Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros (13 page)

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Authors: John Steinbeck

Tags: #Histórica, aventuras, #Aventuras

BOOK: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros
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Cada uno de los tres caballeros aceptó la empresa encomendada y vistió sus armas y partió. Y hablaremos por separado de sus aventuras.

Here begynnith ihe firsr batayle thai ever Sir Gawayne ded after he was made knyght.

Aquí comienza la primera batalla librada por Sir Gawain desde que lo armaron caballero.

Sir Gawain, con su hermano Gaheris por escudero, cabalgó a través de la verde campiña hasta que llegó al encuentro de dos caballeros que luchaban encarnizadamente a caballo. Los hermanos los separaron y preguntaron cuál era el motivo de la disputa.

—Es una cuestión sencilla y privada —dijo uno de los caballeros—. Somos hermanos.

—No es bueno que los hermanos disputen entre si —dijo Gawain.

—Esa es tu opinión —dijo el caballero—. Cabalgábamos rumbo a la fiesta del rey Arturo cuando pasó junto a nosotros un venado blanco perseguido por una perra blanca y una jauría de sabuesos negros. Comprendimos que se trataba de una extraña aventura, apropiada para referirla en la corte, y me dispuse a seguirlos para conquistar fama ante el rey. Pero mi hermano dijo que le correspondía ir a él, puesto que era mejor caballero que yo. Entablamos una discusión sobre quién era el mejor y al cabo decidimos que la mejor demostración podía ofrecérnosla la fuerza de las armas.

—Necias razones —dijo Gawain—. Deberíais probar vuestra valía con extraños, no entre hermanos. Id a la corte de Arturo y suplicad su perdón por esta tontería, o me veré obligado a batirme con vosotros y llevaros por la fuerza.

—Caballero —dijeron los hermanos—, en nuestro empecinamiento hemos agotado nuestras fuerzas y perdido mucha sangre. No podríamos batirnos contigo.

—Entonces haced lo que os digo. Id ante el rey.

—Lo haremos, ¿pero quién diremos que nos envía?

—Decid que os envía el caballero que emprendió la Aventura del Venado Blanco —dijo Sir Gawain—. ¿Cómo os llamáis?

—Sorlus del Bosque y Brian del Bosque —respondieron, y luego partieron rumbo a la corte y Sir Gawain prosiguió su aventura.

Y cuando se acercaron a un valle de tupida vegetación el viento les trajo ladridos de sabuesos, y apuraron a sus monturas y descendieron la cuesta en persecución de la jauría hasta llegar a un manantial de aguas crecidas que el venado blanco estaba atravesando a nado. Y cuando Gawain se disponía a seguirlo, apareció un caballero en la otra orilla y le dijo:

—Caballero, si deseas seguir tu presa deberás batirte conmigo.

—Debo llevar a buen término mi aventura —respondió Gawain—, y afrontaré cuanto sea necesario. —Espoleó al caballo y vadeó las plácidas y profundas aguas hasta llegar a la margen opuesta, donde el caballero lo esperaba con la visera baja y la lanza en ristre. Se acometieron y Sir Gawain derribó a su oponente y lo urgió a rendirse.

—No —dijo el caballero—. Me has derrotado a caballo, pero te suplico, galante caballero, que desmontes y demuestres si eres igualmente diestro con la espada.

—Con gusto —dijo Gawain—. ¿Cuál es tu nombre?

—Soy Sir Alardine de las Islas.

Entonces Sir Gawain se apeó y embrazó el escudo y del primer tajo le partió el yelmo y los sesos. El caballero cayó muerto, y sin demora Gawain y su hermano reanudaron la marcha. Tras una larga persecución, el venado exhausto entró por las puertas de un castillo y los hermanos lo alcanzaron en el salón y le dieron muerte. Un caballero salió de una cámara lateral y mató a estocadas a dos perros de caza y echó al resto de la jauría del salón, y al regresar se arrodilló junto al hermoso ciervo y dijo con tristeza:

—Mi bella y querida criatura blanca, te han quitado la vida. La que es dueña de mi corazón te dio en prenda y yo no supe cuidarte. —Luego irguió la cabeza encolerizado.— Fue un acto vil —exclamó—. Te vengaré, mi bella criatura. —Corrió a sus aposentos, vistió sus armas y salió furibundo.

