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Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Marea oscura II: Desastre (4 page)

BOOK: Marea oscura II: Desastre
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El sitio no parecía muy diferente a como él lo recordaba. Su habitación estaba al fondo del pasillo. El dormitorio de sus padres, en el piso de arriba. C-3P0

seguía yendo de un lado a otro, pasando de una crisis a otra y deteniéndose sólo para decir lo contento que estaba de ver nuevamente a Jacen. El comportamiento del androide dorado de protocolo, aunque algo irritante, era una de las cosas que hacían que Jacen se sintiera como en casa; aunque, por alguna razón, esa sensación le incomodaba.

La sensación de incomodidad de su habitación le molestaba. Anakin, su hermano pequeño, miraba por el ventanal de transpariacero, estudiando las líneas dibujadas por los deslizadores que atravesaban el cielo de Coruscant.

Jacen apenas podía sentir a Anakin con la Fuerza, como si su hermano estuviera a kilómetros de allí. Lo poco que pudo percibir era sombrío, teñido de aprensión.

Por otro lado, Jaina, su hermana gemela, resplandecía de emoción. Al verla allí, con su oscura melena recogida en una gruesa trenza y los brillantes ojos negros, no pudo evitar sonreír. Estaba tan contenta por pertenecer al Escuadrón Pícaro que su alegría era contagiosa. Como gemelos, siempre habían estado muy cerca y habían compartido mucho. Aun así, le había sorprendido cómo había destacado Jaina en su nueva labor.

Una grata sorpresa.

Jacen la envolvió en un abrazo cuando entró en el gran salón.

—Te he echado de menos. Has estado muy ocupada con el escuadrón, ¿verdad?

Jaina le devolvió el abrazo con fuerza, y le besó en la mejilla.

—Sí. Estamos reclutando nuevos pilotos y estoy ayudando con las pruebas.

Estudio sus reacciones cuando les mostramos lo que los yuuzhan vong hacen en combate. Queremos seleccionarlos en función de su rendimiento y ese tipo de cosas.

Jacen sonrió.

—Los sentidos Jedi son buenos para eso.

—Ya, pero lo increíble es que nosotros redactamos los informes después de las simulaciones y las entrevistas, mientras que cada miembro del comité lo hace de forma independiente. Wedge Antilles y Tycho Celchu también están colaborando, y, es curioso que, sin emplear la Fuerza, ellos acaben descartando a los mismos candidatos que yo. Sus años de experiencia les sirven de la misma forma que a mí la Fuerza.

Anakin soltó una risilla.

—No creo que los años de experiencia les sirvan para levantar rocas. Jaina le dedicó una mirada reprobadora de hermana mayor.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Jacen se sentó en el sofá.

—La experiencia es algo que puede ayudar a cualquiera, incluso a los Jedi.

Aprender de las cosas, no repetir los errores.

Anakin asintió y volvió a mirar por el ventanal.

—Menos mal que hay cosas que son irrepetibles —dijo.

Su hermana suspiró y se acercó a él.

—Anakin, no fue culpa tuya…

Anakin alzó una mano para detenerla. No recurrió a la Fuerza para hacerlo, pero Jacen supo que podría haberlo hecho si Jaina no se hubiera detenido y hubiera bajado los brazos.

—No paráis de decírmelo, y en lo más hondo de mi corazón lo sé, pero librarme de la culpa no significa que no me sienta responsable. Puede que no lo matara, pero ¿hubo algo que yo no hice y que podría haberlo salvado?

Jaina negó con la cabeza.

—No hay forma de saberlo.

Anakin se giró e intentó borrar su atormentada expresión.

—Si tienes razón, entonces estoy maldito, Jaina. Necesito creer que sí hubo algo, por si la próxima vez…

Jacen se incorporó en el asiento.

—Ya has pasado por esa "próxima vez", Anakin. Salvaste a Mara.

—Claro, justo hasta que Luke y tú nos salvasteis a nosotros. No creas que no te estoy agradecido, que lo estoy —una de las comisuras de sus labios se curvó en el gesto de una sonrisa—. Estoy a punto de encontrar la respuesta, pero tengo que buscarla solo.

Jacen asintió. Se dio cuenta de que Anakin en ningún momento había dicho el nombre de Chewbacca. La muerte del wookiee les había dolido a todos, terrible y profundamente. Siempre había formado parte de sus vidas, y cuando lo perdieron, fueron realmente conscientes de lo fuerte que era el lazo que les unía. Su muerte había abierto una herida que, para Jacen, no había ni empezado a curarse.

