Los hombres lloran solos (38 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Los hombres lloran solos
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Y ahí empezaron los escrúpulos de Gracia Andújar, que en cierta medida contagiaron a José Luis. «Si no lo hubiera abandonado, no habría tomado la fatal decisión; pero tampoco estaba obligada a unirme para siempre a un hombre tarado, maltrecho, que mi padre había declarado enfermo mental». Gracia Andújar no vivía y no sabía si ir o no ir al cementerio. José Luis procuraba calmarla, al igual que Marta. «No vayas, no te obsesiones. La depresión fuerte le vino mientras tú estabas a su lado». Era verdad. Pero Gracia Andújar, la «gacela», no estaba acostumbrada a ver de cerca la muerte.

Quien más sufrió fue la madre de Marta. Ahora que las cosas empezaban a encarrilarse —el noviazgo de José Luis— se presentaba un muerto de por medio. La madre de Marta había envejecido, lo cual no significaba que se mantuviera cruzada de brazos. Se ocupaba del ropero parroquial mucho más que Carmen Elgazu y ayudaba al profesor Civil en Auxilio Social. Había llegado a interesarse sinceramente por los pobres, aunque era de suyo poco cariñosa y siempre guardaba cierta distancia. ¡Dios, por favor, que Gracia Andújar no se marchitara! Ella y la colección de muñecas que había iniciado Marta eran las notas alegres del hogar.

José Luis Martínez de Soria, que cada día amaba más hondamente a Gracia Andújar, era un hombre sensato. Pronto ascendería a capitán. Sabía tomarse las cosas con calma, sin quemar las etapas. Él lo atribuía a la convicción que tenía de que Satanás intervenía directamente en la tragedia de los hombres. Satanás tomaba mil formas: Stalin, Hitler, la guerra mundial, los cuadros de Picasso, cruzadas, Inquisición, sufrimiento de los animales, hienas, cucarachas… Y por supuesto, depresión. Pero siempre era Satanás, el Maligno, aquél que se rebeló y que continuaba teniendo poder.

Gracia Andújar le dijo, dándole un beso.

—¿Me ayudarás a superar esta crisis…?

—¡Pues claro que sí!
Ego te absolvo…
Tú no tienes la culpa de nada.

El único beneficiario, León Izquierdo. Por intervención de Mateo fue nombrado titular de la Biblioteca Municipal. El muchacho había ascendido merced a una carambola a tres bandas.
Cacerola
le dijo: «¡Menuda suerte!». «Sí, lo confieso…» A León Izquierdo, para ser feliz, sólo le faltaba interesarse por los libros.

* * *

Sólita, la ex divisionaria, como la llamaba Mateo, continuaba trabajando en el consultorio particular del doctor Andújar. Sin embargo, a menudo se trasladaba al manicomio, porque el mundo de los locos le interesaba. El doctor Andújar le había dicho: «Es un mundo insólito, apasionante. Llega un momento en que uno debe vacunarse contra la morbosidad, porque es cierto que los locos sueltan verdades como puños, en especial los esquizofrénicos». Según el doctor, los esquizofrénicos veían más allá que las personas normales, si bien, al sufrir rotura de personalidad, se perdían en el vacío muchos de sus presentimientos y de sus actitudes.

—Cuidado, Sólita, no los mire como si fueran cobayas. Son seres humanos… Hitler, con sus teorías sobre la pureza de la raza, los querría eliminar. Pero si lo hiciera debería empezar por sí mismo, suicidándose.

—Pierda cuidado, doctor. En el hospital de Riga me curé para siempre de cualquier complejo de superioridad.