Sir Gawain salió a su encuentro, diciéndole:

—¿Por qué descargas tu ira en los sabuesos? Ellos sólo hicieron aquello para lo que están entrenados. Yo maté al venado. Descarga tu cólera en mi, no en un bruto sin entendimiento.

—Tienes razón —clamó el caballero—. Ya me he vengado de los sabuesos. Ahora me vengaré también de ti.

Sir Gawain lo enfrentó con espada y escudo, y los dos se asaltaron con denuedo, cubriéndose de heridas hasta que la sangre enrojeció el piso, pero paulatinamente el vigor de Sir Gawain se impuso sobre el debilitado caballero y con una pesada estocada final lo tumbó, obligándolo a rendirse y suplicar por su vida.

—Morirás por matar a mis perros —dijo Gawain.

—Estoy dispuesto a cualquier cosa para compensar la pérdida —dijo el caballero caído, pero Sir Gawain era inclemente y le desató el yelmo para decapitarlo. Cuando alzó la espada, una dama salió corriendo del cuarto, se arrojó sobre el caballero vencido y lo cubrió con su cuerpo. Al descender, la espada le abrió un tajo en el cuello y la espalda, y la mujer expiró sobre el caballero caído.

—Éste fue un acto de villanía, hermano mío —dijo Gaheris con amargura—, un acto ignominioso que se clavará en tu memoria. El pidió clemencia y no se la otorgaste. Un caballero sin clemencia es un caballero sin honor.

Gawain quedó pasmado por la muerte de la hermosa dama.

—Levántate —le dijo al caballero—. Te perdono la vida.

—¿Cómo puedo creerte —replicó el caballero— cuando vi la cobarde estocada que mató a mi dulce y querida señora?

—Lo lamento —dijo Gawain—. No era mi propósito matarla a ella, sino a ti. Te dejo en libertad a condición de que vayas al rey Arturo y le cuentes toda la historia y le digas que te envía el caballero de la Aventura del Venado Blanco.

—¿Qué me importan ahora tus condiciones —dijo el caballero—, cuando no me importan la muerte ni la vida?

Pero cuando Sir Gawain se dispuso a matarlo, mudó de parecer y prefirió obedecerle, y Gawain lo obligó a llevar un sabueso muerto delante de él, sobre su montura, y el otro detrás, como testimonio de su veracidad.

—Antes de irte, dime tu nombre —dijo Sir Gawain.

—Soy Sir Blamoure de la Marys —dijo el caballero, y partió rumbo a Camelot.

En cuanto se fue, Gawain regresó al castillo y entró a una alcoba para quitarse la armadura, pues estaba agotado y quería descansar. Gaheris lo siguió y le dijo:

—¿Qué estás haciendo? No puedes quitarte las armas en este lugar. En cuanto se sepa lo que hiciste, surgirán enemigos por todas partes.

Y no acababa de decirlo cuando cuatro caballeros bien armados irrumpieron con escudos y espadas desenvainadas y maldijeron a Gawain, diciéndole:

—Recién te han armado caballero y ya has mancillado tu condición, pues un caballero inmisericorde carece de honra. Además has matado a una bella dama y eso pesará en tu nombre para siempre. —Y uno de los caballeros le tiró un tajo y lo hizo tambalear, pero Gaheris acudió en socorro de su hermano y los dos se defendieron contra los cuatro, quienes atacaron todos a un tiempo. Entonces uno de los caballeros retrocedió, tomó un arco y disparó una flecha con punta de acero al brazo de Gawain, para que no pudiera defenderse, y los hermanos no habrían tardado en ser vencidos si cuatro damas no hubiesen irrumpido en la sala a clamar por sus vidas. Y ante el requerimiento de las bellas damas, los caballeros perdonaron la vida de los hermanos y los tomaron prisioneros.