Los tres se quedaron callados, pensativos. Anakin volvió a mirar por el ventanal, pero sus ojos estaban perdidos en alguna parte, sin ver nada. Jaina cruzó los brazos y se desplomó en el sofá junto a su hermano. Frunció el ceño, y Jacen casi pudo leer los recuerdos de Chewbacca que fluían de ella. Él, personalmente, recordó la suavidad del pelo del wookiee y la fuerza de sus brazos, su sentido del humor, su infinita paciencia con los niños humanos poseedores de la Fuerza.

—Hay mucho silencio por ahí abajo…

Jacen alzó la mirada y vio a un hombre en lo alto de las escaleras, pero le costó un instante darse cuenta de que era su padre. La voz ayudaba, pero tenía un tono roto, y tan ronca que le sorprendió. Su padre llevaba ropa holgada, y tenía la tez teñida de una palidez gris en lugar del bronceado de tantos soles.

Han Solo se había retirado el pelo de los ojos, pero Jacen nunca se lo había visto tan largo. Al tenerlo tan largo no se le veían mucho las canas, pero en las sienes eran muy visibles.

Pero lo que menos le recordaba a su padre era cómo descolgó aquel comentario inicial. Jacen le había oído articular esa frase unas cien veces antes, normalmente cuando la cosa estaba tensa, cuando había que romper el hielo familiar. Su padre sonreía, abría los ojos y decía: "Qué silencio, ¿acaso ha muerto alguien?".
Que no puedas decir eso, padre, me indica lo grave que es la situación.

Jacen se levantó del sofá.

—Qué alegría verte, papá. Vine en cuanto Trespeó me dio tu mensaje.

—Ya lo sé —Han asintió y bajó por las escaleras—.
Palo dorado,
no les has dado nada de beber.

—Bueno, amo Solo, la costumbre es…

—¿La costumbre?, pero si son mis hijos —Han sonrió—. ¿Qué queréis? Jaina negó con la cabeza.

—Yo nada, tengo que irme.

—Jacen, tú seguro que quieres algo —Han miró al androide de protocolo—. Yo creo que tomaré…

—Da igual, papá, no quiero nada.

Han frunció el ceño.

—Pues yo no quiero beber solo.

Anakin alzó la mano para rechazar la invitación, sin darse la vuelta.

El mayor de los Solo se encogió de hombros, incómodo, raro, como si necesitara aceite en las articulaciones.

—Bueno, supongo que podré esperar un poco.

Jaina miró a su padre.

—El mensaje parecía muy urgente. ¿Qué pasa?

Han respiró hondo y soltó el aire lentamente. Se sentó en una silla e indicó a Jacen que se sentara también. Luego miró a Anakin y le hizo un gesto para que también tomara asiento, pero el chico estaba de espaldas y no lo vio.

Han esperó un momento a que Anakin se moviera, pero al no hacerlo se limitó a apoyar los codos en las rodillas.

—Mirad, no sé cómo deciros esto. No es fácil… —se miró los puños, frotándose uno contra otro—. Perder a Chewie… —su voz se quebró por un momento
y
tragó saliva.

—No pasa nada, papá, ya lo sabemos —Jaina sonrió valientemente a su padre—. Todos queríamos a Chewie.

Han se pasó la mano por la cara.

—Perderle me hizo pensar en las otras cosas que tenía y que podía perder. Y eso me asustó más que nada en el mundo. Yo, Han Solo, asustado. Anakin alzó la barbilla.

—No es algo fácil de admitir para nadie.

Su padre asintió una vez, lentamente. El gesto vino con un arrebato de ira y dolor que taladró a Jacen.

Jacen se colocó junto a su padre y le palmeó la espalda un tanto incómodo.

—Lo entendemos, papá, de verdad que sí.

Pero su padre le hizo callar.

—Ya, bueno, lo cierto es que no hay nada que entender.

Jacen suspiró.
Quizá venzamos a los yuuzhan vong, pero ¿sobrevivirá mi familia a la batalla?

Capítulo 4

En la pequeña sala de reuniones, Leia Organa Solo se levantó lentamente de la silla, se apoyó en el borde de la mesa con ambos brazos y hundió un momento la cabeza entre los hombros. El dolor que sintió en éstos le hizo alzarse enseguida. Sabía que los demás estaban tan cansados como ella, pero, dado el devenir de los acontecimientos, ninguno podía permitirse descansar.

