Más muerto que nunca (15 page)

Read Más muerto que nunca Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Más muerto que nunca
2.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Charles Twining —respondió con elegancia Charles—. A su servicio.

Esta vez el resoplido del sheriff o los ojos en blanco de Andy Bellefleur no fueron producto de mi imaginación.

—Y usted..., ¿por qué estaba aquí?

—Se hospeda en mi casa —dijo Bill— mientras trabaja en el Merlotte's.

Seguramente el sheriff ya había oído hablar del nuevo camarero, porque se limitó a asentir. Me sentí aliviada al no tener que confesar que Charles supuestamente iba a dormir en mi casa, y bendije en silencio a Bill por haber mentido al respecto. Nuestras miradas se encontraron por un instante.

—De modo que... ¿admite que mató a este hombre? —le preguntó Andy a Charles. Charles movió afirmativamente la cabeza.

Andy llamó con señas a la mujer vestida con uniforme médico que esperaba junto a su vehículo. Delante de mi casa había cinco coches, además del camión de bomberos. La recién llegada me miró con curiosidad al pasar por mi lado de camino hacia el hombre que yacía junto a los arbustos. Extrajo un estetoscopio del bolsillo, se arrodilló al lado de aquel hombre y auscultó diversas partes del cuerpo.

—Sí, muerto y bien muerto —declaró.

Andy había ido al coche a buscar una Polaroid para fotografiar el cadáver. Pensé que las imágenes no saldrían muy bien, pues la única luz que había era la del flash de la cámara y el resplandor de las llamas. Me sentía aturdida y observé a Andy como si aquélla fuera una actividad tremendamente importante.

—Es una pena. Habría estado bien averiguar por qué prendió fuego a la casa de Sookie —dijo Bill, observando el trabajo de Andy. Su voz podría rivalizar en frialdad con un frigorífico:

—Temía por la seguridad de Sookie y me imagino que lo golpeé con demasiada fuerza. —Charles intentaba parecer arrepentido.

—Tiene el cuello partido, de modo que supongo que sí —dijo la doctora, examinando la cara blanca de Charles con la misma atención con que había observado la mía. Supuse que la doctora tendría poco más de treinta años; era una mujer muy delgada y llevaba el pelo muy corto y teñido de rojo. Mediría un metro sesenta y tenía facciones de duendecillo o, al menos, el tipo de facciones que yo siempre había considerado como de duendecillo: una nariz pequeña y respingona, ojos grandes, boca grande. Hablaba con un tono de voz a la vez seco y valiente, y no parecía en absoluto desconcertada o excitada por haber sido despertada a media noche para ir a intervenir en un suceso como aquél. Debía de ser la forense del condado, de modo que probablemente yo la hubiera votado, pero no recordaba el nombre.

—¿Quién es usted? —preguntó Claudine, con su voz más dulce.

La doctora pestañeó al ver a Claudine. Claudine, a aquellas horas intempestivas de la madrugada, iba completamente maquillada y vestida con una camiseta ceñida de color fucsia y unas mallas negras de punto. Calzaba zapatos a rayas fucsias y negras, a juego con la chaqueta. Su cabello negro ondulado estaba sujeto con unos pasadores también de color fucsia.

—Soy la doctora Tonnesen. Linda. ¿Quién es usted?

—Claudine Crane —respondió el hada. Nunca había oído a Claudine mencionar su apellido.

—Y ¿por qué estaba usted en el lugar de los hechos, señorita Crane? —preguntó Andy Bellefleur.

—Soy el hada madrina de Sookie —dijo Claudine, riendo. Pese a ser una escena sombría, todo el mundo se echó también a reír. Era imposible no estar alegre en compañía de Claudine. Pero empecé a preguntarme sobre la explicación que daría Claudine.

—No, en serio —dijo Bud Dearborn—. ¿Por qué está usted aquí, señorita Grane?

Claudine sonrió con picardía.

—Estaba pasando la noche en casa de Sookie —dijo, guiñando el ojo.

