Read Las hijas del frío Online
Authors: Camilla Läckberg
—Sí, Ernst y yo acabamos de hablar con la familia —explicó Patrik antes de sentarse—. Los informamos de que ahora se trata de una investigación de asesinato y les hicimos algunas preguntas sobre dónde se encontraban en el momento de la desaparición de la niña y si conocían a alguien que quisiera hacerle daño a Sara.
Gösta miró a Patrik con curiosidad.
—¿Crees que la mató alguien de la familia?
—En estos momentos no creo nada de nada, pero, en cualquier caso, es importante poder descartarlos de la investigación cuanto antes. Y al mismo tiempo tendremos que comprobar si hay algún agresor sexual conocido en la zona o algo así.
—Pero, por lo que me dijo Annika, no habían abusado de ella, ¿no? —preguntó Gösta.
—A juzgar por lo que sacó en claro el forense, no, pero una niña asesinada… —Patrik no terminó la frase, y aun así, Gösta comprendió a qué se refería.
Los medios de comunicación habían informado sobre tantas historias de abuso sexual de niños que no podían dejar de contemplar esa posibilidad.
—Sin embargo —continuó Patrik—, cuando les pregunté si conocían a alguien que pudiera querer causarles daño, me dieron una respuesta muy concreta.
Gösta alzó una mano:
—Deja que lo adivine: Lilian arrojó a Kaj a los leones.
Patrik sonrió levemente al oír la expresión.
—Sí, podría decirse que eso fue lo que hizo. En cualquier caso, no parece que sientan ningún aprecio mutuo. Fuimos a casa de Kaj para tener una charla informal con él y parece que hay muchos viejos rencores acumulados bajo la superficie.
—Bajo la superficie —repitió Gösta con una risita—. Yo no diría eso. Se trata de un drama que lleva cerca de diez años representándose abiertamente, algo de lo que todos los demás nos hemos cansado.
—Sí, ya me contó Annika que tú habías cursado las denuncias entre los dos todos estos años. ¿Podrías hacerme un resumen del asunto?
Sin responder de inmediato, Gösta se dio la vuelta y sacó un archivador de la estantería que tenía a su espalda. Pasó varias hojas hasta encontrar lo que buscaba.
—Yo sólo tengo aquí lo relativo a los últimos años. El resto está abajo, en los archivos, ya sabes.
Patrik asintió.
Gösta hojeó el archivador y leyó parte de los documentos por encima.
—Mira, puedes llevártelo. Aquí tienes una muestra variada. Las denuncias de ambas partes sobre todo lo habido y por haber.
—¿Por ejemplo?
—Falta de vejaciones injustas, Kaj invadió su parcela en alguna ocasión; amenazas de asesinato, Lilian le dijo, al parecer, que tuviese cuidado si le tenía algún aprecio a la vida… —Gösta siguió pasando páginas—. Ah, sí, y luego tenemos a Morgan, el hijo de Kaj. Lilian aseguró que la espiaba y, cito textualmente: «Según dicen, ese tipo de personas tienen un instinto sexual exacerbado, así que seguro que está pensando en violarme» Fin de la cita. Esto es sólo una selección…
Patrik estaba perplejo
—¿No tienen nada mejor que hacer?
—Al parecer, no —respondió Gösta secamente—. Y por alguna razón se empeñan en acudir siempre a mí con semejante rollo. Así que ahora te lo cedo de mil amores hasta nueva orden —dijo Gösta.
Le tendió el archivador a Patrik, que lo tomó con cierta reserva.
—Pero —añadió Gösta—, aunque tanto Kaj como Lilian son dos pendencieros empedernidos, me cuesta creer que él hubiese llegado tan lejos como para matar a la niña.
—Sí, seguro que tienes razón —convino Patrik al tiempo que se levantaba con el archivador en la mano—. No obstante, puesto que Kaj ha salido a relucir, tendré que investigar la posibilidad.
Gösta vaciló un segundo antes de pronunciarse:
—Bueno, si necesitas ayuda, avísame. Mellberg no puede ir en serio al pensar que Ernst y tú podríais llevar esto solos; después de todo, se trata de una investigación de asesinato. Así que si puedo hacer algo…
—Gracias, te lo agradezco de verdad. Y creo que tienes razón. Mellberg sólo quería asestarme un golpe bajo, ni siquiera él puede pretender que tú y Martin no colaboréis. Así que pensaba convocaros a todos a una reunión, seguramente mañana. Si Mellberg tiene algo en contra, que me lo diga. Pero no lo creo.
Le dio las gracias a Gösta con un gesto antes de salir del despacho y girar a la izquierda en dirección al suyo. Una vez instalado en su sillón, abrió el archivador y empezó a leer. Aquello resultó un viaje por el paisaje de la mezquindad humana…
Strömstad, 1923
La mano le temblaba un poco cuando golpeó el cristal. La ventana se abrió enseguida y ella pensó satisfecha que debía de estar allí esperándola. Hacía calor en la habitación y se preguntó si el rubor de sus mejillas se debería a la temperatura o a la sola idea de las horas que tenían por delante. Seguramente sería por lo segundo, se dijo, pues también las mejillas de Anders despedían fuego.
