Legado (59 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
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—Si dejo que Lenk se marche y hago todo lo que consideres honrado o justo, ¿qué harás?

—Será preciso evacuar Naderville. Eso podría llevar meses. Mucha gente morirá, pero no toda.

Beys reflexionó, frotándose la mejilla con un dedo corto y gordo. Luego enarcó una ceja.

—¿Qué harías en mi lugar?

—¿Por qué mataste a tantas personas? —pregunté a mi vez.

Beys se movió ligeramente en la silla, pero su expresión no cambió.

—¿Por qué matar a los adultos? —pregunté, enfocándolo desde otro ángulo.

—Lealtad irracional a Lenk y todo lo que él representaba.

—Sí, pero, ¿por qué matarlos?

—Para terminar con lo viejo y empezar algo nuevo. ¿Tú qué habrías hecho en mi lugar?

—En realidad no sabes por qué ordenaste matarlos, ¿verdad?

Beys bajó los párpados hasta parecer un somnoliento animal de granja, un perro o un cerdo.

—Me juzgas. ¿Has juzgado a Brion?

—No soy un juez.

—Brion creía que no tenías ningún poder. Creía que eras una pieza aislada de una operación fallida. Le dije que el Hexamon no trabaja así. Se rió y me dijo que yo era un idealista. Creo que sólo tienes que hacer un guiño, el adecuado, para que todo esto termine. ¿Por qué no lo haces?

No respondí.

Evitaba mirarme a los ojos, y noté que sudaba.

—Tengo algo para ti. Brion me pidió que me llevara a tus compañeros Ap Nam y Randall en esta nave. Se enteró de que tú y Ap Nam erais amantes. Están aquí.

—Me gustaría verles.

Beys apretó los puños y golpeó la mesa con los nudillos.

—Habría dado cualquier cosa por no haber venido aquí. Yo habría ascendido en Defensa de la Vía. —Endureció el tono—. Estoy en un lugar perdido, sin tener adonde ir. Cuando murió mi familia, Brion era todo lo que tenía.

—Déjame ver a Shirla y a Erwin.

—Si te los entrego y dejo que se vaya la flota, ¿qué harás?

No vacilé en decirle una media verdad.

—No te entregaré a la justicia del Hexamon.

—¿Dónde viviré?

—En cualquier lugar al que puedas llegar sin mi ayuda.

Beys caviló.

—Puedes quedarte con este barco. Mantenerlo es una pesadilla. Puedo quedarme con una goleta de Lenk y diez tripulantes. Con diez me basta. Si quieres, hundiré este barco.

—Necesitaremos todos los barcos.

Su rostro rubicundo tenía el color del engrudo. Beys me miró a los ojos.

—Un barco pequeño. ¿Adonde sugieres que vaya?

—No me importa.

—Lenk pudo haber bombardeado a sus propios hijos, ¿sabes? —murmuró Beys—. Podrían haberlos retenido en Naderville como protección.

—¿Fue así?

—Si yo hubiera pensado en ello, habría ordenado que los retuviesen allí, pero estaba sesenta millas mar adentro cuando se inició el ataque. Pensaba ir a Jakarta y luego a Athenai.

Sacudí la cabeza.

—Me quedaré en Lamarckia, pase lo que pase. No permitirás que me lleven de vuelta a la Vía.

—De acuerdo —dije.

Beys apoyó las manos en la mesa. .La Estrella, el Hado y el Pneuma se apiaden de mí: estreché la mano de aquel hombre.

Shirla y Randall estaban a la sombra del cañón de popa, custodiados por tres soldados vestidos de gris y marrón; Pitt y Hamsun aguardaban no muy lejos. Recorrí el pasillo que conducía a la cubierta de popa. Shirla me vio y corrió hacia mí. Nadie intentó detenerla.

Ella se aferró a mí y yo la abracé con fuerza, sepultando mi rostro en su cuello y su cabello perfumado. No dijimos nada durante un rato.

