Empezó su tercer dibujo. Se trataba del plano de la planta baja de la iglesia. Imaginó doce arcos en la arcada. Por lo tanto, la iglesia quedaba dividida en doce secciones llamadas intercolumnios. La nave tendría una longitud de seis intercolumnios, y el presbiterio, de cuatro. Entre ambos, ocupando el espacio de los intercolumnios séptimo y octavo, estaría el crucero, con los brazos del transepto destacándose a cada lado y la torre alzándose encima.
Todas las catedrales y casi todas las iglesias tenían forma de cruz. Claro que la cruz era el símbolo único y más importante de la Cristiandad, pero también había una razón práctica. Los transeptos aportaban espacio utilizable para otras capillas y otras dependencias como la sacristía.
Cuando hubo dibujado un plano sencillo de la planta baja, Tom volvió sobre el dibujo central, que mostraba el interior de la iglesia visto desde el extremo occidental. Dibujó entonces la torre alzándose por encima y detrás de la nave.
La torre debería tener una vez y media la altura de la nave o duplicarla. La primera daría al edificio un perfil atractivo por su regularidad, con las naves laterales, la nave central y la torre alzándose en proporción escalonada: 1:2:3. La torre más alta resultaría más impresionante, porque la nave sería el doble de las naves laterales y la torre el doble de la nave central, siendo entonces las proporciones de 1:2:4. Tom había elegido esta última, ya que sería la única catedral que construiría en su vida y quería que tratara de alcanzar el cielo. Esperaba que Philip pensara igual.
Claro que si Philip aceptaba el proyecto Tom habría de dibujarlo de nuevo, con más cuidado y a escala exacta. Habría de hacer muchos más dibujos, centenares de ellos. Plintos, columnas, capiteles, ménsulas, marcos de puerta, torrecillas, escaleras, gárgolas y otros incontables detalles. Tom estaría dibujando durante años. Pero lo que tenía delante era la esencia del edificio, y era bueno: sencillo, económico, airoso y perfectamente proporcionado.
Se sentía impaciente por enseñárselo a alguien.
Había pensado dejar que la argamasa se endureciera y luego buscar el momento adecuado para llevársela al prior Philip, pero ahora que ya estaba hecho quería que Philip lo viera en seguida. ¿Pensaría Philip que era un presuntuoso? El prior no le había pedido que preparara un dibujo. Tal vez pensara en otro maestro arquitecto, en alguien del que supiera que había trabajado en otros monasterios y hubiera hecho un buen trabajo. Quizás considerara absurdas las aspiraciones de Tom.
Pero por otra parte, si Tom no le mostraba algo, Philip podía llegar a la conclusión de que era incapaz de dibujar y tal vez contratara a otro sin considerar siquiera a Tom. Pero no estaba dispuesto a arriesgarse. Prefería sin duda que le considerasen presuntuoso.
Todavía había luz del día. Sería la hora del estudio en los claustros. Philip estaría en la casa del prior leyendo la Biblia. Tom decidió ir a llamar a su puerta. Salió de la casa sujetando con todo cuidado la tabla.
Mientras dejaba atrás las ruinas, la perspectiva de construir una nueva catedral le pareció de súbito desalentadora. Todas esas piedras, toda esa madera, todos esos artesonados, todos esos años. Tendría que controlarlo todo, asegurarse de que hubiera un suministro constante de materiales, comprobar la calidad de la madera y de la piedra, contratar y despedir hombres, comprobar infatigable su trabajo en el aplomado y el nivelado, hacer plantillas para las molduras, diseñar y construir máquinas para elevar materiales... Se preguntaba si sería capaz de hacer todo ello.
Pero luego pensó en lo emocionante que sería crear algo de nada. Ver un día, en el futuro, una iglesia nueva aquí donde no había más que escombros y decir:
yo he hecho esto
.
Y otra idea bullía en su mente, oculta, sepultada en un oscuro rincón, algo que apenas quería admitir a sí mismo. Agnes había muerto sin la asistencia de un sacerdote y estaba enterrada en terreno sin consagrar. Le hubiera gustado volver junto a su tumba y hacer que un sacerdote dijera oraciones ante ella y quizá ponerle una pequeña lápida. Pero temía que si de alguna forma llamaba la atención hacia el lugar en el que estaba sepultada, saldría a relucir toda la historia del abandono del recién nacido. Dejar que una criatura muriera todavía seguía considerándose asesinato. A medida que transcurrían las semanas cada vez se sentía más preocupado por el alma de Agnes, preguntándose si estaría en buen lugar o no. Temía preguntar sobre ello a un sacerdote, porque no quería dar detalles. Pero se consoló con la idea de que si construía una catedral, con toda seguridad Dios le favorecía, y se preguntaba si podría pedirle que fuera Agnes quien recibiera los beneficios de ese favor en lugar de él. Si pudiera dedicar a Agnes su trabajo en la catedral estaba seguro de que el alma de ella estaría a salvo y él podría descansar tranquilo.
