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Authors: John Wynham

Tags: #Ciencia Ficcion

Las crisálidas (18 page)

BOOK: Las crisálidas
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—Es muy difícil verlo todo de un golpe y con tanta rapidez —explicaba ella—. Pero soy capaz de decir si quien lo forma eres tú, o Rosalind, o Michael, o Sally; no obstante, al ser tan vertiginoso lo veo algo turbio, si bien los otros lo enturbian mucho más.

—¿Qué otros?… —pregunté—. ¿Katherine y Mark?

—¡Oh, no! —negó—. Se trata de los otros… otros. Los que están lejos, muy lejos.

—Decidí tomármelo con calma.

—Me parece que no los conozco. ¿Quiénes son?

—No lo sé —replicó—. ¿Es que no los oyes? Están por allí, pero a mucha distancia de aquí.

Y señalaba con el dedo hacia el sudoeste. Después de pensármelo un momento, quise saber:

—¿Están ahí ahora?

—Sí —contestó—, pero no son muchos.

Hice lo que pude por detectar algo, pero sin éxito.

—¿Por qué no tratas de transferirme lo que captas de ellos? —sugerí.

Lo intentó. Lo que me comunicó contaba con una peculiaridad que ninguno de nosotros tenía. Era incomprensible y muy confuso, si bien pensé que se debía sobre todo a que Petra trataba de reproducirme algo que ella no podía entender. Como yo no sacaba nada en claro de todo aquello, pedí a Rosalind que me echara una mano, pero tampoco aclaró nada. Era evidente que Petra estaba haciendo un verdadero esfuerzo, por lo que al cabo de unos minutos decidimos dejarlo por el momento.

A pesar de la continua propensión de Petra a deslizarse en cualquier instante hacia lo que, en términos de sonido, sería un alarido ensordecedor, todos nosotros sentíamos un orgullo de coparticipación en sus progresos. Experimentábamos asimismo un sentido de excitación… como si hubiéramos descubierto a un desconocido, del que sabíamos que estaba destinado a ser un gran cantante: sólo que se trataba de algo más importante…

—Esto —aseguraba Michael— promete ser muy interesante… siempre y cuando no nos destroce a todos antes de que la niña consiga controlarse.

Unos diez días después de la pérdida de la jaca de Petra, y mientras cenábamos, tío Axel me pidió que aprovecháramos la luz del atardecer que todavía quedaba y le ayudara a ajustar una rueda. Aparentemente, la solicitud fue casual, pero vi algo en sus ojos que me impelió a aceptar sin dudarlo. Le seguí afuera y nos dirigimos hacia el almiar para que, a su cobijo, ni nos viera ni nos oyera nadie. Se puso una paja entre los dientes, me miró seriamente y me espetó:

—¿Te has descuidado, Davie?

Había un montón de formas de descuidarse, pero del modo en que usó la palabra sólo podía referirse a una.

—Creo que no —le respondí.

—¿Entonces alguno de los otros? —sugirió.

Volví a decirle que creía que no.

—¡Uf! —sopló—. En ese caso, ¿quieres decirme por qué Joe Darley ha estado haciendo preguntas sobre ti? ¿Tienes alguna idea?

Le indiqué que no sabía nada de aquel asunto. Tío Axel movió la cabeza.

—No me gusta esto, muchacho.

—¿Ha preguntado sólo sobre mi… o también sobre los otros?

—Sobre ti… y Rosalind Morton.

—Bueno… —comenté intranquilo—. No obstante, ha sido únicamente Joe Darley… A lo mejor ha oído un rumor acerca de nosotros que va a armar un poco de polvareda.

—Quizás —convino tío Axel, aunque con reservas—. Pero, por otro lado, Joe es un tipo que ya ha utilizado otras veces el inspector, cuando ha querido llevar en secreto ciertas pesquisas. Por eso no me gusta.

Tampoco a mi me agradaba. De todos modos, como el tal Joe no nos había abordado a ninguno de los dos directamente, consideré que no habría podido conseguir ninguna información acusadora. A mi juicio, indiqué, no existía nada que posibilitara nuestra introducción en las listas de aberraciones.