En cuestión de un segundo, nos convertimos en objeto de fascinado escrutinio de todos los hombres que podían oírnos y tuve que bloquear mi cabeza como si fuera una cárcel de máxima seguridad para impedir la entrada de las imágenes mentales que aquellos tipos emitían.

Andy se estremeció, cerró la boca y se acuclilló junto al hombre muerto.

—Bud, voy a darle la vuelta —dijo con voz algo ronca, y volvió el cadáver para poder escudriñar el interior de los bolsillos. El hombre llevaba la cartera en la chaqueta, algo que me pareció un poco inusual. Andy se enderezó y se alejó del cuerpo para examinar el contenido de la billetera.

—¿Quieres echarle un vistazo por si lo reconoces? —me preguntó el sheriff Dearborn. No quería, naturalmente, pero me di cuenta de que no me quedaba otro remedio. Nerviosa, me acerqué un poco y volví a mirar la cara del hombre muerto. Seguía pareciéndome un rostro corriente. Seguía estando muerto. Tendría unos treinta años.

—No lo conozco —dije, en un débil tono de voz bajo el barullo de los bomberos y del agua vertiéndose sobre la casa.

—¿Qué? —A Bud Dearborn le costaba oírme. Tenía sus ojos redondos clavados en mi cara.

—¡Que no lo conozco! —dije, casi gritando—. No lo he visto nunca que yo recuerde. ¿Claudine?

No sé por qué se lo pregunté a Claudine.

—Oh, sí, yo sí que lo había visto —dijo alegremente.

Su respuesta atrajo la unánime atención de los dos vampiros, los dos policías, la doctora y la mía.

—¿Dónde?

Claudine retiró el brazo de mis hombros.

—Esta noche estaba en el Merlotte's. Me imagino que tú estarías demasiado ocupada con tu amiga para fijarte en él. Se sentó cerca de mí. —Arlene era la que se había ocupado de aquella sección esa noche.

No me extrañaba que hubiese pasado por alto una cara masculina en un bar tan abarrotado. Pero me preocupaba haber escuchado los pensamientos de la gente y haber pasado por alto ideas que podrían haber sido importantes para mí. Aquel hombre había estado en el mismo bar que yo y unas horas después había prendido fuego a mi casa. A buen seguro tenía que haber estado reflexionando sobre el tema, ¿no?

—El carné de conducir dice que es de Little Rock, Arkansas —dijo Andy.

—No fue eso lo que me dijo —dijo Claudine—. Dijo que era de Georgia. —Al darse cuenta de que le habían mentido, Claudine siguió igual de radiante, pero su sonrisa desapareció—. Dijo que se llamaba Marión.

—¿Le explicó por qué motivo estaba en la ciudad, señorita Crane?

—Dijo que estaba de paso, que había alquilado una habitación en un motel de la interestatal.

—¿Le explicó alguna cosa más?

—No.

—¿Fue usted a su motel, señorita Crane? —preguntó Bud Dearborn con su tono de voz más imparcial.

La doctora Tonnesen observaba a los presentes volviendo la cabeza hacia un lado y otro, como si estuviera presenciando un encuentro de tenis verbal.

—Qué va, no, yo no hago esas cosas. —Claudine sonrió a todos los presentes.

Bill mostraba una expresión especial, como si alguien estuviese agitando una botella de sangre delante de sus narices. Tenía los colmillos extendidos y la mirada clavada en Claudine. Los vampiros sólo pueden resistir tanto si están en compañía de hadas. También Charles se había ido aproximando a Claudine.

Claudine tenía que irse antes de que los policías observaran la reacción de los vampiros. Linda Tonnesen ya se había percatado; de hecho, también ella se sentía tremendamente interesada por Claudine. Confié en que atribuyera la fascinación que los vampiros sentían por Claudine simplemente a su belleza, y no a la tremenda atracción que los vampiros sentían por las hadas.

