Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros (10 page)

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Authors: John Steinbeck

Tags: #Histórica, aventuras, #Aventuras

BOOK: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros
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—¿Por qué razón, cuando me ocultáis los vuestros? —dijo el hombre.

—Un hombre que oculta su nombre es mala señal —dijo Balan.

—Pensad lo que os plazca —dijo el extraño—. ¿Qué pensaríais si os dijera que cabalgáis en busca del señor Royns y que sin mi ayuda fracasaréis?

—Pensaríamos que eres Merlín, y si lo fueras, te pediríamos ayuda.

—Debéis ser valerosos, pues necesitaréis coraje —dijo Merlín.

—Por eso no te preocupes —dijo Balin—. Haremos lo que podamos.

Llegaron al linde de una floresta y se apearon en una cavidad penumbrosa y cubierta de hojarasca. Desensillaron sus caballos y los pusieron a pastar. Y los caballeros se echaron bajo la sombra de la arboleda y se durmieron.

Cerca de medianoche los despertó Merlín.

—Preparaos —les dijo—. Se acerca vuestra oportunidad. Ryons se ha alejado de su campamento acompañado sólo por un grupo de guardias, dispuesto a hacerle una visita nocturna a Lady de Vance.

Protegidos por el ramaje, vieron que se acercaban jinetes.

—¿Cuál es Royns? —preguntó Balin.

—Ese alto que va al medio —dijo Merlín—. Conteneos hasta que estén más cerca.

Y cuando el grupo de jinetes atravesaba la penumbra rasgada por la luja, los dos hermanos irrumpieron de su escondite y derribaron a Royns de la silla y, volviéndose hacia los asombrados guardias, repartieron estocadas a diestro y siniestro, dando muerte a algunos y poniendo en fuga a los demás.

Entonces los hermanos se volvieron al caído Royns para matarlo, pero el se rindió y pidió clemencia.

—Bravos caballeros, no me matéis —suplicó—. Mi vida os será valiosa y mi muerte no os servirá de nada.

—Es verdad —dijeron los hermanos, y ayudaron al maltrecho Royns a incorporarse y montar a caballo. Y cuando fueron en busca de Merlín no lo encontraron, pues mediante sus artes mágicas había volado a Camelot, donde le refirió a Arturo que su peor enemigo, el señor Royns, estaba vencido y capturado.

—¿Por quién? —preguntó el rey.

—Por dos caballeros que ansían tu amistad y tu gracia más que nada en el mundo. Estarán aquí por la mañana y podrás ver quiénes son —respondió Merlín, negándose a decir otra palabra.

A horas muy tempranas, los dos hermanos condujeron al confuso prisionero a las puertas de Camelot y lo pusieron en manos de los guardias. Luego se perdieron en las luces del alba.

Cuando tuvo noticias del acontecimiento, el rey Arturo fue a ver a su maltrecho enemigo y le dijo:

—Señor, me place verte aquí. ¿Qué ventura te trajo?

—Una mala ventura, mi señor.

—¿Quién te capturó? —preguntó el rey.

—Uno al que llaman el Caballero de las Dos Espadas y su hermano. Me derribaron y pusieron en fuga a mis guardias.

—Ahora puedo decírtelo, señor —interrumpió Merlín.— Fueron Balin, el que desenvainó la espada maldita, y su hermano Balan. Jamás encontrarás dos caballeros comparables. Es lástima que su destino los cerque y no les quede mucho tiempo de vida.

—Me ha puesto en deuda con él —dijo el rey—. Y no merezco dádivas de Balin.

—Hará por ti mucho más que esto, mi señor —dijo Merlín—. Pero te traigo nuevas. Debes preparar a tus caballeros para la batalla. Mañana antes de mediodía las fuerzas de Nerón, hermano de Royns, te atacarán. Tienes una gran tarea por delante y me despido de ti.