—Esas listas son inclusivas, no exclusivas —observó tío Axel moviendo la cabeza—. No pueden clasificarse los millones de cosas que podrían suceder; sólo los más frecuentes.

Se realizan unas pruebas de control cuando surgen casos nuevos. Una de las funciones del inspector es la de mantenerse alerta y abrir una investigación si la información que ha logrado parece autorizarlo.

—Ya hemos pensado en lo que podría ocurrir —le expliqué—. Aunque hagan indagaciones… no sabrían con certeza lo que buscan. Todo lo que debemos hacer es comportarnos con asombro, como haría un individuo normal. Si Joe o alguna otra persona cuenta con algo no es desde luego evidencia sólida; únicamente sospechas.

No parecía estar muy animoso, porque sugirió:

—¿Y Rachel? La afectó muchísimo el suicidio de su hermana. ¿No creéis que ella?

—No —aseguré, confiado—. Aparte del hecho de que ella no podría hacer nada sin involucrarse, hubiéramos sabido si estaba ocultando algo.

—Bueno —comentó—, entonces tendremos que pensar en Petra.

Asombrado, clavé mis ojos en los suyos al preguntar:

—¿Cómo sabes lo de Petra? Yo nunca te lo he dicho.

—Así que es cierto —asintió satisfecho—. En efecto, tú nunca me indicaste nada en ese sentido.

—¿Cómo lo has sabido? —repetí ansioso, mientras me preguntaba si alguien más habría tenido una idea semejante—. ¿Te lo ha dicho ella?

—¡Oh, no! Lo sé por casualidad.

Hizo una pausa antes de agregar:

—Indirectamente lo sé por Anne. Ya te dije una vez que era un error dejarla que se casara con el tipo aquel.

Luego añadió:

—Existe una clase de mujer que no está contenta hasta que se convierte en la esclava y el limpiabarros de un hombre, en una palabra, hasta que se abandona en el poder de ese hombre. Anne era de esa clase.

—¿Tú no… no querrás decir que le explicó a Alan lo de ella?

—Si —asintió—. Y aún más. Le contó todo sobre vosotros.

Incrédulo, le miré fijamente al exclamar:

—¡Pero no puedes estar seguro de eso, tío Axel!

—Si que lo estoy, muchacho. Quizás no fuese esa la intención de Anne. Incluso es posible que sólo le contara lo de ella, por ser el tipo de mujer que no sabe guardar secretos en la cama. Y quizás tuviera él que sacarle a la fuerza los nombres de los demás, pero los sabía. Vaya si los sabía.

—Pero aunque así fuera —observé con creciente ansiedad—, ¿cómo sabes tú que él lo sabía?

Para explicármelo recordó el pasado:

—Por el puerto de Rigo había hace tiempo un garito que administraba un tal Grouth y que producía pingües beneficios. Contaba con cinco empleados, tres chicas y dos hombres, y todos ellos hacían lo que él deseaba, exactamente lo que él deseaba. Si hubiera querido decir lo que sabía, a uno de los hombres lo hubieran ahorcado por amotinarse en alta mar y a dos de las chicas por asesinato. No sé lo que habían hecho los otros, pero evidentemente estaban también en sus manos. Practicaba con ellos el chantaje más limpio que puedas imaginarte. Si les daban propinas a los hombres, se las quitaba. Procuraba que las chicas se portaran bien con los marineros que frecuentaban el garito, y todo lo que ellas recibían de éstos pasaba asimismo a sus bolsillos. Yo solía fijarme en la forma en que les trataba y en la expresión de su rostro cuando los vigilaba: una especie de exultación maligna porque los tenía amarrados y lo sabía, y ellos lo sabían igualmente. Bailaban al son que él les tocaba.

Tío Axel calló unos instantes mientras reflexionaba.

—De todos los lugares del mundo, jamás hubiera pensado en descubrir esa misma expresión en el rostro de un hombre que frecuentaba la iglesia de Waknuk. Y, sin embargo, allí estaba. Experimenté una sensación extraña cuando lo noté. En su cara se reflejaba el examen que hizo primero de Rosalind, luego de Rachel, después de ti, y por último de Petra. Ninguna otra persona captaba su atención. Sólo vosotros cuatro.