Llegó a la casa del prior. Era una edificación pequeña, de piedra, a un solo nivel. La puerta estaba abierta aunque el día era frío. Vaciló un instante.
Muéstrate tranquilo, competente, seguro de ti mismo y experto
, se dijo.
Un maestro en cada uno de los aspectos de la construcción moderna. Precisamente el hombre digno de toda confianza.
Se detuvo ante la casa. Sólo tenía una habitación. En un extremo había una gran cama con lujosas colgaduras, en el otro un altar pequeño con un crucifijo y un candelabro. El prior Philip se encontraba de pie junto a la ventana, leyendo con gesto preocupado una hoja de vitela. Levantó la vista y sonrió a Tom.
—¿Qué me traes?
—Dibujos, padre —repuso Tom, hablando con tono profundo y tranquilizador—. Para una nueva catedral. ¿Puedo mostrároslos?
Philip pareció sorprendido e intrigado.
—Desde luego.
En un rincón había un gran facistol. Tom lo trasladó bajo la luz, junto a la ventana, colocando sobre él la argamasa enmarcada. Philip miró el dibujo mientras Tom observaba su rostro. Pudo darse cuenta de que Philip nunca había visto un dibujo alzado, un plano de planta baja o una sección de un edificio. El prior fruncía el entrecejo desconcertado.
Tom empezó a explicarlo. Señaló el alzado.
—Este os muestra un intercolumnio de la nave central —dijo—. Imaginaos que os encontráis en pie en el centro de la nave mirando hacia un muro. Aquí están las columnas de la arcada; están unidos por arcos. A través de ellos podéis ver las ventanas de la nave lateral. Encima de la arcada está la galería de la tribuna y encima de ella las ventanas del triforio.
La expresión de Philip se despejaba a medida que iba comprendiendo; era un oyente que captaba con rapidez. Luego miró el plano de la planta baja, y Tom pudo ver que aquello también le tenía perplejo.
—Cuando recorramos el emplazamiento y marquemos dónde habrán de levantarse los muros y dónde quedaran los pilares enclavados en el suelo, así como las posiciones de las puertas y los contrafuertes —dijo Tom—, tendremos un plano como éste, y nos dirá dónde habremos de colocar las estacas y cuerdas.
El rostro de Philip se iluminó de nuevo al comprender. Tom se dijo que no era mala cosa que a Philip le costara desentrañar los dibujos, ya que ello ofrecía a Tom la ocasión de mostrarse seguro de sí mismo y experto. Finalmente, Philip dirigió la mirada hacia la sección.
—Aquí está la nave central con un techo de madera; detrás de ella está la torre. Aquí las naves laterales a cada lado de la central. En los bordes exteriores de las naves laterales están los contrafuertes —explicó Tom.
—Parece espléndida —dijo Philip.
Tom pudo darse cuenta de que lo que, sobre todo, había impresionado a Philip había sido el dibujo de la sección, con el interior de la iglesia puesto al descubierto como si el extremo occidental hubiera sido abierto a modo de la puerta de un armario para revelar su interior.
Philip miró de nuevo el plano de la planta baja.
—¿Sólo hay seis intercolumnios en la nave?
—Sí. Y cuatro en el presbiterio.
—¿No resulta pequeña?
—¿Podéis permitiros otra más grande?
—No puedo permitirme construir ninguna —alegó Philip—. Supongo que no tendrás ni idea de lo mucho que esto costaría.
—Sé con toda exactitud cuánto costaría —dijo Tom. Vio reflejarse la sorpresa en la cara de Philip, pues éste no había reparado en que Tom sabía hacer números. Es más, había pasado muchas horas calculando el costo de su dibujo hasta el último penique, aunque dio a Philip una cifra en números redondos—; no costará más de tres mil libras.
Philip se echó a reír irónico.
—He pasado las últimas semanas ocupándome de los ingresos anuales del priorato —Agitó la hoja de vitela que leía con tanto interés al llegar Tom—. Aquí está la respuesta. Trescientas libras anuales. Y gastamos hasta el último penique.
Tom no se quedó sorprendido. Era evidente que el priorato había sido administrado en el pasado de forma desastrosa, pero tenía fe en que Philip enderezaría la economía.
—Encontrareis el dinero, padre —le dijo—. Con la ayuda de Dios —añadió con devoción.
Philip volvió su atención a los dibujos, aunque no parecía convencido.
—¿Cuánto tiempo será necesario para construir esto?
—Depende del número de personas que penséis emplear —dijo Tom—. Si contratáis treinta albañiles, con suficientes trabajadores, aprendices, carpinteros y herreros para que les sirvan, podría necesitarse quince años. Un año para los cimientos, cuatro para el presbiterio, otros cuatro para el transepto y seis años para la nave central.
Philip pareció impresionado una vez más.