Entonces el rey Arturo se apresuró a reunir a sus caballeros y cabalgó hacia el castillo de Terrabil. Nerón lo aguardaba en el campo con fuerzas cuyo número excedía a las del rey. Nerón conducía la vanguardia y sólo aguardaba la llegada del rey Lot con su ejército. Pero aguardaba en vano, pues Merlín había ido al rey Lot y lo había distraído con historias de prodigios y profecías, en tanto que Arturo lanzaba su ataque sobre Nerón. Sir Kay luchó ese día con tal denuedo que la memoria de sus proezas permanece viva hasta hoy. Y Sir Hervis de Revel, antepasado de Sir Thomas Malory, también se destacó, al igual que Sir Tobinus Streat de Montroy. Y Sir Balin y su hermano combatieron con tal reciedumbre que se dijo que eran ángeles del cielo o bien demonios del infierno, según de qué bando surgiera el comentario. Y Arturo vio en las primeras filas las hazañas de ambos hermanos y los ponderó más que a ningún otro caballero. Y las fuerzas del rey se impusieron y obligaron al adversario a abandonar el campo y destruyeron el poder de Nerón.

Un mensajero fue hasta el rey Lot y le informó de la derrota y la muerte de Nerón, acaecidas mientras Lot escuchaba las historias de Merlín.

—Este Merlín me ha hechizado —dijo Lot—. Si yo hubiese estado allí, Arturo no habría vencido. Este mago me engañó como a un niño con sus historias.

—Sé que en el día de hoy debe morir un rey y, por mucho que lo deplore, preferiría que fueras tú y no Arturo —dijo Merlín, y se desvaneció en el aire.

Entonces el rey Lot reunió a sus jefes.

—¿Qué debo hacer? —les preguntó—. ¿Es mejor procurar la paz o ir a la guerra? Si Nerón fue derrotado, tenemos la mitad de nuestro ejército.

—Los hombres del rey Arturo —dijo un caballero— están fatigados por la batalla, y sus caballos están exhaustos. Si los atacamos ahora, cuando nosotros estamos frescos, la ventaja está de nuestra parte.

—Si todos estáis de acuerdo, presentaremos batalla —dijo el rey Lot—. Espero que os esforcéis tanto como yo.

Entonces el rey Lot salió al campo de batalla y hostigó a los hombres de Arturo, quienes se mantuvieron firmes y no cedieron terreno.

El rey Lot, avergonzado de su fracaso, combatió a la cabeza de sus caballeros con la saña de un demonio enfurecido, pues aborrecía a Arturo más que a ningún otro hombre. Alguna vez había sido amigo del rey y desposado a su media hermana, pero cuando Arturo, ignorante de las circunstancias, sedujo a la esposa de su amigo y engendró a Mordred, la lealtad del rey Lot se trocó en odio y él consagró todos sus esfuerzos a aplastar a quien había sido su amigo.

Tal como Merlín lo había predicho, Sir Pellinore, quien una vez había vencido a Arturo en la Fuente del Bosque, se había convertido en fiel amigo del rey y luchaba con sus caballeros en primera línea. Sir Pellinore se abrió paso entre el gentío que rodeaba al rey Lot, enarboló su espada y le asestó un tajo. La hoja se desvió y mató al caballo de Lot y, mientras el rey caía a tierra, Pellinore le lanzó otra estocada y le arrancó la vida.

Cuando los hombres de Lot vieron muerto a su rey, abandonaron la lucha y trataron de escapar, y muchos fueron capturados y muchos más perecieron en la fuga.

Cuando se juntaron los cadáveres, encontraron a doce poderosos señores que habían muerto al servicio de Nerón y el rey Lot. Fueron llevados a la Iglesia de San Esteban, en Camelot, para darles sepultura, mientras que a los caballeros de menor valía se los enterró cerca del campo de batalla, bajo una enorme piedra.

Arturo sepultó a Lot separadamente, en una tumba suntuosa, pero a los doce señores los depositó en el mismo sitio y sobre ellos erigió un monumento triunfal. Mediante sus artes, Merlín forjó imágenes de los doce señores en actitud de derrota, hechas de cobre y bronce dorados, y cada imagen sostenía una vela que ardía día y noche. Encima de estas efigies, Merlín ubicó una estatua del rey Arturo que blandía la espada sobre las cabezas de sus enemigos. Y Merlín profetizó que las velas arderían hasta la muerte de Arturo y que en ese momento se extinguirían las llamas; y ese día profetizó otros acontecimientos venideros.

