de pelo y su cuerpo robusto, estaba lejos de casa y decidido a demostrar su valía.
Nada hay que me guste menos que se dirijan a mí con un «Eh, tú» y que me den golpecitos con el dedo. Pero intenté responderle con una expresión agradable. El chico tenía la cara y los ojos redondos, boca pequeña y cejas oscuras y tupidas. Iba vestido con una camiseta ceñida y pantalones de algodón recién planchados. Y estaba preparado para entrar en pelea.
—Me parece que no te conozco —le dije educadamente, tratando de apaciguar la situación.
—No tendrías que andar sentándote con un vampiro —dijo—. Las chicas humanas no deberían ir con tipos muertos.
¿Cuántas veces había oído aquello? Cuando salía con Bill Compton me había hartado de oír aquel tipo de porquerías.
—Mejor que vuelvas con tus amigos, Dave. Estoy segura de que no querrás que tu mamá reciba una llamada telefónica informándole de que has perdido la vida en el transcurso de una pelea en un bar de Luisiana. Especialmente si se trata de un bar de vampiros, ¿no?
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, muy lentamente.
—¿Tiene acaso alguna importancia?
Por el rabillo del ojo, vi que Eric movía la cabeza. No solía ser muy comprensivo con los intrusos.
De pronto, Dave empezó a tranquilizarse.
—¿Cómo sabes quién soy? —preguntó, ya más calmado.
—Tengo visión de rayos X —dije solemnemente—. Puedo leer el carné de conducir que llevas en el bolsillo del pantalón.
Se puso a sonreír.
—Y ¿puedes ver también otras cosas que llevo en el interior del pantalón?
Le devolví la sonrisa.
—Eres un hombre afortunado, Dave —contesté con cierta ambigüedad—. Estoy aquí para hablar de negocios con este tipo, de modo que si nos disculpas...
—De acuerdo. Lo siento, yo...
—Ningún problema —le aseguré. Volvió con sus amigos, caminando como un chulo. Apostaría cualquier cosa a que les daría una versión bastante embellecida de nuestra conversación.
Aunque los clientes del bar habían fingido no ver el incidente, que tanto potencial tenía para iniciar una jugosa escena violenta, todos se precipitaron a ocuparse en algo cuando Eric barrió con la mirada las mesas más cercanas.
—Estabas empezando a contarme algo cuando fuimos interrumpidos de forma grosera —dijo. Sin que yo lo hubiera pedido, se acercó una camarera, depositó un refresco en la mesa delante de mí y retiró el otro vaso. Quien acompañaba a Eric siempre recibía un trato exquisito.
—Sí. Sam no es el único cambiante a quien han disparado en Bon Temps en estos últimos tiempos. Hace unos días, Calvin Norris recibió un tiro en el pecho. Es un hombre pantera. Y antes de eso, asesinaron a Heather Kinman. Tenía sólo diecinueve años, y era una mujer zorro.
—Sigo sin ver por qué esto es tan interesante —dijo Eric.
—La mataron, Eric.
Mantuvo su mirada inquisitiva.
Apreté los dientes para no explicarle lo buena chica que era Heather Kinman: acababa de graduarse en el instituto y había conseguido su primer trabajo en la tienda de material de oficina de Bon Temps. Estaba tomando un batido en el Sonic cuando recibió el disparo. El laboratorio estaría analizando en ese momento la bala que dispararon a Sam con la que había matado a Heather, y ambas con la que le habían extraído a Calvin del pecho. Me imaginaba que el tipo de proyectil coincidiría.
—Intento explicarte por qué Sam no quiere que le ayude otro cambiante u otro hombre lobo —le dije apretando los dientes—. Piensa que estaría poniendo a esa persona en peligro. Y no hay ningún humano de por aquí capaz de desempeñar bien ese puesto. Por eso me pidió que viniera a verte.
—Cuando estuve en tu casa, Sookie...
Refunfuñé.
—Oh, Eric, déjalo correr.