Sólita sufría en la consulta del doctor Andújar, porque sintonizaba con el dolor del prójimo, es decir, del próximo. Casos como el de Ricardo Montero le llegaban al alma y le impedían dormir; pero tenía la compensación de sentirse útil y de la compañía de la familia Andújar. ¡Ocho hijos! Los dos mayores en Barcelona, pero habían pasado las vacaciones en Gerona, junto a sus padres. Carlos, estudiante de medicina, era un tesoro. «Es una miniatura de usted, doctor. Tiene un cerebro idéntico, o sea, los mismos sentimientos». El segundo, Juan, que quería ser ingeniero naval, tenía el sentido de lo grandioso. Lo mismo en arte, que en religión, que en los fenómenos de la naturaleza. Vio una aurora boreal y comentó: «Es la experiencia más grande de mi vida». Aparte de resolver todas las semanas los crucigramas que Sólita «creaba» para
Amanecer
, jugaba con ella a las batallas navales, diversión que se había puesto de moda. Cabe decir que eran batallas navales auténticas. Los cruceros, los acorazados, las lanchas torpederas, los submarinos, etc., tenían nombres propios, de acuerdo con las informaciones que daban los partes de guerra. Últimamente, Juan Andújar, que defendía a los aliados, ganaba casi siempre y ello les daba mucho que pensar.

El resto de la familia, los pequeños —y Elisa, la señora Andújar—, eran un encanto. Debido a su colectiva afición a la música, heredada de su padre, tocaban instrumentos de cuerda —el violín— y dos de las chicas, la flauta. Pero a Sólita lo que la encantaba eran los discos de canto gregoriano que escuchaba al lado del doctor. «El canto gregoriano es el mejor sedante, la armonía total. ¿No cree usted, doctor, que podría tener propiedades terapéuticas?». «Ya lo he probado. Con los dementes, un fracaso; pero es válido para ciertos tipos de neurastenia. Y por supuesto, ideal para determinadas profesiones que ocasionan
stress
». Al doctor Andújar la nuez del cuello seguía subiéndole y bajándole en el cuello con rapidez, lo que continuaba divirtiendo a sus ocho hijos.

La pena de Sólita era la esterilidad… ¡Si hubiera «cuajado» la aventura con el doctor Chaos! La enfermera sabía que ambos doctores se veían con mucha frecuencia y que el doctor Andújar tenía buen cuidado de que no coincidieran. Sólita hubiera deseado tener hijos. «Los que Dios mandara». Se lamentaba de ello con su padre, Óscar Pinel, quien en ese caso ahora se hubiera visto rodeado de nietecitos compensándole de los inspectores de la Fiscalía de Tasas que estaban a sus órdenes y que andaban por la provincia.

—¡Cuidado que los hombres están ciegos! —protestaba Óscar Pinel—. Eligen al azar, como si jugaran a la ruleta. ¿Qué te falta, Sólita? Absolutamente nada. Eres la viva estampa de tu madre, que antes de elegirme a mí tuvo que apartar media docena de moscardones…

Sólita sonreía.

—No te hagas mala sangre, papá… El destino es imprevisible. No he tirado la toalla todavía. Espera unos meses, a ver… —y Sólita terminó el crucigrama que debía entregar aquella misma noche.

* * *

Era cierto que los doctores Andújar y Chaos se reunían a menudo. Aparte de su amistad, el doctor Chaos necesitaba ver con frecuencia a su colega. En aquellos momentos acababa de sufrir un trauma muy fuerte. Su «amante», Alvin Stevenson, ayudante de míster Collins, cónsul británico, por orden de éste había sido destinado a Madrid. Míster Collins se olió lo que ocurría y quiso evitar el escándalo. El doctor Chaos pataleó de rabia. ¡Había pasado una temporada feliz! Sobre todo porque había sustituido a Goering, su perro muerto y enterrado en el jardín, por un pastor alemán muy semejante y al que bautizó con el mismo nombre. Esto y su intenso trabajo en la clínica con la cantidad de enfermos que llegaban del teatro de la guerra.