Por fin llegaban al punto que ella había deseado desde que arrojó la primera piedra contra su ventana. Instintivamente supo que con él le convenía ir despacio. Si había algo que sabía hacer, era adivinar como eran los hombres y luego darles a la mujer que querían. En el caso de Anders, tuvo que interpretar a la dulce y tímida flor durante un par de semanas insoportablemente largas. Ella habría preferido meterse en su cama la primera noche, pero sabía que eso lo habría espantado. Si quería conquistarlo, tenía que jugar a su juego: Puta o virgen, ella sabía darles ambas versiones.
—¿Estás asustada? —le preguntó Anders, sentado junto a ella sobre su estrecha cama
Agnes reprimió una sonrisa. Si supiera lo versada que estaba en aquello, él sería el angustiado. Pero no podía delatarse a sí misma. No ahora, la primera vez que quería poseer a un hombre tanto como él a ella. Así que bajó la mirada y asintió levemente. Cuando él la rodeo con sus brazos para tranquilizarla, no pudo evitar una sonrisa que ocultó en su hombro.
Después buscó su boca y, cuando el beso se volvió mas intenso y entregado, él empezó a desabotonarle la camisa, aún con delicadeza y muy despacio. Ella habría querido quitársela de un tirón, pero sabía que eso destruiría aquella imagen de sí misma a cuya creación había dedicado semanas. Llegado el momento, también daría rienda suelta a esa faceta, pero entonces él se atribuiría el honor de haberla hecho aflorar. Los hombres eran tan simples.
Cuando cayó la última prenda, Agnes se cubrió tímidamente con la manta. Anders le acarició el cabello y la miró a los ojos, indagando y aguardando a que ella le diese el beneplácito para meterse en la cama.
—¿No podrías apagar la vela? —pregunto Agnes con voz débil y temerosa.
—Si, claro, por supuesto —respondió Anders, turbado por no haber pensado él mismo que ella preferiría la protección de la penumbra.
Extendió el brazo hacia la mesilla de noche y ahogo la llama con los dedos. En la oscuridad, Agnes sintió como él se volvía hacia ella y, con una lentitud insufrible, empezaba a tocarla.
En el momento preciso, Agnes dejo escapar un gemido fingido de dolor con la esperanza de que él no interpretase la ausencia de sangre como un indicio de engaño. Pero a juzgar por la ternura de los cuidados que Anders le dedicó después, concluyó que no había abrigado la menor sospecha y Agnes se sintió satisfecha de su actuación. Puesto que se vio obligada a reprimir su instinto natural, fue algo mas aburrido de lo que esperaba pero existía en potencia y, muy pronto, ella podría dejarlo estallar de un modo que resultaría sin duda una agradable sorpresa para él.
Acurrucada a su lado, sopeso la posibilidad de intentarlo una segunda vez, pero decidió que seria mejor esperar un poco. Debía contentarse con haber representado su papel tan hábilmente y con haberlo llevado justo adonde ella quería. Ahora se trataba de sacarle el máximo partido al tiempo que había invertido en él. Si jugaba bien sus cartas, podía contar con un excelente entretenimiento para todo el invierno.
Monica iba con el carrito colocando los libros devueltos en las estanterías. Siempre había amado los libros y desde que estuvo a punto de morir de aburrimiento en casa, el primer año después de que Kaj vendiese la empresa, se presentó en cuanto oyó que la biblioteca necesitaba a alguien que echase una mano media jornada. Kaj pensaba que estaba loca por ponerse a trabajar sin necesitarlo y Monica sospechaba que para él era una pérdida de prestigio, pero a ella le gustaba demasiado para tenerlo en cuenta. En la biblioteca había buen ambiente y Monica necesitaba esas relaciones sociales para verle algún sentido a su existencia. Kaj se volvía más gruñón e irritable a medida que pasaban los años y Morgan ya no la necesitaba. Tampoco iba a tener nietos o, al menos, lo tenía por imposible. Hasta esa alegría se le había negado en la vida. No podía evitar sentir que le corroía la envidia cuando oía a los compañeros de trabajo hablar de sus nietos. El destello que reflejaban sus ojos hacía que Monica se encogiese de celos. Y no es que no amase a Morgan. Claro que sí. Pese a que él no les había facilitado la tarea. Y ella creía que su hijo también la quería, sólo que no sabía cómo transmitir ese sentimiento. Quizá ni siquiera supiera que lo que sentía era lo que habitualmente se llamaba amor.