A Eric le fastidiaba un montón no ser capaz de recordar lo que había sucedido mientras estaba bajo aquel maleficio.
—Algún día lo recordaré —dijo, casi malhumorado.
Cuando lo recordara todo, no sólo recordaría el sexo.
Recordaría también a la mujer que me estaba esperando en la cocina de mi casa armada con una pistola. Recordaría que él me había salvado la vida recibiendo una bala que iba dirigida a mí. Recordaría que yo había disparado a la mujer. Recordaría que él se había encargado del cuerpo.
Se daría cuenta de que tenía poder eterno sobre mí.
Tal vez recordaría también que se había humillado hasta el punto de ofrecerse a abandonarlo todo para venirse a vivir conmigo.
Disfrutaría recordando el sexo. Disfrutaría recordando el poder. Pero no sabía por qué, no creía que Eric disfrutara recordando esa última parte.
—Sí—dije en voz baja, mirándome las manos—. Espero que algún día lo recuerdes. —En la emisora sonaba una antigua canción de Bob Seger, Night Moves. Vi a Pam bailando espontáneamente al son de la música, moviendo su cuerpo con aquella fortaleza y agilidad tan poco naturales, doblándose y retorciéndose de una manera que los cuerpos humanos jamás podrían conseguir.
Me gustaría verla bailar al son de la música en vivo de los vampiros. Hay que oír tocar en directo a una banda de vampiros. Es algo que jamás se olvida. Suelen actuar en Nueva Orleans y San Francisco, a veces en Savannah o Miami. Cuando salía con Bill, me llevó una vez a escuchar a un grupo que tocaba en Fangtasia una única noche, de camino hacia Nueva Orleans. El cantante de la banda de vampiros —los Renfield's Masters, se llamaban— había llorado lágrimas de sangre cantando una balada.
—Sam ha sido muy inteligente enviándote aquí —dijo Eric después de una larga pausa. Yo no tenía nada que decir respecto a su comentario—. Prescindiré de alguien. —Noté que mis hombros se relajaban de puro alivio. Centré la mirada en mis manos y respiré hondo. Cuando levanté la vista, Eric estaba echando un vistazo a la sala, reflexionando sobre todos los vampiros presentes.
Los conocía prácticamente a todos de pasada. Thalia tenía una melena rizada que le cubría la espalda y un perfil que muy bien podría definirse como clásico. Tenía un acento muy marcado —griego, me parecía— y un carácter irreflexivo. Indira era una vampira india muy menuda, con inocentes ojos de corderito, a quien nadie se tomaría en serio hasta que la situación se desmadrara. Maxwell Lee era un banquero afroamericano especialista en inversiones. Aunque fuerte como cualquier vampiro, Maxwell solía disfrutar más con la actividad intelectual que como gorila.
—Y ¿si te mando a Charles? —Eric lo dijo como sin darle importancia, pero lo conocía lo bastante bien como para saber que se la daba.
—O a Pam —dije—. O a cualquiera capaz de controlarse. —Observé a Thalia aplastando una taza metálica con los dedos para impresionar a un tipo que intentaba hacer avances con ella. El tipo se puso blanco y regresó enseguida a su mesa. Hay vampiros a quienes les gusta la compañía humana, pero Thalia no era precisamente uno de ellos.
—Charles es el vampiro menos temperamental que he visto en mi vida, aunque confieso que aún no lo conozco bien. Lleva trabajando aquí sólo dos semanas.
—Veo que lo tienes muy ocupado.
—Puedo prescindir de él. —Eric me lanzó una mirada engreída que dejaba muy claro que de él dependía lo ocupado que quisiera mantener a su empleado.
—Hummm... de acuerdo. —A los clientes del Merlotte's les gustaría el pirata y los beneficios de Sam subirían en consecuencia.
—Éstos serán los términos del acuerdo —dijo Eric, mirándome fijamente—. Sam le suministrará a Charles la sangre que a él le apetezca y un lugar seguro donde instalarse. Tal vez quieras alojarlo en tu casa, como hiciste conmigo.
