Las crisálidas (20 page)

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Authors: John Wynham

Tags: #Ciencia Ficcion

BOOK: Las crisálidas
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Me puse de pie, cogí mi arco y anduve a través del claro en la dirección en que estaba ella. Cuando llegué al borde de los árboles me di cuenta de que había dejado sin protección a Petra, por lo que no avancé más.

De pronto Rosalind apareció por entre los arbustos.

Caminaba lentamente, y sobre la marcha iba limpiando una flecha con un puñado de hojas.

—¿Qué ha pasado? —repetí.

Sin embargo pareció perder de nuevo el control sobre sus conceptos pensados, porque a éstos los confundían y deformaban sus emociones. Al aproximarse utilizó palabras:

—Era un hombre. Había encontrado las huellas de los caballos. Le vi acercarse. Michael ha dicho… ¡Oh! Yo no quería hacerlo, David, ¿pero cómo actuar de otro modo?

Tenía los ojos anegados en lágrimas. La rodeé con mis brazos y dejé que llorara sobre mi hombro. Poco podía hacer yo para consolarla. En realidad nada, salvo asegurarle, como Michael, que su acción había sido absolutamente necesaria.

Al cabo del rato regresamos lentamente hacia el sitio de acampada. Luego de sentarla junto a la durmiente Petra, se me ocurrió preguntar:

—¿Y su caballo, Rosalind? ¿Se fue?

—No lo sé. Supongo que tendría uno, pero cuando yo le vi, venía siguiendo nuestro rastro a pie.

Pensé que sería lo mejor recorrer parte del camino que habíamos hecho hasta entonces y echar una ojeada por si descubría algún caballo trabado por allí. Anduve cosa de un kilómetro, pero no encontré ningún caballo ni tampoco huellas recientes de otros cascos aparte de los de nuestros grandes animales. Cuando volví, Petra estaba despierta y hablaba con Rosalind.

El día siguió su curso. No recibimos tampoco ninguna nueva comunicación de Michael o de los demás. A pesar de lo sucedido, parecía ser preferible permanecer donde estábamos y no reanudar la marcha a la luz del día por riesgo de que nos vieran.

Consecuentemente, seguimos esperando.

Luego, por la tarde, ocurrió algo de repente.

No era un concepto pensado; no tenía forma real; se trataba de angustia pura, como un grito de agonía. Petra boqueó y se arrojó gimiendo en los brazos de Rosalind. El impacto era tan agudo que causaba dolor. Rosalind y yo nos miramos fijamente, con los ojos dilatados. Mis manos temblaban. Sin embargo el choque era tan informe que ninguno de nosotros podía decir de quién venia.

Se produjo después un revoltillo de dolor y vergüenza, superado en seguida por una desolación desesperada entre lo que se distinguían formas características que sin dudarlo reconocimos como procedentes de Katherine. Rosalind me cogió la mano y la apretó fuertemente. Así lo soportamos, mientras cedía la violencia y menguaba la presión.

De pronto, con interrupciones, intervino Sally con acometidas de amor y simpatía hacia Katherine, así como de angustia para el resto del grupo.

—Han roto a Katherine. La han destrozado… ¡Oh, Katherine, cariño!… Vosotros no la censuréis, ninguno. Os lo pido por favor, no la censuréis. La están torturando. Podría habernos ocurrido a cualquiera. Ahora mismo está inconsciente. No puede oírnos… ¡Oh, Katherine, cariño!

Sus pensamientos se desvanecieron en informe congoja.

Luego estableció contacto Michael, primero sin firmeza, pero después de la manera más dura y rígida que jamás había yo captado:

—Es la guerra. Algún día los mataré por lo que han hecho a Katherine.

Durante una hora o más no volvimos a recibir ninguna otra comunicación. Rosalind y yo hicimos cuanto pudimos para calmar y dar confianza a Petra, si bien sin gran convencimiento. La niña entendía poco de lo que había pasado entre nosotros, pero sí que había notado la intensidad y que ésta nos había asustado.

