Read Maestra del Alma (Spanish Edition) Online
Authors: Laura Navello
Elio y Mayra esperaban para recibir a Saladin con ansiedad, escondidos detrás de una de las grandes columnas del vestíbulo. Habiendo crecido con Misael insultando cada vez que escuchaban su nombre, tenían mucha curiosidad de conocer al enemigo de su tutor pues, aunque su reputación lo precedía, nunca lo habían visto. Todos los allegados a Misael sabían de su enemistad, pero nadie conocía en concreto la verdadera historia. Los rumores iban desde asesinatos hasta mujeres, desde traiciones hasta mero disgusto. Hikaru estaba con ellos, aunque no conocía a Misael en profundidad, la historia había llamado su atención y despertado su curiosidad, no podía esperar a conocer a Saladin.
Habían estado esperando durante un par de horas luego de cenar, cuando un mensajero había informado que Saladin estaba en camino y llegaría durante la noche en forma discreta. El palacio estaba en silencio, y no había mucha luz que ayudara, pero sabían que Misael era el encargado de recibirlo a pesar de sus insultos y amenazas.
—Entonces, ¿creen que tiene cuernos o algo así? ¿Por qué Misael lo odia tanto? –preguntó una voz finita en susurros detrás de ellos.
Los tres saltaron en sorpresa, pero se relajaron al ver a Marina acercándose. La niña era como una ráfaga de viento, a pesar de sus travesuras y su energía, era tan sigilosa como un gato cuando así lo quería.
—Marina, ve a tu cuarto, es tarde –susurró Elio.
No era una persona afín a los niños y estaba seguro que los delataría de alguna forma u otra.
—Deja que se quede, ha tenido a Misael de Maestro como nosotros —reprendió Mayra haciéndose a un lado para que Marina se escurriera con ellos.
—¿Por qué traes una capa? Es la mitad de la noche –preguntó a Hikaru.
Hikaru retrocedió un paso quedando medio escondido detrás de Elio sin responderle, esta muestra de timidez hizo sonreír a Elio pensando en lo ruidoso que era Hikaru cuando entraba en confianza.
—¿Quién eres? No te conozco –siguió insistiendo Marina, que presentada con un desafío no haría más que insistir hasta tener respuesta de Hikaru.
—Hikaru, ella es Marina, hija del Príncipe Mental. Marina, él es Hikaru —presentó Elio, intentando cortar el hielo.
Marina se acercó a un más a Hikaru, y él más se alejó.
—¡Quédense quietos, nos va a descubrir el guardia! –regañó Elio.
—Déjame ver tu rostro, lo tienes todo cubierto —ignoró la niña.
Con la agilidad propia de una niña de diez años con mucha energía, se disparó hacia la capucha de la túnica de Hikaru, generando un grito por parte de todos para que se detuviese. Mayra tomó su mano extendida gentilmente separándola de Hikaru mientras éste se escondía aún más de Marina.
—Marina, Hikaru es de las logias, no puede quitarse la ropa —explicó Mayra.
—Oh, perdón –dijo, con un poco de lastima –¿tienes que usar eso todo el tiempo?
—Si –fue la única respuesta de Hikaru, pero Marina sonrió triunfante al escuchar el sonido de su voz.
—Marina, deja de asustar a cada persona nueva que llega al palacio de otros pueblos. Ahora hagan silencio, escuché a uno de los guardias avisar que Saladin estaba llegando –dijo una voz masculina detrás de ellos.
Nuevamente todos se sobresaltaron, mirando hacia la oscuridad, al momento que un chico aparecía corriendo agachado hacia ellos. Opal, hermano de Marina y también hijo del Príncipe Mental hizo su lugar empujando suavemente a su hermana.
—¿Alguien más va a unirse? –preguntó Elio a nadie en particular.
En ese momento, Misael junto con dos guardias llegaron alumbrados mediante un farol. Como si se hubiesen sincronizado, las puertas se abrieron y escoltado por dos guardias Saladin entró al hall seguido de un baúl en madera. Cinco pares de ojos inmovilizados lo observaban detrás de una columna.
El hombre era alto, extremadamente delgado, y caminaba de forma erguida, como si tuviese un palo en la espalda. Era viejo, al igual que Misael, pero sin barba y con el pelo cortado al ras de su cráneo. Sus ojos de un frío color celeste pálido miraban a su alrededor como buscando algo desagradable.
—Sigues vivo, eso sí es una sorpresa –espeto a modo de saludo sacándose su saco y dándoselo a Misael como si fuese un sirviente.