—¿También eres un prisionero? —preguntó.

—No lo creo.

—¿Regresaremos a Liz? He oído decir que no podemos permanecer aquí, que el ecos está enfermo.

Conque el rumor se estaba difundiendo por el barco. Me pregunté si Beys o Brion lograrían sobrevivir.

—Espero que podamos ir allí, y pronto —dije—. Hay mucho trabajo que hacer, muchos preparativos.

—¿Sin magia?

—Me temo que no.

—¿Sólo tú?

—Sólo yo.

Randall se nos acercó.

—Espero que contigo sea suficiente —dijo.

33

Yanosh y yo hemos regresado al nuevo apartamento que me han asignado. Tiene que marcharse pronto. El ministro presidencial le ha concedido bastante tiempo para cuidarme y obtener de mí un informe, pero hay otros asuntos urgentes, y Yanosh no siempre puede delegar su tarea en fantasmas incorpóreos. A veces se requiere el cuerpo de su autoridad.

En diez años ha habido muchos cambios en el Hexamon. El arte de crear fantasmas —de proyectar personalidades parciales que realicen nuestro trabajo— ha alcanzado un grado increíble de sofisticación.

—¿Alguna vez llegaste a saber por qué Lenk destruyó la clavícula? —pregunta Yanosh.

Shirla estaba conmigo cuando fuimos a la costa con el séquito de Lenk para rendir homenaje a los muertos. Habían encontrado a Brion, Hyssha Chung y Frick asesinados, sus cuerpos mutilados. Lenk sostenía que soldados resentidos del ejército de Brion los habían capturado y matado. Nunca oí nada que me llevara a creer lo contrario. Los presuntos culpables serían juzgados en Tasman.

Los cadáveres serían sepultados con una ceremonia naderita divaricata que permitiría a Lenk demostrar que el tiempo y el honor curan cualquier herida.

Días después, el Khoragos zarpó de Hsia. A causa del extraordinario flujo, estaban enviando naves desde Tasman y Tierra de Elizabeth, y se estaban realizando esfuerzos para evacuar a los ciudadanos de Naderville. La evacuación duraría meses, y Lenk no quería estar allí cuando las cosas se pusieran feas. Insistió en que Shirla y yo lo acompañásemos a Tasman.

Beys se fue de Naderville en una pequeña goleta, con cinco tripulantes, los únicos dispuestos a acompañarlo. Nunca más tuvimos noticias de ellos.

Shirla estaba sentada en una silla plegable en la cubierta del Kboragos, bebiendo té. Me sonrió cuando me acerqué, temerosa pero tratando de no demostrar su temor. Me senté a su lado y ella me ofreció la taza. Bebí un sorbo.

—¿Cuándo nos la enseñará? —preguntó.

—Esta noche. Ahora está ocupado con los preparativos. Todavía es Hábil Lenk.

Shirla miró el mar. Los dientes le castañeteaban. No pudo ocultar su temblor y puso cara de tristeza.

—Te irás pronto —dijo.

Habíamos tenido poco tiempo para hablar, con tantas reuniones antes de salir de Hsia. Aún no habíamos hablado de nuestras cosas.

—No lo creo —dije.

—Si puedes reparar la clavícula...

—Ferrier dice que no cree que eso sea posible.

—Pero si puedes, regresarás a la Vía.

Le cogí la mano.

—No sé qué sucederá.

—Vienes de un lugar más grande que todo lo que yo pueda imaginar. Toda mi vida me han enseñado a temer ese lugar, a despreciarlo. Ahora eres mi amor y vienes de allí.

—Todos venimos de allí.

—Pero yo no quiero irme de aquí, tú debes.

Le apreté la mano. En realidad, nadie sabía qué sucedería.

—Él quiere que también estés presente —dije.

—¿El Buen Lenk me ha invitado?

—Así es.

—Olmy —dijo Shirla, poniendo su otra mano sobre la mía—. Yo quería...

Lo intentó de nuevo.

—Quería...