Al doctor Chaos no se le ocurrió al pronto otro remedio que buscarle a Alvin un sustituto; y pensó en el Niño de Jaén. Este gitanillo le tenía en vilo. Se hacía limpiar por él los zapatos con mucha frecuencia en el bar Montaña, y le daba sustanciosas propinas, esperando la ocasión. Tan suculentas eran las propinas que llamaron la atención del dueño del bar Montaña, conocedor, como toda la ciudad, de las inclinaciones del doctor Chaos.

—Vete con cuidado con ese medicucho… —le dijo al Niño de Jaén—, que lo que quiere es darte por un sitio que yo me sé…

—¡Maricón! —gritó el Niño de Jaén—. En cuanto vuelva, le diré que le limpie los zapatos la puta madre que lo parió…

Y así lo hizo. El doctor Chaos se cayó de vergüenza, puesto que varios de los clientes del bar presenciaron la escena. Se fue despacio hacia la clínica, abrumado por negros pensamientos. Goering, al verle, dio saltos de alegría, como si quisiera consolarle. A la noche, como siempre en esos casos, recaló en casa del doctor Andújar.

—He vuelto a las andadas… —le dijo—. Se fue Alvin y ahora provocaba al Niño de Jaén. Por un pelo me he librado de un escándalo en plena Rambla.

El doctor Andújar había ya probado con él todos los recursos, sin resultado, incluso el del canto gregoriano. Pleito perdido. La naturaleza le había jugado una mala pasada y no había más remedio que aguantarse. Le invitó a sentarse y le encendió un pitillo, que el doctor Chaos chupó con mano temblorosa. Las niñas querían dedicarle una composición de violín y flauta, pero el doctor Chaos les hizo señal de que no era aquél el momento más adecuado.

Sí lo era, en cambio, variar de tercio y enfocar algún tema más o menos científico que al doctor Chaos pudiera distraerle. El doctor Andújar atacó por un flanco que, varias veces, había conseguido atraer su atención: el curso de la guerra y la biografía patológica de Hitler en la que el doctor Andújar andaba metido hasta el punto de llevar repletas dos carpetas azules.

—No me interesa Hitler —cortó el doctor Chaos—. Sospecho que sexualmente también es anormal, aunque en otras vertientes. Eso de que no quiera desnudarse ni siquiera ante los médicos es también una aberración…

El doctor Andújar probó suerte con la guerra. Sabía que el doctor Chaos había sido, desde siempre, partidario de los Estados totalitarios. Recordaba las teorías que expuso cuando el viaje a Barcelona a esperar al conde Ciano. «El hombre ha superado levemente el estado de los primates. La sociedad no puede permitirse el lujo de tener compasión. Es preciso darle facilidades a la ciencia. Los países que hagan esto dominarán el mundo y tales países no serán los meridionales…» «El hombre aislado es limitado. Los Estados totalitarios tienen fe en la especialización, en el trabajo de equipo y en la juventud. Los microscopios son más eficaces que las novenas a san Antonio. El día en que el alcalde se decida a arrancar muelas otra vez será más útil que haciendo donativos al Asilo Municipal. Los Estados totalitarios avanzan firme porque no pierden el tiempo cantando salmos ni recitando el libro de Job. La vida es materia y es a la materia a la que hay que arrancarle los secretos. Todo lo demás es brujería, folletín… y esclavitud».

—Tal y como están las cosas, ¿se han confirmado tus tesis, doctor Chaos?

—A medias, he de confesarlo… La del ridículo de los países meridionales, sí. Ahí estamos, con Francia ocupada, con Italia a punto de serlo y con España ni fu ni fa. En cambio, lo de los Estados totalitarios es un contrasentido. Sí, me doy cuenta. Dos vejetes como Churchill y Roosevelt le han podido al III Reich. Y digo esto porque Stalin, sin la ayuda de los Estados Unidos, hubiera debido capitular… Pero en fin, es verdad que los sexagenarios pueden también vencer al Frente de Juventudes. Pero lo curioso son las profecías de Roosevelt. No sólo anuncia ya la victoria, sino que pronostica que España, después de la guerra, y debido a sus tesoros artísticos, será un país idóneo para el turismo…

El doctor Andújar ignoraba este dato. El doctor Chaos trataba muchos extranjeros y habían pasado por su clínica varios aviadores norteamericanos.