—Moriré bailando sobre tu tumba, te llevaré a tu habitación, pero no desempaques. Cuando te avergüences intentando hacer algo que no puedes tendrás que irte. Recomiendo las cavernas rocosas del Norte, ahí nadie conocerá como te has humillado —dijo tirando el saco como si fuese algo sucio arriba del baúl.
—Pensaría que siendo el Maestro oficial del palacio te habrían dado este trabajo, claramente conocen tus limitaciones. Quizás me dejen tu puesto cuando todo esto acabe.
—Cuando esto acabe estarás llorando pidiendo limosna en las calles.
Unos sirvientes se acercaron de forma cautelosa y cogieron el baúl, los guardias también habían empezado a caminar por el pasillo hacia la habitación designada para Saladin pero los dos Maestros no se movieron. Saladin desvió su mirada hacia la columna donde estaban escondidos.
—Niños, si quieren, puedo contarles todas las historias embarazosas de su Maestro desde que tenía diez años —dijo con una sonrisa simpática cambiando por completo su postura estirada—. Seguramente sea un amargado que no les deja ningún respiro y pasa todo el día rezongando.
—Aléjate de los niños Saladin, les contagiarás algo –amenazó Misael –Ustedes vuelvan a la cama, bastante trabajo tienen como para andar espiando a los adultos.
Con estas palabras se voltearon y se alejaron por el pasillo dejando a cinco impresionados niños y adolescentes detrás de una columna sin saber qué responder.
La sombra miró desde la altura de su trono la patética criatura a la que la iluminada llamaba amigo. Estaba andrajoso y sucio luego de varios días caminando casi sin descanso para sus necesidades básicas, guiado por ella misma hacia su presencia. Era casi igual que pescar, una vez que los había cogido en el anzuelo, solo había que tirar de la tanza y traerlos.
Aunque estaba allí en el trono, la sombra tenía varios de sus hilos desplegados por toda Babia uniendo su conciencia con sus demonios o con nuevos candidatos. Por un lado, sentía cómo Naná finalmente había localizado al traidor Daesuke y salía en su persecución, tendría que terminar eso a la brevedad pero la dejaría divertirse un rato. En otro de sus hilos, varios espías observaban al llamado Joy para finalmente matar a la odiosa peste, pero lo estaban protegiendo como halcones y a esta altura el esfuerzo carecía de sentido. Pero ahora, su atención tenía que estar concentrada en el confundido muchacho que se arrodillaba unos metros más abajo.
—A a a aquí, e e estoy –chilló Emir tartamudeando.
Su vínculo con él era todavía frágil, tenía que hacerlo flaquear y eliminar la lealtad que todavía seguía teniendo con la iluminada. Esto sería divertido.
—A si es, aquí estás –dijo suavemente llamando la atención del chico con su conocida voz.
Lentamente se incorporó y comenzó a bajar los peldaños hacia Emir concentrándose en hacer la caverna lo más lúgubre y oscura posible dentro de la mente del chico. No hay ningún método más eficiente de conseguir lo que uno quiere que con puro miedo. Con una sonrisa observó como el chico temblaba cada vez más fuerte a medida que se acercaba, parecía a punto de orinarse.
—Has venido en busca de poder y reconocimiento, pero tendrás que darme algo a cambio —dijo pausadamente.
—Lo que usted quiera, se lo daré.
—¿Incluso si significa traicionar a tus amigos?
—Ya los he traicionado –respondió Emir aguantando un sollozo
—Eso no fue nada, tendrás que contarme absolutamente todo sobre ellos. Cada plan, cada conversación, cada mueca que haya hecho la iluminada
—Todo
—Y no oses mentirme, porque si lo haces no podrás decir una única palabra coherente por el resto de tu vida –dijo la sombra con malicia.
Para reforzar su afirmación, le mostró a Emir sus miedos dentro de su cabeza y se deleitó al escuchar los gritos de dolor y de pánico. Arrugó un poco su nariz al sentir el olor a orín que el chico había dejado escapar finalmente.
—Yo soy la sombra, pero no solo eso. Soy aquella sombra que logró vencer a la iluminada ya una vez. No puedes esconder nada de mí, no te atrevas ni siquiera a pensarlo —dijo dejando finalmente de torturar a Emir.
El chico se desplomó en el piso con los ojos desenfocados, pero la sombra sabía que había sido lo suficientemente blanda como para que no perdiera la conciencia. Caminó a su alrededor, como si fuese una alimaña.