Les llevó muchos años comprender que Morgan no estaba bien. O mejor, sabían que algo fallaba, pero nada que ellos conocieran y que pudiesen identificar en su hijo. No era retrasado, sino todo lo contrario, muy inteligente para su edad. Ella nunca pensó que fuese autista, pues no se encerraba en su concha y no se retraía ante el contacto físico, síntomas que, según había leído, solían ir asociados al autismo. Morgan cursó sus años escolares mucho antes de que el TDAH y el DAMP se convirtiesen en conceptos cotidianos, de modo que nunca llegaron a contemplar siquiera esos diagnósticos. Aun así, ella sabía que algo no iba bien. Se comportaba de un modo extraño y parecía imposible educarlo. Sencillamente era como si no entendiese la comunicación invisible entre las personas, y las reglas que gobernaban las relaciones sociales eran chino para él. Siempre hacía y decía cosas inconvenientes, y Monica sabía que la gente murmuraba a sus espaldas diciendo que el comportamiento de su hijo era consecuencia de una educación poco estricta. Sin embargo, ella sabía que había algo más. Incluso sus patrones de motricidad eran poco ágiles. Con su torpeza, Morgan no dejaba de provocar accidentes pequeños y no tan pequeños, y a veces no eran ni siquiera accidentes, sino que los causaba intencionadamente. Eso fue lo que más la preocupó siempre; parecía imposible conseguir que aprendiese a distinguir entre el bien y el mal. Lo habían intentado por todos los medios: castigos, sobornos, amenazas y promesas, todas las herramientas que los padres utilizaban para dotar a sus hijos de conciencia. Pero nada funcionó. Morgan era capaz de las peores acciones sin mostrar el más mínimo arrepentimiento cuando lo descubrían.
Sin embargo, quince años atrás tuvieron una suerte increíble. Uno de los muchos médicos a los que acudieron a lo largo del tiempo era un apasionado de su profesión y leía cuanto caía en sus manos sobre nuevas líneas de investigación. Un día les explicó que había leído acerca de un síndrome que encajaba perfectamente con la sintomatología de Morgan: el síndrome de Asperger. Una forma de autismo que presentaban pacientes con inteligencia entre normal y muy alta. Fue como si se liberase de todos los años de sufrimientos en el preciso instante en que oyó aquel nombre. Lo saboreó, lo pronunció con fruición: Asperger. No habían sido figuraciones suyas ni falta de capacidad para educar a su hijo, y ella tenía razón, era difícil si no imposible para Morgan descifrar los códigos que hacían la vida más fácil para las personas, el lenguaje gestual, las expresiones de la cara y las connotaciones del lenguaje verbal. Nada de aquello quedaba registrado en el cerebro de Morgan. Y por primera vez pudieron ayudarle de verdad. Bueno, ellos, lo que se dice ellos… Para ser sinceros, Kaj nunca se involucró demasiado en las cosas de Morgan. Al menos desde que, con total frialdad, constató que jamás satisfaría sus expectativas. Desde aquel momento Morgan se convirtió en el hijo de Monica; de modo que ella fue quien leyó cuanto había escrito sobre el síndrome para hacerse con métodos sencillos con los que ayudar a su hijo a superar el día a día. Pequeñas tarjetas con diversos escenarios y las instrucciones para comportarse correctamente si se daban en la realidad, juegos de roles en los que practicaban distintas situaciones y conversaciones para intentar que comprendiera por la vía deductiva lo que su cerebro se negaba a asimilar por intuición. Y además, ponía todo su empeño en expresarse ante Morgan con total claridad, en eliminar las comparaciones, exageraciones y dichos que se utilizaban para dar forma y color a la lengua. Y en gran medida, consiguió lo que se proponía. Al menos Morgan había aprendido a funcionar con cierta normalidad en el mundo, aunque aún prefería estar solo con sus ordenadores.
Por eso Lilian logró convertir en auténtico odio lo que no era más que una ligera irritación. Podía haber soportado todo lo demás. Poco le importaban a ella las licencias de obra y las transgresiones y amenazas de esto y aquello. Por lo que a ella se refería, Kaj se entregaba con tanta pasión a la disputa que estaba por creer que a veces hasta disfrutaba con ella. Pero que Lilian atacase a Morgan una y otra vez despertaba a la tigresa que llevaba en su interior. Sólo porque era diferente, Lilian y, por cierto, muchas otras personas, pensaban que tenían vía libre. Destacar por alguna razón, ¡no lo quiera Dios! Ya lo destacaba a ojos de muchos el solo hecho de que aún viviese, si no en casa, al menos sí en la parcela de sus padres. Pero nadie tenía tan mala idea como Lilian. Algunas de sus acusaciones habían indignado tanto a Monica que se ponía negra sólo de pensarlo. Más de una vez había lamentado que se mudasen a Fjällbacka. Incluso se lo había comentado a Kaj en alguna ocasión, pero sabía de antemano que no tenía sentido. Era demasiado terco.