Luego volvimos a recibir a Sally; con torpeza, infelicidad, esforzándose:

—Katherine lo ha admitido; ha confesado. Yo lo he confirmado. Al final me hubieran forzado a mí también. Yo…

La sentimos vacilar, sin resolución. Continuó:

—… Yo no hubiera podido soportarlo. No esos hierros al rojo; además para nada, porque ella ya se lo había contado todo. No hubiera podido… Perdonadme los demás…, perdonadnos a las dos…

Volvió a interrumpirse de nuevo.

Michael, vacilante también y ansioso, medió otra vez:

—Sally, cariño, claro que no os censuramos… a ninguna de las dos. Lo comprendemos.

Pero debemos saber lo que habéis contado. Cuánto conocen…

—Saben lo de los conceptos pensados… y de David y Rosalind. Estaban casi seguros de ello, pero quisieron que se lo confirmáramos.

—¿De Petra también?

—Sí… ¡Oh, oh, oh!

Tuvo un informe arrebato de remordimiento, antes de añadir:

—Nos obligaron…, pobre Petra…, pero en realidad ya lo sabían. Por esa única causa tenían que habérsela llevado David y Rosalind. No podíamos ocultarlo con mentiras.

—¿Sobre alguien más?

—No. Les hemos informado de que no hay nadie más. Pienso que se lo han creído.

Siguen haciéndonos preguntas, pues tratan de entenderlo mejor. Quieren saber cómo hacemos los conceptos pensados y cuál es el alcance. Les estoy mintiendo. Les he dicho que no más de nueve kilómetros, e intento que se crean que a más distancia es muy difícil interpretar los conceptos pensados… Katherine ha recuperado un poco la conciencia, pero sigue sin poder comunicarse con vosotros. Sin embargo, continúan haciéndonos preguntas a las dos, sin parar… Si pudierais ver lo que la han hecho… ¡Oh, Katherine, cariño!… Tiene los pies, Michael… ¡Oh, qué lástima de pies!

Las imágenes de Sally fueron obnubiladas por la angustia y luego desaparecieron.

Nadie más intervino. Creo que estábamos todos heridos y conmovidos muy profundamente. Las palabras tienen que escogerse y después interpretarse; pero los conceptos pensados se sienten, y dentro de uno…

El sol se estaba poniendo, y empezábamos ya a recoger nuestras cosas, cuando Michael se puso de nuevo en contacto:

—Escuchadme —nos dijo—. Se lo están tomando verdaderamente en serio. Los tenemos alarmadísimos. Por lo general, si una aberración logra escaparse del distrito la dejan marchar. Como nadie puede instalarse en ningún sitio sin pruebas de identidad o sin sufrir un exhaustivo examen por parte del inspector local, el que huye está condenado prácticamente a terminar en los Bordes. Pero lo que les tiene tan intranquilos de nosotros es que no exteriorizamos nada. Hemos estado viviendo con ellos casi veinte años y nunca sospecharon nada. En cualquier lugar podríamos pasar por personas normales. Por eso han colocado edictos con la descripción de vosotros tres, en los que se os declara oficialmente aberraciones. Eso significa que no sois humanos, y en consecuencia no tenéis derecho a ninguno de los privilegios o auxilios de la sociedad humana. Todo aquel que os socorra de algún modo, está cometiendo un acto criminal; y cualquiera que, sabiéndolo, oculte vuestro paradero, está asimismo expuesto al castigo.

Casi sin darse respiro, continuó:

—Estáis efectivamente fuera de la ley. Quien os mate no será sancionado. Dan una pequeña recompensa si se informa de vuestra muerte y ésta se confirma; pero hay un premio mucho mayor para el que os entregue vivos.

Se hizo un silencio mientras reflexionábamos sobre la situación. Rosalind fue quien mostró las primeras dudas.

