Las crisálidas (9 page)

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Authors: John Wynham

Tags: #Ciencia Ficcion

BOOK: Las crisálidas
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Había bastante sensatez en eso. Yo estaba empezando a aprender el significado de la palabra «humillación» y por el momento no deseaba sufrirla más. Pero en nuestra conversación habíamos dejado sin resolver la cuestión del lugar adonde ir, que por lo visto no era nada fácil. Al parecer, y como preparación, sería aconsejable aprender todo lo que se pudiera sobre el mundo ajeno a Labrador. Pregunté a tío Axel cómo era ese mundo.

—Impío —contestó—. Muy impío.

Era el tipo de oscura respuesta que hubiera dado mi padre. Me disgustó oírla en los labios de tío Axel, y así se lo manifesté. El hizo una mueca burlesca.

—Está bien, Davie, seamos honestos. Si no lo vas a divulgar, te contaré algunas cosas.

—¿Quieres decir que es secreto? —quise saber, desconcertado.

—No exactamente —replicó—. Pero cuando la gente está acostumbrada a creer que una cosa es así y asá, y los predicadores quieren que de ese modo sea creído, entonces es mejor dejarlo como está. Lo que obtienes por inquietar sus ideas son dificultades y no agradecimiento. Los marineros se dieron cuenta en seguida de que eso ocurría en Rigo y desde entonces casi todo lo que tienen que contar se lo comunican a otros marineros. Si el resto de la gente desea pensar que aproximadamente todo lo del exterior son Malas Tierras, no se lo impiden. Eso no altera en nada a la realidad, y además contribuye a la paz y a la tranquilidad.

—Mi libro —intervine— dice que todo son Malas Tierras o el mal país de los Bordes.

—Hay otros libros que no dicen eso —comentó—, pero no están mucho a la vista, ni siquiera en Rigo, así que imagínate por estos bosques… Pero ten cuidado, porque tampoco hay que creerse todo lo que digan los marineros. Muchas veces uno no está seguro de que dos de ellos estén hablando del mismo sitio, aunque ellos piensen que sí.

Sin embargo, cuando uno ha visto algunas cosas empieza a comprender que el mundo es un lugar mucho más complejo de lo que parece desde Waknuk. ¿No lo divulgarás, pues?

Le aseguré que no.

—De acuerdo —aceptó—. Entonces es así…

Y me explicó que para llegar al resto del mundo hay que navegar río abajo hasta salir al mar. Dicen algunos que no es conveniente seguir recto hacia el este, porque o bien te encuentras con que no hay más que mar y mar, o resulta que se acaba de repente y tienes que navegar por el borde. Pero nadie lo sabe con certeza.

Si se pone rumbo norte y se va bordeando la costa, y se sigue la dirección de ésta primero hacia el oeste y luego hacia el sur, se llega al otro lado de Labrador. Y si se sigue recto hacia el norte se arriba a lugares más fríos en donde hay gran cantidad de islas habitadas únicamente por pájaros y animales marinos.

Dicen que en dirección nordeste hay un país enorme en el que las plantas no son muy aberrantes y en donde los animales y las personas no parecen aberrantes, pero las mueres son muy altas y vigorosas. Ellas lo gobiernan todo y realizan todo el trabajo.

Guardan en jaulas a sus hombres hasta que tienen veinticuatro años, y entonces se los comen También se comen a los náufragos. No obstante, como por lo visto nadie se ha encontrado con alguien que hubiera escapado de allí, es difícil discernir la forma en que se ha llegado a saber todo eso. Por otra parte, asimismo es verdad que tampoco ha regresado nadie de allí diciendo que no es así.

La única dirección que conozco es la del sur, pues la recorrí en tres ocasiones. Para llegar allí hay que mantener la costa a estribor cuando se sale del río. Al cabo de cuatrocientos kilómetros más o menos se alcanzan los estrechos de Newf. A medida que se van ensanchando los estrechos, se mantiene la distancia con la costa de Newf hasta tocar puerto en Lark para abastecerse de agua fresca… y también de provisiones si lo permite la gente de Newf. Después se continúa en dirección sudeste por un rato y luego hacia el sur hasta tener de nuevo la costa a la vista por estribor. Al acercarse se descubre que son las Malas Tierras, o por lo menos los malísimos Bordes. Es una tierra de abundantes cultivos, pero si uno navega muy próximo a la orilla se da cuenta de que casi todos son aberrantes. Existen asimismo animales, y a la mayoría de ellos resulta difícil clasificarlos como ofensas en comparación con las especies conocidas.

Después de un día o dos más de navegación se descubre sin tener dudas que las orillas son de las Malas Tierras. En seguida te encuentras rodeando una gran bahía y llegas adonde no hay quiebras en la costa: todo son Malas Tierras.

Cuando los marineros vieron en la primera ocasión aquellos territorios, se asustaron mucho. Tenían la sensación de que estaban dejando atrás toda la pureza y de que cada vez se alejaban más de Dios, navegando hacia lugares en donde él no podría ayudarles.