—Es curioso lo que dices… —El doctor Andújar advirtió que su colega empezaba a hacer crujir los dedos:
crac-crac
—. Pero hoy quería hablarte de otra cosa. Los Estados totalitarios, en esta guerra, se han mostrado más crueles que sus adversarios… ¿Has oído hablar de las fosas de Katyn?


Amanecer
lleva unos cuantos días sin hablar de otra cosa…

—Pues bien, ya lo sabes. Una fosa con diez mil oficiales y soldados polacos fusilados por los rusos; y al lado de esto, los alemanes, al parecer, han practicado en Polonia la técnica del genocidio contra los judíos…
Ghettos
enteros arrasados. Imagino que alguno de estos judíos moriría leyendo el libro de Job…

El doctor Chaos había olvidado por unos momentos a Alvin y al Niño de Jaén. Se interesaba de veras por el tema. Imposible rebatir hechos que estaban ahí. Sin embargo, quiso matizar.

—A pesar de todo, sigo en mis trece en lo que considero fundamental: la eutanasia, pasiva e incluso activa. Que Churchill, Roosevelt y Stalin les hayan podido al Frente de Juventudes no significa que yo ahora vaya a ponerme a favor de tus amigos los locos ni a favor de los ancianos de vida vegetativa. El mundo futuro deberá pasar a la acción. Esta guerra habrá servido para avanzar en medicina más que en los cincuenta años anteriores… Pronostico que los médicos alemanes, con los experimentos de las SS, habrán descubierto campos inéditos para la prolongación de la vida. Éstos son, por lo menos, mis informes, que el cónsul Paul Günther podría ampliarte… ¿Sabes cuál es el propósito de la ciencia alemana? De momento, conseguir que el hombre viva hasta los cien años con plenitud de facultades; luego que esos centenarios sean los que descubran la inmortalidad, que no tiene por qué ser exclusiva de otra vida de carácter providencial, celeste, religioso…

—Sí, conozco tu postura —replicó el doctor Andújar—. Alcanzar en el futuro, en el siglo próximo o en el otro, el carácter angélico… De hecho, tampoco eso sería una contradicción. El hombre va evolucionando, y aunque las bombas y los genocidios parezcan demostrar lo contrario, avanzamos cada día más… El Dios en el que creo es todopoderoso y puede perfectamente haber planificado esto en esa dirección. Por algo el Nuevo Testamento habla del final de los tiempos… Los tiempos son lo que vivimos ahora. Lo que nos espera más allá de los tiempos no lo podemos adivinar.

Llegados a este punto, el doctor Chaos, de pronto, se levantó y se pasó la mano por la frente.

—Pero, ¿puede saberse por qué damos por descontado que los alemanes perderán la guerra…? ¿Y las V-I? ¿Y las V-II?

El doctor Andújar se puso a sonreír.

—Yo no he dicho nada al respecto… Ha sido cosa tuya.

—Sí, es verdad… —el doctor Chaos dio unos pasos por la habitación—. La soledad engendra pesadillas —Se plantó ante su amigo—. ¡Regálame cuatro de tus hijos!

El doctor Andújar movió la cabeza.

—Eso es imposible… Goering, tu perro, les da mucho miedo.

Capítulo XVII

MOSÉN ALBERTO, al igual que la madre de Marta, había envejecido un tanto. Bolsas en las ojeras y alguna arruga vertical. Sin embargo, acababa de cumplir los cincuenta años y no podía quejarse. Ninguna dolencia seria, excepto un bloqueo de rama derecha en el corazón, sin importancia, según los especialistas. Tenía mucha fuerza de voluntad y seguía los consejos de Moncho. Tomaba varias infusiones al día y en sus visitas a domicilio había disminuido el número de tazas de chocolate.

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