—No lo comprendo… ¿Y si les prometiéramos marcharnos para no volver?…

—Nos temen. Quieren capturarnos para saber más de nosotros…, de ahí la gran recompensa. Ya no es sólo cuestión de ser o no ser la verdadera imagen, aunque así desean presentarlo. Consideran que podríamos convertirnos en un auténtico peligro para ellos. Imaginad que nosotros fuésemos muchos más que ellos, gentes capaces de pensar, planear y coordinar juntos sin necesidad de toda esa su maquinaria de palabras y mensajes: les superaríamos siempre. Y esa idea no les hace ninguna gracia; y consecuentemente quieren machacarnos antes de que puedan haber más como nosotros.

Para ellos es cuestión de supervivencia… y quizás tengan razón, ya lo sabéis.

—¿Van a matar a Sally y Katherine?

La imprudente pregunta se le había escapado a Rosalind. Esperamos que cualquiera de las dos aludidas respondiera. Pero no hubo contestación. No podíamos saber lo que eso significaba: quizás hubieran vuelto a cerrar meramente sus mentes, o a lo mejor estaban durmiendo por el cansancio, o quizás estuvieran ya muertas… Michael no creía en esta última posibilidad.

—No hay apenas razón para eso cuando las tienen seguras en sus manos, aparte de que tales ejecuciones darían lugar muy probablemente a una masiva conmoción perjudicial para ellos. Una cosa es declarar no humano a un recién nacido por defectos físicos, y otra muy distinta y más delicada ésta. Para aquellos que han conocido a Sally y Katherine durante años no va a ser nada fácil aceptar por las buenas el veredicto de que no son humanas. Si las mataran, muchísima gente sentiría inquietud e incertidumbre por las autoridades… como ocurre cuando se aplica una ley retrospectiva.

—¡Pero a nosotros sí que nos pueden matar con toda tranquilidad! —comentó con algo de amargura Rosalind.

—A vosotros no os han capturado todavía, y tampoco os encontráis entre gente que os conoce. Para los extraños no sois más que unos humanos que huyen.

No se podía añadir gran cosa a todo lo hablado. Michael nos preguntó:

—¿Qué dirección vais a tomar esta noche?

—Seguiremos hacia el sudoeste —repliqué yo—. Habíamos pensado en procurarnos un refugio en Tierra Agreste, pero ahora que cualquier cazador tiene autorización para matarnos creo que debemos continuar hasta los Bordes.

—Es preferible, sí. Conque permanecierais allí escondidos un poco de tiempo, pienso que nosotros podríamos intentar salvar vuestras cabezas. Trataré de inventarme algo.

Mañana salgo con una patrulla de búsqueda que marcha hacia el sudeste. Ya os haré saber lo que pasa. Entre tanto, si alguien os sale al paso aseguraos de que disparáis primero.

Ahí interrumpimos el contacto. Rosalind acabó de empaquetar las cosas y dispusimos los aparejos de modo que los cuévanos resultaran ahora más cómodos de lo que habían sido la noche anterior. Luego trepamos a ellos, yo en el de la izquierda otra vez y Petra y Rosalind juntas en el serón de la derecha. Rosalind se agachó para pegarle una puñada al flanco del caballo, y al instante empezamos a avanzar pesadamente de nuevo. Petra, que contra su costumbre había permanecido muy sumisa durante el empaquetado, estalló de pronto en llanto y nos transmitió su angustia.

De lo que nos dijo entre sollozos pudimos colegir que no quería ir a los Bordes, desde luego debido a que su mente se hallaba sobrecargada de tenebrosos pensamientos acerca de la vieja Maggie, de Jack el peludo y su familia, y de otras sórdidas figuras que, la habían asegurado, acechaban por aquellas regiones.