—Hermandad del Sol —dijo Andy—. Aquí tiene su tarjeta de miembro. En ella no aparece ningún nombre escrito, qué raro. El carné de conducir está emitido a nombre de Jeff Marriot. —Me lanzó una mirada inquisitiva.

Negué con la cabeza. Aquel nombre no significaba nada para mí.

Era la forma de proceder habitual de aquella hermandad, creer que podía cometer un acto tan desgraciado como prender fuego a mi casa —conmigo dentro— y que nadie se lo cuestionara. No era la primera vez que la Hermandad del Sol, un grupo de gente que odiaba a los vampiros, intentaba quemarme viva.

—Debía de saber que habías tenido alguna relación con vampiros —dijo Andy para romper el silencio.

—¿Estás diciéndome que he perdido mi casa y podría haber muerto... porque conozco a vampiros?

Incluso Bud Dearborn parecía un poco incómodo.

—Alguien se enteraría de que habías salido con el señor Compton —murmuró Bud—. Lo siento, Sookie.

—Claudine tiene que marcharse —dije.

El repentino cambio de tema sorprendió tanto a Andy
como
a Bud, e incluso a la misma Claudine. Miró a los dos vampiros, que se habían acercado mucho más a ella, y dijo apresuradamente:

—Sí, lo siento, tengo que volver a casa. Mañana me toca trabajar.

—¿Dónde tiene aparcado el coche, señorita Crane? —Bud Dearborn miró a su alrededor—. Sólo he visto el coche de Sookie, y está aparcado detrás.

—Lo tengo aparcado en casa de Bill —mintió Claudine con facilidad, gracias a sus muchos años de práctica. Sin esperar respuesta, desapareció en el bosque y sólo mis manos, sujetando con fuerza los brazos de Charles y Bill, impidieron que los vampiros se perdieran en la oscuridad tras ella. Cuando los pellizqué con todas mis fuerzas, ambos tenían la mirada perdida en la negrura del bosque.

—¿Qué? —dijo Bill, perdido en sus sueños.

—Despierta —murmuré, confiando en que Bud, Andy y la doctora no me oyeran. No tenían por qué saber que Claudine era un ser sobrenatural.

—Vaya mujer —dijo la doctora Tonnesen, casi tan embelesada como los vampiros—. La ambulancia llegará enseguida para llevarse a Jeff Marriot. Yo estoy aquí simplemente porque tenía el localizador encendido de camino de vuelta a casa después de cumplir mi guardia en el hospital de Clarice. Tengo que irme y dormir un poco. Siento lo del incendio, señorita Stackhouse, pero piense que al menos no ha terminado usted como ese tipo. —Hizo un ademán de cabeza en dirección al cadáver.

Cuando la doctora entró en su Ranger, el jefe de la cuadrilla de bomberos se acercó a nosotros. Conocía a Catfish Hunter desde hacía muchos años —había sido amigo de mi padre—, pero nunca lo había visto ejerciendo como jefe voluntario del cuerpo de bomberos. Catfish estaba sudando a pesar del frío y tenía la cara tiznada por el humo y las cenizas.

—Sookie, está controlado —dijo—. No es tan terrible como podrías pensar.

—¿No? —cuestioné con un hilo de voz.

—No, cariño. Has perdido el porche de atrás, la cocina y el coche, me temo. Ese hombre también lo roció con gasolina. Pero el resto de la casa está bien.

La cocina..., el lugar donde podían encontrarse las únicas pistas de la muerte que yo había provocado. Ahora, ni siquiera las técnicas que aparecían en Discovery Channel conseguirían encontrar rastros de sangre en la cocina chamuscada. Sin quererlo, me eché a reír.

—La cocina —dije riendo como una tonta—. ¿La cocina ha desaparecido?

—Sí —dijo Catfish, inquieto—. Espero que tengas la casa asegurada.

—Oh —dije, tratando de contener mi risa tonta—. Sí que la tengo. Siempre me ha costado pagar los recibos, pero conservo la póliza que tenía mi abuela sobre la casa. —Gracias a Dios, mi abuela siempre había creído en los seguros. Había visto a mucha gente cancelar sus pólizas para recortar sus gastos mensuales y luego sufrir pérdidas de las que habían sido incapaces de recuperarse.

