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Authors: Camilla Läckberg

Las hijas del frío (27 page)

BOOK: Las hijas del frío
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—Terminarás agotada —le dijo con voz débil.

—Mejor eso que pasar el tiempo sentada mano sobre mano.

Era un intercambio de frases habitual entre los dos. Él le decía que se lo tomase con calma y ella le respondía con algún comentario airado. Si ella dejase de ocuparse de todas las tareas del hogar y les cediese a ellos la responsabilidad, otro gallo cantaría. Sin ella, aquella casa se hundiría. Era ella quien mantenía aquello en marcha, y lo sabían. Si al menos mostrasen algo de gratitud de vez en cuando… Pero no, lo que hacían era darle la murga con que se lo tomase con calma. Lilian comenzó a irritarse, como siempre que pensaba en esas cosas. Entró en la habitación de Stig. «Está algo más pálido que de costumbre», se dijo.

—Parece que estás peor —constató.

Le ayudó a levantar la cabeza para sacar el almohadón, lo palmeó para mullirlo y lo colocó de nuevo bajo su cabeza.

—Desde luego, hoy no es buen día.

—¿Dónde te duele más? —preguntó ella sentándose en el borde de la cama.

—Por todas partes. Al menos, ésa es la sensación que tengo —respondió Stig haciendo un amago de sonrisa.

—¿No podrías precisar un poco? —repuso Lilian con una mirada exigente al tiempo que, irritada, quitaba las pelusas de la colcha.

—El estómago —obedeció Stig—. Es como un engranaje en marcha, no sé, y de vez en cuando me da una punzada.

—Pues yo creo que ya es hora de que Niclas te eche una ojeada esta tarde cuando llegue a casa. Así no puedes estar.

—Pero nada de hospitales —protestó Stig haciendo aspavientos con la mano.

—Eso no lo decides tú, sino Niclas.

Lilian seguía arrancando pelusilla de la colcha y miró a su alrededor, como buscando algo.

—¿Dónde está la bandeja del desayuno?

Stig señaló al suelo. Lilian se inclinó sobre él para mirar por encima de la cama.

—¡Pero si no has comido nada! —dijo disgustada.

—No tenía ganas.

—Tienes que comer; de lo contrario, nunca te pondrás bien. ¿No lo entiendes? Voy a prepararte un poco de sopa de tomate. Tienes que recobrar algo de energía.

Stig asintió sin oponerse. Cuando Lilian se ponía así, no tenía sentido contradecirla.

Así pues, bajó a la cocina con paso airado. ¡Siempre tenía que hacerlo todo ella!

Cuando Martin y Gösta volvieron a la comisaría, no había nadie en recepción. Annika habría salido a comer más temprano. Martin vio que, en su mesa, había un buen montón de notas con su letra. Seguramente con la información facilitada por la gente, que habría empezado a llamar aquella mañana.

—¿No vas a almorzar ya? —preguntó Gösta.

—Todavía no —respondió Martin—. ¿No podemos comer a las doce?

—Para entonces me habré muerto de inanición, pero lo prefiero a ir a comer solo.

—Vale, entonces quedamos en eso —dijo Martin antes de ir a su despacho.

Por el camino de vuelta de Fjällbacka se le había ocurrido una idea. Miró hasta encontrar lo que buscaba en la guía telefónica.

—Hola, quería hablar con Eva Nestler —le dijo a la recepcionista que lo atendió.

Pero había una llamada en espera anterior a la suya, de modo que se dispuso a aguardar pacientemente. Como de costumbre, amenizaron el ínterin con una música lacrimosa que, no obstante, empezó a gustarle al cabo de un rato. Miró el reloj. Llevaba casi un cuarto de hora esperando. Decidió darle otros cinco minutos antes de colgar y volver a intentarlo. Justo entonces, oyó la voz de Eva en el auricular:

—Eva Nestler.

—Hola, soy Martin Molin. No sé si te acuerdas de mí, pero nos conocimos hace un par de meses en relación con la investigación de un sospechoso de abuso de menores. Te llamo de la comisaría de Tanumshede —se apresuró a añadir.

—Sí, claro. Trabajas con Patrik Hedström —recordó Eva—. Con él sí he tenido más contacto, pero tú y yo también nos hemos visto alguna vez.

Hubo unos segundos de silencio.

—¿En qué puedo ayudarte?

Martin se aclaró la garganta.

—¿Tienes idea de algo que se llama Asperger?

—El síndrome de Asperger, sí, lo conozco.

—Verás, tenemos un… —Martin se interrumpió, sin saber cómo expresarlo, pues Morgan no era susceptible de ser clasificado como sospechoso exactamente, sino más bien como una posibilidad interesante. Y recomenzó—: Nos hemos encontrado con un enfermo de Asperger en el caso que estamos investigando y necesitaría saber más sobre lo que supone la enfermedad. ¿Tú podrías ayudarme con ese tema?

