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Authors: John Wynham

Tags: #Ciencia Ficcion

Las crisálidas (14 page)

BOOK: Las crisálidas
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—Pero una mutación no es responsable de… —empecé a argüir.

—«No es responsable»… —se mofó el viejo—. ¿Es un gato salvaje responsable de ser un gato salvaje? Y sin embargo lo matas. No puedes dejarlo suelto por ahí. El Repentances dice que se conserve pura la estirpe del Señor con el fuego, pero en la actualidad eso no lo admite nuestro maldito gobierno. Que vengan los antiguos días, cuando a un hombre se le permitía que cumpliera con su obligación y mantuviera limpia su tierra. En cambio, ahora estamos pidiendo a gritos otra dosis de tribulación.

Luego de hacer una breve pausa, siguió refunfuñando como un viejo y airado profeta apocalíptico. Entre sus murmullos soltó los siguientes comentarios:

—Todos esos encubrimientos… quieren que les den otra vez una buena lección.

Mujeres que han parido una blasfemia y que siguen yendo a la iglesia para decir que lo sienten mucho y que tratarán de no hacerlo más; los enormes caballos de Angus Morton todavía por aquí, una burla de las leyes de la pureza «aprobada oficialmente»; un condenado inspector que sólo desea conservar el cargo y no ofender a la gente de Rigo…; y luego se preguntan algunos por qué tenemos estaciones desgraciadas…

El puritano viejo continuó gruñendo y vomitando veneno con disgusto…

Más tarde pregunté a tío Axel si realmente había muchos que sintieran lo mismo que el viejo Jacob. Pensativo, se rascó la mejilla al contestar:

—Unos cuantos de los ancianos. Aún creen que es una responsabilidad personal, como solía serlo antes de que hubieran inspectores. Algunos de los cuarentones piensan también así, pero la mayoría de ellos están dispuestos a dejar que las cosas sigan igual que ahora. No se aferran tanto a las formas como sus padres. Mientras que las mutaciones no se reproduzcan y la situación sea boyante, consideran que lo demás no tiene mucha importancia…, pero como les vengan una serie de años de elevada inestabilidad parecida a la del presente, no estoy seguro de que vayan a aceptarlo sin inquietarse.

—¿Por qué algunos años sube repentinamente el porcentaje de aberraciones? —quise saber.

—No lo sé —respondió moviendo la cabeza—. Dicen que se trata de algo relacionado con el tiempo. Si el invierno es malo, con ventarrones procedentes del sudeste asciende la proporción de aberraciones, pero no en la próxima estación, sino en la que sigue a ésta.

Otros afirman que es algo que viene de las Malas Tierras. Nadie sabe en realidad lo que es, pero por lo visto tienen razón. Los viejos lo consideran una advertencia para que sigamos el camino recto, como un recuerdo de la tribulación enviada una vez, y no paran de insistir en ello. El año próximo será también malo. La gente les escuchará entonces y en cualquier parte tratarán de descubrir chivos expiatorios.

Pronunció las últimas palabras echándome a la vez una larga y pensativa mirada.

Yo tomé nota de la indirecta y se la comuniqué a los otros. Desde luego la estación era casi tan desgraciada como la anterior, y existía la tendencia a buscar culpables. El sentimiento público hacia los encubrimientos era mucho menos tolerante que el verano precedente, y esa actitud hizo que todavía aumentara más nuestra ansiedad después de descubrir a Petra.

Durante la semana posterior al incidente del río vivimos pendientes de detectar cualquier indicación de sospecha hacia nosotros. Sin embargo, no notamos nada.

Evidentemente se había aceptado que tanto Rosalind como yo, aun estando en distintos sitios, habíamos oído gritos de socorro que por estar tan lejos debían haber sido muy débiles. En consecuencia, pudimos respirar otra vez…, pero no por mucho tiempo. Sólo transcurrió un mes antes de que tuviéramos un nuevo motivo de sobresalto.

Anne nos anunció que se iba a casar…

Cuando nos lo dijo, había un tono desafiante en su comunicación. A lo primero no la tomamos muy en serio. Se nos hacía cuesta arriba creer, y tampoco queríamos creer, que lo dijera en serio. Además el pretendiente era Alan Ervin, el mismo Alan con el que yo me había peleado a la orilla del arroyo y que había denunciado a Sophie. Los padres de Anne tenían una granja, no mucho más pequeña que Waknuk. Al ser Alan el hijo del herrero, sus proyectos consistirían en ocupar a su debido tiempo el puesto de su padre. Tenía el físico adecuado para ello, pues era alto y sano, pero ahí paraban todas sus dotes. Sin duda que los padres de Anne ambicionarían más para su hija; por consiguiente confiábamos en que el asunto no llegaría a término.

Estábamos equivocados, porque de algún modo consiguió ella que sus padres aceptaran la idea y el compromiso fue anunciado formalmente. A partir de ese momento cundió la alarma entre nosotros. Nos vimos bruscamente forzados a considerar algunas de las implicaciones, y como éramos jóvenes, bastantes de ellas nos causaron ansiedad.