—O tal vez no —contesté indignada—. No dirijo ningún hostal para vampiros viajeros. —Empezó a sonar Strangers in the Night, de Frank Sinatra.
—Oh, claro, lo había olvidado. Pero fuiste pagada muy generosamente por ello.
Acababa de tocar un tema delicado. Efectivamente, Eric había desembolsado una cantidad impresionante. Me estremecí.
—Aquello fue idea de mi hermano —dije. Vi el brillo en la mirada de Eric y me sonrojé. Acababa de confirmarle la sospecha que albergaba—. Pero tenía toda la razón —proseguí con mucha convicción—. ¿Por qué instalar un vampiro en mi casa sin recibir un pago a cambio? Al fin y al cabo, necesitaba el dinero.
—¿Han desaparecido ya los cincuenta mil? —preguntó Eric, hablando muy despacio—. ¿Te pidió Jason una parte del dinero?
—Eso no es de tu incumbencia —contesté, con una voz tan seca e indignada como pretendía que sonara. Le había entregado a Jason sólo una quinta parte. Tampoco es que él me la hubiera pedido, aunque tenía que admitir que era evidente que Jason esperaba que le diese algo. Como yo necesitaba el dinero mucho más que él, me había quedado con más de lo que me había planteado en un principio.
Yo no tenía seguro médico. Jason, naturalmente, estaba cubierto por el seguro médico del condado. Y había empezado a pensar: «¿Y si me quedo inválida? ¿Y si me rompo un brazo o tienen que operarme de apendicitis?». No sólo no podría trabajar, sino que además tendría que pagar las facturas del hospital. Y cualquier estancia clínica, con los tiempos que corren, resulta carísima. El último año había tenido que pagar unas cuantas facturas al médico y me había llevado muchísimo tiempo y penurias poder hacerlo.
Me alegraba profundamente de haber sido tan previsora. En la vida normal, no soy de las que piensan muy a largo plazo, pues estoy acostumbrada a vivir el día a día. Pero lo que le había sucedido a Sam me había abierto los ojos. Había estado pensando en lo mucho que necesitaba un coche nuevo..., o mejor dicho, un nuevo coche de segunda mano. Había estado pensando en lo deslucidas que estaban las cortinas de la sala de estar, en lo que me gustaría encargar unas nuevas en JC Penney. Se me había pasado incluso por la cabeza que sería estupendo poder comprarme un vestido que no estuviese rebajado. Pero cuando Sam se había roto la pierna todas estas frivolidades habían quedado olvidadas.
Mientras Connie la Cadáver presentaba el nuevo tema que iba a sonar, One of These Nights, Eric examinó mi rostro.
—Ojalá pudiera leer tu mente igual que tú lees la de los demás —dijo—. Ojalá pudiera saber qué te pasa por la cabeza. Ojalá supiera por qué me importa lo que pasa por esa cabeza.
Le regalé una media sonrisa.
—Estoy de acuerdo con los términos del trato: sangre gratis y alojamiento, aunque el alojamiento no tiene por qué ser necesariamente en mi casa. ¿Y el sueldo?
Eric sonrió.
—Me lo cobraré en especie. Me gusta que Sam me deba un favor.
Llamé a Sam por el teléfono móvil que me había prestado. Se lo expliqué.
Sam se mostró resignado.
—Tengo un lugar en el bar donde podría dormir el vampiro. De acuerdo. Alojamiento con pensión completa y un favor. ¿Cuándo podrá venir?
Le transmití la pregunta a Eric.
—Ya mismo. —Eric llamó con señas a una camarera que llevaba el vestido negro largo y escotado que lucían todas las empleadas humanas del local. (Os contaré un detalle sobre los vampiros: no les gusta servir mesas. Y además lo hacen fatal. Tampoco veréis nunca a uno recogiéndolas. Los vampiros suelen contratar humanos para que trabajen en sus locales y se encarguen de los trabajos más sucios). Eric le dijo que fuera a buscar a Charles. Ella respondió con una especie de saludo militar: