Los Pilares de la Tierra (51 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—Temía que creciera como un animal si nos quedábamos en el bosque —siguió diciendo Ellen—. Pero si es éste el precio que hay que pagar por enseñarle a vivir con otra gente, resulta demasiado caro, así que me vuelvo al bosque.

—No digas eso —dijo Tom desesperado—. Hablemos sobre ello. No tomes una decisión precipitada.

—No es precipitada, no es precipitada, Tom —afirmó Ellen tristemente—. Me siento tan triste que ni siquiera puedo estar furiosa. De veras que quería ser tu mujer. Pero no a cualquier precio.

Tom se dijo que si Alfred no hubiera perseguido a Jack nada de todo eso hubiera pasado. Pero sólo había sido una pelea de niños. O quizás Ellen estuviera en lo cierto al decir que Alfred era su punto flaco. Tom empezó a pensar que se había equivocado. Tal vez hubiera debido mantenerse más firme con Alfred. Las peleas entre muchachos era una cosa, pero Jack y Martha eran más pequeños que Alfred. Tal vez fuera un pendenciero.

Pero ahora ya era demasiado tarde para cambiar.

—Quédate en la aldea —dijo Tom desesperado—. Espera un tiempo y veremos qué pasa.

—No creo que ahora los monjes me dejaran.

Comprendió que Ellen tenía razón. La aldea pertenecía al priorato y cuantos allí vivían pagaban el alquiler a los monjes, por lo general en días de trabajo y los monjes podían negarse a dar alojamiento a quien no les gustara. Y no se les podía culpar por rechazar a Ellen. Ella había tomado su decisión y se había orinado literalmente en sus posibilidades de retractación.

—Entonces me iré contigo —dijo Tom—. El monasterio me debe ya setenta y dos peniques. Recorreremos de nuevo los caminos. Ya hemos sobrevivido antes.

—¿Y qué me dices de tus hijos? —le preguntó Ellen con dulzura.

Tom recordó a Martha llorando de hambre. Sabía que no podía hacerla pasar otra vez por aquello. Y también estaba su hijito, Jonathan.
No quiero volver a abandonarlo
, se dijo Tom,
lo hice una vez y sentí asco de mí.

Pero no podía soportar la idea de perder a Ellen.

—No te atormentes —le dijo ella—. No voy a patear contigo de nuevo los caminos. Eso no es solución; estábamos peor bajo todos los aspectos de lo que estamos ahora. Me vuelvo al bosque y tú no vas a venir conmigo.

Tom se la quedó mirando. Quería creer que no iba a hacer lo que decía, pero por la expresión de su cara supo que lo haría. No se le ocurría nada más que decir para detenerla. Abrió la boca para hablar, pero no pudo articular una sola palabra. Se sintió impotente. Ellen respiraba con fuerza, con el pecho palpitante por la emoción. Tom ansiaba acariciarla pero tenía la impresión de que ella no quería que lo hiciera;
quizás no vuelva a abrazarla jamás
, se dijo. Le resultaba difícil de creer. Durante meses había yacido con ella noche tras noche, tocándola con la misma familiaridad que lo podía hacer consigo mismo y ahora, de repente, le estaba prohibida y ella se había convertido en una extraña.

—No estés tan triste —le dijo Ellen. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—No puedo evitarlo —contestó Tom—. Me siento triste.

—Lamento hacerte tan desdichado.

—No lo sientas. Lamenta más bien haberme hecho feliz. Eso es lo que duele, que me hicieras tan feliz.

Ellen no pudo contener un sollozo. Dio media vuelta y se alejó sin decir otra palabra.

Jack y Martha fueron detrás de ella. Alfred vaciló un instante, en actitud desmañada, y luego los siguió.

Tom se quedó mirando la silla que ella acababa de dejar.
No, no puede ser verdad, no me abandona.

Se sentó en la silla. Todavía estaba caliente de su cuerpo, de ese cuerpo que él tanto amaba. Endureció el rostro para contener las lágrimas.

Sabía que ahora Ellen ya no cambiaría de idea. Jamás vacilaba. Era una persona que cuando tomaba una decisión la cumplía hasta el fin.

Pero tal vez llegara a lamentarlo.

Se aferró a ese jirón de esperanza. Sabía que le amaba. Eso no había cambiado. La misma noche anterior había hecho el amor de forma frenética, como alguien que saciara una sed terrible. Y después de que él quedara satisfecho había rodado encima de él, besándole con avidez, jadeando entre su barba mientras gozaba una y otra vez, hasta quedar tan exhausta de placer que no pudo seguir. Y no era sólo eso lo que a ella le gustaba. Disfrutaban estando juntos todo el tiempo. Hablaban sin cesar, mucho más de lo que él y Agnes habían hablado, incluso en sus primeros tiempos.
Me echará en falta tanto como yo a ella
, se dijo.
Al cabo de un tiempo, cuando su ira se haya calmado y esté encarrilada en una nueva rutina, echará de menos a alguien con quien hablar, un cuerpo firme que tocar, una cara barbuda que besar. Entonces pensara en mí. Pero es orgullosa. Es posible que sea demasiado orgullosa para volver aunque lo desee.