En las primeras horas de la mañana, cuando Gawain yacía gimiendo en el lecho, una de las damas lo oyó y acudió a él.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó.

—Nada bien —dijo Gawain—. Estoy dolorido y quizá mutilado de por vida.

—Es por tu culpa —dijo ella—. Fue una vileza matar a la señora del castillo. ¿No eres acaso uno de los caballeros del rey Arturo?

—Si.

—¿Cómo te llamas?

—Señora, soy Sir Gawain, hijo del rey Lot de Orkney. Mi madre es hermana del rey Arturo.

—Eres sobrino del rey —dijo la dama—. Bien, intercederé en tu favor.

Y cuando ella explicó a los caballeros de quién se trataba lo dejaron ir, porque eran leales al rey Arturo. Y le dieron la cabeza del venado blanco como muestra de que había llevado a término su aventura. Pero en castigo le colgaron del cuello la cabeza de la dama muerta y lo obligaron a llevar delante de él, a lomos de su montura, el tronco decapitado.

Y cuando por fin Sir Gawain arribó a Camelot y compareció ante el rey y sus vasallos, refirió toda la historia con humildad y franqueza.

El rey y la reina se disgustaron con él por haber matado a la dama del castillo. Entonces Ginebra le impuso a Gawain la empresa de defender a todas las damas y honrarlas mientras viviera. Y además le ordenó que siempre ejerciera la cortesía y otorgara clemencia cuando se la pidiesen.

Y Sir Gawain juró por los cuatro Evangelistas que cumpliría con esos requerimientos.

And thus endith the adventure of Sir Gawayne that he did ar the mariage of Arthure.

Con lo cual toca a su fin la aventura emprendida por Sir Gawain durante la boda de Arturo.

Pasemos ahora a la aventura de Sir Tor.

Cuando estuvo armado y dispuesto, partió en persecución del caballero que se había llevado a la perra blanca, y en su camino se cruzó con un enano que le cerró el paso. Cuando Sir Tor intentó avanzar, el enano fustigó la cabeza del caballo con una vara, haciéndolo retroceder y tambalearse.

—¿Por qué hiciste eso? —inquirió Tor.

—No puedes pasar por aquí a menos que lidies con esos dos caballeros —dijo el enano.

Entonces Tor vio en un claro dos pabellones y dos lanzas apoyadas contra sendos árboles y dos escudos que pendían de las ramas.

—Ahora no puedo detenerme —dijo Tor—. Tengo una misión que cumplir y debo seguir adelante.

—No puedes pasar —retrucó el enano soplando su cuerno, que sonó ronco y agudo.

Un caballero armado salió de atrás de las tiendas, tomó lanza y escudo y arremetió sobre Sir Tor, pero el joven lo encontró en mitad de la carrera y lo derribó.

Entonces el caballero caído se rindió y pidió misericordia y le fue concedida.

—Aunque, caballero —añadió—, mi compañero querrá batirse contigo.

—En buena hora —dijo Tor.

El segundo caballero acometió a todo galope y su lanza se astilló con el impacto, mientras la lanza de Tor penetraba por debajo del escudo hiriéndole el flanco, aunque sin matarlo. Mientras su adversario hacia esfuerzos por incorporarse, Sir Tor se apresuró a desmontar y a golpearlo con fuerza en el yelmo, y el caballero cayó por tierra y rogó por su vida.

—Te concedo la vida —dijo Tor—, pero ambos debéis ir al rey Arturo y someteros a él como prisioneros míos.

—¿Quién diremos que nos derrotó? —preguntaron.

—Decid que os envía el que partió en busca del caballero y la perra blanca. Ahora en marcha, y Dios os dé prisa y también a mí.

Entonces el enano se le acercó y pidió un favor.

—¿Qué deseas? —preguntó Tor.