Le rodaron lágrimas por las mejillas.

—Yo quería —atinó a decir, temblando en un espasmo para ahuyentar su locura—. Nunca, nunca quieras algo con toda tu alma. Nunca. Te lo arrebatarán. Te irás.

—Yo también lo quiero. Ahora sé dónde estoy —dije.

—¿Y quién eres? —preguntó ella.

Lenk estaba en la cabina donde nos habíamos reunido la primera vez. Allrica Fassid estaba junto a él, pero se marchó en cuanto entramos Shirla y yo. Sobre la mesa había una ornamentada caja de xyla.

—Nadie puede aportar pruebas de que eres del Hexamon —dijo mientras nos sentábamos frente a él—. Quiero recalcarlo. Acepto que lo eres por lo que has hecho. Sé cómo funciona la historia, y esto me huele bien.

Se volvió hacia Shirla.

—Eres una buena mujer, y nunca has querido nada más que tener una familia y vivir una vida decente.

Shirla parpadeó y me miró atónita.

—¿No es así? No seas tímida.

Shirla cabeceó. Era así. Lenk conocía bien a su gente.

—Has hecho el amor con este hombre, en circunstancias difíciles, y eso significa que tienes un compromiso con él, y crees que él tiene un compromiso contigo. ¿Lo aceptas por lo que es?

—No creo que hayamos venido aquí a hablar de eso —murmuró Shirla.

Lenk fijó en mí sus ojos hundidos. Por un instante pareció casi un cadáver.

—He oído decir que Brion y Beys pensaban que tú podías juzgarnos, que Beys temía que lo partieras como si fuese una fruta madura. Fueron unos cobardes. El Hexamon no puede juzgarnos.

Abrió la caja. Dentro estaba la clavícula, rota en muchos trozos, algunos de ellos fundidos. Al cabo de tantos años, en el extremo de dos protuberancias dentro de la esfera partida, aún ardía un débil fulgor, el último vestigio de un pequeño universo artificial finito que congeniaba con la Vía. Pero faltaban los controles, y me di cuenta de que sería imposible repararlo.

—Fuiste un necio al venir aquí solo —dijo Lenk—. El que te envió también fue un necio. Me las he visto con Lamarckia, con la traición y con los demonios de mi propia naturaleza. No tengo miedo de ti ni del Hexamon. Brion ha muerto, lo cual es una lástima, aunque aún conservaba gran parte del espíritu del Hexamon en sí, y Beys se ha ido. ¿Qué haremos entonces, tú y yo?

Miré al hombre que había iniciado todo aquello, medí su fatigado desafío y su fuerza.

Noté que Shirla aún lo miraba con reverencia. Él ocupaba su centro de poder, y la fuerza necesaria para expulsarlo de ese centro causaría más derramamiento de sangre y a fin de cuentas no le haría bien a nadie, pues toda Lamarckia estaba cambiando.

—Has iniciado una carrera —dijo Lenk—. Te has ganado adeptos. Podrías ser como Brion, aunque sospecho que serías un poco más frío que él, y nunca te fiarías de una persona como Beys. Podrías ser temible, Olmy.

Estudié a Lenk y noté que el resto de mi odio se disolvía, no porque disminuyeran mi indignación y mi furia, sino porque él formaba parte de un río de historia humana que no podría desviarse sin un inmenso dolor. Él no era lo peor, aunque distaba de ser lo mejor, pero inevitablemente estaba en su lugar, y oponerme a él sería una crueldad más, no hacia él, que tal vez disfrutara del enfrentamiento, sino hacia su gente.

Hacia Shirla.

No podía garantizar nada. Tal vez el Hexamon no viniera nunca, y yo no pudiese regresar a la Vía.

Mi misión había concluido.

Al cabo de un instante, Lenk se reclinó y dijo:

—Te agradezco lo que has logrado hasta ahora. Te bendigo por tu trabajo. Eres un hombre listo y decente, ser Olmy, pero no eres como yo ni como Brion. Ve a vivir tu vida con esta mujer.