—Quizás estuvieras equivocado… —comenté—. Por una expresión…

—Pero no esa expresión —me cortó—. ¡Oh, no! Yo conocía esa expresión, que me impulsaba a recordar el garito de Rigo. Además, si yo no hubiera estado en lo cierto, ¿cómo habría sabido lo de Petra?

—¿Y qué hiciste?

—Regresé a casa y pensé un poco en Grouth, en la cómoda vida que había sabido llevar, y en una o dos cosas más. Luego le puse una nueva cuerda al arco.

—¡Así que fuiste tú! —exclamé.

—Era lo único que podía hacerse, Davie. Naturalmente, yo contaba con que Anne pensara que había sido uno de vosotros. Pero ella no podría denunciaros sin quedar involucrada y sin implicar también a su hermana. Era un riesgo que había que correr.

—Lo fue, ciertamente —le dije—. Y casi sale mal.

Entonces le conté lo de la carta que Anne había dejado para el inspector.

—Nunca hubiera creído que llegara tan lejos, pobre chica —comentó moviendo la cabeza—. No obstante, era necesario hacerlo… y rápido. Alan no era tanto. Se hubiera puesto a cubierto. Antes de acusaros formalmente, hubiera escrito una declaración para ser abierta en caso de fallecimiento, y ya habría procurado que os enterarais asimismo vosotros. Os hubiera colocado en una situación muy, muy difícil.

Por mi parte, cuanto más lo consideraba, más comprendía lo difícil que hubiera sido.

—Pero tú corriste un gran riesgo por nosotros, tío Axel —observé.

Se encogió de hombros al responder:

—Muy poco comparado con el enorme peligro que representaba para vosotros.

Al poco rato volvimos a tratar el asunto que más nos interesaba.

—Pero estas indagaciones de ahora —indiqué— no pueden tener ninguna relación con Alan. Lo de éste ocurrió hace muchas semanas.

—En efecto —convino tío Axel—, y además no es la clase de información que Alan hubiera compartido con nadie si deseaba aprovecharse de ella. Hay algo a nuestro favor, y es que no pueden saber mucho, o si no hubieran abierto ya una investigación en toda regla, cosa que es preciso hacer cuando se está muy seguro del caso. El inspector no va a enfrentarse a tu padre en desventaja… y tampoco a Angus Morton, por la misma causa.

Sin embargo, ninguna de estas consideraciones nos aproxima al conocimiento de cómo empezó el asunto.

Me vi obligado a pensar de nuevo en que debía estar relacionado con el suceso de la jaca de Petra. Desde luego que tío Axel sabía que había muerto, pero poco más. Si le hubiera dicho lo de Petra, le habría implicado más en nuestros problemas, y ya habíamos acordado tácitamente que cuanto menos supiera de nosotros, menos tendría que ocultar en caso de dificultades. No obstante, como ahora ya sabía lo de Petra le referí lo acaecido con detalles. Aunque a ninguno de los dos nos parecía un origen probable del asunto, en vista de que no se nos ocurría ningún otro principio, tomó nota del nombre que le di.

—Jerome Skinner —repitió sin mucha esperanza—. Muy bien, veré lo que puedo descubrir sobre él.

Los componentes del grupo conferenciamos aquella noche, pero sin llegar a ninguna conclusión. Michael razono así:

—Bueno, si Rosalind y tú estáis completamente seguros de que en vuestro distrito no ha habido ningún principio de sospecha, entonces no creo que exista otra posibilidad aparte de ese hombre del bosque.

En vez de molestarse en deletrear el nombre de «Jerome Skinner» en la forma tradicional, Michael había utilizado un concepto pensado. Además, continuó:

—Si él es el origen, tiene que haber expuesto sus sospechas al inspector que le corresponda, quien habrá informado, como es de rutina, al funcionario de vuestro distrito.