—Sólo servirte —dijo el enano.

—Muy bien, toma un caballo y acompáñame.

—Si vas en busca del caballero de la perra blanca, puedo conducirte hasta él.

—Llévame entonces —dijo Sir Tor, y se internaron en el bosque y al fin encontraron una iglesia, y detrás de ella había dos tiendas, y frente a una de ellas pendía un escudo rojo y frente a la otra un escudo blanco.

Entonces Sir Tor desmontó y le pasó la lanza al enano y se dirigió al pabellón del escudo blanco y en su interior vio a tres doncellas durmiendo. Miró dentro de la otra tienda y vio a una dama durmiendo y junto a ella la perra blanca que buscaba, que le ladró con ferocidad. Sir Tor aferró al animal y se lo llevó al enano. Los aullidos de la perra despertaron a la dama, quien salió de la tienda inmediatamente seguida por las tres doncellas. Y la dama lo interpeló:

—¿Por qué te llevas mi perra?

—Vine en procura de esta perra desde la corte del rey Arturo —dijo Tor.

—Caballero —dijo la dama—, no llegarás muy lejos con ella sin que te encuentres con un oponente.

—Por la gracia de Dios, mi señora, aceptaré lo que El disponga —dijo Sir Tor, y montó y volvió grupas hacia Camelot, pero como ya anochecía le preguntó al enano si conocía algún alojamiento en los alrededores.

—Lo único que hay es una ermita —dijo el enano—. Debemos conformarnos con lo que encontremos. —Y lo condujo a una oscura celda de piedra próxima a una capilla, y apacentaron a los caballos y el ermitaño les dio lo que tenía para cenar, un poco de pan duro, y durmieron sobre el helado piso de piedra. Por la mañana oyeron misa en la capilla y luego Sir Tor solicitó la bendición y las plegarias del ermitaño y por fin continuaron viaje rumbo a Camelot.

No habían andado largo trecho cuando un caballero los siguió al galope, diciendo:

—Caballero, devuélveme la perra que le quitaste a mi señora.

Sir Tor se volvió y vio que el caballero era un hombre de hermosas facciones, bien montado y bien armado de todo punto. Entonces le pidió la lanza al enano, embrazó el escudo y acometió a toda carrera. El impacto derribó a los caballos, y los dos jinetes se desembarazaron de sus monturas y echaron mano a la espada y lucharon como leones. Las espadas hendieron escudos y armaduras y ambos se hirieron con saña. La sangre se escurría espesa y caliente por las cotas de malla, y una inmensa fatiga se adueñó de los contendientes. Pero Sir Tor vio que su adversario tenía menos bríos que él y, sacando fuerzas de flaqueza, redobló el ataque, hasta que lo arrojó por tierra de una estocada y le exigió la rendición.

—Mientras tenga vida y alma no me rendiré a menos que me des la perra blanca.

—Eso es imposible —dijo Sir Tor—. Me han ordenado llevarte a ti y a la perra blanca al rey Arturo.

En eso se acercó una dama a lomos de un palafrén, contuvo las riendas y dijo:

—Te pediré una gracia, gentil caballero. Y si amas al rey Arturo me la concederás.

Y Tor respondió, irreflexivamente:

—Pide lo que quieras. Es tuyo.

—Gracias, noble señor —dijo ella—. Este caballero caído es Sir Arbellus y es un asesino y un falso caballero. Exijo su cabeza.

—Me arrepiento de mi promesa —dijo Tor—. Si te ha injuriado, quizá pueda hacer algo para satisfacerte.

—Sólo su muerte puede satisfacerme —dijo la mujer—. Luchó contra mi hermano y lo venció y mi hermano pidió piedad. Y yo me arrodillé en el barro e intercedí por la vida de mi hermano, pero él no me escuchó y lo mató ante mis ojos. Es un villano y ha herido a muchos buenos caballeros. Ahora cumple con tu promesa o te humillaré en la corte del rey Arturo proclamando que no cumples tus juramentos.

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