Los misterios de Udolfo (59 page)

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Authors: Ann Radcliffe

BOOK: Los misterios de Udolfo
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Parecía ocultar un entrante de la habitación; deseaba y a la vez temía apartarla y descubrir lo que ocultaba; dos veces se detuvo al recordar el terrible espectáculo que su mano atrevida ya había descubierto bajo un velo en una de las habitaciones del castillo, cuando, deduciendo de pronto que ocultaba el cuerpo de su tía asesinada, agarró la cortina y con un movimiento de desesperación la apartó. Detrás, apareció un cuerpo, extendido en una especie de colchón bajo, que estaba manchado de sangre humana, como el suelo por debajo. La figura deformada por la muerte era espantosa y horrible, y en su rostro aparecía más de una herida lívida. Emily, inclinándose sobre el cuerpo, lo contempló durante un momento con mirada inquieta y enloquecida; pero un momento después la lámpara cayó de su mano y se desmayó a los pies del colchón.

Cuando recuperó el sentido se encontró rodeada de hombres, entre los que estaba Bamardine, que la levantaban del suelo y la llevaban por la habitación. Se daba cuenta de lo que ocurría, pero la extrema debilidad de su ánimo no le permitió hablar o moverse, ni siquiera sentir temor alguno. La llevaron por la escalera por la que había subido. Al llegar al arco de entrada se detuvieron, y uno de los hombres, cogiendo la antorcha de Bamardine, abrió una puerta pequeña que había en el gran portalón, y, según salía hacia el camino, la luz que llevaba mostró a varios hombres a caballo que esperaban. Fuera porque el aire fresco revivió a Emily o porque lo que veía despertó su alarma, habló de pronto e hizo un enorme esfuerzo para liberarse de los rufianes que la sostenían.

Mientras tanto, Bamardine agitó la antorcha, y contestaron otras voces distantes y varias personas se aproximaron. En ese mismo instante una luz cruzó por el patio del castillo. De nuevo agitó la antorcha y los hombres atravesaron con Emily la puerta. A poca distancia, bajo la protección de. los muros del castillo, Emily vio al hombre que había cogido la luz del portero, iluminando a otro que cambiaba con rapidez la silla de un caballo, rodeado por varios jinetes que miraban, cuyos rostros endurecidos recibieron directamente los rayos de la antorcha; mientras, el suelo que les rodeaba y los muros de enfrente con las torres de vigilancia, se iluminaron igualmente, extendiéndose hasta las murallas más lejanas y los bosques que se perdían en la oscuridad de la noche.

—¿En qué os entretenéis? —dijo Bamardine con una exclamación, al acercarse a los jinetes—. ¡Vamos, vamos!

—La silla estará lista en un momento —replicó el hombre que estaba trabajando en ella y al que Bamardine volvió a gritar por su negligencia. Emily, que llamaba débilmente pidiendo ayuda, fue llevada con prisa hacia los caballos, mientras los rufianes discutían dónde colocarla, ya que el que se había previsto no estaba aún preparado. En ese momento, un haz de luces surgió desde las grandes puertas, e inmediatamente reconoció la voz de Annette entre las de otras personas, que avanzaban. Distinguió a Montoni y a Cavigni, seguidos de un grupo de rufianes, a los que ya no miraba con horror, sino con esperanza, ya que no temblaba ante la idea de los peligros que pudieran amenazarle en el interior del castillo, del que últimamente y de modo tan ansioso había deseado escapar. Los que la amenazaban en el exterior habían ocupado su puesto.

Se produjo un corto enfrentamiento entre las partes, pero los hombres de Montoni salieron victoriosos, y los jinetes, al darse cuenta de los hombres que tenían enfrente y no estando quizá muy interesados en la empresa que habían iniciado, salieron al galope, mientras Bamardine corrió lo suficiente hasta perderse en la oscuridad. Emily fue devuelta al castillo. Al regresar por los patios, el recuerdo de lo que había visto en la cámara de la entrada le asaltó de nuevo con todo su horror; y cuando, poco después, oyó cómo se cerraba la puerta, que la dejaba de nuevo dentro de los muros del castillo, tembló por su futuro, casi olvidando el peligro del que acababa de escapar y comprendiendo que tras ellos quedaban la libertad y la paz.

Montoni ordenó a Emily que le esperara en el salón de cedro, al que no tardó en llegar, interrogándola duramente sobre aquel misterioso asunto. Aunque no podía evitar el mirarle con horror como el asesino de su tía y casi no supo qué replicar a sus preguntas impacientes, sus contestaciones y su actitud le convencieron de que no había tomado parte voluntaria en lo sucedido, y la despidió a la llegada de los criados a los que había mandado llamar para investigar el asunto con más detalle y descubrir quiénes habían actuado como cómplices.

Pasó largo tiempo antes de que Emily, en su habitación, pudiera poner en orden sus ideas y recordar los detalles de lo sucedido. De nuevo volvió entonces a su imaginación el cuerpo muerto que había tras la cortina de aquella habitación, que motivó un gemido que aterró a Annette mucho más, ya que Emily se negó a satisfacer su curiosidad, temiendo confiarle un secreto fatal que pudiera con su indiscreción traer sobre ella la inmediata venganza de Montoni.