—Pues… —respondió Eva dudosa— necesitaría algo de tiempo para refrescarme la memoria. —Martin oyó que hojeaba algo, la agenda, seguramente—. En realidad, me había tomado una hora libre después del almuerzo para hacer algunos recados, pero, en fin, por la policía… —la mujer seguía hojeando—. De lo contrario, no tendría ningún hueco hasta el martes que viene.

—Me viene bien hoy —se apresuró a contestar Martin.

En realidad confiaba en haber podido hacerlo por teléfono, pero no era tanta molestia ir a Stromstad.

—Bien, en ese caso nos vemos dentro de tres cuartos de hora más o menos, ¿de acuerdo?

—Claro —respondió Martin. De pronto se le ocurrió una idea—: ¿Te parece que lleve algo para almorzar?

—Sí, ¿por qué no? No está mal recuperar parte de los impuestos a través de la policía… Es broma, hombre —añadió enseguida, preocupada por que Martin malinterpretase sus palabras.

—No te preocupes —rio él—. ¿Quieres que invierta el dinero de tus impuestos en alguna preferencia culinaria concreta?

—Algo ligero. Una ensalada, quizá. La mayoría de la gente intenta adelgazar para el verano, pero yo se ve que lo he entendido al revés y procuro perder peso de cara al invierno.

—Bien, pues entonces ensalada —prometió Martin antes de despedirse.

Cogió la cazadora y se detuvo ante la puerta de Gösta.

—Oye, nos saltamos el almuerzo. Me voy a Strömstad a hablar con Eva Nestler, la psicóloga a la que solemos recurrir. —El gesto de Gösta lo obligó a añadir—: Por supuesto que puedes venir conmigo, si quieres.

Por un instante pareció que Gösta estuviese dispuesto a aceptar, pero en ese momento vio que empezaba a llover fuera y cambió de idea.

—Qué va, déjalo. Me quedaré aquí. Llamaré a Patrik y a Ernst a ver si pueden traerme algo comestible.

—Como quieras. Entonces, me voy.

Gösta ya se había dado media vuelta y no respondió siquiera. Martin vaciló un instante antes de salir, se subió el cuello de la cazadora y echó a correr hacia el coche. Pese a que estaba aparcado a tan sólo unos metros, llegó empapado.

Media hora después se detenía junto al arroyo, a unos metros del lugar donde Eva tenía su despacho. Estaba situado en el mismo edificio que la policía de Strömstad y Martin supuso que colaboraban a menudo. La policía necesitaba con frecuencia los servicios de un psicólogo; por ejemplo, cuando la víctima de una agresión necesitaba ayuda concluida la investigación. No eran muchos los psicólogos en ejercicio en el municipio y Eva era uno de ellos. Tenía muy buena reputación y se la consideraba una profesional muy competente. Patrik sólo hablaba de ella en términos positivos y Martin confiaba en que pudiese ayudarle.

En realidad no estaba muy seguro de para qué quería hablar con Eva. Morgan no era sospechoso, pero sentía curiosidad por saber más sobre el origen de una conducta y una actitud tan extrañas. El Asperger era algo totalmente desconocido para él y nunca estaba de más informarse.

Sacudió la cazadora antes de colgarla en el guardarropa. También se le había mojado la camisa y la humedad le hizo sentir un escalofrío. En una bolsa llevaba dos ensaladas que había comprado al pasar por Kaffedoppet. Era evidente que la recepcionista estaba al corriente de su llegada, pues nada más verlo, le señaló la puerta del despacho de Eva, cuyo nombre se leía en una placa. Tras llamar discretamente, oyó la voz de la psicóloga:

—Adelante.

Al verlo, Eva Nestler miró el reloj.

—Hola. ¡Qué rapidez! Espero que no hayas sobrepasado ningún límite de velocidad para venir aquí —le dijo con una mirada de fingida amonestación que hizo reír a Martin.

—No, qué va, no te preocupes. Además, da la casualidad de que sé que la policía hoy tenía otras cosas que hacer —respondió él en voz baja, como conspirando, y con un guiño.

Recordaba que Eva Nestler le cayó bien desde el día en que la conoció, pues tenía la virtud de conseguir que la gente se sintiese relajada en su presencia. Para alguien de su profesión, debía de ser una suerte.

Martin puso el almuerzo en una mesita que había en el despacho.

—Espero que te guste la ensalada de gambas.

—Es perfecta —respondió Eva.

Abandonó la silla tras el escritorio y se sentó en una de las cuatro que tenía para las visitas.

—En realidad —continuó mientras ponía toda la salsa en la ensalada—, una se engaña a sí misma. Una vez que bañas las verduras con toda la grasa de la salsa, igual puedes comerte una hamburguesa. Pero, desde un punto de vista psicológico, te sientes mejor con la ensalada. Así consigo convencerme de que bien puedo permitirme un bizcocho por la tarde —terminó riendo de tan buena gana que le temblaba el pecho.

Martin comprobó por su figura regordeta que la psicóloga conseguía convencerse de lo uno y de lo otro. Pero vestía de un modo elegante y llevaba el cabello gris en un peinado corto de aspecto moderno que, al mismo tiempo, iba bien con su edad.