Se puso en pie de un salto. Tenía que contar a Ellen lo que tenía en la mente. Salió de la casa. Se encontraba en la puerta del priorato despidiéndose de Martha. Tom corrió dejando atrás las cuadras y llegó junto a ella. Ellen le sonrió melancólica.

—Adiós, Tom.

Tom le cogió las manos.

—¿Volverás algún día? Aunque sólo sea para vernos. Si supiera que no te vas para siempre, que volveré a verte algún día, aunque sólo sea por algún tiempo... si supiera eso podría soportarlo.

Ellen vaciló.

—Por favor.

—De acuerdo —asintió ella.

—Júralo.

—No creo en juramentos.

—Pero yo sí.

—Muy bien. Lo juro.

—Gracias.

La atrajo hacia sí con delicadeza. Ella no se resistió. La abrazó y no pudo contenerse por más tiempo. Las lágrimas le corrieron por el rostro. Por último, Ellen se apartó. Él la dejó ir de mala gana. Ella se volvió hacia la puerta.

En aquel momento se oyó un ruido en las cuadras, el ruido de un caballo desobediente, piafando y bufando. Todos miraron automáticamente en derredor. El caballo era el semental de Waleran Bigod, y el obispo se disponía a montarlo. Su mirada se encontró con la de Ellen y quedó petrificado.

En ese momento Ellen empezó a cantar.

Tom no conocía la canción aunque se la había oído cantar a menudo. La melodía era terriblemente triste. Las palabras eran francesas, pero él las entendía bastante bien.

Un ruiseñor preso en la red de un cazador

cantó con más dulzura que nunca,

como si la fugaz melodía

pudiera volar y apartar la red.

La mirada de Tom fue de ella al obispo. Waleran parecía aterrado, con la boca abierta, los ojos desorbitados y el rostro tan lívido como la muerte. Tom estaba atónito ante el hecho de que una sencilla canción tuviera el poder de atemorizar de tal manera a un hombre.

Al anochecer, el cazador cogió su presa.

El ruiseñor jamás su libertad.

Todas las aves y todos los hombres tienen que morir, morirán,

pero las canciones pueden vivir eternamente.

—Adiós, Waleran Bigod. Abandono Kingsbridge pero no a ti. ¡Estaré contigo en tus sueños! —gritó Ellen.

Y en los míos
, se dijo Tom.

Por un instante, nadie se movió. Ellen dio media vuelta, con Jack cogido de la mano. Todos la miraban en silencio mientras atravesaba las puertas del priorato y desaparecía entre las sombras crecientes del crepúsculo.

Segunda Parte (1136-1137)
Capítulo Cinco
1

Desde que Ellen se fue, los domingos transcurrían muy tranquilos en la casa de invitados. Alfred jugaba a pelota con los muchachos de la aldea en la pradera del otro lado del río. Martha, que echaba de menos a Jack, se distraía recogiendo verduras y haciendo potaje o vistiendo a una muñeca. Tom trabajaba en su proyecto de catedral. En una o dos ocasiones había insinuado a Philip que debería pensar qué tipo de iglesia quería construir, pero éste no se había dado cuenta o había preferido ignorar la insinuación. Tenía un montón de cosas en la cabeza. Pero Tom apenas pensaba en otra cosa, especialmente los domingos.

Le gustaba sentarse en la casa de invitados, justo al lado de la puerta, y contemplar a través del césped la catedral en ruinas. A veces hacía diseños sobre una plancha de pizarra, pero la mayor parte del trabajo bullía en su cabeza. Sabía que para la mayoría de la gente resultaba difícil visualizar objetos sólidos y espacios complejos, pero a él siempre le había sido fácil.

Y un domingo, unos dos meses después de la partida de Ellen, se sintió preparado para empezar a dibujar.

Hizo una alfombrilla de juncos tejidos y ramitas flexibles de unos tres pies por dos, y luego unos limpios laterales de madera para que la alfombrilla tuviera los bordes levantados como una bandeja. A renglón seguido quemó algo de tiza a modo de cal, lo mezcló con una pequeña cantidad de fuerte argamasa, y llenó la bandeja con la mezcla. Al empezar a endurecerse, trazó líneas sobre ella con una aguja. Para las líneas rectas utilizó la regla, el cartabón para los ángulos rectos y los compases para las curvas. Haría tres dibujos. Una sección para explicar cómo estaba construida la iglesia, un alzado para ilustrar sus hermosas proporciones y un plano de planta para señalar el emplazamiento. Empezó con la sección.