—Desearía que mis funcionarios monásticos tuvieran tu habilidad para prever y calcular —dijo. Estudió los dibujos pensativo—. De manera que necesito encontrar doscientas libras al año. No parece tan difícil cuando lo presentas de esa forma —pareció reflexionar. Tom se sintió excitado. Philip empezaba a considerarlo como un proyecto factible, no sencillamente como un dibujo abstracto—. Supongamos que pudiera disponer de más dinero ¿Podríamos construir más deprisa?
—Hasta cierto punto —replicó Tom, cauteloso. No quería que Philip se excediera en su optimismo, porque ello podría conducir a la decepción—. Podéis emplear sesenta albañiles y construir toda la iglesia de una vez, en lugar de trabajar de este a oeste. Y para ello se necesitarían de ocho a diez años. Con un número mayor de sesenta para una construcción de este tamaño empezarían a estorbarse unos a otros, y el trabajo sería más lento.
Philip hizo un gesto de aquiescencia. Pareció entenderlo sin dificultad.
—Aun así, incluso con sólo treinta albañiles puedo tener terminado en cinco años el lado oriental. Y podréis utilizarlo para los oficios sagrados e instalar un nuevo sepulcro para los huesos de Saint Adolphus.
—¿De veras? —Ahora Philip ya se mostraba realmente excitado—. Había pensado que pasarían décadas antes de que pudiéramos tener una nueva iglesia. —Dirigió a Tom una mirada perspicaz—. ¿Has construido alguna catedral?
—No, pero he diseñado y construido iglesias más pequeñas. Además trabajé en la catedral de Exeter durante varios años y terminé como maestro constructor suplente.
—Tú quieres construir esta catedral ¿verdad?
Tom vaciló. Más valía que se mostrara franco con Philip; aquel hombre no soportaba las evasivas.
—Sí, padre. Querría que me designarais maestro constructor —repuso con toda la calma que le fue posible.
—¿Por qué?
Tom no esperaba aquella respuesta. Tenía tantos motivos...
Porque he visto que se hacen muy mal y yo puedo hacerla bien,
se dijo.
Porque no hay nada tan satisfactorio para un maestro artesano como ejercitar su habilidad, salvo tal vez hacer el amor a una mujer hermosa; porque algo como esto da sentido a la vida de un hombre.
¿Qué respuesta querría Philip? Sin duda al prior le gustaría que dijera algo devoto. Pero decidió, audaz, decir la verdad.
—Porque será hermosa —exclamó.
Philip le miró de manera extraña. Tom no podría decir si estaba enfadado o cuál era su sentimiento.
—Porque será hermosa —repitió Philip. Tom empezó a pensar que aquélla era una razón boba y decidió añadir algo más, pero no se le ocurrió nada. Entonces se dio cuenta de que Philip no se mostraba en absoluto escéptico, sino que estaba conmovido. Las palabras de Tom le habían llegado al corazón. Finalmente, Philip hizo un gesto de asentimiento como si lo aceptara después de alguna reflexión—. Sí. ¿Y qué otra cosa puede ser mejor que hacer algo hermoso para Dios? —dijo.
Tom permaneció callado. Philip todavía no ha dicho:
Sí, serás maestro constructor
. Tom esperaba.
Philip pareció llegar a una decisión.
—Dentro de tres días voy a ir con el obispo Waleran a ver al rey en Winchester —dijo—. No conozco exactamente los planes del obispo pero estoy seguro de que pediremos al rey Stephen que nos ayude a pagar una nueva iglesia catedral en Kingsbridge.
—Esperemos que os conceda vuestro deseo —dijo Tom.
—Nos debe un favor —adujo Philip con sonrisa enigmática—. Debe ayudarnos.
—¿Y si lo hace? —preguntó Tom.
—Creo que Dios te ha enviado a mí con un propósito, Tom Builder —dijo Philip—. Si el rey Stephen nos da el dinero podrás construir la iglesia.
Esa vez fue Tom quien se sintió conmovido. Apenas sabía qué decir. Le habían concedido el deseo de toda su vida... pero con condiciones. Todo dependía de que Philip obtuviera la ayuda del rey. Hizo un gesto de aquiescencia aceptando la promesa y el riesgo.
—Gracias, padre —dijo.
La campana tocaba a vísperas. Tom cogió su pizarra.
—¿Necesitáis eso? —le preguntó Philip.
Tom se dio cuenta de que sería una buena idea dejarla allí. Sería un recordatorio constante para Philip.
—No, no lo necesito —dijo—. Lo tengo todo en mi cabeza.
—Entonces me gustaría guardarlo aquí.
Tom asintió al tiempo que se dirigía a la puerta.
Se le ocurrió que si no preguntaba en ese momento lo referente a Agnes, probablemente no lo haría jamás. Se volvió.
—¿Padre?
—Dime.
—Mi primera mujer... se llamaba Agnes... Murió sin la presencia de algún sacerdote y está enterrada en suelo sin consagrar. No es que hubiera pecado..., fueron tan sólo las circunstancias. Me preguntaba... A veces un hombre construye una capilla o funda un monasterio con la esperanza de que en el más allá Dios recuerde su devoción. ¿Creéis que mi dibujo podría servir para proteger el alma de Agnes?