—O sea que querías saber algo más sobre el síndrome de Asperger —le dijo.

—Sí, hoy ha sido la primera vez que lo he oído en mi vida y, la verdad, más que nada siento curiosidad —confesó Martin mientras pinchaba una gamba con el tenedor.

—Bueno, yo lo conozco, aunque no he tenido contacto con ningún paciente con ese diagnóstico, de modo que tuve que hacer alguna consulta antes de que llegaras. ¿Qué quieres saber exactamente? Hay mucho que decir al respecto.

—Pues… —Martin se tomó unos segundos para pensar su respuesta—. Si pudieras explicarme lo que caracteriza a una persona con Asperger… ¿Cómo se sabe que sufre justo ese síndrome?

—En primer lugar, se trata de un diagnóstico que empezó a establecerse no hace tanto. Se comenzó a hablar de él en serio unos quince años atrás, aunque existe documentación anterior. Es una limitación funcional que recibió su nombre de Hans Asperger. Algunos investigadores aseguran hoy que él mismo padecía el síndrome.

Martin asintió, invitándola a continuar.

—Es una forma de autismo, pero quien lo sufre suele tener una inteligencia entre normal y muy alta.

Martin ya lo sabía, pues Morgan lo había mencionado.

Eva prosiguió:

—Lo que complica la descripción del síndrome de Asperger es que sus síntomas varían de un individuo a otro, y ello obliga a clasificarlos en varios subgrupos. Algunos se encierran en sí mismos, presentando un comportamiento más similar al del clásico autista, mientras que otros son muy activos. Es raro que se detecte pronto. Los padres pueden sentirse preocupados porque su hijo se comporta de un modo anómalo, pero sin saber decir exactamente en qué consiste la desviación. Y el problema es, ya te digo, que puede haber grandes diferencias entre un niño y otro. Algunos niños con Asperger empiezan a hablar muy pronto, otros extraordinariamente tarde. Lo mismo ocurre con cuándo empiezan a caminar y con otros aspectos del desarrollo. Por lo general, los problemas no empiezan a hacerse realmente patentes hasta que no alcanzan la edad escolar, aunque entonces suelen recibir el falso diagnóstico de TDAH o de DAMP.

—¿Y cuáles son los síntomas entonces?

Martin se olvidaba de comer, hasta tal punto lo fascinaba el tema. Antes de solicitar su admisión en la Escuela Superior de Policía, estuvo acariciando la idea de estudiar psicología y a veces se preguntaba si no habría errado su elección final. Nada le resultaba más interesante que la psique humana y las anomalías de algunas de sus manifestaciones.

—El síntoma más claro es probablemente la dificultad de interacción social. Se comportan constantemente de un modo inapropiado, no comprenden las reglas comunes y, por ejemplo, tienen tendencia a decir la verdad claramente, lo que, como es natural, dificulta su relación con las demás personas. Existe también un rasgo de marcado egocentrismo. Les cuesta tener en cuenta los sentimientos y las vivencias de los demás, y sólo procuran satisfacer sus propias necesidades. Por lo general, tampoco precisan relacionarse con otras personas. Si, pese a todo, juegan con otros niños, pretenden decidirlo todo o, algo más habitual entre las niñas con ese síndrome, se someten por completo a la voluntad de los demás niños. Otro indicio claro es que desarrollen un interés tal por algún campo del saber que lo dominen por completo. Los niños con Asperger tienen la capacidad de interesarse muchísimo por los detalles y suelen aprenderlo todo sobre su tema favorito. Al principio, para los adultos puede resultar interesante escuchar los conocimientos de los niños, pero son tan estrechos de miras y obsesionados por su especialidad que los demás niños no tardan en perder el interés. Al alcanzar la edad escolar, suelen empezar a notarse las obsesiones tanto de pensamiento como de acción. Tienen que hacer las cosas de un modo concreto y obligan a su entorno a hacer lo mismo.

—¿Y desde el punto de vista del lenguaje? —preguntó Martin recordando la forma tan extraña de expresarse de Morgan.

—La lengua es otro indicador importante —dijo Eva apurando los últimos restos de ensalada que quedaban en el recipiente de plástico antes de continuar—: Es una de las grandes dificultades a las que las personas con Asperger se enfrentan en lo cotidiano. Cuando nos comunicamos, expresamos por lo general mucho más de lo que denotan puramente las palabras. Utilizamos el lenguaje corporal, las expresiones faciales, cambiamos el tono de la frase, acentuamos de forma distinta y utilizamos tranquilamente metáforas y comparaciones. Todo esto constituye una dificultad para una persona con Asperger. Una expresión como «tendremos que saltarnos el café» puede ser interpretada textualmente, es decir, entienden que lo que se proponen es saltar por encima de una taza de café. Incluso cuando ellos mismos hablan, les cuesta comprender cómo suena su discurso en comparación con el de los demás. A veces hablan muy bajito, casi en un susurro; en otras ocasiones chillan y hablan muy alto. Y, por lo general, con una cantinela monótona.

Martin asintió. La voz de Morgan encajaba con la segunda descripción.

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