Todo el mundo sabe que si uno anda por las Malas Tierras se muere, y ellos no habían esperado nunca verlas tan cerca con sus propios ojos. Pero lo que más les preocupó, y también a la gente a la que se lo contaron al regresar, fue el contemplar la forma en que allí se desarrollaban las cosas que estaban en contra de las leyes divinas de la naturaleza, y además como si tuvieran derecho a crecer.

Y desde luego, al principio es asimismo una visión chocante. Pueden verse gigantescas y deformes espigas de cereales que crecen a mayor altura que los árboles pequeños; enormes saprofitas que se desarrollan sobre las rocas, con sus larguísimas raíces al viento como melenas de pelo; en algunos sitios hay colonias de hongos que a lo primero se toman por grandes guijarros blancos; se ven cactos como barriles, pero del tamaño de casas pequeñas, y cuyas espinas miden tres metros de largo. Hay plantas que crecen en lo alto de los acantilados y que lanzan al mar gruesos y verdes brazos de trescientos metros o más de longitud; y uno se pregunta si se trata de una planta terrestre que baja al agua salada, o de una planta marina que de algún modo trepa por las rocas.

Existen cientos de cosas raras y apenas hay nada normal… es como una jungla de aberraciones que se continúan durante kilómetros y kilómetros. No parece que haya muchos animales, pero de cuando en cuando se divisa alguno, si bien nadie se atreve a ponerle nombre. Hay bastante cantidad de pájaros, aunque se trata sobre todo de pájaros marinos; y una vez o dos se han visto unos objetos muy grandes volando a lo lejos, pero tan remotos, que no ha sido posible distinguir otra cosa sino que el movimiento no parecía ser de pájaros. Es una tierra extraña y mala; y todos los hombres que la ven comprenden en seguida lo que aquí ocurriría si no fuese por las leyes de la pureza y la vigilancia de los inspectores.

Pero aunque es mala, no es la peor.

Más hacia el sur se empiezan a encontrar zonas en donde sólo crecen plantas insignificantes, por otro lado escasas, hasta llegar a vastas extensiones de costa y tierra detrás cuya longitud es quizás de treinta, cincuenta o setenta kilómetros, y en las que no se cría nada, pero nada.

Toda la orilla del mar está vacía; es negra, áspera y vana La tierra que hay detrás se asemeja a un enorme desierto de carbón. Los acantilados que hay son de bordes afilados y no existe nada que los haga agradables. Allí el mar no tiene peces, ni algas, ni légamo siquiera, y cuando un barco navega por aquel sitio se le desprenden del casco los moluscos y la porquería y se queda limpio Tampoco se ven pájaros. Nada, excepto las olas que rompen en las negras playas, se mueve en dicho territorio.

Es un lugar espantoso. Debido al miedo que le tienen, los amos ordenan que sus barcos se mantengan bien alejados de él; y a los marineros, aliviados, no hay que repetirles el mandato.

Sin embargo, y de acuerdo con el relato de la tripulación de un barco cuyo capitán cometió la temeridad de aproximarse a la costa, por lo visto no siempre fue así. Parece ser que estos marineros divisaron grandes ruinas de piedra. Todos ellos convinieron en que eran demasiado regulares para ser naturales, por lo que pensaron en que quizás fuesen los restos de una de las ciudades del Viejo Pueblo. Pero nadie ha vuelto a saber de ellos. La mayoría de los hombres de aquel barco enfermaron y murieron, y como los demás no volvieron a ser los mismos después de aquello, ninguna otra nave se ha arriesgado a acercarse a la citada orilla.

A lo largo de cientos de kilómetros la costa continúa siendo las Malas Tierras con extensiones de terreno negro y muerto; la región es tan dilatada, que los primeros barcos que llegaron hasta allí tuvieron que darse por vencidos y regresar porque sus capitanes pensaron que nunca arribarían a ningún sitio en donde pudieran abastecerse de agua y de provisiones. Cuando volvieron, manifestaron que aquel suelo debía seguir con las mismas características hasta los confines de la tierra.

Al oír aquello los predicadores y los eclesiásticos se congratularon infinito, ya que era eso precisamente lo que ellos enseñaban, y como consecuencia la gente perdió durante un tiempo el interés por la exploración de dicho territorio.

Pero más tarde volvió a reavivarse la curiosidad por el tema, y naves mejor preparadas pusieron de nuevo su rumbo al sur. Un hombre llamado Marther, vigía de una de ellas, escribió en un diario que publicó algo parecido a lo siguiente: Es como si las Costas Negras fuesen una forma extrema de Malas Tierras. Puesto que cualquier aproximación a ellas resulta casi con seguridad funesta, nada puede afirmarse con certeza aparte de que son totalmente estériles y de que en algunos lugares se ven veladas luces en las noches oscuras.