Poco después, Arturo, harto de las guerras y el gobierno, y consumido por la sombra y la humedad de los castillos, ordenó que alzaran su pabellón en un verde prado de extramuros donde pudiera reposar y recobrar fuerzas con la paz y la dulzura del aire. Se tendió en un catre para descansar, pero no había cerrado los ojos cuando oyó que se acercaba un caballo y vio pasar un caballero que gemía y se lamentaba en voz alta.

Cuando pasó junto al pabellón, el rey lo llamó y le dijo:

—Acércate, buen caballero, y dime el motivo de tu tristeza.

—¿De qué me valdría? —respondió el caballero—. No puedes ayudarme. —Y cabalgó rumbo al castillo de Meliot.

Entonces el rey trató nuevamente de ganar el sueño, pero su curiosidad lo tenía desvelado y, mientras cavilaba, llegó Sir Balin y al ver a Arturo se apeó y saludó a su señor.

—Siempre eres bien venido —dijo el rey—, pero especialmente ahora. Hace poco pasó un caballero que gemía de pena, y no se dignó responderme cuando le pregunté la causa. Si deseas servirme, síguelo y tráelo a mí quiéralo él o no, pues ardo de curiosidad.

—Lo traeré a ti, mi señor —dijo Sir Balin—, o de lo contrario redoblaré sus tristezas.

Y Balin montó a caballo y partió en pos del caballero, y al cabo lo encontró sentado bajo un árbol en compañía de una doncella.

—Caballero —dijo Sir Balin—, debes acompañarme a ver al rey Arturo y referirle la causa de tus congojas.

—Eso no lo haré —dijo el caballero—, pues me pondría en gran peligro y tú no ganarías nada con ello.

—Por favor, acompáñame, caballero —dijo Balin—. Si rehúsas deberé batirme contigo, y no quiero hacerlo.

—Te dije que mi vida está en peligro. ¿Te comprometes a protegerme?

—Te protegeré o moriré en la demanda —dijo Balin. Y con eso el caballero montó a caballo y ambos partieron y dejaron a la doncella junto al árbol. Cuando llegaron a la tienda del rey Arturo, oyeron los cascos de un corcel que se acercaba pero no vieron nada. De pronto el caballero fue derribado de la silla por una fuerza invisible, y quedó tendido en la hierba traspasado por una lanza.

—Ese era el peligro —jadeó—, un caballero llamado Garlon, que domina el arte de la invisibilidad. Me puse bajo tu protección y me has fallado. Toma mi caballo. Es mejor que el tuyo. Y vuelve junto a la doncella… ella te conducirá hasta mi enemigo y quizá puedas vengarme.

—Por mi honra de caballero que así lo haré —exclamó Balin—. Lo juro ante Dios.

Y así expiró el caballero, llamado Sir Harleus le Berbeus. Balin extrajo la lanza del cuerpo y se alejó contristado, pues lamentaba no haberle dado al caballero la prometida protección, y por fin comprendió la cólera de Arturo ante la muerte de su protegida, la Dama del Lago. Y Balin se sintió acuciado por las tinieblas del infortunio. Encontró a la doncella en el bosque y le dio el asta de la lanza que había tronchado la vida de su amante, y ella siempre la llevó como señal y recordatorio y condujo a Sir Balin en la aventura que el caballero agonizante le había encomendado.

En el bosque se cruzaron con un caballero que venia de caza, quien, al ver el rostro de Balin empañado por la pesadumbre, le preguntó el motivo y Balin cortésmente respondió que prefería no hablar de ello.

El caballero lo tomó por falta de cortesía, y le dijo:

—Si yo estuviese armado contra hombres y no contra venados, me responderías.