Así se vio obligada a guardar para ella todo el terror del secreto que la oprimía y su razón pareció ceder bajo un peso intolerable. Con frecuencia fijaba en Annette una mirada perdida y vacía, y cuando le hablaba no la oía o no contestaba con sentido. Siguieron largas lagunas de abstracción. Annette hablaba una y otra vez, pero su voz no llegaba a producir impresión alguna en los sentidos de la agitada Emily, que estaba sentada y silenciosa, salvo por los profundos suspiros que se le escapaban de vez en cuando, pero sin lágrimas.

Aterrorizada por su estado, Annette se decidió a abandonar la habitación e informar a Montoni de ello, que acababa de despedir a sus criados, sin haber logrado descubrir nada en el tema de su investigación. La desgarrada descripción que la muchacha le dio de Emily, le indujo a seguirla inmediatamente hasta la habitación.

Al oír su voz, Emily volvió los ojos, y un rayo de luz pareció cruzar su mente, porque de inmediato se levantó y se encaminó lentamente a la parte más alejada de la habitación. Montoni le habló con un tono mucho más suave que de costumbre, pero ella le miró con una mezcla de curiosidad y de terror y sólo contestó «sí» a todo lo que él decía. Su mente no seguía reteniendo otra impresión que no fuera la del miedo.

Annette no supo dar explicación alguna de la situación y Montoni, tras haber intentado durante algún tiempo persuadir a Emily para que hablara, se retiró, ordenando a Annette que se quedara con ella durante la noche y que le informara por la mañana de su estado.

Cuando se marchó, Emily regresó a su sitio y preguntó quién era el que la había molestado. Annette dijo que era el signor Montoni. Emily repitió el nombre varias veces, como si no lo recordara, y de pronto lanzó un gemido y volvió a su abstracción.

Con ciertas dificultades, Annette la llevó a la cama, que Emily examinó con mirada inquieta antes de echarse, y entonces, se volvió hacia Annette, que se dirigió atemorizada a la puerta tratando de salir para buscar a alguna otra criada que pasara la noche con ellas. Emily, al ver que se marchaba, la llamó por su nombre, y entonces, en el tono más suave de su voz, le suplicó que no la abandonara.

—Desde que mi padre murió —añadió—, todos me abandonaron.

—¡Vuestro padre, mademoiselle —dijo—, había muerto antes de que me conocierais!

—¡Así es, verdaderamente! —prosiguió Emily y rompió a llorar.

Lloró silenciosamente durante largo tiempo, tras lo cual, mucho más calmada, pudo quedarse dormida. Annette tuvo la discreción suficiente para no interrumpir sus lágrimas. La muchacha, tan afectuosa como siempre, perdió en aquellos momentos todos sus antiguos temores a permanecer en la habitación, y estuvo al lado de Emily durante toda la noche.

Capítulo II
... descubre
lo que el mundo, o lo que vastas regiones, retienen
el espíritu inmortal, que se ha separado
de su mansión en este corpóreo rincón.

IL PENSEROSO
[27]

L
a mente de Emily se recuperó con el sueño. Al despertarse por la mañana, miró con sorpresa a Annette, que se había quedado dormida en una silla al lado de la cama y trató entonces de recordar lo sucedido; pero los acontecimientos de la noche anterior se habían borrado de su memoria, que parecía no retener nada de lo sucedido, y seguía mirando con sorpresa a Annette cuando ésta última despertó.

—¡Oh, querida mademoiselle! ¿Me conocéis? —exclamó.

—¡Conocerte! Naturalmente —replicó Emily—, eres Annette; pero, ¿por qué estás sentada a mi lado?

—¡Oh, habéis estado muy enferma, mademoiselle, verdaderamente enferma! Y estoy segura de que pensé...

—¡Esto es muy raro! —dijo Emily, que seguía tratando de recordar—. Pero creo que mi fantasía me ha hecho tener sueños terribles. ¡Dios mío —añadió, como despertando—. ¿Es verdad que no ha sido más que un sueño?

Fijó su mirada asustada en Annette, quien tratando de calmarla, dijo:

—Sí, mademoiselle, ha sido algo más que un sueño, pero ya ha pasado.

—¡Entonces, es que ha sido asesinada! —dijo Emily casi sin voz y envuelta en temblores. Annette dio un grito, porque, ignorante de los hechos a los que Emily aludía, atribuyó su reacción a un desorden mental; pero cuando explicó a lo que se refería. Emily, recordando que habían intentado llevársela, preguntó si habían descubierto al culpable. Annette replicó que no, aunque era fácil suponer de quién se trataba y entonces le dijo a Emily que podía dar gracias por haber sabido dominar la emoción que el recuerdo de su tía le había ocasionado. Escuchó con aparente calma a Annette, aunque, en realidad, casi no oyó una sola palabra de lo que dijo.