—¡Levántate! –gritó
Emir se levantó gimiendo apresuradamente para evitar cualquier otro tipo de castigo, su mirada aun en el suelo. La sombra se colocó frente a él, su rostro cubierto con una capucha negra... iba de la mano con su personaje. La iluminada podría haber obtenido a Daesuke, pero ella tenía ahora a una fuente de información igual de valiosa, estaban nuevamente a la par en una hoja en blanco. Ojo por ojo, decía el dicho. ¿Cuál sería el siguiente movimiento? No, eso lo dejaría para después. Ahora lo que necesitaba era saber lo que había querido desde el momento en que envió a Daesuke como espía en el grupo de la iluminada. Aquello que, según sospechaba había arruinado a Daesuke y podría incluso crear más problemas.
—Entonces, comenzarás a contarme todo en este mismo instante... empecemos por esta extraña persona a la que llaman Alina –dijo finalmente sacándose la capucha.
Esa era la última gota para romper los esquemas del chico que tenía enfrente, y lo sabía, lo había dejado para el final a propósito.
—¡Mírame!
Relamiéndose los labios observó cómo los cimientos de todo lo que Emir creía conocer se rompían y disfrutó la mirada de confusión y pánico que acompañaban.
Eran idénticos en todo aspecto, hablaban igual, se movían igual, su apariencia era igual. Desde su vestimenta y corte de pelo hasta el último lunar, no había diferencia alguna. Observarlos traía un dolor punzante entre ambos ojos y nauseas incontrolables. No había dudas de que se comunicaban sin palabras, puesto que aunque pasaban horas sin emitir sonido sus acciones se coordinaban a la perfección. Mientras uno buscaba leña para una fogata, el otro ya estaba pescando y mientras el uno cocinaba el otro iba a buscar agua al rio.
Cuando sí hablaban lo hacían con palabras sueltas sin armar frases, y aunque Alina intentaba seguir el diálogo, parecían jugar con ella intercambiando los roles en la conversación. A veces uno respondía su propia pregunta, o hacía lo que le había pedido al otro que hiciera. Era imposible distinguirlos. Incluso roncaban sincronizados cuando dormían y Alina sospechaba que aunque tomaban direcciones diferentes también iban a hacer sus necesidades al mismo tiempo.
Alina se mantenía hecha un ovillo, abrazando sus propias piernas, en una de las esquinas de la húmeda y fría cueva en donde habían encontrado refugio. Los dos Dais la ignoraban por completo aunque siempre le daban un plato de comida con desgano. Las pocas veces que la miraban, lo hacían con desprecio y solo por un instante, seguido siempre de alguna acción coordinada que volvía a generarle náuseas.
Al siguiente día de llegar a la cueva, un poco más calmada, comenzó a notar que los Dais se comportaban más perturbadoramente sincronizados o intercambiaban personalidades cuando ella los estaba observando. Lo hacían a propósito, una especie de juego u hostigamiento hacia ella. Esto fue lo que necesitó Alina para salir de su estado de shock y distraerse de sus pesadillas, lograría distinguirlos aunque le costase todo un año.
Con el ánimo renovado, focalizó todas sus energías en observarlos lo más disimuladamente posible. Salía a caminar por los alrededores de la cueva mirando de reojo qué estaba haciendo cada uno, o intentaba fisgonear detrás de un árbol, pero siempre parecían darse cuenta que estaba allí.
Cambiando de estrategia, si no podía reconocerlos físicamente o por sus comportamientos, tendría que reconocerlos por su personalidad. Durante el siguiente par de días siempre acompañaba a uno u a otro, intentando seguirlos permanentemente para poder reconocer con cuál de los dos estaba hablando.
—¡Deja de seguirme! –exclamó el primer Dai que comenzó a seguir cuando se cansó de ignorarla.
—No quiero, estoy aburrida y cansada de estar en esa apestosa cueva –respondió.
—No me importa, vete a juntar hongos por lo que a mí me concierne. Déjame en paz.
—No se reconocer los comestibles, ¿quieres que te intoxique?
—Pues encuentra algo en lo cual ser útil o mejor aún, ¡vete!
—Ya lo encontré, me enseñarás a pescar.
Alina sintió un ruido detrás de ellos y el segundo Dai apareció. Concentró toda su mente en seguir a los dos Dais y no dejar que ninguno escapara de su vista, pero manteniendo su rostro con una sonrisa que esperaba pareciera natural.