Nos habría costado menos apaciguarla si no nos hubiera quedado a nosotros también un residuo de aprensiones infantiles, o si hubiéramos sido capaces de avanzarla una idea real de la región que se opusiera a la siniestra reputación que ésta tenía. Pero en aquel momento nosotros, como la mayoría de la gente, conocíamos bien poco de los Bordes, y en consecuencia tuvimos que sufrir de nuevo la angustia de mi hermana. Evidentemente era menos intensa que las ocasiones anteriores, y la experiencia nos había enseñado a parapetarnos mejor contra una situación así; sin embargo, el efecto era agotador.

Transcurrió su buena media hora antes de que Rosalind pudiera suavizar el fastidioso trastorno. Cuando lo consiguió, intervinieron los otros ansiosos; Michael, inquisitivo, preguntó irritado:

—¿Qué ocurre ahora?

Se lo explicamos.

Michael abandonó la irritación y dirigió la atención a Petra. Empezó a decirle con lentas y claras imágenes pensadas que los Bordes no eran en realidad el espantoso lugar que pretendía la gente. La mayoría de los hombres y las mujeres que allí vivían eran únicamente desgraciados e infelices. Su desdicha consistía en que, con frecuencia siendo recién nacidos, habían sido sacados a la fuerza de sus casas, y algunos otros mayores se habían visto obligados a huir de sus hogares simplemente porque no eran como las demás personas; tenían que vivir en los Bordes porque no existía ningún otro lugar en donde les dejaran en paz. Es cierto que unos cuantos de esos individuos parecían ser raros y hasta cómicos, pero ellos no podían remediarlo. Era algo que había que lamentar, no que temer. Si nosotros hubiéramos contado con dedos u oídos de más, nos hubieran enviado a los Bordes… y ello a pesar de que por dentro siguiéramos siendo los mismos. El aspecto de las personas no importaba en realidad gran cosa, ya que uno se acostumbraba pronto a él, aparte de…

En aquel momento le interrumpió Petra para saber:

—¿Quién es el otro?

—¿Qué otro? —preguntó a su vez Michael—. ¿A quién te refieres?

—A ese que está mezclando sus imágenes pensadas con las tuyas —replicó mi hermana.

Hubo una pausa. Yo me abrí al máximo, pero no pude detectar ningún concepto pensado. En aquel instante Michael, Mark y Rachel dijeron casi al unísono:

—Yo no capto nada. Debe ser…

Petra produjo una poderosísima señal. En palabras hubiera sido equivalente a un nervioso: «¡Callaos!». Luego de apaciguarnos, nos pusimos a esperar.

Paseé mi vista por el otro cuévano. Rosalind, con uno de sus brazos rodeando a Petra, la observaba atentamente. Mi hermana tenía los ojos cerrados, como si estuviera concentrándose en la audición. Al poco rato notamos que se relajaba un poco.

—¿Qué es? —le preguntó Rosalind.

Petra abrió los ojos. Su respuesta era desconcertante y no muy coherente.

—Alguien que me interroga, de nuestro sexo. Creo que se halla lejos, muy lejos, a muchísima distancia de aquí. Dice que ha captado mis anteriores pensamientos de temor.

Quiere saber quién soy y dónde me encuentro. ¿Se lo digo?

Por un instante sentimos renacer la cautela. Entonces Michael, excitado, quiso saber si dábamos nuestra aprobación. Contestamos que sí.

—De acuerdo, Petra —convino—. Adelante, díselo.

—Pero tendré que elevar el tono —nos advirtió—. Ya os he mencionado que está muy lejos de aquí.

Sucedió como nos había advertido. Si hubiera establecido la comunicación mientras teníamos las mentes completamente abiertas, las habría abrasado. Por mi parte cerré la mía y traté de concentrar la atención en el viaje que íbamos a realizar. Representó una ayuda, pero de ningún modo fue una defensa impenetrable. Como cabía esperar de la edad de Petra, las imágenes eran sencillas, pero así y todo me llegaron con una violencia y brillantez que me ocasionaron ofuscación y aturdimiento.

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