—Y por ello, mademoiselle —continuó esta última—, me decidí incluso a enfrentarme con Barnardine por negarse a decirme el secreto y a tratar de averiguarlo por mí misma. Os vigilé desde la terraza y tan pronto como él abrió la puerta que hay al final, salí del castillo para seguiros; «porque —me dije—, estoy segura de que nada bueno está planeando o ¿a qué viene todo este secreto?» Así que comprobé que no había echado los cerrojos tras él y, cuando abrí, vi la luz de la antorcha al otro extremo del pasadizo por el que íbais. Seguí la luz a cierta distancia hasta llegar a la bóveda de la capilla y allí tuve miedo, porque he oído extrañas historias sobre esos sótanos. Pero entonces, también tenía miedo de regresar a oscuras y sola, así que, cuando Bamardine arregló la luz, me decidí a seguiros y lo hice hasta que llegasteis hasta el gran patio. Tuve miedo de que me viera y me detuve de nuevo en la puerta, y cuando vi que subíais por las escaleras, corrí detrás. Allí, según estaba junto a la puerta, oí los cascos de caballos en el exterior y a varios hombres que hablaban, y en ese momento casi me pilla, porque volvió a bajar y tuve el tiempo justo para apartarme de su camino. Pero para entonces ya había oído bastante de su secreto y me decidí a enfrentarme con él y salvaros, mademoiselle, porque supuse que se trataba de una nueva hazaña del conde Morano, aunque se había ido. Corrí hacia el castillo, pero me costó mucho encontrar el camino por el pasadizo bajo la capilla y, lo que es muy raro, olvidé del todo buscar a los fantasmas de los que me han hablado, ¡aunque no volvería a pasar por allí por todo el oro del mundo! Por suerte, el signor y el signor Cavigni estaban levantados y no tardamos en vemos seguidos por los hombres suficientes para asustar a Bamardine y a todos sus secuaces.

Annette guardó silencio, pero Emily pareció seguir escuchando. Por fin, dijo:

—Creo que iré a verle; ¿dónde está?

Annette preguntó a quién se refería.

—Al signor Montoni —replicó Emily—, quisiera hablar con él.

Annette, que recordó la orden que le había dado la noche anterior en relación con su joven señora, se levantó y dijo que iría a buscarle.

Las honestas sospechas de la muchacha sobre el conde Morano estaban perfectamente justificadas; también Emily, cuando pensó en lo sucedido, se lo había atribuido a él; y Montoni, que no había tenido dudas sobre el asunto, comenzó a pensar también que el veneno que había sido mezclado con su vino había sido preparado por instrucciones de Morano.'

La profesión de arrepentimiento que Morano había hecho a Emily, bajo la angustia de su herida, había sido sincera en el momento en que la ofreció; pero él había confundido el tema de su preocupación, porque, mientras creyó que se veía condenado por la crueldad de su último propósito, lo único que lamentaba era el estado de sufrimiento al que le había llevado. Al superar esos sufrimientos, revivieron sus antiguos puntos de vista, hasta que al recuperar por completo su salud, se vio de nuevo preparado para su proyecto y para las dificultades. El portero del castillo, que ya le había servido en ocasión anterior, aceptó de buen grado un segundo soborno, y tras establecer los medios de los que se serviría para llevar a Emily hasta la entrada, Morano abandonó públicamente la cabaña, a la que había sido llevado tras la pelea, y se escondió con su gente en otra a varias millas de distancia. Desde allí, en la noche convenida con Bamardine, que había descubierto por el parloteo alocado de Annette el medio más seguro para atraer a Emily, el conde envió de nuevo a sus criados al castillo, mientras él esperaba la llegada de ella en la cabaña, con la intención de llevársela de inmediato a Venecia. Cómo esta segunda acción fue frustrada ya ha sido relatado; pero la violencia y las distintas pasiones que agitaban a este enamorado italiano a su regreso a aquella ciudad, sólo pueden ser imaginadas.

Annette informó a Montoni de las condiciones de salud de Emily y de su deseo de verle. Contestó que se encontrarían en la habitación de cedro dentro de una hora. El deseo de Emily de hablar con él se basaba en el tema que oprimía tan pesadamente su mente, aunque no podía adivinar cuál podría ser su respuesta y a veces dudaba con horror de la idea de estar ante su presencia. También deseaba pedir, aunque no se atrevía a pensar que su solicitud fuera concedida, que le fuera permitido, teniendo en cuenta que su tía ya no existía, regresar a su país.

Según se acercaba el momento de la entrevista, su inquietud aumentó de tal modo que casi resolvió excusarse por lo que no podría ser llamado pretensión de enfermedad; y, cuando consideró lo que podría decir. ya fuera relativo a ella, o a la suerte que había corrido su tía, se sentía igualmente desesperada de las consecuencias de su petición y aterrorizada del efecto que pudieran causar en el espíritu vengativo de Montoni. Sin embargo, pretender ignorancia de su muerte le parecía en cierta medida compartir su criminalidad, y en realidad este hecho era el único motivo en el que Emily podía apoyar su petición de abandonar Udolfo.

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