—¿Estás hablando en serio? –preguntó el segundo Dai con una mueca.
—Sí, ¡vamos será entretenido! Tendremos más comida para el almuerzo, lo cocinaré yo
—Aprende tu sola, no tengo la paciencia –respondió el segundo Dai con un suspiro.
Los Dais se separaron, ¿a quién seguiría? ¿Al Dai que terminó la conversación o al que la empezó? No iba a caer en su juego, el segundo Dai había aparecido para distraerla, era el primero quien estaba yendo al rio. Siguió al primero al arroyo sentándose a su lado en una roca.
—Basta, vete, esto es un trabajo de uno solo –espetó Dai
—Ya deberías conocer que soy bastante testaruda cuando me lo propongo. Entonces, ¿cómo has armado la caña de pescar?
—No he sido yo quién ha estado contigo, ha sido el otro. Ve a preguntarle a él.
—Arrggg.. deja de jugar conmigo. Se comportan como uno y estoy comenzando a creer que comparten sus pensamientos. Ambos me conocen, y ambos me pueden enseñar a pescar. Tú tienes la caña, has salido sorteado.
—¿Somos intercambiables? –dijo Dai casi para sí mismo.
—No, pero son difíciles de distinguir, no puedes negar eso –respondió Alina con una sonrisa.
—Ve a buscar la rama más derecha que encuentres pero no muy seca y un cuchillo.
Si se iba para buscar lo que Dai había pedido, dejaría de tener controlados a los dos y perdería todo lo que había observado en el día. De todas maneras, se dirigió al límite entre el arroyo y el bosque, con la esperanza de encontrar algo sin tener que adentrarse mucho.
Con paso vacilante y mirando con la esquina del ojo al Dai del arroyo, comenzó a buscar alguna rama recta como la que él estaba usando. Agarró un par con entusiasmo enseguida, estaba empezando a disfrutar de la tarea, y dejó de lado el miedo y horror de hacía unas noches atrás.
—Eres un caso perdido –exclamó un Dai a su derecha caminando hacia ella.
Rápidamente Alina llevó su mirada hacia el arroyo distinguiendo al primer Dai aun sentado en la roca pescando con tranquilidad.
—Te dije que deberían estar derechas y no quebrarse fácilmente –dijo el Dai frente a ella tomando ambas ramas que había conseguido.
No, no fuiste tú quién me lo dijo sino el otro Dai,
pensó Alina, pero se guardó el comentario para sí misma y le siguió la corriente.
—¡Ambas son parecidas a la que está usando tu hermano! Mira –dijo ella dirigiéndose hacia el otro Dai y hacia el arroyo.
Ambos Dais se movieron de forma incómoda pero haciendo caso omiso, Alina tomó la caña del Dai del arroyo y la comparó con las que ella había recogido.
—¿Ves? Son casi iguales
—Realmente eres cabeza hueca, ¿verdad? –dijo el Dai del bosque tomando una de las ramas que había recogido Alina y doblándola levemente haciendo un poco de presión.
La rama se partió en dos con un quejido seco.
—¿A ti te parece que esto es una rama flexible? Con suerte pescarías una planta.... Pensándolo bien no, no pescarías nada... te morirías de hambre antes de atrapar un pez...
—Toma, siente esta, ¿ves cómo se dobla? Cuando veas una rama debes comprobar que un poco de peso no la romperá. Da la casualidad que no les gusta mucho ser atrapados y pueden tener bastante fuerza —le dijo el Dai del arroyo dándole la caña.
En el extremo de un hilo hecho de una planta, ató una piedra y la tiró al agua.
—Tira de ella —dijo a continuación.
Alina tiró y observó como la rama se doblaba cuando ella hacía fuerza trayendo la piedra más cerca. Era verdad, las dos ramas que había recogido no eran tan fuertes. ¿Cuánto podría soportar? Volvió a recoger la piedra y tirarla hacia el arroyo. Luego, con velocidad y fuerza llevó la caña hacia atrás doblándola ferozmente. La piedra salió disparada desde el agua hacia ella pasando por el lado derecho de su cara y golpeando algo detrás fuertemente.
—AAAYY –exclamaron los dos Dais llevando su mano al ojo izquierdo en forma simultánea.
—¡Eres tan torpe! ¡Un mono con espada sería menos peligroso que tú! ¿Acaso eres retrasada que no puedes controlar tu propio cuerpo? –gritó el Dai del bosque.
—¡Fue un accidente! No soy sádica como tú, por más que quiera dejarte el otro ojo parejo –amenazó ella.