—¿Con quién tienes asegurada la casa? Los llamaré ahora mismo. —Catfish tenía tantas ganas de que yo parara de reír, que estaba segura de que estaría dispuesto a hacer payasadas o a ponerse a ladrar si así se lo pidiera.

—Con Greg Aubert —contesté.

De pronto, comprendí el duro golpe que acababa de recibir aquella noche. Mi casa, o parte de ella, había sufrido un incendio. Aquello había sido algo más que un simple merodeador. Tenía alojado un vampiro a quien debía ofrecer cobijo durante el día. Mi coche había desaparecido. En mi jardín había un hombre muerto que se llamaba Jeff Marriot, que había prendido fuego a mi casa y a mi coche por una simple cuestión de prejuicios. Me sentía abrumada.

—Jason no está en casa —dijo Catfish a lo lejos—. Ya he intentado llamarle. Seguro que querría que Sookie se instalase en su casa.

—Ella y Charles..., es decir, Charles y yo la llevaremos a mi casa —dijo Bill. Parecía como si estuviese tan lejos como Catfish.

—No sé si... —dijo Bud Dearborn, dudando—. ¿Te parece bien, Sookie?

Repasé mentalmente unas cuantas opciones. No podía llamar a Tara porque Mickey estaba con ella. La casa prefabricada de Arlene ya estaba hasta los topes.

—Sí, estaría bien —respondí, y mi voz sonó remota y vacía, incluso para mí.

—De acuerdo, mientras sepamos dónde encontrarte...

—Ya he llamado a Greg, Sookie, y he dejado un mensaje en el contestador de su oficina. Mejor que también le llames tú por la mañana —dijo Catfish.

—De acuerdo —dije.

Desfilaron ante mí todos los bomberos y uno a uno me dijeron lo mucho que lo sentían. Los conocía a todos: eran amigos de mi padre, amigos de Jason, clientes habituales del bar, conocidos del instituto.

—Habéis hecho todo lo posible —repetí una y otra vez—. Gracias por haber salvado gran parte de la casa.

Y llegó la ambulancia para llevarse al pirómano.

Andy acababa de encontrar entre los arbustos una lata de gasolina, que era a lo que, según la doctora Tonnesen, apestaban las manos del cadáver.

Me costaba creer que un desconocido hubiera decidido que yo iba a perder mi casa y mi vida por mis preferencias en cuanto a chicos. Al pensar en aquel momento en lo cercana que había estado a la muerte, no me parecía injusto que aquel hombre hubiese perdido la vida en el suceso. Me vi obligada a admitir que consideraba que Charles había hecho lo correcto. Tal vez le debiera la vida a Sam por haber insistido tanto en que el vampiro se alojara en mi casa. De haber estado Sam presente en aquel momento, le habría dado las gracias con entusiasmo.

Finalmente, Bill, Charles y yo nos encaminamos a casa de Bill. Catfish me había aconsejado no volver a mi casa hasta la mañana siguiente y sólo después de que el agente de seguros y el investigador al cargo del caso del incendio provocado hubieran estado allí. La doctora Tonnesen me había dicho que fuera a visitarla por la mañana si me sentía mareada. Dijo alguna cosa más, pero apenas me enteré.

El bosque estaba oscuro, naturalmente, y serían ya las cinco de la mañana. Después de adentrarnos un poco entre la maleza, Bill me cogió en brazos para llevarme. No protesté, porque estaba tan cansada que empezaba a preguntarme cómo conseguiría superar el cementerio.

Other books

Thornlost (Book 3) by Melanie Rawn
Escape (Part Three) by Reed, Zelda
The Prague Orgy by Philip Roth
Behind The Wooden Door by Emily Godwin
One White Rose by Julie Garwood
Somewhere Between Black and White by Shelly Hickman, Rosa Sophia