Eso significa que ya hay varias personas haciéndose preguntas sobre el asunto, y que aquí se producirá una investigación respecto a Sally y Katherine. Lo malo es que todo el mundo tiene más sospechas de las habituales debido a los rumores de dificultades con los Bordes. Veré si puedo captar algo mañana para comunicaros.

—¿Pero qué es lo mejor que podemos hacer? —medió Rosalind.

—Nada por el momento —aconsejó Michael—. Si estamos en lo cierto en cuanto al origen de la situación, entonces os encontráis en dos grupos; por un lado, Sally y Katherine; por otro, tú, David y Petra; los tres restantes no estamos implicados. No hagáis nada raro para no levantar sospechas. Si hay un interrogatorio, debemos contestar con normalidad, como lo tenemos decidido. Aquí el punto flaco es Petra; es demasiado niña para comprenderlo. Si se lían con ella, y la engañan y la hacen caer en la trampa… bueno, para todos nosotros podría representar la esterilización y los Bordes.

Después de hacer una breve pausa, agregó:

—Eso hace de ella la clave. No deben atraparla. Aunque es posible que no se sospeche de ella, como se encontraba en el lugar del suceso está expuesta a ser sospechosa. Si veis algún indicio de interés hacia ella, mejor será que os liéis la manta a la cabeza y escapéis todos… porque si la interrogan la sacarán todo lo que sabe.

Luego se dirigió particularmente a mí para advertirme:

—Es muy posible que el asunto termine en nada, pero en caso de que la situación empeore, David debe responsabilizarse del mando. Tu tarea consistirá en procurar, por todos los medios, que no cojan a tu hermana para interrogarla. Si tienes que matar inclusive a alguien para evitarlo, no lo pienses. Si ellos cuentan con la excusa, no considerarán dos veces la conveniencia de nuestra muerte. No lo olvides; si se ponen en movimiento es que quieren exterminarnos, y si no lo logran por el método rápido lo intentarán por el lento.

Como especie de conclusión, añadió:

—Si la cosa se pone tan mal que no podéis salvar a Petra, es un acto más bondadoso matarla que abandonarla a la esterilización y al destierro en los Bordes…; para un niño, eso es más misericordioso. ¿Lo entendéis? ¿Estáis los demás de acuerdo?

Recibimos la conformidad de todos.

Cuando pensé por mi parte en la pequeña Petra, mutilada y arrojada desnuda al país de los Bordes para perecer o sobrevivir según su fortuna, yo también asentí.

—Muy bien —comentó Michael—. Pero a fin de andar sobre seguro, sería conveniente que vosotros cuatro y Petra lo tuvierais todo dispuesto para echar a correr al menor indicio de necesidad.

Luego explicó detalladamente las características de la posible huida.

Nos resultaba difícil ver qué otro derrotero podíamos seguir. El menor movimiento en falso por parte de cualquiera de nosotros hubiera metido en problemas a los demás.

Nuestra desgracia estuvo en no haber recibido dos o tres días antes la información concerniente a las indagaciones…

Después de la discusión y de los consejos de Michael, la amenaza de que nos descubrieran me pareció más real e inminente de lo que yo había creído al hablar con tío Axel. Me hizo ver claramente que algún día tendríamos que afrontar quizás la situación temida, esto es, una alarma que no iba a sonar y a desvanecerse por las buenas, dejándonos intactos. Yo sabía que a lo largo del último año, más o menos, Michael había padecido una incesante ansiedad, como si hubiera vivido la sensación de acabamiento del tiempo, y yo ahora experimentaba lo mismo. Aquella noche, antes de irme a la cama, llegué inclusive a realizar algunos preparativos por si acaso: puse a mano un arco y un par de docenas de flechas, así como una talega en la que previamente había metido unos cuantos panes y un queso. Por otro lado, decidí que al día siguiente haría un paquete con ropas, botas y otras cosas que podrían serme útiles, y que lo escondería todo en algún sitio seco y adecuado del exterior. También precisaría vestidos para Petra, algunas mantas y una vasija para llevar agua potable, sin olvidar el yesquero…

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