Read Las benévolas Online

Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

Las benévolas (62 page)

BOOK: Las benévolas
13.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

sinoizan
irremisiblemente a cualquier pueblo que entre en él; por muy poderoso que sea, lo ahogan en un océano ilimitado de sangre china. Se les da de maravilla. Por lo demás, cuando acabemos con los rusos, todavía nos quedarán los chinos. Los japoneses nunca podrán oponerles resistencia, por mucho que en la actualidad sean ellos los que más aparentan. No va a ser ahora mismo, pero de todas formas no quedará más remedio que enfrentarse a ellos algún día, dentro de cien o de doscientos años. Así que más vale hacer para que sigan débiles e impedir, si podemos, que entiendan el nacionalsocialismo y lo apliquen a su propia situación. Por cierto ¿sabes que la expresión "nacionalsocialismo" es creación de un judío, de un precursor del sionismo, Moses Hess? Lee algún día su libro:
Roma y Jerusalén,
y ya verás. Es muy instructivo. Y no es fruto del azar: ¿hay algo más
vólkisch
que el sionismo? Igual que nosotros, se han dado cuenta de que no puede haber
Volk y Blut
sin
Boden,
sin tierra, y que, por lo tanto, hay que volver a llevar a los judíos a la tierra,
Eretz Israel
libre de cualquier otra raza. Por supuesto, se trata de ideas judías de toda la vida. Los judíos fueron los primeros nacionalsocialistas y llevan siéndolo casi tres mil quinientos años ya, desde que Moisés les dio una Ley que los separase para siempre de los demás pueblos. Todas nuestras grandes ideas vienen de los judíos y debemos tener la lucidez de admitirlo: la Tierra, como promesa y como culminación, la noción del pueblo escogido de entre todos, el concepto de la pureza de sangre. Por eso los griegos, bastardeados, demócratas, viajeros, cosmopolitas, los odiaban tanto; y por eso empezaron por querer destruirlos y, luego utilizaron a Pablo para corromper su religión desde dentro, desarraigándola del suelo y de la sangre, volviéndola
católica,
es decir, universal, suprimiendo todas las leyes que hacían las veces de barrera para mantener la pureza de la sangre judía: los alimentos prohibidos y la circuncisión. Y por eso los judíos son, de entre todos nuestros enemigos, los más peligrosos; los únicos a quienes de verdad merece la pena odiar. En realidad, son los únicos que compiten de verdad con nosotros. Nuestros únicos rivales serios. Los rusos son débiles, una horda sin centro pese a los intentos de ese georgiano arrogante para imponerles un "nacionalcomunismo". Y los insulares, británicos o americanos, están podridos, gangrenados, corruptos. ¡Pero los judíos! ¿Quién, en la era científica, volvió a descubrir, basándose en la intuición milenaria de su pueblo, humillado, pero nunca vencido, la verdad de la raza? Disraeli, un judío. Gobineau lo aprendió todo de él. ¿No me crees? Pues ve a verlo». Señaló las estanterías que estaban junto a su escritorio: «Ahí; ve a mirar». Volví a levantarme y me acerqué a las estanterías: había varios libros de Disraeli junto a los de Gobineau, Vacher de Lapouge, Drumont, Chamberlain, Herzl y otros más. «¿Cuál de ellos, Herr Doktor? Hay varios».. —«Cualquiera, cualquiera. Todos dicen lo mismo. Mira, coge
Coningsby.
¿Lees en inglés, verdad? Página 203. Empieza en
But Sidonia and bis brethren...
Lee en voz alta». Encontré el párrafo y leí:
«Pero Sidonia y sus hermanos podían reivindicar una distinción que los sajones y los griegos, y las demás naciones caucásicas, habían desechado. Los hebreos son una raza sin mezcla... Una raza sin mezcla, con una organización de primera categoría, es la aristocracia de la Naturaleza».
. —«¡Muy bien! Y ahora página 231.
The fact is you cannot destroy...
Se refiere a los judíos, por supuesto».. —«Sí.
El hecho es que resulta imposible destruir una raza pura con organización caucásica. Es un hecho fisiológico; una simple ley natural que tuvo en jaque a los reyes egipcios y asirios, a los emperadores romanos y a los inquisidores cristianos. No hay ley penal ni tortura física que pueda conseguir que una raza inferior absorba a una raza superior o la destruya. Las razas persecutoras mezcladas desaparecen; la raza pura perseguida perdura».—
«¡Eso es! ¡Piensa que ese hombre, que ese judío, fue primer ministro de la reina Victoria! ¡Que fundó el Imperio británico! ¡Y que cuando era aún un desconocido defendía tesis así ante un Parlamento cristiano! Ven para acá. Ponme té, anda». Volví junto a él y le serví otra taza. «Te he ayudado, Max, por el amor y el respeto que profesé a tu padre; he ido siguiendo tu carrera, te he apoyado cuanto he podido. Estás en la obligación de ser digno de tu padre, de su raza y de la tuya. En este mundo no hay sitio más que para un único pueblo elegido, llamado a dominar a los demás: o ellos, como quieren el judío Disraeli y el judío Herzl, o nosotros. Así que nosotros tenemos que matarlos hasta que no quede ni uno y arrancar de raíz su estirpe. Pues aunque no quedasen más que diez, un
minyan
intacto, aunque no quedasen más que dos, un hombre y una mujer, dentro de cien años tendríamos el mismo problema y habría que volver a empezarlo».. —«¿Puedo hacerle una pregunta, Herr Doktor?». —«Pues claro, hijito».. —«¿Qué papel desempeñan ustedes en todo esto?». —«¿Quieres decir Leland y yo? Es un poco complicado de explicar. No tenemos un puesto burocrático. Estamos... estamos a pie firme junto al Führer. El Führer ¿sabes? tuvo el coraje y la lucidez de optar por esta ineludible decisión histórica; pero, desde luego, el aspecto práctico de las cosas no tiene nada que ver con él. Ahora bien, entre esa decisión y su realización, que se le encomendó al Reichsführer-SS, hay un espacio gigantesco. Nuestra tarea consiste en reducir ese espacio. Desde ese punto de vista, ni siquiera respondemos de nuestros actos ante el Führer, sino más bien ante ese espacio en cuestión».. —«La verdad es que no estoy muy seguro de entenderlo todo. Pero ¿qué espera de mí?». —«Nada, salvo que sigas por el camino que tú mismo te has trazado, y hasta el final».. —«No tengo gran certidumbre de cuál es mi camino, Herr Doktor. Tengo que pensar».. —«¡Ah, piensa, piensa! Y luego llámame. Y volveremos a hablar del asunto». Otro gato estaba intentando subírseme a las rodillas y me llenó de pelos blancos el paño negro antes de que lo ahuyentara. Mandelbrod, sin pestañear siquiera, siempre con la misma impasibilidad, casi adormilado, soltó otra flatulencia enorme. El olor se instaló en mi garganta, y respiré poco a poco, entre los labios. Se abrió la puerta principal y la joven que estaba en recepción entró, aparentemente insensible al olor. Me puse de pie: «Gracias, Herr Doktor. Mis respetos a Herr Leland. Hasta pronto, pues». Pero Mandelbrod parecía estar ya casi dormido del todo; sólo demostraba lo contrario una de las manazas, que acariciaba despacio a un gato. Esperé un instante, pero, por lo visto, no quería decir nada más, y salí; la muchacha me siguió y cerró las puertas sin el mínimo ruido.