Era muy sencilla. Dibujó una arcada alta, con la parte superior plana. Ésa era la nave vista desde el fondo. Había de tener un techo de madera plano como el de la vieja iglesia. Tom hubiera preferido sobre todo construir una bóveda curvada de piedra, pero sabía que Philip no podía permitírselo. Sobre la nave dibujó un tejado triangular. La anchura de la construcción estaba determinada por la del tejado, que a su vez estaba limitado por la manera en que pudiera disponerse. Resultaba difícil encontrar vigas más largas de treinta y cinco pies, y además, eran extraordinariamente costosas. Tan valiosa era la madera buena que con frecuencia el propietario de un buen árbol lo talaba y vendía incluso antes de que alcanzara esa altura. La nave de la catedral de Tom tendría probablemente treinta y dos pies de anchura o el doble de la longitud de su
pole
[3]
de hierro.

La nave que había dibujado era alta, de una altura increíble. Pero una catedral había de ser una construcción dramática, deslumbrante por su tamaño, obligando a mirar al cielo por su altura. Si la gente acudía a las catedrales se debía en parte a que eran los edificios más grandes del mundo. Un hombre que jamás hubiese ido a una catedral pasaría por la vida sin haber visto un edificio mucho mayor que la cabaña en la que vivía.

Por desgracia el edificio dibujado por Tom se derrumbaría. El peso de la chapa y la madera del tejado resultaría excesivo para los muros, que se combarían derrumbándose. Tenían que ser apuntalados.

A tal fin, Tom dibujó dos arcadas con la parte superior curvada, a media altura de la nave, una a cada lado. Eran las naves laterales. Tendrían techos curvados en piedra. Como las naves laterales eran más bajas y estrechas, no sería tan grande el gasto de bóvedas en piedra. Cada una de las naves laterales tendría un tejado colgadizo en declive.

Las naves laterales, unidas a la central por sus bóvedas de piedra, aportaban un cierto apoyo, pero no alcanzaban la altura suficiente. Tom construiría, a intervalos, soportes adicionales en el espacio del tejado de las naves laterales, encima del techo abovedado y debajo del tejado colgadizo. Dibujó uno de ellos, un arco de piedra elevándose desde la parte superior del muro de la nave lateral y cruzando hasta el muro de la nave central. En el punto en que el soporte descansaba sobre el muro de la nave lateral, Tom lo reforzó con un macizo contrafuerte sobresaliendo del lateral de la iglesia. Puso una torrecilla encima del contrafuerte para añadirle peso y darle un aspecto más atractivo.

No se podía tener una iglesia asombrosamente alta sin los elementos que consolidaran las naves laterales, soportes y refuerzos. Pero tal vez resultara difícil explicárselo a un monje, por lo que Tom había dibujado el diseño para ayudar a aclararlo.

Dibujó también los cimientos, profundizando en el suelo debajo de los muros. Los legos en la materia siempre se asombraban de lo hondo que llegaban los cimientos.

Era un dibujo sencillo, demasiado para ser de gran utilidad a los constructores, pero bastaría para enseñárselo al prior Philip. Tom quería que comprendiera lo que se le estaba proponiendo, que visualizara el edificio y que se sintiera atraído por él. Resultaba difícil imaginarse una iglesia grande y sólida cuando a uno sólo le enseñaban unas cuantas líneas garrapateadas sobre escayola. Philip necesitaría toda la ayuda que Tom pudiera prestarle.

Los muros que había dibujado parecían sólidos vistos desde el extremo, pero no lo serían. Entonces Tom empezó a dibujar la vista lateral del muro de la nave, tal como podría verse desde el interior de la iglesia. Estaba perforado a tres niveles. La mitad del fondo apenas era un muro; se trataba sencillamente de una hilera de columnas con las cabezas unidas por arcos circulares; se las llamaba “la arcada”. A través de los huecos de ésta podían verse las ventanas de las naves laterales, con la parte superior redondeada. Las ventanas habían de coincidir exactamente con los huecos de tal manera que la luz exterior penetrara sin impedimentos hasta la nave central. Las columnas entre ellos coincidirían con los contrafuertes de los muros exteriores.

Sobre cada arco de la arcada había una hilera de tres arcos pequeños formando la galería de la tribuna. A través de ellos no llegaba luz alguna porque detrás se encontraba el tejado colgadizo del costado de la nave lateral. Encima de la galería estaba el triforio, llamado así porque en él se habían abierto ventanas que iluminaban la mitad superior de la nave.

Cuando fue construida la vieja catedral de Kingsbridge, los albañiles habían confiado en la construcción de gruesos muros para mayor refuerzo, abriendo con timidez ventanas pequeñas que apenas dejaban entrar la luz. Los constructores modernos estaban convencidos de que un edificio sería lo bastante fuerte si sus muros fueran rectos y aplomados.

Tom diseñó los tres niveles del muro de la nave —arcada, galería y triforio— exactamente en proporciones 3:1:2. La arcada era la mitad de alta que el muro y la galería un tercio del resto. En una iglesia la proporción lo era todo. Daba una sensación subliminal de grandeza a toda la construcción. Al observar el dibujo ya acabado, Tom se dijo que era perfectamente airoso. Pero ¿lo creería así Philip? Tom podía ver las filas de arcos sucediéndose a lo largo de la iglesia, con sus molduras y tallas iluminadas por el sol de la tarde. Pero ¿vería lo mismo Philip?

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