—No tengo motivos para no contártelo —respondió Balin fatigosamente, y le refirió su extraña y fatídica historia. El caballero se sintió tan conmovido por su relato que le suplicó permiso para acompañarlo en su búsqueda de venganza. Se llamaba Sir Peryne de Monte Belyarde, y fue a su casa cercana y se armó y se les unió en la marcha. Mientras pasaban junto a una ermita y una capilla solitaria de la floresta, volvió a oírse el estrépito de cascos y Sir Peryne cayó con el cuerpo atravesado por una lanza.

—Tu historia era cierta —dijo—. El enemigo invisible me ha dado muerte. Eres un hombre condenado a provocar la destrucción de los que amas. —Y Sir Peryne murió a causa de sus heridas.

—A mi enemigo no puedo verlo —suspiró Balin acongojado—. ¿Cómo puedo desafiar a lo invisible?

Luego el ermitaño lo ayudó a trasladar el cadáver a la capilla y lo sepultaron con honra y piedad.

Más tarde, Balin y la doncella siguieron cabalgando hasta llegar a un castillo muy fortificado. Balin cruzó el puente levadizo y entró en primer lugar, y en eso el rastrillo bajó con un chirrido y lo aprisionó. La doncella quedó fuera, y un grupo de hombres la atacó con cuchillos para matarla. Entonces Balin se encaramó a la cima de la muralla y saltó al foso desde gran altura. El agua amortiguó su caída e impidió que sufriera daño alguno. Se arrastró fuera del foso y desenvainó la espada, pero los atacantes se alejaron y adujeron que se limitaban a seguir la costumbre del castillo. Explicaron que la señora del castillo había padecido una prolongada y espantosa enfermedad que la consumía, cuyo único remedio era una fuente de plata llena de la sangre de la hija virgen de un rey, de manera que era hábito de ellos sangrar a cada doncella que pasaba por ese lugar.

—Estoy seguro de que ella os cederá algo de su sangre —dijo Balin—, pero no es necesario que la matéis. —Entonces los ayudó a punzarle la vena y recogieron la sangre en una fuente de plata, pero como la señora del castillo no se repuso dedujeron que la doncella no cumplía con uno de los requisitos o con ninguno de ellos. No obstante, la buena voluntad de ambos les valió una jubilosa bienvenida, y esa noche descansaron y por la mañana reanudaron la marcha. Cuatro días continuaron sin aventura alguna, y al fin se alojaron en casa de un gentilhombre. Y mientras cenaban, escucharon gemidos de dolor en el cuarto vecino y Balin preguntó a qué se debían.

—Te lo diré —dijo el gentilhombre—. Recientemente, en un torneo, me batí con el hermano del rey Pelham. Dos veces lo derribé de su montura y él se enfureció y amenazó cobrar venganza en alguno de mi sangre. Entonces se hizo invisible e hirió a mi hijo, a quien oyes llorar de dolor. No se repondrá hasta que yo capture a ese caballero maligno y traiga su sangre.

—Lo conozco —dijo Balin—, pero nunca lo he visto. Mató del mismo modo a dos de mis caballeros, y cambiaría todo el oro del reino por enfrentarlo en combate singular.

—Te diré cómo encontrarlo —dijo el anfitrión—. Su hermano el rey Pelham ha anunciado un gran festín para dentro de veinte días. Y ningún caballero puede asistir a menos que vaya con su esposa o su amada. El hermano del rey, Garlon, sin duda estará presente.

—En ese caso, también yo estaré presente —dijo Balin.

Y por la mañana los tres emprendieron una marcha de quince días, hasta que llegaron a tierras de Pelham, y arribaron al castillo el día en que comenzaba la fiesta. Pusieron sus montaras a buen recaudo y se dirigieron al salón, pero al anfitrión de Balin le rehusaron la entrada por no haber traído esposa ni querida. Pero Balin fue bienvenido y conducido a una cámara donde se despojó de sus armas y se bañó y unos sirvientes le trajeron un rico atuendo para que lo vistiera en la fiesta. Luego le pidieron que dejara la espada con la armadura; Balin se negó, diciendo:

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