Cuando le hablé al profesor Mandelbrod de mi interés por los problemas de las relaciones europeas, no mentía, pero tampoco lo dije todo: en realidad, tenía una idea, una idea precisa de lo que quería. No sé muy bien cómo se me había ocurrido: durante una noche de insomnio a medias en el hotel Edén seguramente. Ya es hora, me había dicho, de que yo también haga algo por mí mismo, que piense en mí. Y lo que me proponía Mandelbrod no encajaba con la idea que se me había ocurrido. Pero no estaba seguro de poder apañármelas para realizarla. Dos o tres días después de la entrevista en las oficinas de la Unter den Linden, llamé por teléfono a Thomas, que me dijo que fuera a verlo. En vez de quedar conmigo en su despacho, en la Prinz-Albrechtstrasse, me citó en la dirección de la SP y del SD, en la vecina Wilhelmstrasse. El Prinz-Albrecht Palais, que estaba algo más abajo que el Ministerio del Aire de Góring -una gigantesca estructura de hormigón, erizada de ángulos y de un neoclasicismo estéril y pomposo-, era todo lo contrario: un elegante
palazzo
clásico de reducido tamaño, construido en el siglo XVIII, que remozó en el XIX Schinkel, pero con gusto y primor, y que las SS tenían alquilado al Estado desde 1934. Lo conocía bien, porque allí tenía la sede mi departamento antes de irme a Rusia y había pasado muchas horas dando vueltas por los jardines, una pequeña obra maestra de disimetría y reposada variedad, obra de Lenné. Visto desde la calle, una gran columnata y unos árboles ocultaban la fachada. La guardia, en sus garitas rojas y blancas, me saludó al pasar; pero otro equipo, más discreto, comprobó mi documentación en una oficina pequeña, junto al parterre, antes de mandar que me escoltasen hasta la recepción. Thomas me estaba esperando: «¿Y si fuéramos al parque? Hace muy bueno». El jardín, al que se llegaba bajando unos cuantos peldaños flanqueados de tiestos de gres, iba desde el palacio hasta el Europahaus, un edificio cúbico, modernista y de gran tamaño, que se alzaba en la Askanischer Platz y contrastaba de forma peculiar con las volutas reposadas y sinuosas de los paseos abiertos entre los parterres con la tierra removida, los estanques pequeños y redondos y los árboles, aún sin hojas, en los que apuntaban los primeros brotes. No había nadie. «Kaltenbrunner no viene nunca -comentó Thomas-, así que es un sitio muy tranquilo». A Heydrich sí le gustaba pasear por allí, pero en tal caso sólo podían bajar al jardín aquellos a quienes invitaba él. Deambulamos entre los árboles y le conté a Thomas lo esencial de la conversación con Mandelbrod. «Exagera las cosas -zanjó cuando yo hube acabado-. Los judíos son un problema, desde luego, del que hay que ocuparse, pero ese problema no es un fin en sí mismo. El objetivo no es matar a gente, sino tener controlada a una población; la eliminación física es uno de los medios de control. No hay que convertirlo en una obsesión; hay más problemas igual de serios. ¿Te parece que piensa de verdad todo lo que dice?». —«Esa es la impresión que me da. ¿Por qué?» Thomas se quedó un instante pensativo; la grava crujía bajo las botas. «Mira -siguió diciendo por fin-, para muchos el antisemitismo es un instrumento. Como es algo que le importa mucho al Führer, se ha convertido en uno de los medios más seguros para acercarse a él: si consigues desempeñar un papel relacionado con la solución de la cuestión judía, tu carrera irá mucho más deprisa que si te ocupas, por ejemplo, de los Testigos de Jehová o de los homosexuales. En ese sentido, puede decirse que el antisemitismo se ha convertido en la divisa del poder del Estado nacionalsocialista. ¿Te acuerdas de lo que te dije en noviembre de 1938, después de la
Reichskristallnacht?»
Me acordaba. Encontré a Thomas, al día siguiente de la violencia frenética de los SA; lo embargaba una fría rabia. «¡Esos cretinos! -vociferó al entrar en el reservado del café en donde yo lo estaba esperando-. ¡Esos cretinos de poca monta!. —«¿Quiénes? ¿Los SA?». —«No seas imbécil. Los SA no lo han hecho ellos solos».. —«¿Pues entonces quién ha dado las órdenes?. —«Goebbels, ese cojo de mierda. Hace años que se le cae la baba de ganas de meter las narices en la cuestión judía. Pero en esto la ha cagado».. —«Pero ¿no crees que ya era hora de que alguien hiciera algo concreto? A fin de cuentas..». Soltó una risa breve y amarga: «Por supuesto que hay que hacer algo. Los judíos apurarán el cáliz hasta las heces. Pero no así. Eso ha sido sencillamente una
idiotez.
¿Tienes una remota idea del coste que esto va a tener?». Debió de animarle la mirada vacía que me vio, porque siguió diciendo casi inmediatamente: «¿De quién crees tú que son todos esos escaparates destrozados? ¿De los judíos? Los locales de los judíos son alquilados. Y en caso de daños el responsable es siempre el dueño. Y además están las compañías de seguros. Compañías alemanas que van a tener que pagar a propietarios de edificios alemanes, e incluso a propietarios judíos. Porque, si no, sería el fin del negocio de los seguros alemanes. Y luego está lo del cristal. Porque cristales así, sabes, no se fabrican en Alemania. Vienen todos de Bélgica. Todavía están calculando los daños, pero ya van por más de la mitad de toda la producción anual belga. Y habrá que pagar en divisas. En el preciso instante en que la nación estaba poniendo todo el esfuerzo en la autarquía y el rearme. Desde luego que en este país hay unos cretinos rematados». Le brillaban los ojos mientras escupía las palabras: «Pero deja que te diga una cosa. Todo esto
se acabó.
El Führer acaba de poner de forma oficial la cuestión en manos del Reichsmarschall. Pero, de hecho, el gordo ese va a delegar para todo en Heydrich y en nosotros. Y nunca más podrá meter las narices ninguno de esos memos del Partido. A partir de ahora, las cosas se harán como es debido. Hace años que estamos insistiendo en una solución global. Ahora podremos organizaría. De forma limpia y eficaz. De forma racional. Al fin vamos a hacer las cosas como hay que hacerlas».