El primero en decírselo a Anne fue Michael.

—No puedes hacerlo, Anne. Por tu propio bien, no lo hagas. Sería como ligarte de por vida a un lisiado. Piénsalo, Anne, piénsalo y date cuenta de lo que eso puede significar.

—No soy una idiota —le replicó ella enfadada—. Naturalmente que lo he pensado. Lo he pensado más que vosotros. Soy una mujer, y tengo derecho a casarme y a tener hijos.

Vosotros sois tres y nosotras cinco. ¿Estás diciendo que dos tienen que quedarse sin casar? ¿Qué nunca van a poder tener vida y hogares propios? Si no es así, entonces dos de nosotras deberán casarse con personas normales. Yo estoy enamorada de Alan y tengo la intención de casarme con él. Debierais estar agradecidos, ya que eso contribuirá a simplificaros las cosas.

—No hay razón para pensar así —arguyó Michael—. No podemos ser los únicos. Tiene que haber más como nosotros, fuera de nuestro alcance, en algún sitio. Si esperamos un poco…

—¿Y por qué tengo yo que esperar? Podría ser durante años, o para siempre. Ya tengo a Alan… y vosotros pretendéis que pierda años de mi vida esperando a alguien que quizás no venga nunca, o que si llega a lo peor me inspira odio. Queréis que deje a Alan y que corra el riesgo de perderlo todo. Bueno, pues no. Yo no he pedido ser como soy; pero tengo tanto derecho como el que más a disfrutar de la vida cuanto pueda. Sé que no va a serme fácil; ¿pero creéis que iba a ser más sencillo para mí vivir año tras año de este modo? No va a ser fácil para ninguno del grupo, y desde luego no mejoraría en nada la situación el hecho de que dos de nosotras tuviéramos que abandonar toda esperanza de amor y afecto. Entre nosotros sólo se pueden formar tres parejas. ¿Pero qué va a ser entonces de las otras dos chicas, las que tendrían que quedarse solteras? No se integrarían en ninguna parte. ¿Insistís por tanto en afirmar que deben perderlo todo?

Convencida de la fuerza de sus argumentos, Anne continuó:

—Eres tú quien no lo ha pensado, Michael, y tampoco los demás. Yo sé lo que quiero; en cambio vosotros, aparte de David y Rosalind que son novios, no sabéis lo que queréis porque no estáis enamorados, y por lo mismo ninguno tiene que resolver una situación así En parte era verdad lo que decía Anne, pero aunque no resolvíamos todos los problemas antes de que se manifestaran, conocíamos muy bien aquellos que nos acosaban constantemente, entre los cuales sobresalía el de la necesidad de disimular, de vivir siempre medio ahogados con nuestras familias. Una de las cosas que más anhelábamos era la liberación algún día de esa carga, y a pesar de que no teníamos muchas ideas sobre el modo de lograrlo, comprendíamos sin embargo que el matrimonio con un individuo normal sería a corto plazo intolerable. La vida en nuestros hogares era bastante mala; vivir para siempre e íntimamente con alguien que no hablara con el pensamiento sería imposible. Porque cualquiera de nosotros seguiría teniendo más en común y estaría más cerca del resto del grupo que de la persona normal con la que se hubiera casado. Un matrimonio, en el que la pareja estuviera separada por algo más vasto que un lenguaje diferente, además encubierto siempre al otro cónyuge, no podría ser otra cosa sino una burla. Representaría miseria, falta perpetua de confianza e inseguridad; las perspectivas serían de una vida constante de vigilancia contra los deslices… y ya sabíamos muy bien que los deslices accidentales eran inevitables.

En comparación con aquellos a los que uno conoce a través del pensamiento, las demás personas parecen ser lerdas, de percepción disminuida; y tampoco creo que los «normales», que nunca pueden compartir sus pensamientos, comprendan la íntima participación que tenemos en nuestras recíprocas vidas. ¿Qué pueden entender por «pensar juntos», hasta el extremo de que dos mentes sean capaces de hacer lo que no podría realizar una? Y no necesitamos tropezar en el desconcierto de las palabras; a nosotros nos resulta difícil falsear o pretender comunicar un pensamiento engañoso, aunque lo deseemos. Por otro lado, es casi imposible que nos interpretemos mal. ¿Qué futuro tendríamos entonces ligados estrechamente a un «normal» medio imbécil que, como mucho, lo más que puede hacer es adivinar de forma hábil los sentimientos y los pensamientos de otro? Ninguno, aparte de una prolongada infelicidad y frustración… con el agravante de que más tarde o más temprano se produciría el desliz fatal; o si no, una acumulación de pequeños deslices que gradualmente irían levantando sospechas…

Anne, que anteriormente había visto todo esto con la misma claridad que los demás, pretendía ahora ignorarlo. Para demostrar su diferencia de parecer, empezó por negarse a contestarnos, aunque no podíamos asegurar si había cerrado su mente a la comunicación o continuaba escuchando sin participar en el diálogo. Aunque sospechábamos que habría elegido la primera opción por ir más de acuerdo con su carácter, como no estábamos seguros nos resultaba imposible discutir entre nosotros la forma de afrontar la nueva situación. Contábamos incluso con la posibilidad de que no existiera ninguna forma factible. A mí mismo no se me había ocurrido ninguna. Rosalind estaba también desorientada.