Sin embargo, como este examen se ha efectuado a distancia, no puede confirmarse el parecer del Partido Eclesiástico Derechista en el sentido de que son la consecuencia de la aberración sin freno. En ninguna parte hay evidencia de que sean una especie de mal sobre la superficie de la tierra destinado a extenderse a todas las regiones impuras. En realidad es lo contrario lo que parece ser más probable. O sea, que así como la Tierra Agreste se está haciendo más tratable y las Malas Tierras se van abriendo camino hacia el país de los Bordes, las Tierras Negras se están metiendo en las Malas Tierras. Aunque por la distancia no pueden detallarse más las observaciones, como se ha indicado ya otras veces hay formas de vida en proceso, si bien de lo más profano, que van aposentándose poco a poco en esta espantosa desolación.

Esa fue una de las partes del diario que proporcionó a Marther mayor número de dificultades con la gente ortodoxa, ya que implica que las aberraciones, lejos de ser una maldición, estaban en camino de conseguir la reintegración, aunque lentamente. Esta y media docena más de herejías llevaron a Marther ante un tribunal, aparte de que dio comienzo un movimiento que solicitó la prohibición de más exploraciones.

En medio de todo el conflicto, empero, un barco llamado «Venture» que había sido dado por perdido desde hacía mucho tiempo, arribó a Rigo. Llegaba descabalado y mermado de tripulantes, traía el velamen remendado, las jarcias de la mesana eran provisionales, y su estado deplorable, pero reclamó triunfalmente el honor de ser la primera nave que había llegado a las tierras de más allá de las Costas Negras. Traía consigo una serie de objetos, entre ellos ornamentos de oro, plata y cobre, así como una carga de especias para demostrarlo. No hubo más remedio que aceptar la evidencia, pero sobre las especias se levantó una gran polvareda porque no se sabía si eran aberrantes o el producto de un cultivo puro. Los beatos estrictos se negaron a tocarlas por miedo a que los contaminara; otras personas prefirieron creer que eran del tipo de especias mencionadas en la Biblia. Sea lo que fuere, lo cierto es que como son tan lucrativas los barcos ponen ahora su rumbo al sur para traerlas.

Las tierras de allá abajo están sin civilizar. La mayoría de sus habitantes no tienen ningún sentido del pecado, y por lo mismo no impiden las aberraciones; y en donde sí hay sentido del pecado, resulta que lo confunden. Muchísimos de ellos no se avergüenzan de las mutaciones; siempre que sean lo suficientemente cabales como para vivir y aprender a cuidarse solos, no les preocupa que sus hijos salgan defectuosos. En otros sitios, además, encuentras aberraciones que creen ser normales. Existe una tribu en la que ni los hombres ni las mujeres tienen pelo, y piensan que el cabello es precisamente la marca del malo; y hay otra en la que todos sus componentes tienen el pelo blanco y los ojos pequeños. En una región no te considerarán humano de verdad si no tienes palmeados los dedos de tus manos y pies; en otra no consienten que tengan hijos a las mujeres que no posean muchos pechos.

Hay islas en las que sus habitantes son todos rechonchos, mientras que en otras son delgados. Se ha hablado incluso de la existencia de algunas islas en las que viven hombres y mujeres que pasarían por ser verdaderas imágenes si no fuera por una rara aberración que les ha convertido a todos en negros; no obstante, eso es más fácil de aceptar que el rumor acerca de una raza de aberraciones que ha disminuido hasta llegar a medir únicamente sesenta centímetros de altura, les ha crecido pelo de animales y rabo, y viven en los árboles.

No obstante, aquello es mucho más complejo de lo que parece a primera vista; y después de verlo, casi todo se considera probable.

Por otro lado, todos esos lugares son también muy peligrosos. Los peces y los demás bichos del mar son más grandes y fieros que aquí. Y cuando uno se acerca de verdad a la orilla nunca se sabe cómo le van a tratar las aberraciones locales; en unos sitios son amistosas; en otros te arrojan dardos envenenados. En una isla te lanzan bombas hechas con pimienta envuelta en hojas, y cuando explotan te salta a los ojos. Nunca estás seguro de nada.

A veces, cuando la gente es amistosa, no puedes entender nada de lo que te dicen ni ellos nada de lo que tratas de comunicarles; sin embargo, en muchas otras ocasiones, si te esfuerzas un poco por escuchar te das cuenta de que bastantes de sus palabras son semejantes a las nuestras, aunque pronunciadas de modo distinto. Se descubren asimismo cosas extrañas y perturbadoras. Casi todos cuentan con las mismas leyendas del Viejo Pueblo que nosotros, es decir, acerca de la manera en que podían volar, construir ciudades que flotaban sobre el mar, y comunicarse mutuamente aun estando a cientos de kilómetros de distancia, etcétera. Pero lo más chocante es que la mayoría de ellos —tengan siete dedos, o cuatro brazos, o pelo por todo el cuerpo, o seis pechos, o cualquier otro defecto— piensan que su tipo es el verdadero patrón del Viejo Pueblo y que todo cuanto difiera de él es una aberración.

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