Sobre el holoproyector incrustado en el centro de la mesa negra flotaba la representación de una parte fronteriza de la Nueva República. Los planetas de la Nueva República y el espacio que había entre ellos brillaban con un suave resplandor dorado. En la parte superior izquierda, el Remanente Imperial estaba sombreado de color gris, y los planetas parecían perlitas negras. Los planetas y el espacio marrones eran como una vibrocuchilla clavada en el corazón de la Nueva República. Una hilera de esos mundos trazaba una línea en la Nueva República, bordeando justo la frontera del Remanente.

—Los datos siguen llegando. El silencio desde Belkadan, Bimmiel, Dantooine y Sernpidal no debería sorprender a nadie, dado que los yuuzhan vong han tomado esos planetas, y no tenían mucha población para empezar. Siguen llegándonos informes de Dubrillion, pero cada vez son menos y más espaciados. Es como si Dubrillion fuera a convertirse en el cuartel general para los yuuzhan vong, al menos a corto plazo. De Garqi apenas nos llega nada; pero, por lo que parece, los yuuzhan vong han aterrizado allí, tomando el control y emprendiendo acciones para lo que sea que quieran hacer.

El almirante Traest Kre'fey, un joven bothan cuyos ojos violetas estaban veteados de dorado, se acarició la suave melena blanca.

—Los refugiados están pasando por Agamar bastante rápido. Estamos obteniendo información de testigos cualificados, pero los informes que nos envían coinciden con lo que nos contaste que ocurrió en Dantooine. Parece que los yuuzhan vong están utilizando tropas de aproximación para la mayoría de las operaciones de limpieza o de asalto a gran escala. Nos han llegado informes de esclavos experimentales, y rumores sobre colaboracionistas; pero, de momento, esto último apenas pasa de rumor.

Borsk Fey'lya, líder de la Nueva República, arrugó su rostro en una mueca burlona.

Es de esperar que algunos se acobarden y decidan unirse a los más fuertes.

Ya lo vimos en el Imperio.

Leia negó con la cabeza.

—Los yuuzhan vong son mucho peores de lo que nunca llegó a ser el Imperio.

—Desde tu perspectiva, Leia. El Imperio trató a los no humanos con la misma crueldad que estos yuuzhan vong muestran hacia los humanos. Ahora ya sabéis por lo que pasamos nosotros.

Reprimió una carcajada que le contrajo el estómago, y sonrió al bothan, enseñándole todos los dientes.

—Destruyeron mi planeta, Borsk.

—Ah, sí, no paras de recordárnoslo…

El comentario de Borsk Fey'lya quedó inconcluso cuando Elegos A'Kla, un caamasiano, estiró una mano y se la puso al bothan sobre el antebrazo. Leia vio los músculos tensándose en el brazo de Elegos, y la consecuente sacudida de Borsk.

La voz del caamasiano se mantuvo firme.

—Nuestra fatiga puede disparar nuestros temperamentos, pero no debemos olvidar cuál es nuestro deber aquí —inclinó la cabeza hacia los otros humanos de la habitación—. Parece que el general Antilles tiene un datapad lleno de apuntes.

Wedge Antilles alzó la vista, pestañeó con sus ojos marrones y sonrió.

—He estado intentando ver las cosas con los mismos ojos con los que miraba las instalaciones y los movimientos imperiales, y tengo unas cuantas preguntas básicas que requieren respuesta.

Borsk Fey'lya se frotó el antebrazo.

—¿Como cuáles?

—Pues, en primer lugar, Sernpidal. Arrastraron una luna hasta el planeta, desatando un cataclismo devastador. No conseguimos evacuar a todo el mundo. Según los físicos planetarios, la civilización ha sido completamente eliminada, y de sobrevivir alguna criatura, probablemente se verá obligada a recurrir a la carroñería para subsistir.

Fey'lya resopló.

—El Imperio destruyó Alderaan, tal y como Leia nos ha recordado una o dos veces. Sernpidal ha sido un mensaje para nosotros.

Wedge negó con la cabeza.

—Eso no tiene ningún sentido. Recuerde que utilizaron algún tipo de criatura para sacar la luna de su órbita. Los recursos que han tenido que invertir para criar una bestia de ese tamaño y potencia deben de ser increíbles.

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