Rosalind se había convertido en una alta y esbelta joven. Era guapa, con una cara que llamaba la atención; en sus movimientos y porte era asimismo atractiva. Algunos de los muchachos que habían sentido su atracción, la rondaban. Ella se portaba cortésmente con ellos, pero nada más. Era una moza competente, determinada, de confianza en sí misma; es posible que intimidara a los chicos, porque al poco tiempo éstos dirigieron su atención a otros sitios. Rosalind no se hubiera ligado a ninguno de ellos. Y casi con seguridad que esa fue la causa de que ella se sintiera más turbada que ninguno de nosotros por lo que Anne se proponía hacer.

Rosalind y yo solíamos citarnos, aunque con discreción y sin correr muchos riesgos.

Creo que nadie, excepto los otros, sospechaba que existiera nada entre ella y yo. Cuando nos encontrábamos teníamos que amarnos de un modo arrebatado e infeliz, preguntándonos miserablemente si llegaría el día en que no tuviéramos que ocultarnos. Y de alguna forma la intención de Anne contribuía aún más a nuestra desdicha. Para ambos era absurdo pensar en casarnos con un individuo normal, aunque éste fuera el más bondadoso y mejor de todos.

A la otra persona a la que podía recurrir para aconsejarme era el tío Axel. El, como todo el mundo, conocía el proyecto de matrimonio entre Alan y Anne, pero al ignorar que ésta fue una de los nuestros recibió la noticia lúgubremente. Después de considerarlo un rato en su mente, movió la cabeza al decir:

—No. No resultará, Davie. Estáis en lo cierto. Durante los últimos cinco o seis años he estado pensando precisamente en un momento así, pero confiaba en que quizás no se produjera nunca. Me doy cuenta incluso de que debéis encontraros entre la espada y la pared, porque si no me lo hubieras dicho, ¿verdad?

Asentí con la cabeza y respondí:

—Es que no nos hace caso. Y ahora ha ido todavía más lejos, pues ni siquiera nos contesta. Dice que ese asunto estaba ya decidido. Confiesa que ella nunca quiso ser distinta de la gente normal y que en estos instantes desea asemejarse tanto como sea posible al resto de las personas. Se trata de la primera disputa real que hemos tenido. Y ha llegado a decirnos que nos odia a todos y a la misma idea de pensar en nosotros; bueno, eso es lo que ha tratado de comunicarnos, pero en realidad no es cierto. Lo que pasa es que quiere a Alan de tal manera que está decidida a no permitir que nadie se lo arrebate. Yo… yo no sabía que nadie pudiera querer a otra persona con esa vehemencia.

Siente tanta pasión y está tan ciega que, sencillamente, no le importa lo que pueda ocurrir después. Y no sé qué podemos hacer.

—Y vosotros —comentó tío Axel— consideráis que ella no podrá vivir como una persona normal, ¿no es cierto?, o sea, romper para siempre con su vida anterior, pues eso sería demasiado difícil…

—Desde luego que ya hemos pensado en esa posibilidad —repliqué—. Ella puede negarse a contestar. Eso es lo que está haciendo ahora, igual que si alguien rehusara hablar; pero estar así siempre… Sería como hacer un voto de silencio para toda la vida.

Quiero decir que ella no puede olvidarse por las buenas de todo lo anterior y convertirse en una mujer normal. Nos resulta imposible creer que eso pueda hacerse. Michael la explicó que sería como pretender tener sólo un brazo porque el individuo con el que quiere casarse cuenta únicamente con un brazo. No serviría de nada… y tampoco podría durar mucho.

Tío Axel reflexionó durante un rato. Luego me pregunto:

—¿No os cabe duda de que está loca por Alan… quiero decir más allá de lo razonable?

—No es la misma —contesté—. Ya ni piensa adecuadamente. Antes de que dejara de respondernos sus pensamientos eran rarísimos.

Tío Axel volvió a mover negativamente la cabeza. Después observó:

—A las mujeres les gusta creer que están enamoradas cuando quieren casarse; piensan que es una justificación que contribuye a su auto —respeto. No hay ningún mal en ello, pues la mayoría va a necesitar todas las ilusiones que puedan atesorar. Pero una mujer que sí está enamorada es una cuestión distinta. Vive en un mundo en donde han variado todas las viejas perspectivas. Está deslumbrada, no tiene más que un propósito y no le importan los demás asuntos. Es capaz de sacrificar cualquier cosa, ella misma inclusive, a su única lealtad. Para ella eso es completamente lógico; en cambio los demás consideran que no es del todo cuerda; por otro lado, socialmente es peligrosa. Y cuando existe además un sentimiento de culpabilidad a vencer, y posiblemente a expiar, no cabe duda de que es una amenaza para alguien…

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