—No dije que fueras sádica, sino con menos destreza que un logiano peleando un Battousanio.
—Oh, por favor, ya cállate y siéntate. Déjame ver —exclamó Alina, mientras sentía algo levemente familiar en la forma de discutir con el Dai del bosque.
Dai del bosque se sentó al lado del otro Dai y comenzaron su teatro de sincronización, lamentándose y quejándose en simultáneo.
—¿Pueden parar de hacer eso? Sé que lo hacen a propósito la mayoría de las veces, pero para su información ya no me afecta. Pueden traer a un tercero de ustedes en su pequeño despliegue pero no se me moverá un músculo.
Los dos se miraron con una sonrisa sardónica, pero no emitieron comentario.
—Entonces, si uno se lastima el otro también lo siente, ¿verdad? Eso fue lo que pasó cuando salimos de Faerl. A uno de ustedes lo apuñalaron y el otro colapsó también.
Silencio
—¿Ahora deciden quedarse callados? No importa, tengo todo el día y un par de pulmones preparados para preguntarles hasta el cansancio.
—Si la herida es superficial, sana el doble de rápido, si es grave es el doble de peligrosa –dijo el Dai del arroyo —Resulta que la sombra no estaba muy contenta después de lo de Lorien.
—¿Son los hermanos de la historia verdad? Los hijos de Arianne.
Silencio nuevamente.
—La segunda parte de la historia fue nueva —nuevamente respondió el Dai del arroyo mientras el Dai del bosque miraba un punto fijo con un humor sombrío.
—¡Calla! –rezongó el Dai del bosque exasperado.
El ojo de ambos comenzó a hincharse. Resignada, Alina cortó dos tiras de su camisa y la remojó en la fría agua del arroyo, posándolas luego en el ojo de cada uno. Ambos alejándose bruscamente ante su toque.
—Manténganlo frio, sino parecerán deformes en unos minutos.
Ahora tenía sentido el por qué Hikaru no había podido sanar la herida de Dai cuando éste colapsó en el camino. Tenía que sanar a dos personas no una, al mismo tiempo. Lo habían logrado gracias a que Alina había logrado contener una fuerza que invadía a Dai y no permitía que el poder de Hikaru tuviese efecto. Pensándolo ahora, esa segunda fuerza seguramente era el segundo Dai. Ambos estaban conectados por el poder que Arianne había usado para modelarlos como ella quería, compartían los mismos rasgos que su madre había querido que tuvieran tanto físicos como de personalidad. Sin embargo, Alina había sentido la diferencia. Había visto quién era Dai y quién no, y los había separado para poder sanarlo, seguramente poniendo en riesgo a su hermano.
Una idea repentina le llegó, si pudo reconocerlos una vez, podría reconocerlos nuevamente. En lo que iba de su estancia en Babia, no había querido aceptar que tenía un poder, casi imperceptible al principio, pero ya no podía negar que ella veía más allá de las personas. Veía su propia alma, o más precisamente la esencia. Misael había dicho que no habían registros de Maestros del alma de forma reciente, tendría que aprender sola, pero que mejor momento que este para ponerlo en práctica.
Desde dentro de su ser, Alina buscó el poder que había usado para ayudar a Hikaru aquella vez. Se concentró cerrando sus ojos e intentando replicar la sensación que había tenido, intentando sentir esa aura dentro de Dai. Reconocer su forma, su flujo, su calidez y su fuerza.
Casi no se dio cuenta que lo había logrado, pero cuando sintió un leve cambio en su entorno y volvió a abrir sus ojos allí estaba. Lo sentía emanando de ambos con mucha más claridad que anteriormente, más tangible. Sintió como ambos se interconectaban en un torbellino, una corriente que entraba y salía de cada uno de los hermanos. Casi le parecía poder verlo o tocarlo, y en el centro de ambas auras, distinguió algo difuso que no había visto antes, un núcleo de donde el resto del aura emanaba, pero que casi no podía sentirlo. Apenas si distinguía que estaba ahí, se prometió averiguar luego que era, pero parecía el corazón del alma.
Cuando Alina logró recuperarse de la tormenta de sensaciones que la invadieron reconoció el alma cuyo cuerpo había sanado con Hikaru. Más palpable que antes, aun con la otra alma mezclándose en ella como anteriormente en un torbellino. Alina reconoció al Dai que vio por primera vez en Battousania y que la había acompañado en todo este viaje, y, sin quererlo, sonrió al Dai del bosque.