Thomas se había sentado en un banco y, con las piernas cruzadas, me alargó la pitillera de plata para que cogiera un cigarrillo de lujo, de filtro dorado. Lo cogí y le encendí también el suyo, pero me quedé de pie. «La
solución global
a la que te referías entonces era la emigración. Desde entonces las cosas han cambiado mucho». Thomas soltó una prolongada bocanada de humo antes de contestar: «Es cierto. Y es cierto también que hay que evolucionar con la época. Lo cual no quiere decir que hay que convertirse en un cretino. La retórica es más bien partidaria de los comparsas de segunda fila e incluso de tercera».. —«No me estoy refiriendo a eso. Lo que quiero decir es que no es forzoso meterse en eso».. —«¿Te gustaría hacer otra cosa?». —«Sí. Es que eso me cansa». Ahora me tocó a mí darle una chupada larga al cigarrillo. Era delicioso, un tabaco sabroso y delicado. «Siempre me ha impresionado tu temible falta de ambición -dijo por fin Thomas-. Sé de diez hombres que pasarían por encima de los cadáveres de sus padres para tener una charla con un hombre como Mandelbrod. ¡Piensa en que almuerza con el Führer! Y tú te andas con remilgos. ¿Sabes lo que quieres, por lo menos?». —«Sí. Querría volver a Francia».. —«¡A Francia!» Se quedó pensativo. «Es cierto, con los contactos que tienes allí y lo bien que sabes la lengua no es ninguna tontería. Pero no va a ser fácil. En la BdS manda Knochen y lo conozco mucho, pero los puestos ahí son limitados y están muy cotizados».. —«Yo también conozco a Knochen. Pero no quiero estar en la BdS. Quiero un puesto en donde pueda ocuparme de las relaciones políticas».. —«Eso equivale a decir un puesto en la embajada con el
Militarbefeblshaber.
Pero he oído decir que desde que se fue Best las SS no están ya muy bien vistas en la Wehrmacht, ni tampoco en los dominios de Abetz. A lo mejor podríamos encontrar algo que te fuera bien con Oberg, el HSSPF. Pero en eso la Amt I no puede hacer gran cosa: hay que pasar directamente por la
SS-Personal Hauptamt
y ahí no conozco a nadie».. —«Y si saliera una propuesta desde la Amt I, ¿funcionaría?». —«Es posible». Dio una última calada y tiró con negligencia la colilla en el parterre. «Si por lo menos estuviera Streckenbach, ahí no habría problema. Pero le pasa lo que a ti, que piensa demasiado. Y se hartó».. —«¿Dónde está ahora?». —«En las Waffen-SS. Al mando de una división letona en el frente, la XIX».. —«¿Y quién lo sustituyó? Ni siquiera lo he preguntado».. —«Schulz».. —«¿Schulz? ¿Cuál de ellos?». —«¿No te acuerdas? Aquel Schulz que dirigía un Kommando en el grupo C y que pidió que lo trasladasen al principio de todo. Aquel cagado del bigotito ridículo».. —«¡Ah, sí! Pero nunca he coincidido con él. Por lo visto es una persona que no está mal».. —«Desde luego, pero no lo conozco personalmente y las cosas no fueron nada bien entre el Gruppenstab y él. Era banquero antes, ya te haces una idea. Mientras que con Streckenbach serví en Polonia. Y además a Schulz acaban de nombrarlo, así que querrá hacer méritos. Sobre todo porque tiene que hacerse perdonar algunas cosas. Conclusión: si haces una petición oficial te mandarán a cualquier sitio menos a Francia».. —«¿Y entonces qué me sugieres?» Thomas se había puesto de pie y seguimos caminando. «Mira, voy a ver qué se puede hacer, pero no va a ser fácil. ¿Tú no puedes mirar por tu lado? Tenías mucha relación con Best; pasa por Berlín con regularidad, ve a preguntarle qué le parece. Puedes entrar en contacto con él fácilmente a través del
Auswártiges Amt.
Pero si estuviera en tu lugar, intentaría pensar en otras opciones. Y además estamos en guerra. No siempre se puede elegir».

BOOK: Las benévolas
13.92Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Waiting for the Queen by Joanna Higgins
Guilty as Sin by Jami Alden
Nelson: The Essential Hero by Ernle Dusgate Selby Bradford
Ghost of a Dream by Simon R. Green
Stress Relief by Evangeline Anderson
Ilium by Dan Simmons
The Space Between by Thompson, Nikki Mathis
IM02 - Hunters & Prey by Katie Salidas
The Battle of Blenheim by Hilaire Belloc