Yo no quería tener hijos en Lamarckia. Shirla quería hijos. Llegamos a un acuerdo.

Shirla y yo vivimos en Athenai durante diez años. Allí adoptamos a nuestro primer hijo varón, Ricca, uno de los muchos huérfanos a los que llamaban hijos de Beys. Con el tiempo casi llegué a olvidarme del Hexamon. Pasaba semanas sin pensar en mi pasado. En todas partes yo era conocido como el agente del Hexamon, pero ni siquiera en los peores momentos nadie me guardó rencor, o al menos nadie me expresó su resentimiento. Los adventistas, los pocos que quedaban, venían de cuando en cuando, y Lenk no se oponía a sus visitas. Él sabía que yo no los alentaría.

Cuando Lenk murió, Allrica Fassid tomó las riendas del poder durante un tiempo, pero cinco años después comenzó la primera hambruna y ella se suicidó. Otros la siguieron. Los divericatos mantenían su proyecto político, y nunca vi un sitio para mí en ese proyecto. Esto era algo que Shirla agradecía.

Abandonamos Tasman cuando inició su propio flujo. Adoptamos a nuestro segundo hijo, Henryk, en Calcuta.

Con el paso de los años, el cambio se difundía cada vez más. Gran parte de la belleza y variedad de Lamarckia huía ante el verdor que había sido el regalo de Brion. Era reemplazada por ecoi sencillos y diminutos que sólo abarcaban algunas hectáreas y eran cada vez más pequeños. Algunos vástagos —fítidos, incluso vástagos móviles— parecían gozar de autonomía, y quizá se reproducían por su cuenta.

Randall los estudió y escribió más monografías. Nos visitábamos con frecuencia.

Shirla, nuestros dos hijos y yo vivimos nuestros cinco años más felices en Jakarta. La Zona de Petain resistió contra el verdor más tiempo que las demás, salvo las zonas isleñas del sur, donde la mayoría de los supervivientes se apiñaron durante décadas. En esos felices cinco años, sin embargo, Jakarta se convirtió en una ciudad febril, una isla de efervescencia creativa y relativa prosperidad en medio del cambio.

Volvimos a ver a Salap. Sí, él había sobrevivido y había vuelto a la Estación Wallace, pero hizo un viaje a Jakarta.

Muchos perecían debido a nuevas reacciones inmunológicas a medida que Petain probaba diversas defensas contra Hsia y el verdor. Salap había estudiado la proliferación de nuevos procesos químicos entre los vástagos, y llegó cuando Shirla estaba muy enferma. Había viajado especialmente para vernos, creo, pero también como parte de su investigación.

Shirla y yo nos reunimos con él en la habitación de ella. Henryk y Ricca, que entonces tenían diez y quince años respectivamente, entraban y salían, llevando comida, sábanas limpias, agua. Shirla se había convertido en una auténtica madre para ellos, y yo, a mi manera distante, había hecho lo posible para ser un buen padre.

Salap realizó sus pruebas, tomó muestras del cuerpo marchito de Shirla, nos dijo que tal vez dentro de algunos meses tuviéramos un modo de curar aquellos trastornos. Vanas esperanzas, según resultó al fin.

Salap me contó la historia de sus últimos días con la criatura femenina de la semiesfera.

—Se esforzaba por ser humana. Habiendo observado a las hermanas Chung y a Brion, y prestándome atención a mí, el único modelo que le quedaba, observándome a mí mientras yo la observaba a ella, aprendimos mucho el uno de la otra. Pero ella no podía pensar como nosotros, y mucho menos comprender nuestra forma. Nunca fue más que una meticulosa y hábil observadora, sin ese nudo de conciencia de nosotros mismos que siempre nos separará de los ecoi. Sin embargo, al final, logró liberar el segundo pie y fue independiente durante unos días. Logró caminar. Lo hacía bastante bien, dadas las circunstancias.

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